La disputa por los espacios para estacionarse roza ya cotas
chilangas en el primer y segundo cuadros de Torreón. Quienes vivimos por alguno
de los rumbos que cubren, más o menos, de la Madero a la Múzquiz (oriente a poniente)
y del bulevar Revolución al Independencia (sur a norte), sabemos perfectamente
de lo que estoy hablando. Ahora bien, si uno va por ese cuadro sólo con la idea
de hacer un trámite o comprar algo, es imperativo reaprender a caminar, pues
jamás hallará cancha disponible al lado del negocio o la oficina que busca. Yo,
experto como pocos en el difícil arte de andar a pie, no batallo o batallo
menos: siempre salgo de casa alegremente resignado a estacionarme a cinco o
seis cuadras del lugar al que voy. No falla: para cualquier conductor siempre
habrá un lugar a medio kilómetro del sitio anhelado.
Mi amigo Beto Ruiz, periodista deportivo, tuvo un tiempo “Me
estaciono como pendejo”, un muy gustado tag
en sus redes sociales. Allí subía fotos y más fotos de vehículos estacionados
con las patas en el ámbito de nuestra región. No escaseaban entonces las
imágenes de autos estacionados, ¿cómo decirlo?, “en batería”, pero tan
inclinados que tenían la asombrosa capacidad de ocupar casi tres lugares de un
jalón: el del padre, el del hijo y el del espíritu santo; o de coches
estacionados con la inclinación correcta, pero no metidos en su cajón, sino con
la raya amarilla en medio. Esos eran los casos extremos, pero había muchas
variantes.
El experimento sirvió sobre todo como detector de conductores
con pericia nata para fastidiar al prójimo, tipos y tipas dignos de mentada de
madre o, al menos, de Manual de
Carreño, lo que es peor. Pero aun estacionando bien las naves, la falta de espacio
es mayúscula. Hay calles y avenidas, por ejemplo la Matamoros en el cruce con
Degollado, asfixiantes a cierta hora de la tarde y de la noche. Allí y en
muchos sitios como ese se ha puesto de moda, incluso, trepar coches a las
banquetas, encaramarlos como si poco a poco fueran a devorar las casas, las
manzanas enteras. En tales lugares el transeúnte ya no importa. Quien camina
debe sortear por fuerza laberintos sin mayor señalética que un franelero o
cubetas de pintura vinílica, ese sofisticado invento necesario para apartar
espacios.
Así está el centro de Torreón, y las ciclovías y el respeto
al peatón siguen brillando por su etcétera.