miércoles, febrero 27, 2019

Nueve rostros de la violencia
























Este miércoles a las 7:00 pm será presentado Rostros de la agresión. Aproximaciones a la diversidad de la violencia, libro colectivo publicado a finales de 2018 por la Ibero Torreón. Los comentarios correrán a cargo de la maestra Eiko Gavaldón, la doctora Laura Orellana y quien esto escribe, y la sede será la Galería de Arte Moderno del Teatro Martínez, Galeana esquina con Matamoros, en Torreón. La entrada será libre.
En su presentación señala que la violencia es un fenómeno heterogéneo, multiforme y ubicuo. Allí donde menos la esperamos se manifiesta y ataca, punza y lastima sobre todo a quienes menos escudos tienen para defenderse, como los niños, las mujeres y los ancianos, aunque en los hechos no es privativa de nadie: todos podemos ser víctimas y victimarios incluso al mismo tiempo, como es el caso del trabajador resentido que hace pagar a su familia las humillaciones que recibe en el espacio laboral.
Reflexionar sobre la violencia es pues tan importante como acotarla y mitigarla, y acaso aspirar al ideal inalcanzable de desterrarla por completo al menos en aquellos ámbitos en los que se manifiesta con mayor brutalidad, como ocurre en los cinturones azotados por la pobreza extrema o en el inframundo del narcotráfico. Pero insistamos: la violencia asume infinitas caras y se cuela por cualquier resquicio de la vida, de suerte que no debemos pasar por alto el permanente análisis de sus motivaciones, sus estragos y su posible erradicación.
En Rostros de la agresión. Aproximaciones a la diversidad de la violencia se han conjuntado nueve calas a este fenómeno desde el mismo número de ángulos. Roberto Giacomán Gidi, Claudia Guerrero Sepúlveda, María del Socorro Hernández Manzano, Jaime Muñoz Vargas, Laura Elena Parra López, María Guadalupe Puente Muruato, Claudia Rivera Marín, Andrés Rosales Valdés y Zaide Seáñez Martínez, cada uno desde el espacio de su saber, emprenden ensayos cuyo propósito conjunto es enfatizar la certeza de que la violencia está, con mayor o menor visibilidad, según sea el caso, enraizada en todos los pliegues de la realidad, incluso allí donde menos se le supone actuante y lesiva.
Así entonces, los abordajes que vienen a continuación discurren por el acoso en el espacio universitario, la subvaloración del trabajo comúnmente llamado doméstico, la violencia sutil contra la mujer en el campo laboral, la evolución de la crueldad en las microhistorias del corrido mexicano, el suicidio como falsa y terrible escapatoria, la agresión implícita en la falta de oportunidades para los jóvenes, el dolor propiciado por ambientes laborales tóxicos, la responsabilidad social de las empresas en términos de justicia social y las posibilidades del trabajo como garante de mejoría para los jóvenes en desventaja; estos son los nueve campos de reflexión que recorren las páginas venideras.
Rostros de la agresión es producto del Taller de periodismo de opinión de la Universidad Iberoamericana Torreón. Agradecemos el apoyo de la Dirección General Educativa, del Centro de Difusión Cultural y del Centro de Investigación Institucional, a cargo de José Francisco Méndez Alcázar, Rosa Márquez García y Laura Orellana Trinidad, respectivamente, por el apoyo brindado en 2018 a los trabajos del taller.

martes, febrero 26, 2019

Un paseo por el monstruo




















Un paseo por el monstruo

Aitana Muñoz

Sabemos que existen, que viven entre nosotros y que nos acechan, ¿pero cómo identificar a los monstruos pentápodos? La respuesta es que a simple vista son irreconocibles. Extrañas criaturas con figura humana disfrazadas de sujeto promedio, estos monstruos están preparados para robar cualquier esperanza y deseo de vida a su víctima, en especial porque no saben jugar limpio, no conocen de reglas y mucho menos aceptan el meterse con alguien de su tamaño (o edad) porque eso significaría renunciar a sus deseos más profundos, a sus fantasías más prohibidas y sus instintos más primitivos.
Por otra parte, estamos los morbosos. Los que leemos sus historias y les damos infinitas vueltas en la cabeza. Surge la irremediable pregunta: ¿nacen o se hacen? Nos encanta ser perturbados por este tipo de fenómenos, nos asquea y nos disgusta pero no podemos dejar de mirar. Pues bien, el caso de El monstruo pentápodo (Liliana Blum, Tusquets, México, 2016, 237 pp.) no es la excepción. Con una narración alucinante la autora nos transporta sin dificultad a una humilde escuela de natación con montones de niños en traje de baño corriendo alegres; después, pasea al lector por las calles, parques y restaurantes duranguenses donde, una vez más, abundan los niños, y de ahí, a un sótano frío y oscuro en el cual la población se reduce a un pequeño individuo.
Además de la atmósfera elaborada con sumo cuidado por la autora, en esta novela encontramos personajes exquisitamente descritos, creados con preciso detalle y tan reales como cualquiera de nuestros conocidos. En primer lugar nos presenta, como es de esperarse, al monstruo. Dicho sujeto de mediana edad, ciudadano ejemplar, distinguido en la sociedad, con un único placer culposo del que no piensa privarse, es Raymundo Betancourt. Es tanto su deseo por una pequeña niña que, con una meticulosidad asombrosa, comienza a elaborar un plan de ataque del cual nos obliga a ser cómplices. Con pequeños fragmentos de su pasado, su contexto familiar y el desarrollo de su obsesión por las niñas, empezamos a comprender (sin dejar de aborrecer) a este personaje. Terminamos conociendo todos sus gustos, tanto los superficiales como los prohibidos, conocemos su forma de pensar, de hablar y de caminar, al igual que cada metro cuadrado de su casa: la entrada, la cocina, el cuarto, el baño, el sótano. Después, Blum nos deleita con el segundo personaje pilar de esta historia: Aimeé, una mujer que cumple con todos los requisitos necesarios para ser parte de la vida de Raymundo, o al menos eso creía ella, y con ella, los lectores. Primero, debido a su condición, cumple con la complexión necesaria para satisfacer parcialmente las fantasías del gran monstruo pentápodo. Segundo, no existe entre ellos una diferencia de edad alarmante para la sociedad por lo que, en ese aspecto, ambos están tranquilos. Y por último, Aimeé cuenta con un grave déficit de autoestima que facilita a Raymundo manipularla y moldearla a su gusto.
Ambos personajes terminan más relacionados de lo que su estabilidad mental podría soportar. Desafían su propio razonamiento lógico y moral, y rompen con cualquier vestigio de cordura que habitaba en ellos. Son estos factores los que mantienen corriendo la espeluznante narración y logran corroer la paz del lector.
El monstruo pentápodo es una novela que no puede dejarse inconclusa, página tras página retuerce cada fibra de nuestra sensibilidad y cuando uno cree que no puede estar más perturbado, únicamente es cuestión de seguir leyendo. Probablemente no es la historia que esperamos contar con ansias a los familiares y amigos, sino un relato privado, secreto y oscuro, tan macabro que convierte al lector en el segundo habitante del sótano de Raymundo Betancourt.
Por sus personajes dignos de un análisis psicológico profundo, una imaginación excepcional que cumple su objetivo en cada párrafo, una trama original ambientada en un contexto social actual, recomiendo ampliamente su lectura, si se atreven.


sábado, febrero 23, 2019

Un libro menos común*
























La Laguna tiene el extraño buen hábito de producir escritores casi de la nada. Digo esto con una mezcla de orgullo y desazón, pues lo ideal sería que la literatura —y en general cualquier disciplina artística— contara con entornos más propicios para su perfeccionamiento. No es el caso de nuestra región, lugar en el que no abundan las escuelas ni los talleres culturales, aunque en descargo es justo asegurar que en las últimas tres décadas se han dado pasos importantes para que, como sucede con la música, la plástica o la danza contemporánea, nuestra tierra muestre ya un notable avance en términos de infraestructura tras el remozamiento de los teatros Martínez, Nazas y Mayrán, la creación de los museos Arocena y de los Metales y el Cinart, y el asentamiento de la Casa del Artista junto con otros emprendimientos igualmente valiosos. Pero, como digo, no es suficiente, ya que la región sigue creciendo en lo industrial y comercial sin que este desarrollo vaya acompañado de más y mejores espacios para apoyar la enseñanza para los jóvenes artistas.
Nuestra literatura, como ya lo insinué, ha caminado gracias al apoyo de algunas instituciones, es cierto, pero también merced a iniciativas propias y grupales independientes. Muchos escritores quizá proceden así porque la literatura tiene un amplio costado autoformativo, de suerte que es en los libros y la lectura en soledad donde estos creadores afinan mejor sus talentos para luego dar frutos. Es el caso, precisamente, del colectivo que impulsa la publicación de Un lugar menos común, asamblea de escritores que más allá de la institucionalidad ha decidido organizarse para articular un libro con poesía y narrativa de reciente hechura. Paola Astorga, Antonio Cravioto Batarse, Claudia Soto, Isabella Ibarra, Jorge Robles, Orlando Gómez Vázquez, Chacón Pascual, Alfredo Castro Muñoz, Alejandra Madero García, Leonardo Crespo Zárate y Gerardo Pineda Arciniega son voces relativamente nuevas en el contexto de la literatura regional, pero eso no significa que cada uno por su cuenta no haya empeñado muchas horas a su formación y tenga ya cuartillas dignas de aprecio.
Como sucede en todos los libros colectivos, el lector sabrá identificar las luces que le atraigan más o menos en este caleidoscopio de voces. Lo fundamental es tener el conjunto a la vista y confirmar que La Laguna, con o sin editoriales, con o sin escuela de Letras, con o sin apoyos, sigue siendo sementera fértil para el impulso de escribir.
Celebro por todo que tengamos este libro en nuestras manos; gracias a él se amplía la nómina de laguneros dedicados al oficio silencioso y enaltecedor de la palabra.

Comarca Lagunera, 29 de octubre de 2018

*Prólogo del libro Un lugar menos común cuya precentación se celebró en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, Torreón, el 21 de febrero de 2019.

miércoles, febrero 20, 2019

Also sprach Claas Relotius















Una noticia que esta semana hizo boom mundial se relaciona con el alemán Claas Relotius, periodista estrella de Der Spiegel, la más importante revista de todo Deutschland y una de las más importantes de Europa. Según los diarios, el tal Relotius tenía tiempo dedicado a la redacción de reportajes verdaderamente impactantes, llenos de crudas revelaciones, informantes casi inaccesibles y prosa de alta gama, pero ficticios en su totalidad o parcialmente. Antes de ser crucificado, Relotius, joven de 33 escasos años, ganó con sus trabajos un montón de premios que lo encumbraron a la cúspide del oficio. Nadie, pues, podía sospechar nada de este rock star del reporteo.
El hecho que terminó por desenmascararlo tuvo que ver con la casualidad. Juan Moreno —nombre sin glamour— es un periodista freelance del Der Spiegel. Español radicado desde hace muchos años en Alemania, recibió una orden para trabajar cierta investigación a cuatro manos con Relotius, lo que no le agradó tanto pese a las altas credenciales de su coequipero. Poco antes había notado algo raro en los textos del Relotius. Pero en fin, acató la orden. Cuando recibió el primer borrador de su compañero, quiso comprobar información, pero en la redacción no lo atendieron:Después, Relotius le envió un nuevo borrador en el que aparecía una escena final nueva, en la que un miliciano disparaba contra algo que se movía, insinuando que era un migrante. Ese pasaje no aparecía en la primera versión. ‘Es imposible que un buen periodista presencie una escena semejante y no la incluya desde el primer momento’, pensó” (El País). A partir de allí indagó, cruzó información, hizo preguntas y poco a poco dio con la verdad: Relotius era un farsante, un inventor de fabulaciones que de contrabando hacía pasar por periodismo.
Cuando la careta del reportero estrella se vino a tierra, la noticia cundió por todo el mundo y Der Spiegel tuvo que publicar un número casi exclusivo al mea culpa. El caso del impostor inverosímil —que por supuesto, como todo ahora, quedará para la anécdota— dio pábulo al debate sobre las llamadas fake news. Para mí comprueba que pese a la superabundancia de medios y redes, o quizá precisamente por ello, las mentiras pueden circular con o sin el aval de los medios. Para comprobarlo basta ver que also sprach Claas Relotius, con puras malditas mentiras.

sábado, febrero 16, 2019

La insistencia de Leo Dan


















Siempre que dos viejos se reúnen, en algún momento hablan sobre la comunicación actual y la comparan con lo que no hace muchos años tenían a la mano para enviar mensajes. Por “viejos” abrazo —dada la velocidad con la que se nos vino encima el desarrollo de las nuevas tecnologías, principalmente de internet— a todos los que ya atravesaron, atravesamos, la frontera de los cuarenta años.
En alguna reunión de hace tiempo crucé, entre otros muchos sabrosos comentarios, uno sobre este tema con mis amigos Chava Perales, Heriberto Ramos, Chuy Haro y Édgar Salinas. Les cité una canción de Leo Dan que hoy es, creo, incomprensible para los muchachos. Es “Extraños”, aquella en la que el protagonista dice que le llama a su chica sin obtener resultados positivos.

Cómo poder saber si te amo
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo
si además cuando te llamo,
me contestan que no estás. 

Esa es ahora una situación casi impensable. Con los celulares y todo lo demás, nadie llamaría sistemática, infructuosamente a su amorcito para encontrar del otro lado de la línea la voz cortante de la madre, el padre, el hermano o la tía solterona que con mayor razón se convertirá en dique contra la insistencia del pobre enamorado.
No existe la nota al pie de canción, así que podemos atrevernos a modificar, en una sola grafía —una “s” por una “n”—, la letra del cantautor santiagueño para que no parezca anómala a las nuevas generaciones. Mi propuesta es la siguiente, aunque es inevitable atropellar la lógica:

Cómo poder saber si te amo
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo 
si además cuando te llamo,
me contestas que no estás.

La comunicación amorosa es ya absolutamente distinta a la de antaño, y por “antaño” me ubico apenas quince o veinte años atrás. Así, las cartas de enamorados, los desencuentros motivados por imprevistos, la falta de evidencias sobre infidelidades, todo ha sido anulado o trastrocado por Whatsapp y otros medios afines. Ahora ya no se dará aquella escena heroica de nuestra adolescencia: uno cuchicheando con la novia en el único teléfono de la casa, en la sala y con toda la familia frente a la tele, con un oído al gato y otro al garabato.

miércoles, febrero 13, 2019

Abundancia de libros
















Por leer sigo entendiendo algo distinto a leer aquí y allá, con prisa, fragmentos ocurrentes lo mismo de Twitter que de Facebook, de Instagram o de Whatsapp. Más allá de que en esencia es el mismo acto, es decir, deslizar la mirada encima de palabras para construir sentido, leer, lo que se dice leer, es un acto aún relacionado estrechamente con la concentración y con el libro o sus adláteres: las revistas y los periódicos. Ahora bien, el debate sobre los nuevos tipos de lectura da sólo por hecho una certeza: ya no leemos igual que hace apenas quince o veinte años, pero yo tengo para mí esta corazonada: la gente que se contenta con leer los aludidos fragmentitos es, en promedio, la misma que antes no leía nada o casi nada, y la gente que sigue teniendo el apetito de la lectura un tanto más profunda es, también en promedio, la misma que antes tenía avidez por las publicaciones de papel.
Así pues, el acceso al libro debe seguir siendo facilitado en la medida de lo posible en todas las instancias que participan en la cadena de distribución: editoriales, librerías, escuelas, padres de familia y, por supuesto, el Estado. No es pues mala idea tratar de, en los casos viables (libros clásicos, por ejemplo), bajar el precio de los libros, de suerte que más ejemplares lleguen a más usuarios al precio más reducido posible. Esto no garantiza el incremento del número de lectores, pero amplía el abanico de títulos disponibles a los lectores predispuestos.
Señalar como aberrante la política actual de buscar precios accesibles para ciertos libros es, al menos, excesiva. Muchos lectores —yo entre ellos— podrán recordar lo ventajoso que fue tener al alcance de unos cuantos pesos algunas colecciones que sin duda ramificaron nuestros intereses hacia autores, géneros y temáticas que de otra manera, con libros caros, hubiéramos tardado en ubicar. Por ejemplo, toda la serie SEP Setentas que en esa década puso decenas de excelente libros en circulación a precios de risa, o la de Lecturas Mexicanas que en los ochenta concilió el trabajo de la SEP y varias editoriales comerciales para poner en la calle más de 300 clásicos mexicanos.
La abundancia de libros accesibles quizá no incremente el número de lectores, pero sí afianza los que ya hay. Bienvenidos sean, por ello, los bajos precios para este producto.

sábado, febrero 09, 2019

Alí sobre (no bajo) el ring
















A los diez años, o muy poco antes, me interesé en el boxeo. Ya he escrito que ese gusto nació por acompañar a mi padre en las funciones sabatinas transmitidas por televisión desde la Arena Coliseo, el “embudo coliseíno”, como le decían Jorge Alarcón y Antonio Andere, para mí la dupla más destacada de relatores boxísticos que en el mundo ha habido. Durante años y años vi box los sábados por la noche, aquel box en el que se sentía aún la impronta del barrio, el aroma a verdadero sacrificio para llegar al estrellato. Cada dos o tres meses, además, había alguna función internacional y no la omitíamos. En vivo vi, por citar algunos nombres, a (el último Púas) Olivares, Nápoles, Zárate, Zamora, Pintor, Sal Sánchez, Pipino, Limón, Villasana, Zaragoza, Canto, Ursúa y muchos otros hasta que el “pago por evento” arruinó todo. Durante la mejor época de Chávez, como sabemos, el gángster Don King ya administraba de otro modo la difusión del boxeo, así que perdí algo de interés.
Las funciones sabatinas de la Coliseo cesaron en algún momento, no recuerdo cuándo exactamente, y con eso se fue una etapa importante de mi afición al box. Por aquellas épocas también —hablo del paso de los setenta a los ochenta— vi peleas internacionales de tronido, muchas de ellas con la participación de mexicanos. Inolvidables fueron las de Pipino (contra Hearns) y Salvador Sánchez (contra Wilfredo Gómez), ambos de gran arrastre. Vi también, claro, funciones que no involucraban a compatriotas, como las de Hearns-Leonard, Argüello-Pryor o Leonard-Durán, aquel vergonzoso pleito en el que Manos de Piedra prácticamente dio la espalda, se rajó ante el velocísimo wélter norteamericano.
Entre las peleas internacionales que no olvido están las de Muhammad Alí, incluida la fársica contra el luchador nipón Antonio Inoki. Lamentablemente sólo lo vi en vivo en su decadencia, con algunas lonjas, sin la rapidez de puños, sin los quiebres de cintura ni la soltura de piernas que lo hicieron el mejor (“el más grande”) apenas cinco años atrás. Recuerdo, por ejemplo, sus pleitos en el amanecer de los ochenta contra Holmes y Berbick. En ambos se veía ya pesado, lento, sin fuerza en la pegada. Conservaba, eso sí, la pasmosa técnica de eludir mandobles con movimientos de cintura hacia atrás, sobre todo cuando podía recargarse en las cuerdas. Aunque recibó demasiados golpes, no lo humillaron al grado de noquearlo y dejarlo inconsciente, pero era claro que su mejor época ya se había ido. Ese fue el Alí que vi en vivo.
Mucho antes de que Youtube tuviera todo, en repeticiones de la misma tele pude gozar de los mejores momentos impresos por Alí en la historia del boxeo. Dos peleas hubiera querido ver en vivo. La primera, aquella contra Óscar Bonavena en la que Ringo le pegó un susto al inicio del combate (el argentino, por cierto, fue uno de los pocos que, creo, le ganó a la hora de las burlas para calentar publicitariamente la pelea); la segunda, obvio, la más importante y acaso una de las mejores de todos los tiempos: la que ganó frente a George Foreman en Kinsasa.
Mucho, muchísimo se ha destacado ahora su flanco de figura pública, su rostro (por decirlo así, muy laxamente) político. No soy de tomar en serio esas mezclas entre lo deportivo y lo otro, y es por eso mismo que puedo gozar a Maradona sin necesidad de subrayar sus opiniones (así como disfruto a Borges sin hacer demasiado caso a las ocurrencias que de manera intencional o forzada por la prensa hizo sobre la democracia, el periodismo, las dictaduras y etcétera).
Muhammad Alí, o Cassius Clay, como queramos, fue un gran, un inmenso boxeador, quizá el más técnico y contundente (a la vez) que haya pisado un cuadrilátero hasta ahora. Pedirle más atributos me parece excesivo, pasto fácil para una interminable e innecesaria polémica.

miércoles, febrero 06, 2019

Espíritu de las áreas verdes














En el debate público sobre las necesidades de una ciudad poco se enfatiza el valor de las áreas verdes como aglutinante social. Mientras los candidatos andan en campaña, prometen lo que ya sabemos: honradez, buena administración de los recursos, drenaje, alumbrado, atracción de inversiones que generen empleo, seguridad, apoyo al deporte y la cultura y así, una batería más o menos estándar de ofrecimientos que son el pan de cada campaña. En los discursos aparece la necesidad de las áreas verdes, ciertamente, pero siempre de manera algo tangencial, casi como nota al pie de página, sólo por no dejar.
Las áreas verdes son el equivalente a un jardín en la casa, un espacio para el reposo y la contemplación, para el solaz de la lectura y la sensación de bienestar en soledad o en compañía. Si todo fuera concreto y pavimento, como hoy muchas ciudades lo son, la sensibilidad del ser humano no tendría margen para el descanso de su mirada en medio del estrés que producen los problemas cotidianos. Una plaza, un parque, un bosque y a veces hasta un andador bien provisto de plantas hacen la diferencia entre una ciudad hostil, amenazante, y otra grata a los sentidos, amable con el espíritu del ciudadano local y del foráneo que la visita.
En el entorno que me queda cerca, el de Torreón en su zona céntrica y su segundo cuadro, hay pocos espacios verdes. La plaza de armas, la alameda, el bosque y un poco más al nororiente la plaza Madero, son los tres únicos puntos cuyas características son equiparables a lo que denominamos áreas verdes. La Plaza Mayor, por más que en un extremo tenga las jardineras colindantes con la avenida Morelos, es lo menos parecido a un área verde, pues se trata de una plancha de concreto que por otro lado es viable para lo que fue construida: un espacio adecuado para organizar actividades cívicas y presentaciones (sobre todo musicales) masivas.
La carencia de áreas verdes se puede cuantificar de inmediato, casi a simple vista. Por ejemplo, todo el bulevar Independencia, desde la Múzquiz hasta la Plaza Galerías, no las tiene, ninguna. Todo lo que hay son edificios, comercios, plazas comerciales, concesionarias de automóviles, gasolineras... Ni siquiera hay allí una florería, algo que se relacione —así sea oblicuamente— con la naturaleza.
En este aspecto, la política pública de un ayuntamiento no sólo debe consistir en el remozamiento de lo que ya hay. Eso está muy bien, pero debe ser acompañado por un esfuerzo permanente para pellizcar terreno al cemento, para ganar cancha a la “civilización” que suponen los negocios. Porque sembrar árboles es ciertamente un emprendimiento relacionado con la salud pública en sentido físico, pero no sólo eso: el espíritu del hombre también se beneficia cuando camina, cuando ve, cuando huele espacios verdes, aireados, propicios para el encuentro y la conversación libres del ajetreo habitual en calles y oficinas.

sábado, febrero 02, 2019

Desafío de estacionarse











La disputa por los espacios para estacionarse roza ya cotas chilangas en el primer y segundo cuadros de Torreón. Quienes vivimos por alguno de los rumbos que cubren, más o menos, de la Madero a la Múzquiz (oriente a poniente) y del bulevar Revolución al Independencia (sur a norte), sabemos perfectamente de lo que estoy hablando. Ahora bien, si uno va por ese cuadro sólo con la idea de hacer un trámite o comprar algo, es imperativo reaprender a caminar, pues jamás hallará cancha disponible al lado del negocio o la oficina que busca. Yo, experto como pocos en el difícil arte de andar a pie, no batallo o batallo menos: siempre salgo de casa alegremente resignado a estacionarme a cinco o seis cuadras del lugar al que voy. No falla: para cualquier conductor siempre habrá un lugar a medio kilómetro del sitio anhelado.
Mi amigo Beto Ruiz, periodista deportivo, tuvo un tiempo “Me estaciono como pendejo”, un muy gustado tag en sus redes sociales. Allí subía fotos y más fotos de vehículos estacionados con las patas en el ámbito de nuestra región. No escaseaban entonces las imágenes de autos estacionados, ¿cómo decirlo?, “en batería”, pero tan inclinados que tenían la asombrosa capacidad de ocupar casi tres lugares de un jalón: el del padre, el del hijo y el del espíritu santo; o de coches estacionados con la inclinación correcta, pero no metidos en su cajón, sino con la raya amarilla en medio. Esos eran los casos extremos, pero había muchas variantes.
El experimento sirvió sobre todo como detector de conductores con pericia nata para fastidiar al prójimo, tipos y tipas dignos de mentada de madre o, al menos, de Manual de Carreño, lo que es peor. Pero aun estacionando bien las naves, la falta de espacio es mayúscula. Hay calles y avenidas, por ejemplo la Matamoros en el cruce con Degollado, asfixiantes a cierta hora de la tarde y de la noche. Allí y en muchos sitios como ese se ha puesto de moda, incluso, trepar coches a las banquetas, encaramarlos como si poco a poco fueran a devorar las casas, las manzanas enteras. En tales lugares el transeúnte ya no importa. Quien camina debe sortear por fuerza laberintos sin mayor señalética que un franelero o cubetas de pintura vinílica, ese sofisticado invento necesario para apartar espacios.
Así está el centro de Torreón, y las ciclovías y el respeto al peatón siguen brillando por su etcétera.