Byung-Chul
Han, pensador coreano-teutón de moda, tiene un libro titulado No-cosas. Quiebras del mundo de hoy
(Taurus, Madrid, 2021, 144 pp.). Su propósito es describir uno de los cambios
más notorios de la era digital, era que, como sabemos, ha traído aparejadas
innumerables modificaciones a la vida cotidiana no de un sector de la población
o de un lugar específico, sino de toda la aldea global (uso la expresión “aldea
global” y de inmediato me siento anticuado).
El
eje de la reflexión byungchulhaneana está subsumido en el título: en la época
digital ya no importan tanto las cosas, sino las “no-cosas”, la información,
los datos que cada quien acumula —por ejemplo, en su teléfono— y no los objetos
que tradicionalmente fueron el anclaje de la memoria. Si antes el recuerdo se
vinculaba estrechamente a un libro de papel, a un cuadro, a un florero, a una
colección de elefantitos o de tarjetas postales, hoy se aprecia más la “no-cosa”
resguardada en la memoria digital. El mejor ejemplo de este “cambio de
paradigma” (como dicen los que saben mucho) es el tótem de la actualidad: el
teléfono móvil, aparato que esencialmente valoramos por la información que resguarda,
no por el objeto en sí, de modo que al obsolecer o cambiarlo por capricho no se
produce un shock ante el adiós al
objeto, siempre y cuando no se pierda lo fundamental: la información que
contiene.
Bueno,
más o menos por ese rumbo anda la explicación de Chul Han. Recordé su libro
porque en estos días vi dos programas del canal History, ambos afincados
todavía en el contexto de las cosas, no de las no-cosas. Sé que uno de ellos, El precio de la historia, es muy famoso,
e igual sus simpaticones protagonistas. No necesito describir el contenido,
sólo señalar que allí “la historia” es el pasado que supone un objeto, más si
es, perteneció o lleva la firma de algún personaje popular en la fetichista
cultura gringa. En otras palabras, objetos como un cómic de Supermán, un
sombrero usada por Michael Jackson o la firma de Babe Ruth en una servilleta
son “la historia”, cosas con valor simbólico que se convierte en valor
económico. El programa rinde pues tributo a los objetos siempre y cuando hayan
sido sacralizados por alguna circunstancia pretérita.
El
otro programa es menos famoso, creo. Su título es ¿Quién da más?, y es burdo en su contenido, también vinculado al
valor de los objetos. En él, ciertos personajes compran una especie de pequeño
almacén con objetos. Lo hacen a ciegas, sin saber qué contiene. El juego
consiste en animarse a pagar una cantidad en la idea de que el depósito puede
contener cosas que, vendidas, superen el costo de la inversión inicial. Pueden encontrar
allí baratijas, quincalla, pero también mugres valiosas. Es un programa frívolo,
buen ejemplo de dos conductas muy norteamericanas: la del desperdicio y la de
la reventa.
Estamos pues en tránsito entre la valoración de las cosas y las no-cosas. Parece que Byung-Chul Han tiene razón, que el mundo de los datos (de las no-cosas) triunfará, pero me atrevo a señalar que las cosas se van a defender todavía un buen rato con uñas, dientes y programas de televisión.