Hoy
cumplo sesenta y obviamente esto me asombra. Finalmente, el tiempo sí ha pasado y sí sigue
pasando: yo soy ahora para mí mismo la prueba de tal plúmbea verdad. Antes, uno ve el
paso del tiempo en el exterior: las personas, las cosas, los relatos sobre el
pasado. Hoy ya no necesito esas constancias foráneas: lo veo en mi propio ser, en mi
alma y, sobre todo, en mi cuerpo, que ya comienzan a parecer los muros de la
patria quevediana.
Nadie
me previno sobre el desajuste que se da a la edad que hoy tengo. Por un lado,
la mente está en un buen momento, piensa mejor que nunca, puede sentir qué idea
es afortunada o intuir el mejor rumbo para una reflexión. Supongo que esto es la
madurez.
Por otro, el cuerpo se cansa de otro modo, más y peor, y lo que antes jamás dolió ahora se manifiesta con frecuencia casi diaria. Esta dualidad opera esencialmente mal, y debería ser al revés: que el cuerpo duela y se canse en la juventud, cuando estamos fuertes para resistir y las ideas suelen ser superficiales, y que en la edad avanzada la máquina funcione bien para pensar a gusto, sin rechinidos en las articulaciones. Pero bueno, la experiencia es el peine de Bonavena: nos es dado cuando ya no queda pelo.
Uno llega a los sesenta —supersticioso número cerrado— y es como llegar a una colina desde donde se ve otro horizonte, un horizonte en declive, de bajadita. Hacia allá hay que caminar ahora, siempre tratando de no resbalar, de que el descenso sea inevitablemente lento pero firme hasta donde sea posible.
Es
la hora, ya, de los sueños prioritarios. Al margen deberá quedar todo lo que no
sea aquello que juzgo fundamental, y esto significa que lo que sigue debe estar
invadido de palabras, de páginas leídas y de cuartillas escritas, de viajes, de
lucha contra el amargor y procura de la mayor alegría que pueda amasar para asir la “felicidad inteligente” que proponía Alfonso Reyes.
Sé
que apetecer demasiado a estas alturas es peligroso, pues la salud, la mala en
este caso, ya está acechando. Trataré de cerrarle la puerta y de lograr que el
engranaje de mi organismo funcione y dé para poder con todo lo que falta, que
siempre es más de lo debido.
Tengo a mis hijas, tengo a mi esposa, tengo a mis padres guardados en el corazón, tengo familiares muy queridos, tengo trabajo, tengo amigos, tengo libros y lápices para subrayarlos, tengo un lugar para vivir, tengo una computadora, tengo recuerdos y tengo muchos deseos de caminar con el mejor ánimo hasta la colina que sigue: la de los setenta. Sea.