No es extraño que muchos empresarios se identifiquen más con el PAN que con cualquier otro partido, pero eso no autoriza que ante el temor de perder el 2 de julio se dediquen a manguerearle gasolina a la ya de por sí bien encendida hoguera electoral. Eso es lo que han hecho en los días recientes para alentar (supuestamente) el voto razonado. Críticos feroces del candidato que a su juicio “polariza” a la sociedad, muchos de ellos se han radicalizado tanto que se les caen grandes pedazos de lengua cuando hablan sobre el tema. Ellos, que siempre piden paz para que la economía no se alebreste, son los principales incitadores del nerviosismo, algo así como los burros hablando de orejas o el lobo hablando de colmillos.
Una de las ocurrencias que en la desesperación han diseñado para inhibir el voto hacia la sigla peligrosa es traer a cuento la figura de Hugo Chávez. Sacadas de contexto, imágenes y palabras del atrabiliario militar venezolano son usadas en espots que al parecer sólo tienen la buena intención de que recordemos nuestra presente tranquilidad social, eso para que no vayamos a votar equivocadamente, a regarla. La intención del mensaje está sobrentendida, y eso torna innecesario explicitar la asociación de nombres propios entre Chávez y su presunto correlato tabasqueño.
Pero más allá de la patada de ahogado, llama la atención, otra vez, la condición zombie de las organizaciones que alientan el trabajo sucio. La estratagema no es nueva, y la última vez que se puso en práctica mostró que esa jugada de la ultraderecha es como la bicicleta del Willy Gómez: funciona sólo una vez en el partido, y la quemaron cuando durante el proceso de desafuero una organización fantasma (creada de seguro en Bucareli) sacó espots en tv para decir que sólo le temen a la legalidad quienes están fuera de la ley.
Ahora ocurre lo mismo: metralletas, discurso incendiario de Chávez, agitación social en blanco y negro sirven en la propaganda cabezarrapada para advertirnos que el peligro de la militarización comunista nos acecha, para persuadirnos de decidir nuestro voto con la cabeza puesta en el porvenir que les espera a nuestros hijos si se encarama en el poder un dictador con acento de mesías tropical.
Parece demasiado, la exageración y la patraña al servicio de los más mezquinos intereses políticos. Lo único sensato es serenarse, no escuchar esos gruñidos y recordar que una organización zombie no tiene derecho a nada, menos a generar nervios en la muy crispada coyuntura que vivimos.