miércoles, mayo 29, 2024

El método Chandler


 






No es infrecuente que en las entrevistas a los escritores se les pregunte si tienen algún tipo de ritual para que las musas acudan y ayuden a trabajar. Algunos responden que no, que simplemente se sientan frente al teclado y comienzan a fluir las palabras por sus brazos, esto sin importar ninguna situación externa como el horario, el ruido, la música, el calor, el frío, el alcohol, el café, el cigarrillo o cualquier otro tipo de estimulante. Otros más, quizá la mayoría, expresa que si no se presentan ciertas condiciones, las que cada cual ha elegido, son incapaces de parir un solo párrafo.

Entre los dos extremos, claro, hay puntos intermedios, tipos que se muestran favorecidos por alguna condición que, si no se da, de todos modos no quedan anulados, pues se fuerzan a escribir más allá de las cábalas personales o de las circunstancias que bombardean desde el exterior.

Leo ahora un brevísimo libro de Osvaldo Soriano titulado Soriano por Soriano, obviamente autobiográfico. Allí, en uno de sus pasajes hace una afirmación que me gustaría compartir tal cual: “Hoy me enorgullezco de no haber escrito jamás una línea en horas de la mañana. Parece un orgullo esnob pero yo sé que, si lo intentara, saldrían sólo disparates. Lo más temprano que llego a escribir es a las seis o siete de la tarde, y escribo mejor cuando me encierro en lugares extraños, que alquilo o me prestan. Si no conozco a nadie y no hay teléfono, mejor. Chandler recomendaba a los escritores un método que le parecía infalible para vencer la pereza: encerrarse en su cuarto y no hacer nada. En ese juego está permitido no escribir, pero totalmente prohibido hacer otra cosa. Ni leer, ni ver películas, ni hablar por teléfono, ni revisar la contabilidad. Nada que no sea rascarse, mirar el techo, prender y apagar la luz y fumar cigarrillos. Al cabo, pensaba Chandler, uno se harta de no hacer nada y se pone a trabajar”.

Esto lo escribió Soriano cuando internet estaba a punto de entrar a saco en la vida de la humanidad, así que el método de Chandler ahora debe añadir la prohibición del celular. Si no es así, su prescripción resultará derrotada sin piedad por las notificaciones que hoy, para cualquiera, no sólo para los escritores, son el gran enemigo de cualquier concentración.

sábado, mayo 25, 2024

Teatro, juventud y talento

 









Es la tarde del miércoles 22 de mayo y no sabemos con exactitud el destino de la noche. “Vamos de nuevo al teatro”, le digo a Maribel. Buenos Aires, se sabe, es una ciudad abarrotada de teatros. Por ejemplo, las grandotes de la avenida Corrientes, y muchos pequeños a veces levantados con menos plata que ilusión, como dice algún tango. Elegimos otra vez el Nun, un espacio pequeño y acogedor donde a diario hay una puesta diferente y cada una se repite cada ocho días durante cierta temporada. Leí en la web del Nun los comentarios de Tardamos diez años en llegar al corazón, la obra del día, y todos eran elogiosos. Ante los piropos uno entiende que pueden ser excesivos, pero era para el caso lo de menos: la obra nos quedaba cerca, a cuatro cuadras, y las caminamos con el deseo de pasar un buen rato. Esto decía su sinopsis: “Tardamos diez años en llegar al corazón es la historia de dos niñas que deciden matar a su pez llamado Naná. Este pequeño crimen será el fin de la calma de esta familia. Una madre triste, un padre cansado, una tía poco querida y dos niñas muy atentas. Las verdades irán saliendo a flote y la pregunta será: ¿qué hacemos con ellas?”

Pero el buen rato apetecido no lo fue bueno, sino maravilloso. La obra, escrita por Maga Rosu cuando tenía 18 años, cuenta una historia intensa, escrita con precisión y fluidez, con pasajes que pasan de lo cómico a lo tierno y de lo tierno a lo doloroso, todo sin solución de continuidad, a un ritmo emocional de vértigo. Si a la altura del texto se colocan además, como es menester en una obra de teatro, la puesta y sobre todo las actuaciones, el resultado es redondo, podría decirse que cercano a la perfección.

En este punto es necesario destacar las actuaciones. Las cinco son espléndidas, de tan alta calidad que ninguna se queda corta ni desbordaba a las demás: todas lucen una exactitud que pasma, una entonación y una gestualidad en sintonía con la condición del personaje y su situación en cada secuencia.

Juana (Maia Lis) y Elena (Anna Fantoni) son las dos hijas de la familia. La primera es involuntariamente graciosa, inquisitiva, imprudente; la segunda, claridosa, aguda, precozmente adulta. Cada cual desde su trinchera, acribillan con preguntas y respuestas sorprendentes a su padre (Gabriel Schapiro) y a su madre (Maru Belli), que son, él, un tipo abrumado por la vida y las responsabilidades, un tanto tibio en la autoridad con sus hijas; y ella, una mujer atravesada por una melancolía de origen incierto, una pesadumbre que la mantiene en el rincón de los afligidos. El catalizador de un estallido en esa familia algo convencional llega con la aparición en escena de la atractiva y medio lagartona tía Silvia (Susana Giannone), lo que detona un conflicto urticante en el hogar.

Pero, más allá de la trama y de las impecables actuaciones, asombra que se trate de una obra escrita por una joven de 18 que hoy tiene 22, y que ella misma sea la responsable de la dramaturgia y la dirección. Lo dicho: hoy muchos jóvenes viven extraviados en la Absoluta Nada del celular, pero los que sí están sacando provecho a la era de la información pueden tener veinte años y exhibir una madurez de cuarenta. Es el caso de Maga Rosu, autora y directora de Tardamos diez años en llegar al corazón.

jueves, mayo 23, 2024

El sexto piso

 

















Hoy cumplo sesenta y obviamente esto me asombra. Finalmente, el tiempo sí ha pasado y sí sigue pasando: yo soy ahora para mí mismo la prueba de tal plúmbea verdad. Antes, uno ve el paso del tiempo en el exterior: las personas, las cosas, los relatos sobre el pasado. Hoy ya no necesito esas constancias foráneas: lo veo en mi propio ser, en mi alma y, sobre todo, en mi cuerpo, que ya comienzan a parecer los muros de la patria quevediana.

Nadie me previno sobre el desajuste que se da a la edad que hoy tengo. Por un lado, la mente está en un buen momento, piensa mejor que nunca, puede sentir qué idea es afortunada o intuir el mejor rumbo para una reflexión. Supongo que esto es la madurez.

Por otro, el cuerpo se cansa de otro modo, más y peor, y lo que antes jamás dolió ahora se manifiesta con frecuencia casi diaria. Esta dualidad opera esencialmente mal, y debería ser al revés: que el cuerpo duela y se canse en la juventud, cuando estamos fuertes para resistir y las ideas suelen ser superficiales, y que en la edad avanzada la máquina funcione bien para pensar a gusto, sin rechinidos en las articulaciones. Pero bueno, la experiencia es el peine de Bonavena: nos es dado cuando ya no queda pelo.

Uno llega a los sesenta supersticioso número cerrado y es como llegar a una colina desde donde se ve otro horizonte, un horizonte en declive, de bajadita. Hacia allá hay que caminar ahora, siempre tratando de no resbalar, de que el descenso sea inevitablemente lento pero firme hasta donde sea posible.

Es la hora, ya, de los sueños prioritarios. Al margen deberá quedar todo lo que no sea aquello que juzgo fundamental, y esto significa que lo que sigue debe estar invadido de palabras, de páginas leídas y de cuartillas escritas, de viajes, de lucha contra el amargor y procura de la mayor alegría que pueda amasar para asir la “felicidad inteligente” que proponía Alfonso Reyes.

Sé que apetecer demasiado a estas alturas es peligroso, pues la salud, la mala en este caso, ya está acechando. Trataré de cerrarle la puerta y de lograr que el engranaje de mi organismo funcione y dé para poder con todo lo que falta, que siempre es más de lo debido.

Tengo a mis hijas, tengo a mi esposa, tengo a mis padres guardados en el corazón, tengo familiares muy queridos, tengo trabajo, tengo amigos, tengo libros y lápices para subrayarlos, tengo un lugar para vivir, tengo una computadora, tengo recuerdos y tengo muchos deseos de caminar con el mejor ánimo hasta la colina que sigue: la de los setenta. Sea.

sábado, mayo 18, 2024

Veinte años no es nada










Hace veinte años, el 15 de mayo de 2004, pisé por primera vez suelo argentino. Entre esa fecha y el presente ha cabido, creo, casi una decena de viajes al mismo país, del que además de la Capital Federal he podido visitar las ciudades de Tucumán, Santiago del Estero, Morón, Tigre, Hurlingham, Ituzaingó, La Matanza, Mendoza, Córdoba y Altagracia, hasta donde recuerdo. Acá tengo muchos amigos, casi todos relacionados con la literatura y el periodismo. Sobre muchos de ellos, y sobre diversas realidades del país, he escrito decenas de textos diversificados en crónicas, reseñas, artículos e incluso algunos cuentos, casi todos publicados en esta ya longeva columna.

Mi relación con la Argentina no cuajó de una manera intencional. Se fue dando sin querer, más bien. Un día por el futbol, otro por la música y uno más por la literatura o la política, noté que me atraían su historia y su cultura, y cuando me di cuenta ya estaba inmiscuido en un conocimiento más o menos amplio sobre su realidad pasada y actual, tan convulsa como estimulante.

En 2004 cumplí 40 años en la ciudad de Tucumán. Ahora, el jueves 23 de mayo, cumpliré 60 en la Capital Federal. Así, habrán pasado ya veinte años de viajes, libros y conversaciones en un país que luego me he esforzado en conocer, no en querer, que esto se ha dado sin obstáculos, como se da todo en las amistades largas y leales.

Los primeros tres viajes fueron ideados originalmente por mi amigo David Lagmanovich, escritor y académico con quien comencé una amistad epistolar, de mail, a partir del nuevo siglo. Durante diez años, desde el 2000 hasta el 2010, cuando murió, los mensajes entre David y yo se cruzaron abundantemente, al ritmo de dos o tres cartas por semana. Nuestro diálogo comenzó por la literatura, pero poco a poco avanzó hacia la confianza que permite el adentramiento en lo personal, incluso en lo familiar. Fue en una de esas cartas donde David me convidó a visitarlo, a conocernos. Él era pieza fundamental en la organización de un encuentro de escritores que se celebraría en Tucumán, y me envió la invitación oficial y los detalles de la cita literaria. David era ya un hombre entrado en edad. Había nacido en la provincia de Córdoba, en 1927, se habían criado en la de San Miguel de Tucumán, y había pasado buena parte de su vida, junto a su esposa y sus hijos, trabajando en universidades de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, hasta que ya jubilado volvió a las tierras tucumanas. A mi parecer, su erudición lo abarcaba todo, de manera que yo me sentía —porque lo era— privilegiado con su amistad de viejo lobo literario.

Viajé de Torreón a la Ciudad de México el 14 de mayo de 2004; el avión a la Argentina voló de día, así que llegué a su capital en la madrugada, el 15 de mayo. Seguí al pie de la letra las instrucciones que por la vía del correo electrónico me dio David, y ya en Buenos Aires amanecí en un pequeño hotel casi aledaño a la Avenida de Mayo, en la calle Tacuarí. Los dos o tres primeros días los pasé en ese entorno, fui al café Tortoni, caminé la Plaza de Mayo, la peatonal Florida, el café London City que era frecuentado por Cortázar, el rumbo del Obelisco, las incesantes librerías de Corrientes. Ese mundo me fascinó y me asustó al mismo tiempo. Luego llegó el día de apersonarme en la terminal de Retiro para tomar un autobús a Tucumán, donde me fumé quince horas de madrugada por territorio argentino.

Así conocí personalmente a David, y en el encuentro de escritores cuya sede fue la Universidad Nacional de Tucumán, comencé a trabar amistad con otros escritores con quienes hasta hoy tengo contacto, como Rogelio Ramos Signes, Julio Estefan y Juan Pablo Neyret.

Al viaje de 2004 le siguieron otros, y en cada uno se sumaron experiencias, anécdotas, presentaciones, amigos, libros, palabras e incluso partidos de futbol. Hoy estoy de nuevo acá, y como pasa siempre que estoy acá y a punto de partir a La Laguna: pienso que puede ser el último viaje, el último saludo de mano a la Argentina. Pero ojalá no, pues siempre que me voy quiero —como dice el tango insignia de Gardel— volver.

Nota. La foto, tomada frente al Congreso de la Nación por mi hija mayor, es de uno de los dos viajes que hice en 2011.

jueves, mayo 16, 2024

Música para la escena


 











Los relatos audiovisuales pueden diversificarse en un sinnúmero de historias y formatos, en una interminable serie de personajes, en una infinita cantidad de atmósferas y paisajes. Son, en una palabra, ecos de la naturaleza y de la compleja vida humana. En todos ellos hay o suele haber, eso sí, un rasgo común que les infunde belleza y eficacia: la música. El cine y el teatro la necesitan porque su fondeo sirve como palanca del relato, no como simple aderezo. Gracias a la música “sentimos” más profundamente la historia que nos cuentan, y aunque a veces sus creadores pasen inadvertidos, lo cierto es que música y relato van de la mano, se complementan en el propósito de infundir emoción en el espectador.

Patrimonio musical para la escena. Música original para obras teatrales en Coahuila (1980-2015) (SEC, 2018, Saltillo, 261 pp.) es un documento generado a partir de una investigación de José Palacios en el ámbito teatral de nuestra entidad. El autor indagó entre la comunidad teatral para esclarecer, sobre todo, quiénes han sido los autores de música original para la escena, y en el camino ha reconstruido el quehacer de los grupos y las compañías teatrales más destacadas de Coahuila en un lapso de 35 años.

Así, Palacios rastrea y obtiene un significativo cúmulo de datos hoy disponibles para saber lo que aquí se ha hecho en materia teatral. No sólo en términos de música original, sino de todo lo que implica el teatro como arte y espectáculo. Grupos y compañías, sobre todo, de Saltillo, Torreón, Monclova y Frontera aparecen descritos en este documento. Directores, actores, escenógrafos, vestuaristas y sobre todo músicos se congregan en Patrimonio musical para la escena, y como complemento documental se reproducen como imágenes muchos programas, folletos y notas de prensa que dan acabado cierto a la investigación. Entre los músicos laguneros que aquí aparecen están, entre otros, Ronny Flores, Cuty Martínez y Raúl Jáquez, y junto a ellos figuran los nombres de personajes como Magda Briones, Antonio Sentiex, Rogelio Luévano, More Barret y la Tropa Cachivaches. Se trata pues de una exploración rica en data, útil para reflexionar en nuestra historia teatral.

Este libro (proyecto beneficiario del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, PACMyC) está disponible gratis en la página web de la Secretaría de Cultura de Coahuila.

miércoles, mayo 15, 2024

Alegría por Pedroni


 










Como en Torreón —toda proporción guardada—, tengo ubicadas en Buenos Aires dos o tres librerías de viejo. El lunes recalé en una de ellas y luego de un rato ya tenía mi lote de compra bien seleccionado cuando al esculcar en un anaquel inferior di sin querer con un libro de José Pedroni (Gálvez, Provincia de Santa Fe, 1899-Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, 1968). Sentí una iluminación, el encuentro de una inesperada alegría en mi tarde bibliográfica por la avenida Corrientes.

El libro es Gracia plena (Colmegna, Buenos Aires, 1976), y el autor, uno de mis ídolos cuasisecretos desde hace más de dos décadas. Lo descubrí gracias a un caset grabado artesanalmente. Contenía canciones interpretadas por Jorge Cafrune, a quien hoy también admiro. En varias de las piezas, el Turco Cafrune se daba a recitar, más que a cantar, poemas de Pedroni.

Gracias a la voz del cantante llegué pues al poeta santafecino, y desde entonces comencé a buscar sus obras en el único espacio a mi alcance: internet. Aunque en medio se dieron al menos seis viajes a la Argentina, nunca vi nada disponible de Pedroni, casi como si estuviera enterrado en el olvido por sus paisanos.

De ahí mi felicidad del lunes 13. Por la miserable cantidad de 1800 devaluados pesos argentinos (hoy no más de 40 pesos mexicanos) me llevé Gratia plena, el primer y por hoy único libro de Pedroni que ahora puedo hojear.

“Gaucho”, un poema que adoro, no está en este libro, pero en momentos de diálogo con mi sombra no es infrecuente que se escape de mis labios alguno de sus versos, como una oración, como un secreto nexo entre el autor lejano y mi cabeza que lo piensa desde la remota Comarca Lagunera. Termino esta confesión de mi alegría con un fragmento de “Gaucho”:

“¿Dónde la voz que diga ¡Por aquí! / en nuestra amarga tarde; / dónde la voz de valeroso rumbo, / que nos enanque / y el ala del sombrero / otra vez nos levante? / Fuerza que se ha alejado de nosotros, / por el mañana, ¡hágase! / Vénganos otra vez, / ¡oh, gaucho!, tu coraje. / Vénganos tu conciencia del deber. / Vénganos tu arranque. / Tu cuchillo de fuego. / Tu altivez, tu donaire. / Tu canto de jilguero. / Tu baile. / Tu corazón de niño. / Tu ángel. / ¡Vénganos sobre el campo, / por el aire!”

lunes, mayo 13, 2024

Himno del IMSS en Bellas Artes

 











El lunes 13 de mayo de 2024 fue interpretado el himno del Instituto Mexicano del Seguro Social, cuya letra escribí en el año 2000; la música es del maestro Ricardo Serna García. El acto tuvo como sede el Palacio Nacional de Bellas Artes. Comparto aquí la liga.

sábado, mayo 11, 2024

Sontag, libros, lectura y JLB

 









A veces parece que la vida tiene una programación, un plan meticuloso en el que no intervienen los caprichos del azar. Ayer participé en una mesa de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y vi oportuno cerrar mi tiempo con la lectura de una de las piezas instaladas en mi Monterrosaurio (Arteletra, Torreón, 2007), librito que contiene un deliberado, amplio y por ello juguetón estudio sobre “El dinosaurio” de Monterroso y, al final, 85 variaciones mías sobre el cuento brevísimo por antonomasia de la literatura en español. Una de las últimas lleva como título “Borges”, y antes de leerla señalé, sin énfasis pero seguro de lo que decía y ante quiénes lo decía, que la pieza se refería al más grande de todos: “Cuando falleció, el otro Borges todavía estaba allí”, en alusión intertextual, claro, al famoso relato del mismo Borges. La ocurrencia fue recibida, creo, con gusto, y así cerré mi oportunidad ante el micrófono.

Unas dos horas después, ya en la cama, le eché un vistazo de rutina a Facebook y me topé con uno de los aportes buenos que no infrecuentemente tiene esa red social. Es una carta de la escritora norteamericana Susan Sontag a Borges. La fecha en 1996, diez años después de la muerte del argentino. Se trata, pues, de una misiva dirigida a un interlocutor inexistente, aunque en lo literario plenamente vivo. Lo que me asombró de la carta es lo evidente: poco tiempo antes yo había subrayado que se trataba del más grande, y al llegar a casa, no siento que por travesuras del algoritmo, el texto de Sontag prácticamente decía lo mismo.

Después del “Querido Borges”, señala: “Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico”.

Al referirse a la modestia de Borges, una modestia que asombrosamente uno sí cree genuina, comenta: “Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)”

Sontag avanza en su carta “a Borges” y se queja de la situación del libro y la lectura. Ve con pesadumbre el desdén de la gente y el avance del libro digital, electrónico, y supone que el libro interactivo, en pantalla, se sumará a los productos televisivos y publicitarios.

Y cierra: “Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros —de la lectura en sí— que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe”.

Ha pasado el tiempo y el libro de papel sigue en pie, todavía firme ante el digital, aunque ciertamente la lectura, como acto, se encuentra en una etapa dura frente a la superabundancia de imágenes y distractores fofos. No sabemos a dónde parará esto, pero en lo que sí podemos estar de acuerdo es en que JLB sigue siendo un faro, el más alto que tenemos a la mano como guía del libro y la lectura.

miércoles, mayo 08, 2024

Breve desfile de verbos














El escritor uruguayo Martín Palacio Gamboa me preguntó que si en México usamos el verbo “ningunear”. Mi respuesta, claro, fue de inmediato afirmativa. “Ah, muy bien —dijo Martín—; acá también usamos ‘algunear’ cuando se da importancia a alguien que no la merece”.

Lo cierto es que el nacimiento de nuevos verbos es frenético, y su creación obedece al desarrollo de una acción que carecía de verbo propio, de allí que se le invente como derivado, sobre todo, de un sustantivo.

Además de “ningunear”, traigo diez casos frescos o no de remota aparición en el español cercano.

Malmodear. Tratar como malos modos, de manera tosca. “Llegué a la oficina y me malmodeó”.

Basurear. Considerar a alguien de poca importancia y minusvalorarlo. “Al hablar de mí siempre me basurea”.

Perrear. Regañar. “Hice mal la tarea y me perreó”. También, en otro contexto, bailar restregando el trasero en una persona colocada a la espalda. “En la fiesta perreó con tres”.

Fotocredencializar. Legendario verbo, puesto en circulación por la propaganda oficial cuando el gobierno añadió foto a las credenciales de elector. Fue de uso muy breve.

Basificar. Horrible y usado principalmente en el contexto magisterial mexicano como sinónimo de “conseguir la base” laboral. “Ayer basificaron a mi hijo”.

Aperturar. Espantoso y de uso cada vez más frecuente sobre todo en el argot bancario. “Mañana aperturaré una cuenta de mi mamá”.

Accesar. Innecesario por “acceder”. “La indicación es que accesemos con nuestra contraseña”.

Bancarizar. Incorporar un ítem o cliente al sistema bancario. “Ya no te pagan si no estás bancarizado”.

Guatsapear. Usar el WhatsApp. “Todo el día está gatsapeando”. 

sábado, mayo 04, 2024

TV de las sí-cosas

 








Byung-Chul Han, pensador coreano-teutón de moda, tiene un libro titulado No-cosas. Quiebras del mundo de hoy (Taurus, Madrid, 2021, 144 pp.). Su propósito es describir uno de los cambios más notorios de la era digital, era que, como sabemos, ha traído aparejadas innumerables modificaciones a la vida cotidiana no de un sector de la población o de un lugar específico, sino de toda la aldea global (uso la expresión “aldea global” y de inmediato me siento anticuado).

El eje de la reflexión byungchulhaneana está subsumido en el título: en la época digital ya no importan tanto las cosas, sino las “no-cosas”, la información, los datos que cada quien acumula —por ejemplo, en su teléfono— y no los objetos que tradicionalmente fueron el anclaje de la memoria. Si antes el recuerdo se vinculaba estrechamente a un libro de papel, a un cuadro, a un florero, a una colección de elefantitos o de tarjetas postales, hoy se aprecia más la “no-cosa” resguardada en la memoria digital. El mejor ejemplo de este “cambio de paradigma” (como dicen los que saben mucho) es el tótem de la actualidad: el teléfono móvil, aparato que esencialmente valoramos por la información que resguarda, no por el objeto en sí, de modo que al obsolecer o cambiarlo por capricho no se produce un shock ante el adiós al objeto, siempre y cuando no se pierda lo fundamental: la información que contiene.

Bueno, más o menos por ese rumbo anda la explicación de Chul Han. Recordé su libro porque en estos días vi dos programas del canal History, ambos afincados todavía en el contexto de las cosas, no de las no-cosas. Sé que uno de ellos, El precio de la historia, es muy famoso, e igual sus simpaticones protagonistas. No necesito describir el contenido, sólo señalar que allí “la historia” es el pasado que supone un objeto, más si es, perteneció o lleva la firma de algún personaje popular en la fetichista cultura gringa. En otras palabras, objetos como un cómic de Supermán, un sombrero usada por Michael Jackson o la firma de Babe Ruth en una servilleta son “la historia”, cosas con valor simbólico que se convierte en valor económico. El programa rinde pues tributo a los objetos siempre y cuando hayan sido sacralizados por alguna circunstancia pretérita.

El otro programa es menos famoso, creo. Su título es ¿Quién da más?, y es burdo en su contenido, también vinculado al valor de los objetos. En él, ciertos personajes compran una especie de pequeño almacén con objetos. Lo hacen a ciegas, sin saber qué contiene. El juego consiste en animarse a pagar una cantidad en la idea de que el depósito puede contener cosas que, vendidas, superen el costo de la inversión inicial. Pueden encontrar allí baratijas, quincalla, pero también mugres valiosas. Es un programa frívolo, buen ejemplo de dos conductas muy norteamericanas: la del desperdicio y la de la reventa.

Estamos pues en tránsito entre la valoración de las cosas y las no-cosas. Parece que Byung-Chul Han tiene razón, que el mundo de los datos (de las no-cosas) triunfará, pero me atrevo a señalar que las cosas se van a defender todavía un buen rato con uñas, dientes y programas de televisión.

miércoles, mayo 01, 2024

El gran aumentativo "on"

 








Uno de los sufijos más productivos del español es el aumentativo “on”. La productividad en términos léxicos se refiere a la posibilidad de uso que puede tener una palabra, un giro o, como en este caso, un sufijo. Gracias a él se agranda el tamaño o la intensidad de algo, esto con fines peyorativos o meliorativos, según el contexto. Por ello, en el habla popular abunda, tanto que es posible colgarlo a casi cualquier sustantivo y adjetivo. Algunos son de uso antiguo, y otros se han popularizado recientemente tanto en el habla como en la escritura informal de las redes sociales. Cito algunos ejemplos frecuentes.

Peyorativos:

Baquetón. Ocioso, inútil. “Siempre está de baquetón en la esquina”.

Botijón. Gordo. “Se inscribió en el gym porque se sentía botijón”.

Chafón. De baja calidad. “Le regalaron un celular chafón”.

Huevón. Holgazán, perezoso. “Siempre hago algo, no me gusta estar de huevón”.

Mamón. Pedante, presumido, vanidoso. “Compró casa nueva y ahora anda muy mamón”

Sangrón. Antipático, pesado, poco cordial. “No me habla, es muy sangrón”.

Tamalón. Gordo. “Dejé de verlo y ya está muy tamalón”.

Meliorativos:

Chingón. Destacado, hermoso, valioso. “Es el portero más chingón del torneo”.

Mamalón. Lujoso, de alta calidad. “Se hospedó en un hotel mamalón”.

Perrón. Excelente, notable. “Es el más perrón para las matemáticas”.

Petacón. Nalgón. Usado sobre todo en femenino. “Me refiero a la petacona del salón”.

Trocón. Camioneta lujosa. “Pintó de negro su trocón”.

Tres palabras recientes:

Belicón. Género musical mexicano caracterizado por la apología de la violencia vinculada sobre todo al narcotráfico. “A mi hermano le gustan los corridos belicones”.

Buchón. Usado sobre todo en femenino, mujer atractiva vinculada al mundo del narco y sus lujos excesivos. "Fueron varias buchonas a la fiesta".

Viejón. Expresión recientemente popularizada sobre todo como vocativo. “¿Cómo estás, viejón?”

Apodos e hipocorísticos:

Canicón. Apodo de Sigifredo Nájera Talamantes, narco.

Chatón. Apodo de Jorge Enríquez García, jugador de futbol.

Julión. Hipocorístico de Julio César Álvarez Montelongo, cantante.

Macetón. Apodo de David Cabrera, boxeador.

Matracón. Apodo de Ricardo Luna Soto, kinesiólogo del Santos Laguna.