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sábado, julio 06, 2024

El camino a Norte negro













Larga, callada y fructífera ha sido la andadura de Gerardo García Muñoz (Torreón, Coahuila, 1959) para llegar a Norte negro. Catorce miradas a una narrativa criminal mexicana (UANL-Ibero Torreón, Monterrey, 2023, 274 pp.). No dudo en subrayar que este conjunto de ensayos lo confirma como uno de los más salientes especialistas del género negro en nuestro país, temática que por otro lado arreció su producción en las más recientes décadas, dos al menos. García Muñoz aborda en su nuevo libro, en amplios y documentados ensayos, novelas y cuentos de escritoras y escritores nacidos o no nacidos, pero sí radicados, en alguna de las seis entidades del norte mexicano. Son, o somos, Martín Solares, Vicente Alfonso, Eduardo Antonio Parra, Hugo Valdés, Orfa Alarcón, Norma Yamille Cuéllar, Gabriel Trujillo Muñoz, Daniel Salinas Basave, José Salvador Ruiz, Ricardo Vigueras, César Silva Márquez, Imanol Caneyada, Carlos René Padilla y yo, que he sido colado a la indagación del ensayista lagunero.

Ahora bien, podría aquí recorrer cada uno de los ensayos que componen Norte negro, pero sé que Jessica Ayala y el autor sobrevolarán su contenido. Prefiero por lo tanto hablar brevemente sobre la trayectoria de Gerardo García, sobre lo que ha hecho para construir este libro ambicioso y bien logrado. La semblanza de solapa señala que es profesor asociado de Español y Humanidades en Prairie View A&M University, en Houston, Texas; obtuvo el doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Estatal de Arizona. Ha enseñado también en el Instituto Tecnológico de La Laguna y en la Universidad Iberoamericana Torreón. Entre otros, ha publicado los libros El sueño creador: el ABC de la invención (Tierra Adentro, 1994), El Almirante redivivo (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila, 1997), Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística (Universidad Iberoamericana, Torreón, 2003), El enigma y la conspiración (UA de C, 2010), La luz y la guerra: el cine de la Revolución mexicana (Conaculta, 2010), coeditado con Fernando Fabio Sánchez. Ha colaborado en las revistas Acequias, Temas y Variaciones de Literatura, Dura: Revista de literatura criminal hispana, entre otras. Su principal línea de interés es la literatura criminal y detectivesca en español.

Pese a lo sucinta, la semblanza es compendiosa, sirve para el propósito de ver desde un dron el territorio intelectual ocupado por García Muñoz. Quiero añadir a lo anterior algunos rasgos que amplían el perfil del ensayista. Vivió la mayor parte de su vida del lado oriental del bosque Venustiano Carranza, por la avenida Escobedo. Su formación se dio en escuelas públicas: el colegio España, la Secundaria Federal Número 1, la Preparatoria Venustiano Carranza, el Tecnológico de La Laguna. Aquí nos asalta una primera rareza. Nuestro escritor tiene título profesional de ingeniero, a lo que sumó la maestría en esa misma disciplina. Estaba ya bien encarrilado, incluso como profesor, dentro de la ingeniería cuando lo jaló otra materia: la literatura. La causa remota de tal llamado estaba en su infancia y su adolescencia: Gerardo fue un tremendo lector de novelas, y si lo adjetivo así no exagero. Entre sus obligaciones escolares siempre tuvo libros de narrativa a merced, sobre todo los que de la benemérita colección Sepan cuantos… le traían a Torreón sus hermanos José y Roberto, quienes estudiaban, respectivamente, veterinaria e ingeniería en el Distrito Federal. Todos hemos visto esos libros de Porrúa, las temibles dos columnas y el renglón cerrado de sus páginas, pero, de niño, Gerardo no se amilanó y en la Sepan cuantos…. ascendió montañas como Los miserables y La guerra y la paz, entre muchas otras. Es por ejemplo, entre quienes conozco, uno de los pocos que han atravesado Los bandidos de Río Frío, y esto lo hizo en la adolescencia.

Su voracidad lectora y una memoria que juzgo harto receptiva permitieron a nuestro autor manejarse como intelectual todoterreno: por un lado, dominaba la ingeniería a un grado más que sobresaliente, y, por otro, mantenía en combustión interna su pasión como lector de literatura. La inusual contienda forzó que un día renunciara a la matemática y la física para ceder toda la plaza a las letras.

Lo conocí en 1988. Recuerdo que aquella vez en su mano traía Noticias del imperio, recién publicada. Me desconcertó saber que, pese al librote de Fernando del Paso, era ingeniero y maestro del Tec de La Laguna, y pronto pude advertir que se trataba de un lector total. No pasó mucho tiempo para que se acercara a la escritura. Comenzó con reseñas bibliográficas, y pronto descubrió la hospitalidad del ensayo, género en el que se acomodó como en su casa. El primero que publicó fue el referido a Adolfo Bioy Casares. Luego vinieron sus trabajos sobre Augusto Roa Bastos, Julio Ramón Ribeyro y otros numerosos escritores. A finales del siglo pasado se estableció en Las Cruces, Nuevo México, para transitar la maestría. Luego en Tempe, Arizona, para el doctorado, donde se especializó en literatura criminal con una tesis que a la postre sería cimiento del libro El enigma y la conspiración. De allí, migró por unos pocos años, ya como profesor de literatura, a Minnesota, y tiempo después, hasta esta fecha, al este de Texas.

En el camino ha participado en numerosos congresos, ha publicado en importantes revistas, se casó con su amada Martha Yadira Díaz y por suerte no se ha olvidado de la polvosa región que lo vio nacer, leer y comenzar a escribir, pues nos visita al menos un par de veces al año.

Hoy, en esta vuelta, nos convida Norte negro, libro que ciertamente, reitero, lo ratifica como especialista en literatura criminal, pero más lo confirma como el voraz y memorioso lector que es desde su lagunera infancia, aquella infancia y adolescencia transcurridas frente al Álgebra de Baldor y las novelas de Porrúa despachadas en una casa amarilla de la avenida Escobedo.

Felicidades a Gerardo por este nuevo producto de su trabajo.

Comarca Lagunera, a 2 de julio de 2024

Nota. Texto leído el 2 de julio de 2024 en la presentación de Norte negro celebrada en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez. Participamos Gerardo García Muñoz, Jessica Ayala Barbosa y yo.

martes, febrero 27, 2024

Morgan en Publishers









No sabía de la existencia de Publishers, revista dedicada al trabajo editorial (“La publicación internacional por excelencia dedicada a la industria del libro en español”, dice en su cintillo de portada). La editan en Sevilla, y en su número 48, correspondiente a febrero de 2024, me hacen ver que publicaron un breve comentario sobre Leyenda Morgan (UANL, 2023). Sea quien haya sido el reseñista, le dejo aquí mi gratitud.

sábado, noviembre 25, 2023

Encuentros fortuitos, el cuento como desafío










Entre otras, una de las responsabilidades del editor es, a veces, cuando no hay quién lo materialice o se lo piden, escribir el texto que aparecerá en la espalda del libro, aquel lugar que todos hemos visto ubicado en lo que la mayoría conoce como “contraportada” y en el argot editorial denominamos “cuarta de forros”. Suele ser un texto no firmado y siempre, sistemáticamente, elogioso, pues lo que procura es invitar al potencial lector a comprar el libro y quizá también, si no es mucho pedir, a leerlo. Por ello, es muy difícil, por no decir imposible, encontrar que este género de escritura consigne que el libro es aburrido o prescindible. El texto de la cuarta de forros presupone el aplauso, el espaldarazo y muchas veces el confeti más irresponsable.

Cuando escribí y firmé las palabras para la cuarta de forros del libro Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) ya estaba segurísimo de mis afirmaciones, sobre todo de la última línea. Cito el convite: “El dolor, la rabia, el humor, la desesperanza, el vacío y la incertidumbre son algunas de las estaciones del alma que atraviesa Encuentros fortuitos, segundo libro de cuentos de Miguel Báez Durán. Armado con una prosa más que bien templada y en todo momento espesa de literatura, el autor nos lleva a convivir con personajes que habitan la frontera simbólica entre México y Canadá, sujetos cuya inestabilidad nos permite suponer, por extensión sinecdóquica, la inestabilidad de la vida, el monstruo que acecha detrás de cualquier rutina o sensación de bienestar. Así, una turista canadiense entregada a la caridad indolora pierde misteriosamente la vida en Cancún, una madre alucina con las caricaturas niponas que podrían contaminar a su hijo, unos pelagatos edifican a punta de memeces su indestructible ego, una mujer es acosada por los arañazos del amor y la maternidad, un escritor revisa su fracaso en el espejo del reconocimiento ajeno y remotísimo, un inquilino con anhelos de serial killer reflexiona sobre el cese taxativo del ruido en su vecindario y, por último, un sujeto queda hecho pomada por la belleza fugaz e inalcanzable. He aquí, dicho de manera muy sintética, el contenido de Encuentros fortuitos, libro que evidencia la pericia narrativa de Miguel Báez Durán, escritor pleno de imaginación y de recursos para usarla, sin duda un maestro del nocaut cuentístico”.

Insisto: al escribir lo anterior sabía que el minitexto de la cuarta debía terminar de manera categórica y subrayar que Miguel Báez Durán (Monterrey, NL, 1975) es un “maestro del nocaut cuentístico”. Razonar esta afirmación aparentemente excesiva es el propósito de los renglones que ofrezco a continuación.

Diré en esta nueva oportunidad, para empezar, lo que he repetido muchas veces sobre todo en los talleres literarios: que el cuento es un género literario peliagudo, fácil nada más para quienes lo observan desde la otra orilla del río. Es pues un error juzgarlo por su complexión breve, pensar que el cuentista es un tipo que se sienta, relata una anécdota y termina en la cuartilla dos o cinco o diez, cuando la aventura narrada ha terminado. Así de sencillo y así de falso. Se le minusvalora en principio por su brevedad: ¿qué tan difícil puede ser sancochar un texto corto?, piensan muchos. Lamento decir que la brevedad es apenas su característica más saliente, la punta de un iceberg que debajo esconde —cuando el cuento es eficaz, cuando el cuento es, como quería Poe, impactante— un montón de malicias, tantas que por ello muchos narradores le sacan la vuelta y optan por la escritura quizá más relajada de la novela, género que asimismo demanda otras pericias.

Pues bien, digo que Miguel Báez es un maestro del cuento no por capricho o por los imperativos de la amistad, sino porque sus cuentos son dispositivos literarios que admiten la lectura más puntillosa. En Encuentros fortuitos no asistimos a la escritura de un aprendiz, de alguien que apenas tantea con paso titubeante el terreno movedizo del cuento. Al contrario, en este libro estamos frente a la presencia de un narrador ya dueño de todos los recursos necesarios para articular historias compactas, emotivas, dignas de figurar en la biblioteca más rigurosa. Pienso de nuevo en la extensión; pese a que se trata de cuentos largos, la apretada intensidad de cada pieza crea la impresión de vertiginosidad, rasgo propio del cuento, casi como si en la lectura asistiéramos a un viaje en caída libre.

Los cuentos avanzan sin detalles que queden librados al azar, sin distracciones parasitarias, siempre al servicio del asunto central, siempre apegados al conflicto del protagonista. Desde cada uno de los arranques sabemos de un propósito, de un deseo clavado como daga en el espíritu de cada personaje principal, y hacia allá, a ver cumplido o frustrado ese deseo, avanzamos guiados por una prosa que no se da reposo en su fluidez, casi frenética en el despliegue de las peripecias y sin embargo espesa de belleza literaria, henchida de giros que nos permiten apreciar la soltura de un narrador que se apodera de un tono y no lo suelta hasta persuadirnos de que lo contado está muy bien contado, con las medidas justas de velocidad, introducción de detalles y verosimilitud.

En los siete cuentos que habitan este libro conviven las mejores herramientas de la narrativa. Por ejemplo, una que no es frecuente encontrar en otros escritores: la capacidad para bucear minuciosamente en el alma de los personajes, la destreza para sumergirse en interiores atormentados, en vidas que encallan en miedos, en odios, en obsesiones, en tristezas recónditas, en muy pocos, poquísimos o de plano nulos motivos de alegría. No se ha equivocado Saúl Rosales, quien tras leer los cuentos de Encuentros fortuitos me comentó que, natural o aprendido, hay algo de destoyevskiano en los microcosmos urdidos por Miguel Báez. Y sí, la mayor parte de los personajes que deambulan por estas páginas son sujetos sujetos a un pequeño infierno, seres incrustados en la urbe que bajo la cutícula de civilización no pueden evitar los manotazos de la soledad y la barbarie.

He compartido con su autor los títulos de mis relatos preferidos. Con los libros de cuentos, como ocurría antes con los discos y sus canciones, siempre pasa esto: uno selecciona en la cabeza las piezas que más le cuadran. No citaré aquí cuáles son, para no prejuiciar más al lector con mi opinión. Sólo diré, como cierre de mi reseña, que este libro es un dechado de libro de cuentos, que todos sus párrafos han sido concebidos, problematizados, ejecutados y revisados con lupa por un escritor lagunero desbordante de talento literario y voluntad creativa, por Miguel Báez Durán, un narrador que ha aceptado los desafíos del cuento y ha salido airoso como lo que es: “un maestro del nocaut cuentístico”.

Comarca lagunera, 22, noviembre y 2023

Nota. Texto leído en la presentación de Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) celebrada el 22 de noviembre de 2023 en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, Torreón. Participamos Mariana Ramírez Estrada, el autor y yo.

miércoles, noviembre 22, 2023

Encuentros fortuitos, cuentos de Miguel Báez

 









Encuentros fortuitos, libro de cuentos de Miguel Báez Durán coeditado por la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad Iberoamericana Torreón en 2023, será presentado hoy miércoles 22 de noviembre a las 7 PM en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, de Torreón. Mariana Ramírez Estrada, el autor y yo haremos los comentarios sobre el libro.

Los personajes de los siete cuentos reunidos en Encuentros fortuitos habitan la frontera simbólica entre México y Canadá, y son sujetos cuya inestabilidad nos permite suponer la inestabilidad de la vida, el monstruo que acecha detrás de cualquier rutina o sensación de bienestar. Así, una turista canadiense entregada a la caridad indolora pierde misteriosamente la vida en Cancún, una madre alucina con las caricaturas niponas que podrían contaminar a su hijo, unos pelagatos edifican a punta de memeces su indestructible ego, una mujer es acosada por los arañazos del amor y la maternidad, un escritor revisa su fracaso en el espejo del reconocimiento ajeno y remotísimo, un inquilino con anhelos de serial killer reflexiona sobre el cese taxativo del ruido en su vecindario y, por último, un sujeto queda hecho pomada por la belleza fugaz e inalcanzable.

Miguel Báez Durán (Monterrey, NL) radica en Torreón desde 1985. Es licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana Torreón y maestro en Letras Hispánicas por la Universidad de Calgary. Entre otros libros, es autor de Vislumbre de cineastas y Miel de maple. Ha publicado reseñas de cine y libros en revistas y en su blog, además de haber colaborado como crítico de cine en programas de radio cultural. Fue profesor de español como lengua extranjera en la Universidad de Calgary, la Universidad Concordia y la Universidad de Quebec en Montreal. Hasta el 2017 también fue profesor de tiempo completo en el Departamento de Lenguas y Culturas de Vanier College. Actualmente colabora como profesor de asignatura en la Ibero Torreón. También da clases de español como lengua extranjera en línea.

Mariana Ramírez Estrada nació en Torreón, y estudió Ciencias Humanas en la Ibero Torreón. Es editora de revistas y libros, correctora de estilo y maestra de literatura.

La entrada es libre y al final habrá brindis.

sábado, noviembre 18, 2023

Podcast sobre Leyenda Morgan










 

No soy de medios audio, visuales ni audiovisuales, por eso el auge de los podcasts no me ha seducido. Esto no significa, sin embargo, marginarme si alguien me convida a trabajar en un producto de esa índole, como pasó con la propuesta del comunicólogo regiomontano Gabriel Contreras, quien me invitó a dialogar sobre la reedición de mi libro Leyenda Morgan (UANL, 2023) para, con ese material, armar un podcast. Ya quedó, y aquí lo dejo al alcance de quien guste escucharlo. Las respuestas que di, si alguien las prefiere leídas, son las siguientes, y creo son útiles para acceder a la materia de la literatura criminal en general y a mi libro de cuentos en particular.

1

Mi primer contacto con la literatura policial, detectivesca o criminal se dio, como supongo les ocurre a muchos lectores incipientes, con los cuentos de Edgar Allan Poe, particularmente con el primer cuento de la historia de la literatura policial: “Los crímenes de calle Morgue” en la edición de Porrúa de la colección Sepan cuentos. Allí también hay otros cuentos policiales famosos, como “La carta robada”, y en esas historias me asombró la acumulación de pistas y la tremenda capacidad de Auguste Dupin para atar las pistas y esclarecer el misterio. Supe entonces que todo escenario de un crimen o todo relato detallado de un delito esconden mensajes, comunican, y la tarea del investigador es decodificar bien los indicios, interpretar las huellas.

Poco después, en la misma colección Sepan cuentos de Porrúa, leí los cuentos de Conan Doyle que tienen como protagonista, ya lo sabemos, al detective más famoso de la literatura, Sherlock Holmes. Son historias algo mecánicas, de estructura algo rígida, dirigida al público europeo del siglo XIX, cuando todavía lo policial no había alcanzado la popularidad que luego tendría. Gracias a Holmes se afianzó en mí la certeza de que lo más importante en una historia de este tipo son las pistas, y que el investigador astuto debe ser capaz de conjeturar lo que comunican

Con los años seguí leyendo de todo, y no faltaron libros policiacos, aunque no muchos, pues hasta la fecha no me considero un lector o escritor de este tipo de literatura, sino un lector a secas que en el camino ha leído y escrito algunos relatos policiales. Cayó en mis manos, por ejemplo, el libro escrito por Borges y Bioy firmado con el seudónimo H. Bustos Domecq, que exagera hasta lo paródico los recursos de la narrativa detectivesca de enigma. También me gustó mucho Rodolfo Walsh, su libro Variaciones en rojo. De los mexicanos, comencé con Bernal y Taibo II, y con el paso del tiempo se han sumado autores más recientes. También debo decir que el cine y series de televisión me han orientado y estimulado para animarme a escribir cuentos policiacos.

Debo agregar que para mí es muy importante la noción de principio, medio y fin. No me agradan las historias deshuesadas, los finales nebulosos, demasiado abiertos o mañosamente resueltos, sin pistas previas. Un último detalle: cuando pensé en escribir algo policial, pensé en combinar el relato de enigma con el policial duro. Es decir, que en una misma historia hubiera una pregunta y elementos que aludieran a la viscosidad de la violencia común, no la relacionada con el narco, sino con los robos, extorsiones y demás tropelías que siempre han existido.

2

Lo primero fue imaginar al personaje, diseñar sus rasgos físicos y su psicología. Gradualmente fui añadiendo detalles a su aspecto. Sabía que debía ser policía judicial con poca instrucción, con un pasado familiar algo disfuncional y precario, además de no muy exigente con su ética. También, que debía ser muy sagaz y valiente, intuitivo. Me impuse desde el principio la idea de hacerlo antisocial, poco dado a la conversación, solitario, nada sentimental y ajeno por completo a las delicadezas. Una de las obligaciones más enfáticas que me propuse cumplir es vincularlo estrechamente con gustos populacheros, nada culteranos, pues he leído y visto películas en las que el policía, luego de pasar todo el día en los barrios bajos, en los tugurios, en los lupanares, en los callejones oscuros y mugrientos entre delincuentes, soplones y demás canallas, llega a su departamento de soltero insalvable, se sirve un whisky, pone música clásica en el estéreo y acaricia a un gatito o a un perro french. Yo no quería eso, pues imagino que un policía judicial mexicano al uso tiene en general gustos elementales, oye música populachera, come tacos, bebe cerveza y todo su mundo real y simbólico es rasposo.

En el camino también pensé en la formación intelectual de mi protagonista, por llamar de algún modo a su formación. En lugar de tener referencias sobre la Divina Comedia, como ocurre con ciertas películas gringas en la que un investigador deduce que los crímenes se relacionan con clásicos, mi policía sólo debía tener preparación elemental. Imaginé entonces que en lugar de libros muy sesudos, mi policía se había pasado la vida leyendo novelitas semanales de puesto de periódicos, literatura baratísima, historietas mexicanas. Como le pasó al Quijote con las novelas de caballería, mi investigador se ve embrujado por los cómics que devora y eso lo lleva a imaginar que él puede convertirse en protagonista de esas publicaciones. Así, mi libro Leyenda Morgan es un libro de cuentos, pero con algunos rasgos de novela, como un solo personaje en todas las historias, una sola atmósfera, una estructura similar en donde se trata de respetar el principio-medio-fin y un presente narrativo en todo el libro. En este sentido, se me ocurrió que el presente narrativo de todo el libro se da mientras el policía bebe cerveza en una cantina, y entre cada vuelta a ese presente el personaje imagina delitos que ha esclarecido en el pasado, siempre con la sensación de que son parte de una historieta.

Esto va de la mano a la idea de añadir imágenes de cómic al libro, portadas como de historieta popular mexicana a cada cuento y también una página de historieta en cada cuento pero no como ornamento, no como ilustración, sino como parte de la trama para reforzar la idea de que mi policía se imagina protagonista de una novela policiaca semanal. Este libro ganó el premio nacional de cuento del INBA-SLP 2005, y los jurados, Ana Clavel, Daniel Sada y Hernán Lara Zavala destacaron que esta narrativa textual con algunos elementos icónicas era una novedad. El premio de San Luis es convocado desde 1974, y quizá mi libro sea el único de corte policial que lo ha ganado.

3

No soy especialista, como académico, en literatura policiaca de México ni de ninguna parte. A lo mucho soy un lector esporádico de este tipo de obras. Sé que en los años recientes han aparecido autores valiosos como Élmer Méndoza, Eduardo Antonio Parra o Vicente Alfonso, por mencionar sólo a tres muy destacados, pero son muchos más. Ellos han continuado la obra de Usigli, Bernal, María Elvira Bermúdez, algo de Ibargüengoitia, algo de Leñero y, por supuesto, de Taibo II y Juan Hernández Luna. Creo sin embargo que todavía falta mucho para alcanzar la fuerza y la abundancia de literaturas policiacas o criminales como las de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y, en América Latina, Argentina. Ahora bien, esto no es una competencia, y México puede hacer aportes que ya de alguna manera está haciendo al incorporar a la literatura circunstancias de la realidad hiperviolenta del crimen organizado. Pero no es fácil trabajar con la violencia extrema, pues de allí puede salir una literatura tan truculenta que puede resultar inverosímil. No digo “inverosímil” porque no pueda ser creída como literatura, sino porque siempre sospecharemos que es una creación artificial del escritor, ya que sería al menos raro que un novelista haya “vivido” esas experiencias para después contarla. Tal vez el género más adecuado para contra la hiperviolencia sea el ensayo, como lo han demostrado con sus libros Sergio González Rodríguez, Héctor Domínguez Ruvalcaba y Oswaldo Zavala.

En lo personal, creo que los mejores temas para lo policial tienen que ver con el delito común, con los fraudes, con los robos, con los homicidios por celos o por venganzas familiares. Quizá eso es un material más fácil de explorar y explotar por el escritor y no tanto el submundo de la hiperviolencia donde se mueve el crimen organizado.

4

Ni siquiera he pensado en mi policía judicial como un antihéroe. Quizá ciertos lectores se identifican con él porque en el fondo todos apetecemos no tener miedo, movernos y dialogar con quien sea sin que nos tiemble la voz. En lo personal creo que mi personaje es desagradable, pero tampoco tuve muchas opciones al construirlo. Haberlo hecho amable, educado, cordial, justo, sensible, lo hubieran convertido en un fantasma. El tipo es un tipo terrestre, formado en su circunstancia, sin muchos principios ni valores. No lo propongo como modelo de nada en la realidad, sino como un sujeto que, algo hiperbolizados, tiene algunos rasgos comunes a los guardianes de la ley en nuestro país, peones que buscan su acomodo en el inmenso ajedrez de la corrupción.

5

Un rasgo que también quise sumar a Leyenda Morgan quizá no es muy visible, pero yo sé que de alguna manera está allí. Desde hace mucho soy admirador de la literatura picaresca española, y creo que en gran medida nuestra realidad está llena de Lazarillos de Tormes y de Buscones de Quevedo. Quizá en la literatura ya no aparecen tantos pícaros, pero en la realidad estamos llenos de personajes de este tipo, logreros, gandallas, transas, vivos. Ahora bien, no creo que esos personajes sólo rondan en los bajos fondos de la sociedad, sino que son ubicuos. Esto significa que para mí el pícaro puede vivir y lucir sus mañas en el barrio, pero también es pícaro quien hace transas en las altas esferas políticas o empresariales. Si algo caracteriza a la realidad mexicana es eso, la superabundancia de pícaros. Son pícaros los compas de la tiendita que nos despachan kilos de 900 gramos, pero también son pícaros los banqueros que nos hace cargos oscuros en la tarjeta. Por eso mismo casi nadie está limpio en mi libro Leyenda Morgan, todos se mueven allí como gesticuladores, son mentirosos seriales y sujetos con moral torcida. La mirada del lector se centra en el protagonista porque es el protagonista, pero casi todos los personajes con los que trata harían lo mismo si pudieran.

Esto no significa que mi libro se asuma como un tratado sociológico o una obra con mensaje concientizador. No fue ese mi propósito al escribirlo, sino articular historias en las que con ciertas dosis de humor negro se refleja de manera algo esperpéntica la realidad en la que creo que nos movemos. Es por ello un objeto literario, no académico, aunque alguien quiera leerlo de cualquier otra manera. La idea más remota de este libro me nació al escuchar una conferencia sobre derechos humanos. Recuerdo que la ponente habló de los procesos judiciales y dijo que si las evidencias de un delito no están bien levantadas, no habrá castigo, pues el debido proceso obliga a que el delito quede perfectamente demostrado. Como las escenas del crimen se contaminan, como las autoridades no peinan adecuadamente los lugares donde se comete un delito, eso a la larga provoca la imposibilidad del castigo, la impunidad. Mi personaje no es un corrupto mayor, es un pícaro centavero y un traidor casi secreto de su oficio, pero si multiplicas esa picardía individual por miles o millones, es por eso que vivimos en una realidad muy dada a la injusticia, a la impunidad.

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Los argentinos hablan de “códigos” y de “no tener códigos” cuando un delincuente traiciona a otro o pasa ciertas líneas, como no cumplir un acuerdo, robar lo robado o meterse con familiares. Creo que esta insistencia en la “ética” entrecomillada es herencia de los grupos mafiosos del sur de Italia, lo que tanto resalta y seduce en la saga de El Padrino. No creo que en México sea tan claro hablar de este tipo de códigos. Acá siento que no hay mucho prurito o cargo de conciencia si alguien traiciona a alguien, si se rompe con la ética. Mi personaje es un tipo torcido, que ni siquiera repara en la existencia de una mínima ética. Lo único que busca y muchas veces logra es obtener una ganancia particular tras dar con la solución de un misterio. En él jamás resalta un remordimiento, la idea de que transgredió algo. Para él, lo más normal es lo anormal, medrar, usar su cargo para centavear. Por eso también vive y trabaja solo; esto le permite no rendirle cuentas a nadie.

7

Es cierto, mi libro es una mixtura de elementos cultos y populares. Me da pena decir que un rasgo culto está en la textura de la prosa, en su tono, y en la idea cervantina que ya mencioné: así como el Quijote enferma con novelas de caballería, mi policía es engatusado por los cómics policiacos. Los elementos populares son muchos: las canciones que oye mi policía (sólo Los Cadetes de Linares), las películas que ve (de los hermanos Almada), su apodo de beisbolista y en general el contexto en el que se mueve, los lupanares, las cantinas, los mercados, las taquerías. En todo esto creo que influyó el hecho de que yo me muevo en dos planos: tengo algún contacto con la alta cultura (por ejemplo, con los libros) y también con la calle, con la realidad más inmediata de la comarca lagunera.

8

En todos los cómics imaginados por el Teniente Morgan hay una frase que opera como subtítulo: “La ley nunca descansa”. Por supuesto es una ironía. Mi policía representa a la ley, pero es quien menos va a ejercerla. Podría pensarse que él es una sinécdoque del Estado criminal: la parte por el todo. Él no es tonto, al contrario, no tiene lecturas, no tiene formación, pero es muy inteligente. Lamentablemente pone su sagacidad al servicio sólo de sí mimo, nunca de la ley. 

martes, agosto 22, 2023

Entrevista sobre Leyenda Morgan


 











Entrevista sobre la segunda edición de Leyenda Morgan publicada en 2023 por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Aquí el enlace a YouTube.

lunes, junio 12, 2023

Leyenda Morgan














Gracias al maestro Enrique Medina por su reseña a mi Leyenda Morgan (UANL, Monterrey, 2023). El comentario fue publicado en la edición de Página 12, Buenos Aires, Argentina, el 12 de junio de 2023. Aquí la reseña.

Teniente Morgan

Enrique Medina

La novela policial, mirada de costado en sus inicios por alguna crítica “seria” o “exigente”, y luego revalorizada como un auténtico género literario, tuvo diferentes etapas antes de consolidarse. Pasando de los enigmas de los escritores ingleses a la narrativa dura norteamericana, sin dejar de lado la complejidad del francés Simenón, muchos han sido los creadores que grabaron a fuego libros señeros con personajes que han quedado como clásicos en la mente de los lectores. Al Sam Spade de Dashiell Hammett, al Philip Marlowe de Raymond Chandler, al Mr. Ripley de Patricia Highsmith, al Hércules Poirot de Agatha Christie, y rematando con el brutal Mike Hammer de Mickey Spillane, dejando espacio para los que falten mencionar, vale sumar ahora al Teniente Morgan del mexicano Jaime Muñoz Vargas.

Leyenda Morgan se titula el libro. Con habilidad, el autor ha sabido construir un personaje con características muy marcadas y curiosas en una singular narrativa que no sólo crea un personaje para deleitar con sus aventuras, sino que, en sí mismo ya de por sí, es una considerable creación que se yergue por mérito propio en las páginas que lo dibujan. El modo que tiene el protagonista para presentarse: “Morgan, Teniente Morgan”, imitando al agente de inteligencia 007 con su “Bond, James Bond”, es la clave para ingresar a este fascinante mundo de acontecimientos descalabrantes. Rudas, sangrientas, por momentos escalofriantes, estas historias se desenvuelven en un decorado oscuro y siniestro que el autor describe con absoluta maestría en una narración que peca, muy bien, de tosca inocencia y sutil ferocidad.

El protagonista es un personaje cuyos rudos y sangrientos episodios atrapan completamente. Siendo un nadie lavacoches, de suerte pasa a vestir el uniforme azul de policía. De ahí, gracias al milagro de un muy sonado caso de secuestro, en el que participa apenas dándose cuenta, pero sabiendo aprovechar los coletazos del periodismo amarillista que lo erige héroe por haber perdido parte de la oreja derecha, debido a un balazo cómplice en el trámite, rápido, de reflejos bien aceitados, y gracias a verse en los diarios que lo muestran héroe, el protagonista deja de ser un policía de cuadra y pasa a convertirse en investigador judicial. Y ya, apenas si le falta hacerse acreedor de rasgos que lo singularicen. Magistral, el autor lo describe terminante y con feliz rúbrica.

Morgan, que en realidad tiene un nombre chato y sin brillo, se erige teniente y calza botas picudas de tacón cubano, fuma cigarrillos Raleigh, bebe mucha cerveza marca “Indio”, empuña una pistola “Beretta” de nueve milímetros y quince tiros, y maneja un Impala que a veces niega venirse a razones. Y por si fuera poco, es fanático de la música rock de su juventud. Estas características que lo identifican con aspaviento entre sus pares, sólo son los detalles pintorescos que le dan color y simpatía; pero también tiene otras que sólo comparten el autor y los lectores: y es una profunda vocación de corrupto, asesino y coimero. 

Cada aventura es una delicia de ingeniosidad y estilo. Así como coimea desvergonzadamente, también es estafado por algún asesino falto de palabra. Pero también sabe prorratear una recompensa desmesurada como si lidiara con un tendero de barrio popular. En otra historia es alquilado para actuar como sicario, pero, extrañamente, elimina al contratante. Los relatos se hacen atractivos porque el lector también debe meterse a detective y descubrir la conclusión junto al Teniente Morgan, cuando él, recurriendo al clásico estilo de los finales policiales, pasa a explicar el caso cerrando el episodio. Admirable libro y notable escritor.

El novelista Guillermo Arriaga, guionista, entre otras, de las películas Amores perros y 21 gramos, ha escrito sobre Muñoz Vargas: “Su narrativa suda, huele, moja, ensucia de sangre, lágrimas, semen. Y encima de todo esto es, además, un escritor elegante. Su prosa es limpia, precisa; al estilo de los grandes contadores de historias, no se queda en un regodeo estéril del lenguaje. Quien lea este libro tendrá el viejo placer de encontrarse con una historia contada de manera espléndida, con un escritor que sabe su oficio, un maestro que usa el lenguaje con sabiduría”. 

Cabe destacar las ilustraciones de Rubén Escalante Alonso, que dibuja el personaje con hondura y patetismo, como si se lo hubiera cruzado en algunos de esos aciagos piringundines de terror. Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, en 1964. Es editor y maestro de la Universidad Iberoamericana Torreón. Ha publicado una veintena de libros, narraciones como El principio del terror, Juegos de amor y malquerencia, Las manos del tahúr; y también de periodismo Tientos y mediciones, Entre las teclas. Ha ganado los premios nacionales de Narrativa Joven, y San Luis Potosí, entre otros. Leyenda Morgan fue editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León.

sábado, abril 22, 2023

Libros asequibles












 

“Asequible” es un adjetivo muy útil. El diccionario académico le dedica una definición que no tiene pierde, por clara y sintética: “Que puede conseguirse o alcanzarse”. Nada más, con eso basta. La uso en el título de esta entrega porque creo que, contra lo que se piensa, el libro sigue siendo uno de los objetos más asequibles del mercado, tan fácil de conseguirse o alcanzarse que cualquiera puede hoy soñar con una biblioteca de crecimiento rápido. Aquí excluyo las copias y los PDF (se recomienda no pluralizar las siglas o iniciales, o sea, no decir PDFs u ONGs), ya que acusan otro tipo de distribución e incluso suponen otra actitud lectora.

Los libros-libros, por decirlo así, esos objetos ergonómicos, concretos, silenciosos e inmejorables como invento desde que alguien hace muchos siglos decidió cortar el papel en hojas y pegarlas de un lado para crear lo que hoy llamamos “lomo”, son también asequibles, y más allá de cualquier limitación económica, quien sea puede conseguirlos si además de un poco de dinero tiene algo de voluntad para buscarlos y después, si es posible, leerlos. Por supuesto que si el presupuesto es mínimo no podrán alcanzarse fácilmente los bombazos editoriales del momento o los libros de cierto lujo, digamos de 400 pesos o más, pero sí todos aquellos, que abundan, ubicados por debajo, y a veces muy por debajo, de la franja de los 100 pesos, incluidos los títulos de autores clásicos. Las librerías de viejo son un buen ejemplo de lo que señalo, ya que constituyen reductos en los que el bajo precio por lo regular no corresponde con la alta calidad de las obras exhibidas.

Por estas fechas cercanas al Día del Libro, además, no es infrecuente que las librerías se pongan de modo y descuenten notablemente sus existencias. En la capital del país hay incluso un proyecto anual con un nombre explícito: “Remate de libros”. Algo parecido, aunque en pequeño, de las dimensiones que admite el tamaño de nuestra región, organizó el Museo Arocena en 2022, y funcionó como imán de lectores. Este año ha reiterado la convocatoria cuyo nombre es “Libros con descuento”, y hoy sábado 22 reunirá a varias instancias públicas y privadas vinculadas al trabajo con el libro.

La idea, como indica el título de la actividad, es que los libros puestos a la vista del cliente potencial sean vendidos, todos, con un descuento más que significativo, tan grande como sea posible, de modo que el público entre, compre y salga de allí con volúmenes en la mano. Participarán la Ibero Torreón por medio de su Centro de Difusión Editorial, Educal-FCE, el Archivo Municipal de Torreón, la Librería El Astillero, El Instituto Municipal de Arte y Cultura de Torreón, La Tinta Cafebrería, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la institución convocante y anfitriona, el Museo Arocena.

Ya el año pasado, como digo, participamos en la primera edición de esta propuesta bibliográfica y tuvo una afluencia importante que este sábado, esperemos, mejore.

Como participante a nombre de la Ibero Torreón y al mismo tiempo comprador de libros, puedo asegurar que en 2022 me llevé varios títulos a precios que en otro momento es difícil conseguir. Por eso digo: si uno busca, asiste a estas oportunidades y rastrea oportunidades, se derrumba el pretexto de que el libro es caro. Los esperamos pues hoy sábado de las 12 a las 6 pm en el lobby del Museo Arocena. Por allí nos saludamos y compartimos recomendaciones de libros, sin duda, asequibles.


miércoles, octubre 26, 2022

Dos libros de Gilberto Prado

 











Sé que en este momento tenemos disponibles en La Laguna dos libros de Gilberto Prado Galán. Los demás, los muchos demás, o se han agotado o nunca fueron distribuidos por acá. El más recientes, y el último editado en vida del autor, es Ella era el jardín, que acertadamente acaba de publicar el Instituto de Cultura y Educación de Torreón. El otro es Para leer El Aleph, publicado hace tres años por la UANL y la Ibero Torreón. Tuve la fortuna de editar este segundo, lo que me mantuvo en intensa comunicación con Gilberto durante varias semanas.

A ciertos libros cuya edición cae en mis manos les escribo la contratapa sin firmarla. Eso es muy común, parte de la chamba. En el caso del libro sobre el libro más famoso de Borges, Gilberto me pidió la firma, y así convidé a los potenciales lectores: “Borges es desde hace décadas, sin duda, el escritor latinoamericano más atractivo para la crítica, y a diferencia de otros creadores sepultados o casi sepultados por el olvido, su obra sigue convocando asedios cuya onda expansiva no acata bordes. Escritores, lingüistas, historiadores, científicos, matemáticos, antropólogos, profesionales y no profesionales de las más diversas disciplinas han encontrado en las hermosas y eruditas páginas del argentino un océano de significados y referencias cruzadas, precisamente un laberinto al que resulta muy difícil no ingresar. El imán borgeano es, pues, poderoso, y uno de los lectores mexicanos que con muy buena disposición ha cedido a la tentación de indagarlo es Gilberto Prado Galán (Torreón, Coahuila, 1960), quien hacia 1999, en el centenario del maestro, publicó El año de Borges, y ahora, en el aniversario setenta de la primera edición de El Aleph, propone El ancla y el mar. En ambos casos, nuestro ensayista ha explorado con agudeza los cuentos de Borges, esos microcosmos en los que parecen converger todas las realidades posibles. Imagino que, guiado por las observaciones y la espléndida prosa de Prado Galán, el lector de El ancla y el mar deseará volver a los relatos de Borges, del infinito Borges”.

En su breve prólogo, Gilberto apunta el origen y el propósito de su libro:

“En 1999 se publicó El año de Borges, libro de mi autoría que comprende doce ensayos acerca de sendos cuentos del autor de Historia de la eternidad.

Tras la muerte de mi eterna compañera Leticia emprendí la relectura de El Aleph, obra central de la narrativa universal y uno de los diez libros más importantes del siglo pasado. En El año de Borges comenté tres cuentos de El Aleph: El inmortal’, ‘La escritura del dios’ y el cuento epónimo. Sé que el propósito de este libro es abrir de otro modo la puerta a un mundo literario tan insólito como deslumbrante. Sólo pretendo, como Luis Cardoza y Aragón en su acercamiento a José Clemente Orozco, ‘prolongar la felicidad de lo leído’.

Algo más: en el umbral de El oro de los tigres (1972) despunta el poema “Lo perdido”, y en la zona más acendrada del texto, la segunda pregunta: ‘¿Dónde estará el perdido/antepasado persa o el noruego,/dónde el azar de no quedarme ciego,/dónde el ancla y el mar, dónde el olvido/de ser quien soy?’. El ancla y el mar es una expresión correlativa y sinónima de la moneda de hierro. ¿Por qué? Porque el ancla (hierro) es el destino, y el mar (por impredecible y veleidoso) es el azar. Las dos caras de la moneda de la existencia que es el intolerable Zahir que es asimismo un laberinto cuya salida es azarosa o gobernada por secretas o precisas leyes, como escribió el poeta en ‘In memoriam A.R.’. A esta peculiaridad disyuntiva o concomitante de la suerte y la causalidad a veces unimismadas obedece la elección del título del libro.

Ofrezco mi lectura de El Aleph de Jorge Luis Borges (Losada, 1949), libro que en 2019 habrá de cumplir setenta años de ser publicado por primera vez”.

Este libro está disponible en la Ibero Torreón y en El Astillero Librería. Para conseguir el otro, Ella era el jardín, hay que preguntar con la maestra Nadia Contreras en las oficinas del IMCE.

miércoles, abril 13, 2022

Los años de plomo: reprimir era el verbo

 











Fue la década de los setenta, y particularmente el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, el momento más represivo en la historia del México posrevolucionario. Autoritarismo del poder mexicano siempre hubo, pero el ejercicio de la violencia física quizá nunca se había expresado con mayor sistematicidad que en aquellos años signados por dos rasgos del poder: la cerrazón política a ultranza, por un lado, y la brutalidad, por el otro. Si el 68 dejó ver con claridad el rostro intransigente del gobierno, los años que siguieron agudizarían su endurecido talante, inviable ya para los vientos que soplaban en el interior y el exterior de México. Al cerrarse la vía de la política, varios mexicanos, sobre todo jóvenes, optaron por el camino de las armas que, como sabemos, se había convertido en una posibilidad importante de cambio social y económico principalmente en Asia, África y América Latina, aunque también se manifestó, no sin sorpresa, en países como Estados Unidos con organizaciones como el Partido Panteras Negras, de autodefensa ante el abuso de la fuerza policial.


La novela Los años de plomo (UANL, 2021), de Hugo Esteve Díaz, recorre el doloroso sexenio que va del 70 al 76, el echeverriato. Hugo Esteve Díaz (Ciudad de México, 1955) es escritor, analista político y profesor. Ha publicado Las corrientes sindicales en México (1990), Los movimientos sociales urbanos, un reto para la modernización (1992), El sector social de la economía (1994), Las armas de la utopía. Tercera ola de los movimientos guerrilleros en México (1996) y Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México 1960-1990 (2013), entre varios libros más, como las compilaciones Recordanzas sobre René Avilés Fabila (2017), Antecedentes de la razón. Antología del cuento guerrillero (2018). Autor además, en literatura, del libro de cuentos Las dichosas vocales (2018) y ahora de la novela Los años de plomo (2021). Licenciado en Derecho con especialidad en Ciencia Política por la UVM-UNAM. Autor de una decena de libros. Ha sido articulista en varios periódicos y revistas, así como catedrático y expositor en diversas instituciones. En paralelo a estas actividades, es especialista en desarrollo de recursos humanos, relaciones de trabajo y gestión legal laboral.


Cierto que el presente de la historia aterriza en la declinación de ese sexenio, más o menos entre agosto y octubre del 76, pero todos sus protagonistas ocuparon la escena política durante aquel periodo. Se trata de una historia peculiar, una novela que llega hasta los bordes del género, si es que los tiene. Lo habitual es, sabemos, identificar a un protagonista y avanzar por una ruta argumental definida, un propósito. En este caso no los hay, o los hay de un modo inhabitual. En cuanto a los personajes, ninguno destaca sobradamente de los demás, aunque quizá sea Manuel Nazario Herro el más definido; hay otros relevantes, pero ninguno ocupa un lugar en la escena narrativa al grado de que lo consideremos “protagonista”. En cuanto al asunto, es viable decir que un motivo poderoso y de flujo algo soterrado es el de la sucesión presidencial del 76. En efecto, varios capítulos (del 2 a 5) de Los años de plomo tienen ese trasfondo: hay un presidente a punto de dejar el poder y otro a punto de asumirlo, y debajo de esto, en el drenaje profundo, cunde la rebatinga política entre los que van de salida y quienes desean agarrar buen hueso en el sexenio por venir. Otra línea de fuerza argumental, claro, está en la mirada y en el riesgoso trajín de los guerrilleros (del 6 a 10).

Como dije, la ubicación del presente en esta novela es precisa: el 27 de octubre del 76, día en el que un grupo guerrillero (innominado en la novela) intenta secuestrar a la hermana del presidente electo que asumiría el poder ejecutivo un mes después. El desarrollo de este hecho es abordado en los capítulos 1 y 11, primero y último, como si esto fuera el marco dentro del cual se desarrollarán los capítulos que van del 2 al 10. Con este recurso, Esteve Díaz parece sugerir que mientras varios jóvenes emprendieron acciones de alta peligrosidad, en otros ámbitos de la vida nacional el interés de los políticos se centraba en disputar como chacales la posibilidad de acomodarse bien en nuevos cargos públicos. El desfile de logreros abarca, como digo, varios capítulos, todos ellos atravesados por el cinismo de un sistema que ya para entonces pedía a gritos alguna bocanada de oxigenación democrática y en lugar de permitirlo reprimía sin ahorrar recursos económicos o métodos de sometimiento.

A esta altura de la reseña se habrá notado que Los años de plomo trabajó con la arcilla de la realidad. No sólo fue así, sino que es posible definirla como novela de no ficción, o de casi no ficción, pues la mayor parte de los hechos y los personajes se ajustan fielmente a los actores y a los acontecimientos de aquella terrible etapa. Se trata entonces de un repaso a la pantanosa vida política del echeverriato con un énfasis especial en el tic que lo caracterizó: su obsesión por aniquilar, sin que se notara mucho, según las autoridades, a los grupos rebeldes nacidos a partir del halconazo y otros que ya venían del sexenio precedente. La organización más importante fue, como sabemos, la Liga Comunista 23 de Septiembre cuya fundación se dio en Guadalajara en marzo del 73. Su aparición marcó a su vez el desbordamiento de la guerra sucia, el uso extrajudicial del Estado para aplastar oponentes mediante operativos de la Dirección Federal de Seguridad aceitados desde la Secretaría de Gobernación. Sobre esto, en su prólogo Hugo Valdés señala que “El interés de Hugo Esteve Díaz por la llamada guerra sucia que asoló al país hace medio siglo no se limita a los exhaustivos trabajos de investigación que ha venido publicando en años recientes: su gusto por la literatura lo condujo a escribir Los años de plomo para dar cuenta de pormenores de esa etapa desde un registro novelístico que mucho se agradece, en vista de cómo la narrativa revela aspectos y matices que inevitablemente escapan en una pieza ensayística y aun en el testimonio y el documento de denuncia”.

Digo pues que Hugo Esteve escribió una novela de casi no ficción y no creo errar en su encuadramiento. Pongo el adverbio de aproximación “casi” porque si bien los hechos calcan lo sucedido en la realidad, al menos en la realidad documentable, el autor ha querido difuminar algunos datos sobre todo vinculados con los nombres propios de personas, instancias políticas y medios de comunicación. Fuera de estas modificaciones, la narración camina de la mano de la historia, de los hechos que en verdad ocurrieron.

Para efectos prácticos no es tan importante saber quién es quién y qué es qué en este mosaico de nombres ficticios, pero en automático el lector (el lector mexicano de edad algo avanzada) tiende, creo, como tendí yo, a tratar de identificarlos. El autor colocó marcas que ayudan a ubicar a la mayoría de los personajes. Enumerar quiénes aparecen con antifaz ayuda a darnos una idea de los sujetos que pueblan estas páginas. Si el animal Manuel Nazario Herro es Miguel Nazar Haro, esta es la clave para identificar a los demás: Alejando González Calleja es Fernando Gutiérrez Barrios, Josué Márquez Perales es Jesús Reyes Heroles, Octavio (en contraposición a un tal Regino) es Julio Scherer, Manuelita es (por el contexto) Margarita López Portillo, Maya Valencia es Mario Moya Palencia, Raúl Echegaray Ávila es Luis Echeverría Álvarez, Juan Pérez Murillo es José López Portillo, Luciano es Lucio Cabañas, Rubén Gamboa es Rubén Figueroa, “la doña” (por el contexto) es Rosario Ibarra, Miqueas es Oseas (es decir, Ignacio Arturo Salas Obregón, el fundador de la Liga Comunista 23 de Septiembre), Los Robles son Los Pinos, El Infame es El Móndrigo, El Mundial es El Universal y Minera es Madera. Dos intelectuales ocupan una sección de la novela: uno de ellos es el siniestro erudito Tulio Bernárdez, es decir, el siniestro erudito Emilio Uranga, y otro es German Kutman, en quien distingo al Güero Jorge Castañeda Gutman.

Pero más allá de estos cambios nominales, la novela grafica en su fragmentación y mediante el uso variable de las tres perspectivas del narrador, la fisonomía del momento en el que el Estado mexicano estaba ya en las patadas de ahogado y, dada la oposición justificadamente armada de grupos radicalizados, “cedió” la reforma electoral del 77 que a la postre permitiría orear gradualmente la vida democrática del país. No podía ser de otra manera dado que, como se puede suponer gracias a los pasajes de la novela, el poder político se edificaba desde la presidencia para abajo sin la menor oportunidad de cuestionamiento a su hegemonía y sus rituales. La práctica del dedazo, del acomodo de compadres en la nómina pública, del control de los medios, de la corrupción sin coto y la represión con altas cuotas de tortura y muerte habían colmado la paciencia de la juventud, que actuó sin remedio, desesperada.

Todavía faltaba —y aún falta— mucho para tener un país justo y respirable, pero quizá si en algunos ámbitos comparamos este tiempo con el que reconstruye la novela de Hugo Esteve Díaz, quizá concluyamos que algunas luchas de aquel pasado tuvieron una profunda significación pese a que hasta hoy padecen los estigmas de la mala prensa o, en el mejor de los casos, el olvido. Los años de plomo cierra con un colofón en el que el autor expone grosso modo algunos hechos que vinieron lustros después del traumático echeverriato y una sección cuasifascimilar de documentos.

Ojalá que todo esto sirva de estímulo para que muchos la lean.

Comarca Lagunera, 18, febrero y 2022

*Comentario leído el 18 de febrero de 2022 en la presentación de Los años de plomo (UANL, Monterrey, 139 pp.), novela de Hugo Esteve Díaz. Esta actividad se celebró en el Teatro Alfonso Garibay de Torreón; en la mesa participamos Saúl Rosales, el autor y yo.




jueves, febrero 17, 2022

Los años de plomo en La Laguna

 









Los años de plomo, novela del escritor Hugo Esteve Díaz, será presentada este viernes 18 de febrero a las 7 de la noche en el Teatro Alfonso Garibay, de Torreón. La comentarán Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y el autor.


Hugo Esteve Díaz (Ciudad de México, 1955) es escritor, analista político y profesor. Ha publicado Las corrientes sindicales en México (1990), Los movimientos sociales urbanos, un reto para la modernización (1992), El sector social de la economía (1994), Las armas de la utopía. Tercera ola de los movimientos guerrilleros en México (1996) y Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México 1960-1990 (2013), entre varios libros más, como las compilaciones Recordanzas sobre René Avilés Fabila (2017), Antecedentes de la razón. Antología del cuento guerrillero (2018). Autor además, en literatura, del libro de cuentos Las dichosas vocales (2018) y ahora de la novela Los años de plomo (2021). Licenciado en Derecho con especialidad en Ciencia Política por la UVM-UNAM. Autor de una decena de libros. Ha sido articulista en varios periódicos y revistas, así como catedrático y expositor en diversas instituciones. En paralelo a estas actividades, es especialista en desarrollo de recursos humanos, relaciones de trabajo y gestión legal laboral.


En el prólogo de Los años de plomo, el también escritor regiomontano Hugo Valdés Manrique señala que “El interés de Hugo Esteve Díaz por la llamada guerra sucia que asoló al país hace medio siglo no se limita a los exhaustivos trabajos de investigación que ha venido publicando en años recientes: su gusto por la literatura lo condujo a escribir Los años de plomo para dar cuenta de pormenores de esa etapa desde un registro novelístico que mucho se agradece, en vista de cómo la narrativa revela aspectos y matices que inevitablemente escapan en una pieza ensayística y aun en el testimonio y el documento de denuncia”.


Por su parte, el lagunero Vicente Alfonso observó que el autor es “Conocido y reconocido por sus trabajos en torno a la llamada Guerra sucia, período en que el estado mexicano reprimió violentamente a los grupos políticos disidentes y opositores, Hugo Esteve Díaz confirma con esta novela que la ficción no es lo opuesto a la verdad, sino su complemento: una herramienta que permite poner en evidencia el carácter complejo de ciertas situaciones. Fraguada con el ritmo trepidante del thriller y la acuciosa paciencia del investigador, Los años de plomo es una poderosa ficción que nos permite ver con otros ojos ciertos pasajes clave de nuestra historia reciente”.

Saúl Rosales nació en Torreón, Coahuila, en 1940. Es Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de más de veinte libros de ensayo, cuento, poesía, novela y periodismo cultural.

Por su parte, Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, en 1964, y reside en Torreón, Coahuila, desde 1977. Ha publicado sobre todo libros de cuento.

La entrada a la presentación de Los años de plomo —novela sobre la guerra sucia desatada en los setenta— es libre.


sábado, junio 27, 2020

Reyes muriendo y trabajando




















Como si fuera adrede, pero no, guardé el libro Cuando creí morir, de Alfonso Reyes, para un momento apropiado que llegó, obvio en mi caso, con una lumbalgia. Por su impecable presentación, suponía que se trataba de un trabajo con alto valor, de una obra digna de los aniversarios que la motivaron: el 130 del nacimiento y el 60 de la muerte del ensayista regiomontano. Fue publicada pues en 2019 por la UANL y el Fondo Editorial de Nuevo León, y contiene tres apuntes escritos por Reyes luego de los infartos que a la postre segarían su vida.

El título es elocuente: en efecto, Reyes creyó morir varias veces. La primera en 1944, la segunda y la tercera en 1947, y la cuarta, su peor experiencia, en 1951. Fueron “los cuatro avisos”, golpes al corazón que por lapsos lo forzaron a suspender todas sus actividades y vivir horizontalmente sometido a delicados tratamientos de recuperación en los que vislumbró las fronteras del más allá. Al final de cada aviso, como era su costumbre, Reyes hizo un examen de lo sucedido y lo transformó en escritura.

Los párrafos dedicados a la cercanía de la muerte no son sombríos, como podría suponerse. Antes bien, son en todo momento serenos y reflexivos, y en ellos es posible notar, incluso, el tono alegre que en general tienen las páginas del polígrafo cuando bucea en su memoria. El feo rostro de la muerte no doblega su ánimo ni convierte al escritor en un ser desengañado y amargo, como suele suceder cuando algún quebranto físico nos agarra por sorpresa. Reyes se mantiene de una pieza y aprovecha los puyazos para exhibir su mejor casta, la cabeza y el corazón dispuestos a celebrar y aprovechar las nuevas oportunidades de vida que la Medicina le ha otorgado.

Como sabemos, Reyes murió en diciembre de 1959, de ahí que la ciencia le haya dado una década fundamental para concluir muchos proyectos que quizá de otra manera no tendríamos hoy a la mano, redondos, como él los dejó. Fue esa década ganada a la muerte, de hecho, la que aprovechó mejor para ordenar papeles y dar cuerpo a la publicación de sus obras completas, proyecto que por y desde aquellos años abrazó el FCE. Mirada desde otro ángulo, la advertencia de los infartos trajo un beneficio al trabajo alfonsino: tras las fintas de la muerte, el autor de El deslinde hizo un alto que luego lo movió a laborar con urgencia, sin pausa, más que antes, en cada uno de sus libros, sabedor de que la gradual y rigurosa estructuración de sus obras completas sería, en cada tomo, la última oportunidad que tendría para meter mano a las cuartillas.

Cuando creí morir está estructurado en tres momentos, como una pieza musical: “Andantino”, “Maestoso”, “Rubato”. Como señalé al principio, es una edición de lujo, finamente encuadernada y con hermosas ilustraciones a color de Mario Rosales. Contiene además un prólogo del poeta José Javier Villarreal y unas palabras institucionales de bienvenida al lector. Es un gran libro.