Entre otras, una de las responsabilidades del editor es,
a veces, cuando no hay quién lo materialice o se lo piden, escribir el texto
que aparecerá en la espalda del libro, aquel lugar que todos hemos visto
ubicado en lo que la mayoría conoce como “contraportada” y en el argot
editorial denominamos “cuarta de forros”. Suele ser un texto no firmado y
siempre, sistemáticamente, elogioso, pues lo que procura es invitar al
potencial lector a comprar el libro y quizá también, si no es mucho pedir, a
leerlo. Por ello, es muy difícil, por no decir imposible, encontrar que este
género de escritura consigne que el libro es aburrido o prescindible. El texto
de la cuarta de forros presupone el aplauso, el espaldarazo y muchas veces el
confeti más irresponsable.
Cuando escribí y firmé las palabras para la cuarta de
forros del libro Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) ya
estaba segurísimo de mis afirmaciones, sobre todo de la última línea. Cito el
convite: “El dolor, la rabia, el humor, la desesperanza, el
vacío y la incertidumbre son algunas de las estaciones del alma que atraviesa Encuentros fortuitos,
segundo libro de cuentos de Miguel Báez Durán. Armado con una prosa más que
bien templada y en todo momento espesa de literatura, el autor nos lleva a
convivir con personajes que habitan la frontera simbólica entre México y
Canadá, sujetos cuya inestabilidad nos permite suponer, por extensión
sinecdóquica, la inestabilidad de la vida, el monstruo que acecha detrás de
cualquier rutina o sensación de bienestar. Así, una turista canadiense
entregada a la caridad indolora pierde misteriosamente la vida en Cancún, una
madre alucina con las caricaturas niponas que podrían contaminar a su hijo,
unos pelagatos edifican a punta de memeces su indestructible ego, una mujer es
acosada por los arañazos del amor y la maternidad, un escritor revisa su fracaso en el espejo del
reconocimiento ajeno y remotísimo, un inquilino con anhelos de serial killer
reflexiona sobre el cese taxativo del ruido en su vecindario y, por último,
un sujeto queda hecho pomada por la belleza fugaz e inalcanzable. He aquí,
dicho de manera muy sintética, el contenido de Encuentros fortuitos,
libro que evidencia la pericia narrativa de Miguel Báez Durán, escritor pleno
de imaginación y de recursos para usarla, sin duda un maestro del nocaut
cuentístico”.
Insisto:
al escribir lo anterior sabía que el minitexto de la cuarta debía terminar de
manera categórica y subrayar que Miguel Báez Durán (Monterrey, NL, 1975) es un
“maestro del nocaut cuentístico”. Razonar esta afirmación aparentemente
excesiva es el propósito de los renglones que ofrezco a continuación.
Diré
en esta nueva oportunidad, para empezar, lo que he repetido muchas veces sobre
todo en los talleres literarios: que el cuento es un género literario
peliagudo, fácil nada más para quienes lo observan desde la otra orilla del río.
Es pues un error juzgarlo por su complexión breve, pensar que el cuentista es
un tipo que se sienta, relata una anécdota y termina en la cuartilla dos o
cinco o diez, cuando la aventura narrada ha terminado. Así de sencillo y así de
falso. Se le minusvalora en principio por su brevedad: ¿qué tan difícil puede
ser sancochar un texto corto?, piensan muchos. Lamento decir que la brevedad es
apenas su característica más saliente, la punta de un iceberg que debajo
esconde —cuando el cuento es eficaz, cuando el cuento es, como quería Poe,
impactante— un montón de malicias, tantas que por ello muchos narradores le
sacan la vuelta y optan por la escritura quizá más relajada de la novela,
género que asimismo demanda otras pericias.
Pues
bien, digo que Miguel Báez es un maestro del cuento no por capricho o por los
imperativos de la amistad, sino porque sus cuentos son dispositivos literarios
que admiten la lectura más puntillosa. En Encuentros fortuitos no
asistimos a la escritura de un aprendiz, de alguien que apenas tantea con paso
titubeante el terreno movedizo del cuento. Al contrario, en este libro estamos
frente a la presencia de un narrador ya dueño de todos los recursos necesarios
para articular historias compactas, emotivas, dignas de figurar en la
biblioteca más rigurosa. Pienso de nuevo en la extensión; pese a que se trata
de cuentos largos, la apretada intensidad de cada pieza crea la impresión de
vertiginosidad, rasgo propio del cuento, casi como si en la lectura asistiéramos
a un viaje en caída libre.
Los
cuentos avanzan sin detalles que queden librados al azar, sin distracciones parasitarias,
siempre al servicio del asunto central, siempre apegados al conflicto del
protagonista. Desde cada uno de los arranques sabemos de un propósito, de un
deseo clavado como daga en el espíritu de cada personaje principal, y hacia
allá, a ver cumplido o frustrado ese deseo, avanzamos guiados por una prosa que
no se da reposo en su fluidez, casi frenética en el despliegue de las
peripecias y sin embargo espesa de belleza literaria, henchida de giros que nos
permiten apreciar la soltura de un narrador que se apodera de un tono y no lo
suelta hasta persuadirnos de que lo contado está muy bien contado, con las medidas
justas de velocidad, introducción de detalles y verosimilitud.
En
los siete cuentos que habitan este libro conviven las mejores herramientas de
la narrativa. Por ejemplo, una que no es frecuente encontrar en otros
escritores: la capacidad para bucear minuciosamente en el alma de los
personajes, la destreza para sumergirse en interiores atormentados, en vidas
que encallan en miedos, en odios, en obsesiones, en tristezas recónditas, en
muy pocos, poquísimos o de plano nulos motivos de alegría. No se ha equivocado
Saúl Rosales, quien tras leer los cuentos de Encuentros fortuitos me
comentó que, natural o aprendido, hay algo de destoyevskiano en los microcosmos
urdidos por Miguel Báez. Y sí, la mayor parte de los personajes que deambulan por
estas páginas son sujetos sujetos a un pequeño infierno, seres incrustados en
la urbe que bajo la cutícula de civilización no pueden evitar los manotazos de
la soledad y la barbarie.
He
compartido con su autor los títulos de mis relatos preferidos. Con los libros
de cuentos, como ocurría antes con los discos y sus canciones, siempre pasa
esto: uno selecciona en la cabeza las piezas que más le cuadran. No citaré aquí
cuáles son, para no prejuiciar más al lector con mi opinión. Sólo diré, como cierre
de mi reseña, que este libro es un dechado de libro de cuentos, que todos sus
párrafos han sido concebidos, problematizados, ejecutados y revisados con lupa por
un escritor lagunero desbordante de talento literario y voluntad creativa, por Miguel
Báez Durán, un narrador que ha aceptado los desafíos del cuento y ha salido
airoso como lo que es: “un maestro del nocaut cuentístico”.
Comarca lagunera, 22, noviembre y 2023
Nota. Texto leído en la presentación de Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) celebrada el 22 de noviembre de 2023 en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, Torreón. Participamos Mariana Ramírez Estrada, el autor y yo.