En
el viaje a Burgos de 2022 compré un magneto hermoso con dos palabras y unas
figuras humanas y animales de caverna rupestre. Decía —dice todavía, pues está
en mi refrigerador— “Burgos/Atapuerca”. Mi intención al comprarlo fue la de tener
presente el yacimiento arqueológico donde surgió la historia de Benjamina, una
niña neandertal desvalida que permitió ubicar el vestigio más remoto de
civilización, entendida ésta como la capacidad de ser con y para el otro.
En
la página web de Terrae Antiqvae leo
lo siguiente: “El hallazgo del cráneo de una niña discapacitada indica que fue
asistida por el grupo hace 530.000 años. Sufría craneosinostosis (…) Tendría
unos 10 años, seguramente era niña, murió en lo que ahora es la sierra de
Atapuerca (Burgos) hace 530.000 años y era diferente, tanto que su grupo, su
familia, le tuvo que haber prestado cuidados especiales. De lo contrario, no
habría sobrevivido. Entonces, su cráneo asimétrico y, probablemente, su cara
irregular no engañaron a nadie, porque además cabe pensar que tuvo capacidades
psicomotoras deficientes. Hoy los científicos saben que ese individuo, esa
homínido preadolescente, tenía craneosinostosis, una enfermedad rara que afecta
a menos de seis personas por 200.000 habitantes en la población actual”.
La
bautizaron Benjamina, y gracias a su aparición se conjetura que, a diferencia
de las otras especies, el grupo humano hallado en la zona burgalesa de
Atapuerca mostró una solidaridad que hoy nos resulta común frente a condiciones
humanas de desvalimiento, pero que es casi inexistente en el reino animal: el
cachorro de tigre que nace con alguna discapacidad o limitación, por leve que
sea, muere muy pronto, es decir, que la naturaleza circundante, por más
gregaria que parezca, no se solidariza con el pequeño.
Pues
bien, uno de los investigadores principales de Atapuerca fue, es, Juan Luis Arsuaga
(Madrid, 1954), paleontólogo a quien comencé a seguir desde que supe de su
participación en los estudios que llegaron hasta la conjetura de Benjamina. Hay
muchos videos de su trabajo en Youtube y tiene ya publicada una buena cantidad
de libros. Lo que me sorprendió más fue su colaboración, hasta ahora en dos volúmenes,
con el escritor Juan José Millás (Valencia, 1946), a quien yo sí conocía. Aquel
trabajo a cuatro manos me interesó y hace poco me hice de los dos títulos: La vida contada por un sapiens a un
neandertal (Alfaguara, 2020) y La
muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2022). He leído ya el primero, y creo que se trata
de un extraño y valioso libro de divulgación científica destinado a quienes,
como Millás (o como yo), están interesados en el pasado remoto de la vida y al
mismo tiempo jamás dejarán de reconocer su amateurismo en esos temas.
La vida contada por un
sapiens a un neandertal está compuesto por 17 breves
capítulos en los que el género o los géneros ejercidos son la crónica y el
diálogo. Dicho así parece, porque lo es, una rareza: un buen día, el escritor
(autoasumido como “neandertal”) y el paleontólogo (el “sapiens”) deciden
conversar sobre el origen de la vida. Los diálogos suponen recorridos por
diferentes lugares que sirven a Arsuaga para explicar a Millás tal o cual peculiaridad
de la evolución principalmente humana. Quien habla sobre todo es el
paleontólogo, y quien pregunta y al final escribe es el escritor.
El
resultado de este ping-pong es un conjunto de crónicas en las que el lector,
como “oreja” invisible, escucha las conversaciones llenas de sabrosa
información biológica, histórica y antropológica jamás ajena al tono zumbón que
imprime el gran Millás, un viejo lobo que además de captar y escribir muy bien
lo explicado por su interlocutor añade el aderezo del humor, del refunfuño
socarrón y del autoescarnio siempre bienvenidos.
Estoy ya en el segundo libro, pero esa será otra historia. Basta decir por hoy que Millás y Arsuaga han conformado un dúo perfecto para trabajar dos temas fascinantes y felizmente inagotables: la vida y la muerte.
Nota. No resisto la tentación de compartir la imagen de mi magneto ataporquense: