sábado, febrero 02, 2019

Desafío de estacionarse











La disputa por los espacios para estacionarse roza ya cotas chilangas en el primer y segundo cuadros de Torreón. Quienes vivimos por alguno de los rumbos que cubren, más o menos, de la Madero a la Múzquiz (oriente a poniente) y del bulevar Revolución al Independencia (sur a norte), sabemos perfectamente de lo que estoy hablando. Ahora bien, si uno va por ese cuadro sólo con la idea de hacer un trámite o comprar algo, es imperativo reaprender a caminar, pues jamás hallará cancha disponible al lado del negocio o la oficina que busca. Yo, experto como pocos en el difícil arte de andar a pie, no batallo o batallo menos: siempre salgo de casa alegremente resignado a estacionarme a cinco o seis cuadras del lugar al que voy. No falla: para cualquier conductor siempre habrá un lugar a medio kilómetro del sitio anhelado.
Mi amigo Beto Ruiz, periodista deportivo, tuvo un tiempo “Me estaciono como pendejo”, un muy gustado tag en sus redes sociales. Allí subía fotos y más fotos de vehículos estacionados con las patas en el ámbito de nuestra región. No escaseaban entonces las imágenes de autos estacionados, ¿cómo decirlo?, “en batería”, pero tan inclinados que tenían la asombrosa capacidad de ocupar casi tres lugares de un jalón: el del padre, el del hijo y el del espíritu santo; o de coches estacionados con la inclinación correcta, pero no metidos en su cajón, sino con la raya amarilla en medio. Esos eran los casos extremos, pero había muchas variantes.
El experimento sirvió sobre todo como detector de conductores con pericia nata para fastidiar al prójimo, tipos y tipas dignos de mentada de madre o, al menos, de Manual de Carreño, lo que es peor. Pero aun estacionando bien las naves, la falta de espacio es mayúscula. Hay calles y avenidas, por ejemplo la Matamoros en el cruce con Degollado, asfixiantes a cierta hora de la tarde y de la noche. Allí y en muchos sitios como ese se ha puesto de moda, incluso, trepar coches a las banquetas, encaramarlos como si poco a poco fueran a devorar las casas, las manzanas enteras. En tales lugares el transeúnte ya no importa. Quien camina debe sortear por fuerza laberintos sin mayor señalética que un franelero o cubetas de pintura vinílica, ese sofisticado invento necesario para apartar espacios.
Así está el centro de Torreón, y las ciclovías y el respeto al peatón siguen brillando por su etcétera.