sábado, agosto 29, 2015

La paginita de Montaigne




















Cuando uno lee más de lo habitual —pero no se emocionen: leer más de lo habitual en México de todos modos significa leer muy poco— termina por desarrollar habilidades más propias del malabarismo que del trabajo intelectual. Quiero decir que al estar metidos en la lectura obligatoria —para las clases, para las ediciones— y la lectura hedónica terminamos consumiendo “de todo”, tanto que a veces se dan combinaciones muy extrañas. Por ejemplo, hoy en la mañana (o sea ayer) se me juntaron un libro titulado Literatura de izquierda (Tumbona, México, 2011), que leo por gusto, y algunos ensayos de Montaigne, que releo porque me impuse necesitarlos en un curso. Poco tienen en común en casi todo, salvo en el género, pues ambos son ensayos. El primero es del argentino Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967), y contiene una diatriba contra las complacencias y los convencionalismos de la literatura contemporánea. El segundo, el de Montaigne publicado en 1580, ya sabemos de qué variadísimos asuntos trata.
A simple vista no parecen tener mucho en común, y de hecho no lo tienen, como ya apunté. Sin embargo, gracias a esas operaciones de la mente que donde percibe desorden busca un hilo conductor, hallé que el alegato de Tabarovsky de alguna manera roza la estrellitis que padecen/apetecen hoy los escritores debido a la lógica del mercado y en cierto sentido también a la lógica de la academia. Hoy no es tan importante escribir bien, ser creativo, construir ficciones novedosas o qué sé yo; para el mercado es importante que los autores de este tiempo se dejen ver, den entrevistas, dediquen libros, tengan opiniones sobre todo, cuenten anécdotas, sean repentistas consumados, se burlen de “lo establecido”, en suma, que sean dignos promotores de su personaje principal: ellos mismos. Esta (con)cesión al mercado desactiva la pasión, digamos, autocrítica, y produce algo peor que una literatura para el mero consumo: produce clowns, escritores de pasarela.
Y es aquí donde pienso en Montaigne. Pese al nada insignificante hecho de haber escrito una obra descomunal para su tiempo y para cualquier tiempo, la prologó él mismo con una paginita que hoy sería rechazada por el marketing: “Si mi objetivo hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria (…) yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues”. Así de simple, así de grande.

viernes, agosto 28, 2015

Entrevista en la revista Literal













Editada por Rose Mary Salum, la revista Literal publicó en agosto una entrevista que me hizo Paul Medrano (@balaprodrida). Agradezco a Rose Mary y a Paul este generoso diálogo.

A la sombra de Muñoz Vargas
Paul Medrano

Jaime Muñoz Vargas es mi escritor de culto en México. A comienzos del año 2000, cuando junto con mi palomilla leímos El principio del terror (Joaquín Mortiz, 1998), quedamos prendados de la soltura narrativa de una novelita que si bien es breve, por su alto octanaje debería estar en vías de canonización.
Pasaron los años y la casualidad me dio la oportunidad de saludarlo. A veces, es mejor no conocer a nuestros ídolos, porque nos desilusionan. Al igual que uno, son seres llenos de ego, errores y vicios, con la diferencia de que ellos tienen cierta fama. No fue el caso con Muñoz Vargas.
Gracias a este encuentro, pude hacerme de más libros que solo reafirmaron mi interés por la obra de este duranguense avecindado en Torreón desde hace décadas.
El primero fue Leyenda Morgan (premio nacional de cuento San Luis Potosí 2005), que por momentos parece novela y en otros un libro de cuentos que relata las aventuras del comandante Morgan, un tipo deshonesto, pero valiente; macuarro, aunque perseverante; despiadado, pero no cobarde. El libro cambia de clave de una página a otra: del género policiaco muta al realismo sucio y de ahí salta al comic. Como bien lo define Carlos Velázquez: “Leyenda Morgan es un manual para héroes o canallas”.
Luego, tocó el turno a Juegos de amor y malquerencia (premio nacional de novela Jorge Ibargüengoitia 2001), un título sobre el dolor, la pobreza y mucho beisbol ambientado a comienzos del siglo XX, que da cuenta de la amplitud que poseen los horizontes narrativos Muñoz Vargas, quien reconoció que esta obra surgió a raíz de observar una foto antigua.
Y finalmente leí Parábola del moribundo (premio nacional de novela Rafael Ramírez Heredia 2009), quizá una de las mejores sátiras del ambientillo literario en México. Aquí se cuenta las penurias económicas de un poeta que sueña con la fama, sin embargo, debe emplearse con un mequetrefe que le paga por escribir versos amorosos a algunas mujeres. Un verdadero deleite porque, además del cúmulo de referencias bibliográficas, retrata a la perfección a los poetas que se creen incomprendidos pues consideran que han sido tocados por el noveno anillo de Saturno. Algo que abunda muchísimo en la fauna del arte.
Gracias a Leyenda Morgan, escribí una novela policiaca. Y a Parábola del moribundo, una novela satírica. El culto está ahí.
Ojos en la sombra es su más reciente libro de cuentos. El pozo en el que abrevan estas historias es el oficio literario y el fracaso. Ambos, factores de riesgo siempre presentes en los que trabajamos con palabras.
Las diez historias están divididas en tres tiempos cuyos nombres son de los más sugestivos: Frustración, Apetencias y Puentes. Raymond Carver afirmó: “la ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Pero también hay que tener talento”. Estos tres rasgos los cumple el duranguense.
La prosa de Muñoz Vargas es fresca y cristalina, como el agua de un bebedero público, que además, es cómodo. Esto lo consigue sin necesidad de pertenecer a una estrategia editorial (la mayoría de su obra pertenece a publicaciones del Estado); sin pirotecnia narrativa innecesaria; sin campañas mediáticas a su favor y, mejor aún, sin prosa críptica que solo intriga, pero no dice nada.
En una entrevista a comienzos de este año, Guillermo Saccomanno sentenció: “Escribir y publicar un libro no es ninguna hazaña, el asunto es si tenés algo que decir. Esto es un oficio de paciencia y un escritor no puede estar mirando los suplementos todo el tiempo. No puede estar pendiente del último autor recomendado ni de los festivales. Hoy yo veo que los escritores van a un festival tras otro, como si los festivales fueran lo más importante que le puede pasar a un escritor, en vez de conseguir lectores. Te das cuenta de que muchos festivales son pura rosca, pareciera ser que son todos escritores que andan con la valija lista, están viendo en qué puerta embarcan en vez de qué publican. Yo trabajé cuarenta años en publicidad y cuando estuviste tantos años ahí te das cuenta de que el marketing y todo esto que se chamuya ahora no es ninguna novedad. Lo sabe el que fabrica mayonesa, el que fabrica zapatos y las editoriales están en manos de gente que puede hoy fabricar libros como mañana puede fabricar salchichas: el tema es vender”.
Muñoz Vargas se toma su tiempo para publicar, para leer e incluso para opinar desde su cuenta de Twitter. Esto se nota también al momento de leer sus cuentos: las historias avanzan sin prisa, pero con eficacia. Todos los cuentos nos dejarán a sus personajes rondando en la cabeza, cumpliendo a cabalidad aquel consejo que exige a los escritores: “al final del cuento hay que hacer sangrar al lector”.
Sin embargo, el momento cumbre del libro está en la parte central, en el apartado Apetencias, integrada por tres cuentos. El primero, “Tras el rastro del orgullo”, cuenta cómo un profesor de literatura, hundido en la semipobreza, es contratado por un millonario para dar con los responsables del secuestro de su padre, mediante el análisis del lenguaje que usan los captores. El millonario le da una gran paga y le hace ver que su ayuda será vital. De ese modo, el profesor inventa cualquier clase de argumentos para no verse como un idiota.
“Papa Matías”, en cambio, narra la historia de Carmelita, quien se ve en la triste situación de meterse a trabajar como mesera en un tugurio, luego del despido de su padre. Carmelita es llevada y traída por el anciano en una bicicleta. En el tugurio conoce a un escritor de pacotilla quien comienza a escribir una historia muy similar a la de Carmelita. El final, un homenaje a la metaficción, es trepidante.
“Transmisión diferida” es tan exacto, que lo mismo puede ser una crónica o una noveleta. Dos jóvenes con ganas de comerse el mundo son contratados para narrar diferido el Super Bowl en una televisora local de Los Mochis. El viaje, las situaciones por las que atraviesan y la transmisión convergen al final de una historia que, de tan verosímil, nos hace pensar que acaso fue cierto. Lo cual no sería extraño.
Una característica a destacar de Ojos en la sombra es su atemporalidad. Todas sus historias pudimos disfrutarlas hace 10 años y podremos hacerlo en otros 10, sin que eso afecte su vigencia. Literatura sin fecha de caducidad, dijera por ahí.

* * *
 A continuación, una breve charla con Muñoz Vargas a propósito de Ojos en la sombra, la literatura y sus malquerencias.

Estos cuentos nunca antes vieron la luz en forma de libro, como menciona en sus apuntes finales. ¿Este volumen usted lo propuso o se lo propusieron?
Esa nota refiere que algunos de los cuentos de Ojos en la sombra aparecieron primero en revistas y libros colectivos. Luego los organicé en un solo racimo y en 2007 fueron publicadas por la Universidad Autónoma de Coahuila en su primera edición. Siete años después los propuse a la colección El Guardagujas y por suerte fueron dictaminados a favor, lo que abrió la puerta a una segunda edición que le ha dado una mayor presencia en el país.

¿Por qué este libro y no reeditar alguna de sus estupendas novelas?
A dos de mis tres novelas ya les está llegando la hora de la reedición, pero esto para mí todavía no es una prioridad. Ya llegará la oportunidad, aunque más bien he estado pensando en seguir con nuevos emprendimientos en este género más que en reediciones.

Noto demasiada similitud en las voces de los protagonistas con los personajes de Parábola del moribundo. ¿Acaso fueron escritos en la misma época?
Escribí Parábola del moribundo entre 1998 y 1999. Luego la dejé guardada durante diez años y apareció en 2010. Los cuentos de Ojos en la sombra (como los cuentos de Las manos del tahúr y Leyenda Morgan) los escribí entre 2000 y 2005, mi etapa más productiva en este género. En esos cinco años escribí pues cuatro o cinco libros de cuentos, dos de los cuales siguen inéditos. En efecto, es muy probable que todo este material se parezca en la prosa y en el tono y hasta en las temáticas, pues nacieron en un caldo de cultivo muy similar.

La caricaturización (aunque en sí, el oficio de escritor es una caricatura per se) del oficio literario no es un campo virgen, pero sí poco explorado. ¿A qué cree que se debe que la escritura mexicana satiriza todo, menos a si misma?
No es tan infrecuente la literatura con temas literarios. Para mí siempre ha sido atractivo escribir sobre la circunstancia de los escritores periféricos, casi invisibles, de la provincia. Pero no sólo sobre ellos, sino sobre todos los personajes con los que de alguna manera he convivido e incluso “he sido”, como poetas, maestros de literatura, funcionarios culturales, periodistas, editores, diseñadores gráficos y demás. Es un espacio que conozco bien y me parece siempre interesante porque combina varios rasgos propicios para ser convertidos en literatura: la soberbia, el afán de trascendencia, la envidia, la frustración, el celo profesional y, en muchos casos, la mediocridad y el genuino talento que se queda a medio camino. El mundo cultural en provincia, ese mundo lejano a los principales centros productores de cultura, crea siempre realidades picarescas, pequeñas e interesantes tragicomedias.

En su “Palabra final”, manifiesta su gusto por el “cuento clásico”, ¿a qué cree que se deba que ahora pululan los relatos, pero no los cuentos?
Siempre he sido respetuoso de lo que elige cada quien al escribir, del género, estilo, influencia y demás que cada escritor adopta para expresarse. Es decir, lo que yo he asumido es funcional a mis propósitos o gustos y jamás he querido imponerlo a otros. En el caso del cuento, creo que es un género que plantea de entrada una serie de reglas mínimas de juego y a partir de allí uno puede buscar rutas, caminos, brechas para la experimentación o la ruptura del molde. Creo, sin embargo, que ese molde es a veces tan desafiante que muchos cuentistas lo eluden y escriben cuentos que solo son cuentos por su brevedad, deshuesados o invertebrados, sostenidos solo en vagas andanzas de los personajes, en la vistosidad de la prosa y ajenos al armado de una estructura y a las malicias que en teoría son consustanciales al que llamo “cuento clásico”.

¿Qué opina sobre lo fácil que es publicar ahora, comparado, digamos con hace 20 años? ¿Eso ha sido positivo para la literatura?
Creo que desde hace muchos años no ha sido tan difícil publicar en México. Por supuesto que las puertas de las editoriales privadas no están abiertas para todos, pero en nuestro país hay muchas válvulas de escape en las instituciones públicas. Quizá en México no sea fácil para nadie publicar en Mondadori o Tusquets, pero con algo de talento, insistencia y suerte, e incluso sin ellos, cualquier escritor puede publicar en colecciones de universidades, municipios, estados o en dependencias culturales como el Conaculta o Tierra Adentro. Tengo una relación estrecha con la realidad editorial argentina, un país con gran y abundante literatura, y puedo asegurar que los espacios editoriales de allá son tan escasos que muchos escritores tienen que autofinanciar sus libros o publicarlos casi en modalidades artesanales. Sería impreciso no reconocer que publicar en México es relativamente fácil.

¿Usted se percibe como el escritor venerado que es? Debe saber que su obra ha influido a no pocos jóvenes. ¿Cómo calificaría Jaime Muñoz Vargas la obra de Jaime Muñoz Vargas?
Estas preguntas son de muy difícil o imposible respuesta. Si digo que sí he influido, sonaré soberbio. Si digo que no, sonaré falsamente modesto. Si digo que no sé, sonaré ignorante. Ahora bien, acá entre nos, me percibo como escritor bien conocido en la Comarca Lagunera, regularmente conocido en Durango y Coahuila, y pobremente conocido en México. Puede ser que algunos lectores/escritores vean con aprecio mi trabajo, pero de eso a influir hay mucha distancia. Mi autoestima, como la de cualquiera, se afirma cuando llega un elogio, una felicitación, pero eso no es frecuente. Lo bueno es que no escribo para cosechar piropos. Tampoco puedo decir que escribo porque escribir me hace feliz. Escribir no me hace feliz, siempre me produce incomodidad y hasta disgusto. Lo que sí me gusta es terminar de escribir, acabar un cuento, por ejemplo. Terminar de escribir me gusta mucho, lamentablemente para terminar de escribir primero tengo que atravesar la molestia de escribir.

miércoles, agosto 26, 2015

Virgilio Andrade Patiño

















Ayer me recomendaron un comentario de Brozo en YouTube. Lo vi. Entre una risa y otra, el payaso tenebroso dio rienda suelta a su malditez contra EPN en Foro TV, canal de Televisa, mientras en el de las “estrellas” no lo tocan el copete ni con el pétalo de un boletín. Es una vez más, como en el caso de Loret, esa bien calibrada esquizofrenia para mantener a flote la nave de la credibilidad periodística. Pero bueno, lo cierto es que el payaso (payaso más allá del disfraz) resumió con acierto el resultado de la investigación que la Secretaría de la Función Pública hizo sobre las casotas de Peña Nieto y Videgaray Caso.
Palabras más o menos, Brozo expresó que le sorprendía la sorpresa con la que fueron recibidas las palabras exculpatorias de Virgilio Andrade Patiño. Todos, dijo, sabíamos perfectamente que eso iba a resultar, pues es imposible que un subordinado (que sólo está allí para hacerse pato) le tire a las escopetas.
Absolutamente cierto: todos sabíamos con mil años de anticipación que el monigote encargado del asunto había sido puesto en el puesto para desarrollar una función disfuncional: no hacer nada y al final de esa difícil labor declarar inocente, impoluto, incorruptible al mandamás. En todo caso, pues, lo que asombra es que sepamos siempre para qué sirven aquí las promesas de progreso y transparencia y actuemos como si no lo supiéramos.
Virgilio Andrade Patiño hizo lo que podía hacer. Hombre del sistema (su familia, hasta el primo más lejano, está enchufada a cargos públicos de diferente rango), tenía un papel para representar en esta farsa y lo desahogó congruente, sin que se despeinara uno solo de sus románicos caireles. Eso lo sabía hasta el más despistado televidente. Así entonces, lo que quizá pueda indignarnos es la moraleja: ¿cuánto dinero se desvanece en una secretaría como la de la Función Pública? ¿Ha sido creada para simular como en el caso que nos ocupa o de veras sirve para algo, detecta algo, castiga algo? Si nos atenemos al resultado obtenido para saber si hubo conflicto de interés o no en la adquisición de la Casa Blanca, es claro que se trata de simulación pura, lo que nos lleva a concluir que la corrupción en México sólo puede ser atacada con más corrupción, tanta que hasta es necesario mantener una secretaría que funja como tapadera, que mantenga en pie el mito (ya sólo propicio para el pitorreo) de que nadie está por encima de la ley y todo delito será castigado, ajá, caiga quien caiga.

sábado, agosto 22, 2015

Tres ceros inolvidables










¿Cómo puede caer tanto la economía de un país sin cambios sustanciales en su sistema político? ¿Qué factor hace que el verdugo de una nación continúe sexenio tras sexenio en el poder y ejecutando inocentes? ¿Hay una especie de síndrome de Estocolmo en la ciudadanía pese al transexenal secuestro de su bienestar? La única respuesta que tengo otra vez me hace pensar en grupos mafiosos, en delincuencia organizada para seguir vapuleando al mexicano.
En la semana que corre, dos textos periodísticos llamaron mi atención. Uno es lagunero y otro nacional, y ambos bordean el mismo asunto, éste: el criminal boquete que se le ha abierto al poder adquisitivo de los mexicanos en al menos cuatro décadas de saqueo.
En su artículo “En caída libre” (Milenio Laguna), Sergio Antonio Corona Páez, maestro de la Ibero Torreón, señala que “La pauperización ha sido un proceso continuo para los mexicanos. Nos hemos acostumbrado a la pobreza, a la crisis, a los constantes aumentos en los precios de todo y a la continua devaluación del peso. La supresión de los tres ceros de nuestra moneda en 1993 equivale a la extirpación de la memoria colectiva, a la desaparición de recuerdos políticamente ‘incómodos’, puntos de referencia para calibrar la verdadera magnitud del desastre económico que se ha venido gestando en México desde los años setenta”.
Y en su columna Dinero de La Jornada, Enrique Galván Ochoa anota: “El gobierno de Peña Nieto acumula ya una devaluación de 31.78 por ciento. En diciembre de 2012 con 12.90 pesos se podía comprar un dólar en ventanilla bancaria, ahora se necesitan 17 pesos. En otras palabras, la moneda nacional ha perdido un poco más de la tercera parte de su valor. Un dato sombrío: a partir de la devaluación de 1976, los gobiernos priistas y panistas han sido responsables de pulverizar nuestra divisa. En el sexenio de Echeverría la cotización era de 12.50 por dólar. Aparentemente no hay una gran diferencia con los 17.00 de hoy. Sin embargo hay que recordar que en el sexenio de Salinas de Gortari le dieron una manita de gato que consistió en quitarle tres ceros, de otro modo hay serían necesarios 17 mil pesos para comprar un billete verde. ¡La depreciación es de más de 100 mil por ciento!”
Ojo, dije saqueo y no errores de gobierno o fallas en las políticas públicas, esto para no dejar sembrada alguna duda que haga pensar en buenas intenciones de quienes nos han gobernado. No han sido pifias, sino calculada depredación de mafiosos lo que nos tiene hoy arrodillados frente al precipicio.

miércoles, agosto 19, 2015

El género tuiterario de Gilberto Prado Galán



El sistema de blog brevísimo llamado Twitter acaba de cumplir cinco años de vida. En ese corto lapso ha logrado una clientela impresionante de suscriptores, lo que da una idea concreta, acabada, de los vientos que soplan actualmente en la comunicación. Todo debe ser rápido y breve, parece ser el mensaje al menos en el mundo de la tecnología. Lo que vino a producir internet es, sobre todo, un flujo irrefrenable y descomunal de contenidos, y esto ha condicionado una sintaxis atenta a la concisión, al achicamiento del discurso si el deseo del emisor es ser numerosamente decodificado. Aunque los admite, atrás quedaron los tabiques de texto a los que nos acostumbró el papel. La realidad ahora es, nos guste o no, rápida y escueta, además de simultánea.
Traigo a Twitter como ejemplo de todo esto porque tal sistema de comunicación resume como ningún otro un nuevo abordaje, aunque por suerte no el único todavía, de la escritura. Quien desee más y más datos sobre un tema específico, puede hallarlos con facilidad en la misma red, pero la transmisión de las líneas generales pasa hoy, forzosamente, por la brevedad. Es el caso de los grandes reportajes: están en internet, pero la forma que ahora tienen para llegar al público es primero breve y veloz, de fisonomía tuitera, apenas una línea que opera como anzuelo.
El reportaje, la novela, la crónica y otros géneros periodísticos y literarios de amplia matriz tienen esa obligación y esa dificultad, no así otros que ya de por sí eran breves o son creaturas diseñadas ex profeso para navegar en la red. El epigrama, el aforismo, el microrrelato, ya estaban allí antes de internet y se amoldaron con facilidad al nuevo dispositivo del mensaje cifrado en poco texto. Un caso igualmente paradigmático es el del palíndromo. Escrito desde hace muchísimo tiempo, halló en internet, y específicamente en el Twitter, un campo de acción ideal, perfecto casi para transitar con lujo de eficacia por la supercarretera. Si bien puede tener una extensión amplia, lo habitual es hallarlo en formato corto, razón por la que cabe de maravilla en el corsé de 140 caracteres permitido por el envase tuitero.
Así entonces, junto con su boom palindrómico de 2010, año en el que publicó tres libros sobre el tema, Gilberto Prado Galán encontró en el Twitter un plataforma ideal para los palíndromos de su feraz cuño, de suerte que ya es, creo, el máximo exponente mundial de algo que me atrevo a considerar, si me lo permiten, un novedoso género tuiterario.
En efecto, Gilberto Prado ha combinado con gran oportunidad su dominio del palíndromo con el del Blackberry y el del Twitter. Con esos tres ingredientes ha encontrado la fórmula para que las frases de ida y vuelta tengan más seguidores que los imaginados jamás por la palindrofilia mundial. Desde hace algunos meses, todos los días nos regala con una o dos o tres piezas de su infatigable producción, lo que ha creado en torno a su figura una especificidad claramente destacada entre los miles de usuarios avecindados en la urbe tuitera.
No sé si los palíndromos que cuelga en el Twitter son inéditos, si los acuña de botepronto o si ya han sido guardados en sus arcas bibliográficas. Es lo de menos, pues lo sé capaz de componer palíndromos en el aire y también lo sé generoso como compartidor de los que ya han sido publicados. Son tantos, y almacena tantos más en la imaginación, que si publicara uno diario necesitaría los años de Antonio Badú para poder convertir toda su producción en carne de tuiteo.
Más allá del debate sobre la pertinencia o la utilidad del juego (él ha preguntado para qué sirven un cuadro, una obra musical, una pirueta dancística), el caso es que se trata de un ejercicio cuya materia es humana, demasiado humana, es decir, la palabra, y ya con eso hay razón suficiente para tenerle aprecio, más todavía si aceptamos que al lado de la comunicación verbal común, siempre legible de izquierda a derecha, Gilberto y sus colegas nos convidan a celebrar el bello asombro de la lectura reversible.
Ese asombro terminó por estallar en 2010, año elegido por Gilberto para colocar su bandera en el Everest de la palindromía mundial. Publicó tres libros: A la gorda drógala, que contiene más bien acercamientos al espécimen; Sorberé cerebros, un muestrario que da cuenta de la fervorosa práctica del palíndromo entre los usuarios del castellano; y el libro que esta noche nos anima: Efímero lloré mi fe. Tuve ya la suerte de comentar los otros dos, y sobre este tercero se me acabaron los elogios. Ahora bien, no los necesita, ni los mías ni los de nadie, pues Efímero lloré mi fe se defiende solo, con su pura corpulencia, pues se trata de un ladrillo con 26,162 palíndromos que posibilita en cualquier receptor, al principio, un rictus de incredulidad, y luego de respeto cuando se advierte que se trata de un monstruo, el más grande monstruo concebido en español con bichos textuales que caminan de ida y vuelta.
Efímero lloré mi fe es un libro que por peculiaridad hace imposible todo resumen. La mejor manera de sintetizarlo, la única, dado que no se trata de una historia, es citando completas sus 484 páginas. No lo haré, claro. Sólo reitero que estamos ante la presencia de un campeón olímpico, de alguien que en un caso específico de la infinita actividad humana tiene récords o al menos se instala entre los mejor ranqueados del planeta.
Alguna vez escribí un artículo sobre los palíndromos y era Gilberto el móvil invisible de aquella reflexión; denominé al palíndromo “arte para servilletas”, ya que muchas veces vi a Prado Galán escribirlos sobre una servilleta en el café Los Globos. Hoy añado, pensando otra vez en Gilberto como modelo, que los palíndromos son un arte para Twitter, acaso el ideal entre todos los juegos con la palabra para un modo de comunicación que sólo admite 140 caracteres por envío. Tenemos Efímero lloré mi fe como gigantesca base para leer palíndromos de Gilberto Prado Galán, y tenemos ahora el Twitter como plataforma de despegue para muchas piezas más nacidas en su permanente fragua: @gilpg

Comarca Lagunera, 17, marzo y 2011

Nota: texto leído el jueves 17 de marzo de 2011 en el Teatro Nazas durante la presentación de Efímero lloré mi fe. Participamos Julio César Félix Lerma, Gilberto Prado Galán y yo.
 

sábado, agosto 15, 2015

Al ciudadano en la basura
















Por un encargo me clavé dos días en escuchar y leer a Alejandro Dolina. Sus entrevistas en radio y televisión, como lo he dicho desde que lo conocí, nunca tienen pierde y ofrecen la posibilidad de repensar lo común y lo corriente desde ángulos inhabituales. Esa capacidad para enfocar ideas de manera diferente y, claro, su elegante estilo oral son las virtudes que lo han convertido en un icono mediático argentino.
Al oír, digo, una de sus conversaciones televisivas espigó esta idea: “Por primera vez asistimos a un episodio en donde el poder político es uno y el poder económico es otro. (…) el poder económico está en un lugar y el poder político está en otro, y eso es la primera vez que ocurre en todos estos años”.
Dolina se refiere al hecho cierto de que la Argentina padeció durante décadas la pesada y estrecha vinculación entre poder político y poder económico. El menemismo, que fue en los noventa un equivalente igual de atroz para los argentinos como el salinismo para nosotros, es la prueba más reciente que se puede exhibir sobre la gravitación del poder económico en las decisiones propias, se supone, de la esfera política.
A partir de 2003, tras la inesperada llegada de Néstor Kirchner, la Argentina experimentó una serie de cambios que encaminó medidas dirigidas en sentido contrario a las prevalecientes en el modelo neoliberal. En el plano económico fue configurado un proyecto con carácter marcadamente nacionalista, una mejor distribución, la recuperación de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, digamos que su Pemex), de Aerolíneas Argentinas; además se dio la llamada Asignación Universal por Hijo y una mayor atención al asunto de las jubilaciones; sumado a lo anterior, se diseñó una nueva Ley de Medios y por fin fueron castigados los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura militar.
Lo anterior y mucho más erizó los pelos del poder económico que, gracias al instrumento de choque representado por los medios hegemónicos, no ha dejado un día de golpear al kirchnerismo incluso con tufos destituyentes.
La diferencia con respecto de México es impresionante por una razón: porque aquí, desde hace ya no sé cuántos años, el poder político es apenas una expresión, la cara visible, del poder económico que manda. Por eso vamos para atrás, es decir, eliminando conquistas laborales, mermando el salario mínimo, desmantelando el Seguro Social, vapuleando las pensiones, vendiendo nuestra industria petrolera, tirando, en suma, al ciudadano en la basura.

miércoles, agosto 12, 2015

En marcha hacia el carajo
















A ver, vayamos por partes, como dice el Pozolero: ¿qué de raro tendría que los gringos metieran mano negra en una reforma energética que a los primeros que beneficiaría sería a los mismos gringos? Nada. De hecho, es hasta natural que hagan eso, pues no hacerlo es lo que en efecto atenta contra sus intereses. El injerencismo yanqui jamás se ha detenido, ni se detendrá, por escrúpulos diplomáticos y otras yerbas. Aquí y en China, pues, están presentes y son los amos y señores del lobby arrasatorio.
Si lo hacen a miles de millas de distancia, en las islas del Pacífico, con mayor razón lo harían y de hecho lo hacen —desde que México es México— con México. La política exterior de la principal potencia del planeta tiene siempre una primera asignatura, y es nuestro país, así que nada tiene de raro lo que expresan los correos electrónicos desclasificados en EU sobre la reforma energética mexicana: que Hillary Clinton, ex secretaria de Estado norteamericana, y otros funcionarios también de EU ayudaron a formatear la entrega del principal patrimonio de los mexicanos a los postores que en el futuro haya.
Nada asombra entonces lo que debemos dar por hecho, es decir, la permanente intromisión del monstruo en asuntos teóricamente ajenos. Lo que asombra está en otra parte: que puestos en circulación pública los mensajes privados, los mails balconeadores, no haya en México más brotes de irritación que los previsibles, es decir, dos o tres maquinazos periodísticos que hacen énfasis en el crimen de leso patrimonio nacional sin que el ex abrupto llegue a mayores. Los grandes medios, claro, no harán eco de nada porque parte de su juego consiste en adecentar, sobre todo con silencio y minimización, el desprolijo modo de administrar lo que nos queda de soberanía.
El que sí salió al dudoso quite fue el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, quien calificó de invento de día de los inocentes una simple documentación desclasificada. En lugar de asumir el rol de vendepatrias que evidencia la papelería exhibida, el responsable de la secretaría dedicada a nuestros recursos energéticos saltó al ruedo sólo para declarar, con cuestionable orgullo, que la reforma es un producto totalmente mexicano. Si de verdad lo es y ahora está en duda, ¿por qué no desclasificar las minutas que dan cuenta de todos los considerandos y los actores inmiscuidos en la reforma? Como siempre, en México se aclara todo con mensajes nebulosos y con chistes. Mientras los ciudadanos no entendemos o reímos, todo sigue su marcha firme hacia el carajo. 

sábado, agosto 08, 2015

Llenar los vacíos















Ese tipo de verbos no me gusta, pero qué se le puede hacer; alguien los acuña y entran a la conversación o al periodismo sin que haya poder humano capaz de detenerlos. El más feo de todos fue el usado en una campaña de empadronamiento: “fotocredencializar”. Espantoso y por supuesto ya extinto. El que me detiene aquí es “ciudadanizar”, que es igualmente feo aunque trata de expresar algo digno: la suma y la participación de los ciudadanos en espacios antes sólo ocupados por los gobernantes y sus aparatos.
En países como los nuestros, con lastres atávicos, “estructurales”, dejar todo en manos del gobierno ya es inviable. La participación ciudadana es fundamental por varias razones: no sólo porque supone el planteo de demandas nacidas en el seno de la propia ciudadanía, sino porque las viabiliza y muchas veces las opera, esto en todas o casi todas las áreas de la vida comunitaria, como la cultural.
Pongo un ejemplo recién vivido. Ahora que estuve en Buenos Aires fui invitado a varios “ciclos” de literatura. Esa modalidad, llamada genéricamente así, “ciclo”, consiste en la organización de lecturas, presentaciones de libros y algo de música. Grupos de amigos arman cada mes una mesa. Los dos conductores dirigen y tienen invitados. Las sedes son cafés, bares, hoyos de la ciudad, espacios privados donde no faltan el trago y la cenita. Ese es el arreglo con los dueños de los establecimientos: el ciclo les acarrea clientes un viernes o un sábado de cada mes. Las convocatorias caminan por las redes sociales y los ciclos más acreditados ya casi ni las necesitan, sólo quizá el recordatorio.
Lo fundamental en este caso es que no son pocos ciclos y que todos son emprendimientos ciudadanos. Para mí es evidente que en materia de presupuesto para la cultura, México es una potencia, de ahí que acá no existan ciclos así como no es tan alto el número de autores que se autoeditan. En el caso de los ciclos que vi en Buenos Aires, es obvio que llenan una zona sin cobertura gubernamental.
Pero aquí y allá, los ciudadanos deben participar de alguna manera en el espacio público, cada uno según sus intereses o apetitos. Es el caso del ciclismo visible aquí, en La Laguna. No se trata sólo de una práctica deportiva y/o recreativa, sino de una respuesta ante el secuestro del espacio público debido al miedo provocado hace poco por la hiperviolencia. De una manera abierta, contundente, los ciudadanos hicieron su parte, se organizaron, salieron a la calle y allí siguen. Es una pequeña pero muy significativa victoria en una realidad atestada de males.

miércoles, agosto 05, 2015

A carpetazo veloz




















Hacer periodismo nunca es fácil, pero hacerlo en tiempos dominados por el hampa es doble o triplemente peliagudo. Si el periodismo sirve en lo esencial para informar, sucede a veces, no siempre, que la información incomoda cuando en su difusión conlleva una denuncia, cuando expone las mentiras, las ineptitudes o todo eso junto sobre algún poder. En sociedades acostumbradas a la crítica, el periodismo se maneja con soltura y señala sin esperar a cambio más que réplicas civilizadas. Si un personaje no está de acuerdo con una nota, manda una aclaración y su respuesta exhibe el infundio o encamina el debate hacia nuevos rumbos. Nadie teme, digamos, por su vida, y ejercer el periodismo no supone riesgos extremos.
En México jamás ha sido tersa la relación poder-prensa. De hecho, uno de nuestros más grandes lastres sociales es la complicada relación establecida por esos dos espacios, una relación más que simbiótica: al poder le interesa cooptar al periodismo para no recibir señalamientos, y al periodismo le interesa estar cerca del poder para sobrevivir y hasta crecer. Lo ideal sería que ambos polos estuvieran separados, distantes uno del otro, sin más punto de contacto que el establecido mediante la ciudadanía consumidora de mensajes: los mensajes de la comunicación en sí y los mensajes del bienestar experimentado gracias a las políticas públicas.
Si a la cercanía entre poder político y medios añadimos el ingrediente del hampa, el resultado es desastroso sobre todo para la sociedad y el periodismo crítico. A la primera le tocará formarse opiniones a partir de mensajes adulterados y al segundo le tocará un rol casi residual aunque no por ello exento de peligro, como lo acabamos de ver con el asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril y cuatro mujeres jóvenes en la Narvarte del DF.
En este contexto, nada más fácil que convertir un expediente de agresión mortal a un periodista en uno vinculado al crimen organizado. Así, con esta técnica, es prácticamente imposible articular un esquema de justicia, pues todos los hechos reciben el carpetazo veloz que los condena al olvido.
Entre otros muchos males, la delincuencia vino a ser funcional al poder político. Será quizá porque en muchos casos son lo mismo. Pare evitar dudas, hay que trazar en este desaguisado una línea de investigación exhaustiva hacia el gobierno de Veracruz, y que pague quien tenga que pagar.

martes, agosto 04, 2015

La penúltima jugada











Imposible olvidarla. El pase viene filtrado, en diagonal desde tres cuartos de cancha y un poco cargado a la izquierda. Lo envía Eduardo Gonçalez de Andrade, mejor conocido como Tostão, número 9 de la selección brasileña en el Mundial México 70. El balón pasa rápido entre dos defensas, a ras de suelo, y va dirigido al 10 de la casaca amarilla, es decir, a Pelé. El eje del ataque avanza hacia la pelota tanto como el portero rival, el uruguayo Ladislao Mazurkiewics. El esférico se aproxima al punto en el que Pelé y el arquero de apellido aparatoso quizá estallarán en un choque de esos que inevitablemente dejan lesionados. El brasileño, sin embargo, parece unos centímetros más cerca del balón y todo el mundo espera que corte la dirección del pase, eluda al portero y se encarrile solo a la portería. Pero tal jugada no ocurre, sino uno de esos pequeños y verdaderos milagros que el futbol produce muy de vez en cuando. El mundo fue testigo de, quizá, una de las más grandes muestras de genialidad del genio Arantes do Nascimento. En vez de proceder de acuerdo a la lógica (es decir, hacer contacto con la pelota antes de que el guardameta la despeje), Pelé se va de balde y deja pasar de largo, en sentido contrario, el balón, lo que deja solo, anulado, al cancerbero charrúa.
En este punto podría pensarse que Pelé no hubiera alcanzado el balón, pero la prueba irrefutable de que sí lo hubiera alcanzado pero que decidió no hacerlo para trabajar mejor una pantalla fue que de inmediato, tras anular al arquero, fue tras la pelota para disparar hacia las redes. Pelé sabía que su finta había funcionado, no que había sido un error del portero o una jugada accidental. Alcanzó el balón y ya con menos ángulo, pues dos defensores llegaron a cerrar la puerta, disparó al segundo palo. Lo que pasó fue casi trágico: acaso la mejor jugada del Mundial 70 no había sido coronada con el gol, sino con un disparo que casi lo fue, que casi lamió el poste y se escurrió por la línea de meta.
Reconstruyo la secuencia con el mayor detalle posible simplemente para que la leamos en cámara lenta, tal y como debe leerse una jugada de esa dimensión desconocida. También, para explicar que no es común la inmortalidad de las penúltimas jugadas, es decir, de las aproximaciones.
El futbol, lo repiten a diario aquí y allá, se gana con goles, es decir, con jugadas que concluyen con la pelota en las redes. En el juego de ida por la Copa Libertadores, casi al final del ríspido encuentro entre Tigres y River, Jürgen Damm quedó solo frente a Marcelo Barovero, guardamenta de los Millonarios. Todos sabemos qué pasó en aquella acción: en vez de tirar directo o bombeado (con vaselina, como dicen en España), o en vez de pasar en diagonal al compañero que cerraba por la izquierda, decidió por el corte: abrió a su derecha, logró eludir parcialmente al portero pero el balón quedó un poco largo. Hubo un instante en el que Damm tuvo una segunda oportunidad para disparar, pero una estirada extra de Barovero obligó al joven delantero a abrir más, tanto que su ángulo quedó totalmente cerrado y fue obligado, ahora sí, a buscar el pase. Lo que siguió fue un desastre: Damm trató de habilitar a su compañero pero la pelota fue rechazada por un defensor, y fin, Tigres no pudo anotar el valioso tanto que lo hubiera llevado al partido de vuelta con una mínima ventaja, pero ventaja al fin. Ahora, por más optimismo que se ponga en el futuro, se ve harto difícil que el equipo mexicano se alce con la Libertadores. Creo que River tiene en el juego definitivo la apuesta más importante de sus últimos veinte años, pues la Libertadores en sus vitrinas sería el paso más amplio hasta ahora para alejarse del bochorno que le propinó su caída de 2011 a la B. En otras palabras, River buscará ganar sí o sí.
Ahora bien, lo que pasó en el minuto 83 en el Volcán nos deja una conclusión. Cuando la jugada no termina en gol, cuando el posible anotador se extiende, se embrolla y no liquida, es muy difícil que la penúltima jugada quede con letras de oro en la historia. Más bien, la tendencia es a olvidar esas fallas, o a recordarlas sin alegría, con siempre renovada pesadumbre. El caso de la penúltima jugada de Pelé contra Mazurkiewics es la excepción; la recordaremos siempre por su grandeza y también porque no lastimó el resultado del equipo encabezado por Zagallo: Brasil ganó 3-1 a Uruguay y luego fue campeón.

Nota: Luego de postear, recibí este mail de mi amigo Pepe de la Torre; lo difundo con su permiso: "Esa 'penúltima jugada' solía platicármela mi papá como si estuviera instruyéndome sobre los clásicos, como una batalla entre tirios y troyanos. Recuerdo que en el barrio también se hablaba de ella, hasta se 'montaba un teatro' entre los que la explicaban; esto sucedía en la 'Costi' ('Constituyentes de 1917', García Carrillo, entre Corregidora y Aldama, en Torreón), allá por el ’85, con una pelota de hule que entre varios comprábamos en Chácharas y Juguetes y que ingenuamente llenábamos de agua y la dejábamos en el congelador varios días, que porque se hacía más pesada y dura al sacarle el hielo". Estos dos detalles son interesantes para mí: que la jugada de Pelé sirvió para dar clases de futbol y que en la "Consti" hacían más duros los balones de hule con un método contrario al de mi barrio: nosotros los hacíamos más duros y pesados mediante una suerte de reducción jíbara de cabezas; en la estufa colocábamos la pelota a cierta distancia y a fuego lento le bajábamos el tamaño siempre con el peligro de que quedara "huevuda". Era un arte que por cierto, no es por presumir, dominé.

sábado, agosto 01, 2015

Muy bien Hecho en Bs. As.




















Fabián Vique cruza comentarios de trabajo con el poeta Carlos Riouspeyrous y los escucho al sesgo, sin interrumpirlos. Estamos en el café (allá le llaman “bar”) El Federal ubicado en Perú y Carlos Calvo, en San Telmo. Comienza a anochecer y el frío se agranda poco a poco en el exterior. Junto a una racha helada entra un canillita (es decir, un repartidor de periódicos) y nos ofrece un pequeño tabloide. Fabián pausa su charla y compra un ejemplar. Pregunto de inmediato qué periódico es y Fabián responde: “Lo arma un colectivo”. No entiendo bien, pero saco veinte pesos y compro uno. Continúa la conversación de trabajo entre mi amigo editor y el poeta Riouspeyrous mientras hojeo con serena curiosidad mi ejemplar de Hecho en Bs. As.
Poco después de volver las primeras páginas advierto lo interesante del producto. Impreso a color en papel austero, Hecho en Bs. As. tiene muchas peculiaridades. Me dicen que la idea original es inglesa, pero yo sólo conozco de momento el ejemplar que compré en San Telmo. Afortunadamente, es un número de aniversario. Se trata del ejemplar 180 correspondiente a julio de 2015. Con él, Hecho en Bs. As. cumplió quince años de circulación en las calles de la Capital Federal argentina.
No es poco mérito si nos asomamos a las características de esta publicación. Confieso desde ahora que me deslumbró, y que quizá esos veinte modestos pesos fueron los mejor gastados en mi reciente viaje. Para empezar, y a propósito de precios en tapa, en efecto cuesta veinte pesos, pero abajó luce un cintillo aclaratorio: “$13,00 del precio de tapa es para el vendedor”. O sea, esta publicación, sin renunciar a la calidad de los contenidos, es un emprendimiento social para apoyar a hombres y mujeres en situación de calle. Hay, claro, mecanismos para que esto funcione y no derive en otra cosa. Por ejemplo, los vendedores están identificados y cada ejemplar luce sellado con un número que corresponde al de la identificación. Además, cada uno de los vendedores sólo se moviliza en un área específica de la ciudad. Esos y otros candados evitan que el proyecto se desvirtúe y termine siendo el negocio de un grupúsculo o un pretexto oblicuo para fomentar la mendicidad.
Hecho en Bs. As. garantiza su reproducción con los siete pesos de cada ejemplar vendido y, como ya dije, atiende bien, con total seriedad, la calidad de sus contenidos. Es un pequeño puñado de papel, pero me sorprendió su creatividad en todos los sentidos. Por eso insisto: fueron veinte pesos “gastados” con enorme gusto.