sábado, diciembre 23, 2023

Paseos con Millás y Arsuaga

 











En el viaje a Burgos de 2022 compré un magneto hermoso con dos palabras y unas figuras humanas y animales de caverna rupestre. Decía —dice todavía, pues está en mi refrigerador— “Burgos/Atapuerca”. Mi intención al comprarlo fue la de tener presente el yacimiento arqueológico donde surgió la historia de Benjamina, una niña neandertal desvalida que permitió ubicar el vestigio más remoto de civilización, entendida ésta como la capacidad de ser con y para el otro.

En la página web de Terrae Antiqvae leo lo siguiente: “El hallazgo del cráneo de una niña discapacitada indica que fue asistida por el grupo hace 530.000 años. Sufría craneosinostosis (…) Tendría unos 10 años, seguramente era niña, murió en lo que ahora es la sierra de Atapuerca (Burgos) hace 530.000 años y era diferente, tanto que su grupo, su familia, le tuvo que haber prestado cuidados especiales. De lo contrario, no habría sobrevivido. Entonces, su cráneo asimétrico y, probablemente, su cara irregular no engañaron a nadie, porque además cabe pensar que tuvo capacidades psicomotoras deficientes. Hoy los científicos saben que ese individuo, esa homínido preadolescente, tenía craneosinostosis, una enfermedad rara que afecta a menos de seis personas por 200.000 habitantes en la población actual”.

La bautizaron Benjamina, y gracias a su aparición se conjetura que, a diferencia de las otras especies, el grupo humano hallado en la zona burgalesa de Atapuerca mostró una solidaridad que hoy nos resulta común frente a condiciones humanas de desvalimiento, pero que es casi inexistente en el reino animal: el cachorro de tigre que nace con alguna discapacidad o limitación, por leve que sea, muere muy pronto, es decir, que la naturaleza circundante, por más gregaria que parezca, no se solidariza con el pequeño.

Pues bien, uno de los investigadores principales de Atapuerca fue, es, Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954), paleontólogo a quien comencé a seguir desde que supe de su participación en los estudios que llegaron hasta la conjetura de Benjamina. Hay muchos videos de su trabajo en Youtube y tiene ya publicada una buena cantidad de libros. Lo que me sorprendió más fue su colaboración, hasta ahora en dos volúmenes, con el escritor Juan José Millás (Valencia, 1946), a quien yo sí conocía. Aquel trabajo a cuatro manos me interesó y hace poco me hice de los dos títulos: La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2020) y La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2022). He leído ya el primero, y creo que se trata de un extraño y valioso libro de divulgación científica destinado a quienes, como Millás (o como yo), están interesados en el pasado remoto de la vida y al mismo tiempo jamás dejarán de reconocer su amateurismo en esos temas.

La vida contada por un sapiens a un neandertal está compuesto por 17 breves capítulos en los que el género o los géneros ejercidos son la crónica y el diálogo. Dicho así parece, porque lo es, una rareza: un buen día, el escritor (autoasumido como “neandertal”) y el paleontólogo (el “sapiens”) deciden conversar sobre el origen de la vida. Los diálogos suponen recorridos por diferentes lugares que sirven a Arsuaga para explicar a Millás tal o cual peculiaridad de la evolución principalmente humana. Quien habla sobre todo es el paleontólogo, y quien pregunta y al final escribe es el escritor.

El resultado de este ping-pong es un conjunto de crónicas en las que el lector, como “oreja” invisible, escucha las conversaciones llenas de sabrosa información biológica, histórica y antropológica jamás ajena al tono zumbón que imprime el gran Millás, un viejo lobo que además de captar y escribir muy bien lo explicado por su interlocutor añade el aderezo del humor, del refunfuño socarrón y del autoescarnio siempre bienvenidos.

Estoy ya en el segundo libro, pero esa será otra historia. Basta decir por hoy que Millás y Arsuaga han conformado un dúo perfecto para trabajar dos temas fascinantes y felizmente inagotables: la vida y la muerte.

Nota. No resisto la tentación de compartir la imagen de mi magneto ataporquense: