sábado, julio 31, 2021

Miradas desde el dron

 







¿Es posible alcanzar la perfección en un organismo social? ¿Los seres humanos tenemos capacidad para construir un entorno en el que todo funcione como el engranaje de un reloj? Creo que no, que allí donde el homo sapiens se conglomere para desarrollar su vida indefectiblemente habrá conflictos, fealdades, turbulencias y sobre todo reglas y restricciones de toda índole, así que el ideal de perfección quedará en eso, en puro, en inalcanzable ideal. Hay algunas sociedades, sin embargo, que al menos a lo lejos dan la impresión de configurar estructuras en las que todo es armonía, paz, bienestar, equilibrio total entre las apetencias del individuo y las normas de la sociedad que rigen el comportamiento del enjambre humano.

Las ideas del párrafo precedente me las sugirió un documental pescado en YouTube; su título es “Japón desde el aire”, y es espléndido pese a su sencilla producción. Ahora que está de moda usar drones para todo, en muchas películas y documentales vemos con frecuencia tomas áreas o en movimiento de ascenso/descenso que hasta el momento no han dejado de impresionar por lo novedoso que resultan las perspectivas de “picado” en secuencias continuas, sin intercortes, del tipo que en el lenguaje técnico del cine es denominado “plano secuencia”.

En el documental susodicho, unas cortinillas con un mapa de Japón ilustran a qué ciudad nos desplazaremos para admirarla desde el aire. Lo que vemos en seguida es Tokio, Nagoya, Kyoto, Sapporo, Yokohama y demás urbes importantes desde el aire, nunca a ras de suelo, sin acercamientos al detalle de las edificaciones, las personas o los autos. Lo impresionante es la idea de perfección que insinúa cada toma. Los impecables edificios modernos y la urbanización sin tacha, con vialidades sin un bache o un embotellamiento, conviven con templos y jardines antiquísimos que dan la impresión de irrealidad, de maqueta. Las áreas verdes, como las llamamos acá, allá no son sólo verdes, sino tupidamente arbóreas y se pintan con matices ocres, anaranjados, púrpuras y marrones que dan a cada toma un aspecto de pintura al óleo. En suma: Japón desde el aire, al menos en el documental que vi, parece una sociedad que ha alcanzado una impecabilidad sin fe de erratas, para decirlo con una expresión lopezvelardeana. Por supuesto, debo suponer que allá no todo es perfecto, que seguramente habrá incontables escondrijos malolientes y atestados de peligro, aunque en el documental no sea posible visibilizarlos.

Al recorrer como ave las calles y los parques nipones no pude no contrastar con mi entorno lo que admiré gracias a los drones del documental. Sé que un factor imprescindible para lograr aquel conato de perfección está en el poder económico y en la adecuada distribución de la riqueza, pero también, claro, en la cultura, otro factor muy frecuentemente determinado por el ingreso per cápita y la calidad de vida. No digo nada nuevo al afirmar que un dron, por ejemplo, en La Laguna, nos dejará apreciar urbes enclavadas en el amarillo de la estepa, pocos edificios altos y muchas casas irregulares y sembradas algo caóticamente en fraccionamientos que han aparecido aquí y allá un tanto bajo el gobierno del gobierno y otro tanto bajo el gobierno del azar. Veremos asimismo, desde ese hipotético dron, áreas verdes sin color verde, carreteras que acusan esguinces, baches, bordos y bordes imprevisibles, fábricas metidas en espacios residenciales, el pecho de un río sin agua, barrios desmedrados y algunas pocas zonas habitacionales cerradas e inequívocamente dignas en su privilegiado interior.

Sé, como digo, que en muchos casos la sana economía y la equidad determinan un desarrollo urbanístico útil y bello, pero también ayudaría una mejora de la educación que necesitamos para colaborar como ciudadanos al menos tratando de no estropear lo ya construido, lo ya avanzado. Sin perder la esencia de lo que somos, siempre podemos edificar mejores entornos. El comienzo podría estar, por ejemplo, en no tirar basura, pero a veces ni esto, que es elemental, se cumple entre nosotros.

miércoles, julio 28, 2021

De tacaños y manirrotos










Aunque parezca exagerado, “avaro” es una palabra que considero parte del lenguaje culto. La gente de a pie quizá la entiende, pero no la usa como usa, por ejemplo, “tacaño” o los coloquialismos “codo”, "macana" o “piedra”. Recuerdo que mi padre decía “teco” para referirse a lo mismo, pero sospecho que tal palabrita está en desuso. Cultismos totales serían “cicatero”, “amarrete” o “rácano”, que acá la gente no usa ni entiende.

Vuelvo a “avaro”; no son pocas las veces que la he escuchado como “ávaro”, esdrújula y no grave. Ignoro a qué se debe este peculiar reacomodo de la sílaba tónica, lo que también ocurre con la palabra “méndigo”, que en México tiene varios significados. Para mí, claro, deriva de “mendigo”, palabra menos usada que “limosnero” o quizá “pordiosero” (quien al pedir caridad invoca a dios, “por dios”, “por el amor de dios”, de ahí “por+diosero”). Y a propósito de “limosnero”, en nuestro país perdió su significado original, “el que da limosna”, por el inverso, el que la pide y a veces la recibe. En España, por ejemplo, un magnate todavía hoy puede ser “limosnero”: “El duque era gran limosnero”.

Ahora vuelvo a “méndigo”; ¿qué significa? En función del contexto, puede ser “avivado”, “maldito”, “avieso” o “escaso”. Esta palabra era muy usada por el cómico Antonio Espino, Clavillazo, quien en cada uno de sus diálogos la sacaba a relucir con un largo estiramiento de la “é”: “No traigo ni un méééééndigo quinto”, decía con mucha gestualidad y movimiento de manos.

Ahora bien, dos posibilidades más para “tacaño” son “agarrado” y “mezquino”. Su significado es más o menos el mismo, pero obviamente el más usado entre los laguneros es “agarrado”, que a todas luces da la idea de retención con las garras.

En el lado opuesto a la idea de tacañez está la de ser generoso, pródigo, desprendido, espléndido, munificente, liberal o manirroto. Salvo “generoso”, “desprendido” y quizá “espléndido”, las otras posibilidades son claros cultismos y jamás han sido parte de nuestra habla, ni siquiera de nuestra escritura. Creo incluso que las formas más habituales ni siquiera lo son tanto: al generoso se le juzga “buena persona” (el contexto ayuda a saber en qué sentido), “buena gente”, “buen compa”, pues la largueza siempre es un atributo meliorativo, a diferencia de la tacañez que sólo convoca términos con aire peyorativo.

Aquí atrás quedó el adjetivo “manirroto”, casi nada usado. Parece ser el antónimo perfecto de “agarrado”, pues alguien que tiene la mano rota (en sentido estricto o figurado) es incapaz de retener, de agarrar, de ahí su inevitable desprendimiento.

Y bueno, a lo largo de la vida a uno le toca ver de todo. Curiosamente, los que más me asombran son los casos de tacañería extrema, no tanto los de munificencia. Por supuesto, para que la tacañería alcance su plenitud es necesaria una cierta disponibilidad de recursos, pues en la pobreza es difícil notarla. Un tacaño consumado es todo un espectáculo, y esto es fácil advertirlo cuando surge el tópico en las sobremesas: las proezas de los tacaños radicales son, siempre, un dinamo seguro de la charla, como pude comprobarlo en una que entablé hace poco y motivó luego este apunte.

sábado, julio 24, 2021

"Gold" o los ricos también sueñan




















¿Quién tiene derecho a la poesía? ¿Hay dueños exclusivos del quehacer poético? ¿Es necesario ubicarse en algún estrato socioeconómico específico para poseer la prerrogativa de entretejer versos? ¿Es posible la existencia de una poética codificada desde el poder? ¿Están las musas disponibles para colaborar con quien lo tiene todo? Estas preguntas, y acaso muchas más, se arraciman inevitablemente tras la lectura de Gold, obra que reitera en mucho el tono y las temáticas de Himnos a mi American Express, primer poemario del escritor Ricardo Slim (Camden, NY, 1981).
Nacido en los Estados Unidos pero de padres mexicanos que optaron por parirlo allá para que su futura biografía no acusara máculas tercermundistas, Slim estudió finanzas en varias universidades de Estados Unidos y Alemania. Años antes, su formación básica se dio en prestigiados institutos bostonianos y londinenses, donde por cierto parpadeó por vez primera la larva de su instinto poético, como el mismo autor ha declarado en una larga entrevista concedida hace poco a la Business&Arts Magazine. Cierto que a medida que avanzaba en sus estudios profesionales de finanzas y administración se alejó de toda producción literaria, pero al fin, dado que toda auténtica vocación termina por estallar creativamente, comenzó un trabajo silencioso, casi artesanal, como poeta atrincherado en el mundo de los grandes negocios.
Así fue como a los 29 años dio a la estampa Himnos a mi American Express, que tuvo buena recepción, sobre todo, en los círculos culturales de la Costa Este. Sin embargo, fue hasta la aparición de Gold cuando Slim logró horadar la dura roca de la indiferencia. En apenas unos años consiguió cuatro reimpresiones, lo que resulta del todo inhabitual en los libros de poesía. Esto trajo una venturosa consecuencia: que el editor pensara de inmediato en la traducción de la poesía de Slim al español, para que la numerosa comunidad monolingüe de América Latina y España tuviera acceso fácil a la emoción albergada en todo Gold.
El libro, de apenas 87 páginas, está dividido en tres estancias: “Sencillez en el poder”, “Oro espiritual” y “Nocturnos en mi yate”. La primera y la tercera estancias tienen una tesitura más conversacional, ligada a los referentes del universo en el que se mueve el poeta. La segunda, a mi juicio la más emotiva del conjunto, es una inmersión a las insondables profundidades del ser poderoso, del ser en tanto dueño de una plena seguridad en sí mismo y dueño también de las herramientas para maniobrar en contextos con privilegios sin coto.
De la primera estancia destaco el poema que le da título, un puñado de versos firmes, acerados:

Sí, lo sé
cualquiera que me vea puede pensar
“ese hombre lo tiene todo”
cualquiera a simple vista
la engañosa simple vista que engendra mil prejuicios
puede creer que por moverme aquí y allá
siempre en avión privado
por el despiadado mundo del dinero
siempre en hoteles inaccesibles para tantos
he perdido la idea de mi estatura
de mi condición original de hombre
de mi ser frágil ante el destino y sus secretos

Se equivocan
aquellos que así me vean se equivocan
pues a veces
en la pausa de tantos cansados viajes
solo frente a mi alma
en algún café de Manhattan o París
dejo de ser el hombre que soy
y soy el simple Ricardo
el mortal que fuma y llora
devoto del café
y de los instantes sencillos de la vida

De la estancia intermedia destaco dos poemas que condensan, por su recio compromiso humano, parte de la visión que Slim tiene de su residencia en la tierra: “Me duele” y “Qué saben lo que siento”, que aquí cito íntegro:

Qué saben lo que siento
quienes se asoman a mi corazón
qué saben cómo tiembla mi alma cuando veo
en los miles de cruceros del DF
a mis harapientos hermanos
a esos miles de hombres y mujeres
nacidos a la intemperie, en el dolor
ajenos por completo a cualquier dicha
qué saben lo que siento en ese instante
en aquel rojo eterno del semáforo
mientras mi Volvo espera el verde
y yo, abatido, derramo allí
sobre mi tablet
estas lágrimas desgarradas por mi pueblo.
¡Qué saben lo que siento!

En esta misma estancia el poeta se permite trabajar algunas formas brevísimas, como el etéreo haikú. Sólo hay cinco piezas, todas insufladas de la delicadeza que corresponde al famoso moldecito nipón. Este haikú fue titulado “Boston”:

Hojas doradas
otoño en mi recuerdo
anhelo de oro.

Por todo lo aquí dicho, Gold se convirtió de golpe en un ejemplo de poesía neoliberal, segura de sí misma, orgullosa de su condición, ajena al llanto chantajista y otras humildades de espíritu que son, hasta donde se puede saber, convenciones del género. Y como señaló Slim en una conferencia para hombres de negocios en el Foro Económico Mundial de Davos: “La poesía no deja ganancias, pero eso no significa que yo la devalúe, que la aleje de mi corazón y principalmente de mis sueños, de mi legítima ansia de absoluto”.

Gold, Ricardo Slim, Editorial Status, Barcelona, 2011, 87 pp.

miércoles, julio 21, 2021

El tema del tema










Roberto Gómez Junco, el exfutbolista y hoy periodista deportivo, publica cada tanto “dislates” (así los llama) que pesca en la crónica futbolera. Siempre son muchos y muy divertidos, pues dada la improvisación (improvisación en ambos sentidos de la palabra) de los relatores y comentaristas se dan casos asombrosos de uso torpe de la palabra. No todos son lapsus de la lengua como los que cualquiera perpetra al conversar, sino verdaderos casos de atrofia que siembra al menos una poderosa duda: ¿aprobarían el curso de español elemental? Aquí algunos ejemplos de un reciente lote: “Es un jugador que tiene una altura no muy alta"; Parece que algo oculto está por ahí escondido"; “Nadie sabíamos lo que iba a hacer el América"; “La tocó cuando ya había salido fuera"; “Tienen la posibilidad de poder ganar este partido"; “No hay penal, porque primero toca antes la pelota”; “Es un momento muy complicado por el momento que vive”; “Eso lo tenían preparado desde hace una semana atrás”; “No es penal porque él forza la caída”; “Golpeó el balón después de meterse para dentro”; “En este equipo el nivel de exigencia no es tan exigente”; “El problema es que mucha gente somos así”; "Cada comentarista tenemos un mundo"; "El acercamiento de la MLS ya es muy cercano” y “Llegó antes al balón porque se anticipó al rival”. Como se puede apreciar, es un grato divertimento.

No sé si el dislate que comentaré a continuación ya apareció en las frecuentes listas de Roberto Gómez Junco. Si sí, de todos modos no está de más hacer un énfasis. Creo que se trata de una muletilla similar a “literal”, que hoy sobrexplotan innumerables jóvenes. En una conversación informal de estos días no pasan ni treinta segundos sin que alguno de los interlocutores dispare la famosa palabrita. Ahora, pues, está de moda decir “literal” para rematar toda frase, incluso las que son literales: “Hoy desperté a las seis, literal”, como si hubiera una forma metafórica de despertar a las seis. En fin, decir “literal” es uno de esos vicios afresados que avanzan como rémoras en la oralidad cotidiana, de esas palabras que se enquistan y por años es imposible extirpar de la conversación.

La que destaco aquí es una muletilla como “literal”, aunque no exactamente. Hablo de la palabra “tema”, agregado reiteradamente inútil en cualquier explicación. Los narradores y los comentaristas del futbol, aunque no sólo ellos, la emplean sin piedad, casi en cada una de sus participaciones. Dicen: “Fulano no jugará el próximo partido por un tema de lesión”, en lugar de “Fulano no jugará el próximo partido por una lesión”. “La UEFA se mostró muy preocupada por un tema de discriminación ocurrido en el estadio de Wembley”, en lugar de “La UEFA se mostró muy preocupada por el caso de discriminación ocurrido en el estadio de Wembley”. “El Piojo Herrera señaló que lo que más le interesa es resolver el tema de los refuerzos para su equipo”, en lugar de “El Piojo Herrera señaló que lo que más le interesa es ver qué refuerzos llegarán para su equipo”.

Como el anterior, los dislates en la crónica deportiva pueden ser evitados sin mayor problema. Todo es hacerlos visibles y empuñar el bisturí, deshabilitar esas palabras inservibles y, lo peor, recurrentes, tanto que en cualquier partido es disparado un promedio de veinte inútiles “temas”.

sábado, julio 17, 2021

Bioy con Sorrentino

 














Entre numerosos y muy estimables libros de cuento y novela, Fernando Sorrentino (Buenos Aires, 1942) se ha dado tiempo para publicar otros pocos no narrativos sobre todo de ensayo y periodismo. Decir “periodismo” en este caso quizá no es exacto si pensamos en el interés más bien efímero de aquello que es publicado en la prensa, pues me refiero principalmente a Siete conversaciones con Borges (1974), libro que pese a su condición de entrevista, y por ello periodístico, ha sobrevivido al paso de las décadas hasta convertirse en un material reiteradamente citado entre los muchísimos diálogos entablados por Borges desde que la fama lo cercó.

Aunque en la edición que tengo de Siete conversaciones con Bioy Casares (Losada, 2007) no se diga explícitamente, es obvio que se trata de un proyecto simétrico al relacionado con Borges. Sorrentino tuvo aquí el tino de armar una entrevista que vale por sí sola y además por que es complementaria al diálogo con Borges. Si en la realidad B y B conformaron la amistad literaria quizá más importante —por duradera y fructífera— de América Latina, justo es que ambos merezcan una entrevista-libro independiente y al mismo tiempo algo siamés, como una moneda.

La entrevista a Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) data de 1992. En ella, noto a un Sorrentino más suelto en las preguntas y en las acotaciones, y esto es explicable: conversar con Borges a los treinta años, por más que el viejo inspiraba confianza, no dejaba de ser temible. Frente al autor de La invención de Morel, Sorrentino ya es un hombre de casi 50 años, y Bioy ya era, porque siempre lo fue, un caballero de permanente buen humor, un hombre de fácil trato porque de entrada parece no creerse Gran Escritor sin llegar jamás, en contraste, a la autocompasión que la mayor parte de las veces exuda falsa modestia.

Bioy es en esta conversación escrita el mismo sujeto al que podemos admirar mediante las entrevistas disponibles en YouTube: un tipo culto, cordial, amable, sin afectaciones de divo o maestro y un sonriente escéptico hasta de sí mismo. Fueron precisamente las entrevistas de YouTube las que me llevaron a la conversación con Sorrentino. Había leído la sostenida con Borges y quise ver la entablada con Bioy. Encontré, en efecto, lo que ya preveía: el autor de La trama celeste respondió a las preguntas de su entrevistador sin aspavientos, tranquilamente, muy muy lejos de la venerabilidad autoasignada de muchos escritores que por viejos también se creen sabios y, sin remedio, pontifican.

Las siete conversaciones siguen el itinerario no muy ordenado de las entrevistas ajenas a un plan rígido. Sorrentino llevó una serie de ideas generales para orientar la charla, pero es claro que ya sobre la marcha las palabras derivaban en temas no previstos. Los más interesantes, a mi ver, son aquellos en los que asoman bien delineados los perfiles de la vida literaria y sus implicaciones prácticas, es decir, el cómo que subyace en la escritura de Bioy, quien sin ser un teórico o un obsesivo del fenómeno literario como mecanismo, se dio tiempo en su vida para reflexionar sobre el quehacer literario en tanto experiencia por la cual se alcanza (o no) eficacia estética.

Entresaco algunos ejemplos como cierre de este apunte. “Y esto [abominar de sus primeros libros] me ha servido para ser más indulgente con la gente que empieza a escribir y para persuadirme que tiene la posibilidad de mejorar. Hay personas que dicen: ‘¡Este es un estúpido y siempre va a ser un estúpido!’. No, no es así. Yo sé que he sido un estúpido y… bueno, creo que he mejorado un poco. Por eso hay que tener cierta indulgencia con los que empiezan a escribir, pues pueden mejorar”;  “El tango es una especie de literatura espontánea de Buenos Aires”; “casi todos los escritores que yo conozco tienen una especie de repulsión al manuscrito ajeno” y “Uno puede tratar de que el libro que está escribiendo sea el mejor del mundo, el mejor libro posible, pero por el libro en sí, no en comparación con otros o para echar sombras sobre otros. No estamos en eso”.

Finalmente, hay un lugar en el que Sorrentino le pregunta sobre la sombra de Borges. Bioy responde que esa sombra fue un privilegio, y yo concluyo que ese privilegio lo gozamos nosotros también y por partida doble: al volver las páginas de los amigos B y B.

miércoles, julio 14, 2021

Historias de Tello Díaz

 











Cuatro largas historias componen Historias del olvido (Cal y Arena, México, 1998, 156 pp.), de Carlos Tello Díaz. La semblanza resumida del autor disponible en la Enciclopedia de literatura en México anota, entre otros ítems, que nació en Cambridge, Gran Bretaña, el 13 de febrero de 1962. Es narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Director de la revista Arcana. Colaborador de El Financiero, ReformaRevista de la Universidad de México. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo. Aparte, no sobra señalar que es hijo de Carlos Tello Macías, exfuncionario del gobierno federal que entre otros cargos fue secretario de Programación y Presupuesto y embajador de México en varios países.

He atravesado con placer las páginas de Historias del olvido por la tersura de la prosa, en primer término, y por el exuberante fondo documental que soporta cada pieza. Como observé al principio, son cuatro historias de extensión amplia, en promedio de cuarenta páginas cada una, todas ellas muy interesantes porque reconstruyen el contexto, descrito con densidad, en el que se movieron personajes casi sepultados por el olvido. La tarea del biógrafo, en este caso, ha sido rescatar vidas que dejaron huellas documentales no muy notorias, pero suficientes para urdir relatos impregnados de tragedia.

En “La pasión de José Rovira”, Tello Díaz dibuja la vida de ese tal Rovira que en el siglo XIX vio imposibilitada la consumación de su amor con Rosario Casasús debido a que en principio, joven todavía, él se había vinculado con la iglesia como diácono. Enamorado, trató de llegar al alto clero de Roma para anular su compromiso eclesiástico, pero la vida se fue diluyendo sin lograr el propósito de quedar libre para cristalizar su proyecto con Rosario. Vemos aquí, fielmente rehecha, la realidad espiritual de una época, aquella en la que era todavía frecuente ver impedida la unión de los amantes por acatamiento a cánones cuya rigidez hoy podría ser vista de manera asaz distendida.

En el segundo relato, “La muerte de Delfina”, el autor nos adentra en la vida de Delfina Ortega, primera esposa de Porfirio Díaz. Muy diferente a Carmen Romero Rubio (segunda esposa del militar oaxaqueño), “Fina”, como le llamaban, era discreta, ajena al ajetreo social que inevitablemente provocaba la actividad de su marido. Tuvo dos hijos (uno de ellos Porfirito) y perdió varios en el camino. En 1880, tras un parto difícil y la muerte casi inmediata de su recién nacida, Delfina agonizó hasta morir ella también.

“La tragedia de los Noriega” narra la muerte trágica de los hermanos Eulalia e Íñigo Noriega, hijos del acaudalado español también de nombre Íñigo. Esto aconteció en 1913, apenas unos días antes de la Decena Trágica, el 31 de enero. El relato deja ver lo misterioso de esas muertes supuestamente consumadas por suicidio acordado entre los hermanos. La prensa amarilla, que ya se daba vuelo desde entonces, insinuó la posibilidad de una relación incestuosa, pero nada quedó claro, salvo que la fortuna del acaudalado y déspota Noriega comenzó a naufragar en la tolvanera revolucionaria hasta que el viejo quedó en la ruina y murió hacia 1920.

La última historia es la más cercana en el tiempo (el libro avanza, digamos, de manera cronológica), y recorre el ambiente de la casa regenteada por Graciela Olmedo, la Bandida que hace poco, casualmente, mencioné en este mismo espacio. “La casa de la Bandida” es quizá el relato con menos unidad del libro, pues se ramifica en varios subtemas vinculados con la vida nocturna de la capital, entre ellos la presencia en casa de la Bandida de intelectuales como José Alvarado, Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Historias del olvido es un libro ya mayor de edad, pero sus textos admiten una lectura atemporal que en último término puede desembocar en gratitud hacia su autor.

sábado, julio 10, 2021

Once vidas excéntricas

 











No sé cuáles fueron las indicaciones que dieron Alejandro Páez Varela y Julio Patán, los coordinadores, para armar el libro Indomables (Planeta, 2015, México, 195 pp.), pero tanto a ellos como a quienes colaboraron les quedó redondo. Son en total once breves semblanzas de mexicanos cuyas vidas vemos desfilar con pasmo, ya que todas encierran temperamentos y andanzas peculiares, carne digna de relato. El racimo basa su ameno desarrollo, creo, en la apretada vertiginosidad exigida por el periodismo actual, de ahí que el conjunto pueda ser definido como una sabrosa mezcla de crónica con reportaje.

Los personajes que habitan estas páginas son, en orden de aparición, Nahui Olín, José José, Rafael Osorno, Hugo Sánchez, Lucha Reyes, Tin Tan, Silvestre Revueltas, Rubén Olivares, La Bandida, Zovek y Miroslava, perfilados respectivamente por Julieta García, Alejandro Hernández, Jorge F. Hernández, Daniel Krauze, Mónica Lavín, Élmer Mendoza, Alejandro Páez, Julio Patán, Alejandro Rosas, Benito Taibo y Naief Yehya. ¿Hay algún hilo conductor entre estos personajes? No parece, salvo que todos dan la impresión de haber roto algo que muy laxamente podemos denominar normalidad, que todos o casi todos se colocaron de espalda al destino que al parecer les aguardaba.

Nahui Olín, por ejemplo, nació en el seno de una familia porfirista, conservadora, y terminó siendo la encarnación de una ruptura que a los ojos de muchos, por la reiterada exhibición de su cuerpo desnudo, pareció amoral, nado contra la corriente. José José se empeñó con ahínco en autodestruirse hasta que al final acabó con su voz, pero no con el mito basado precisamente en el prodigio de su canto y el alcohol excesivo como aval de la categoría suicida fácil de suponer, al menos de suponer, en todos los “románticos”. De Rafael Osorno, torero poco conocido, se describe un momento bisagra en su vida: la tarde del 30 de agosto de 1942 en la que encaró a Mañico, bruto de la ganadería de Matancillas con el cual consumó un faenón del que no hay registro fílmico, sólo una leyenda basada en crónicas de testigos; Osorno nunca más logró repetir algo parecido, así que su grandeza puede resumirse esencialmente en lo que duró la lidia de aquel astado mítico.

Otro genio vinculado al alcohol fue el duranguense, casi paisano nuestro, Silvestre Revueltas, quien pese a su contumaz manera de beber y su temprana muerte no consiguió anular la configuración de piezas musicales que todavía hoy lo hacen aparecer como el mejor músico mexicano del siglo XX. Asimismo, aunque en otro plano profesional, Rubén Olivares, el Púas, se encaramó en el pedestal de la idolatría popular porque simultaneó la habilidad y potencia de sus puños con una vida más que disipada bajo el ring; sus innumerables correrías, exhibidas con desenfado en la vida real, fueron magistralmente parodiadas por Los Polivoces, dúo de cómicos que homenajeó al pugilista con un retrato exagerado, pero justo.

Personaje impresionante, Graciela Olmos, oriunda de Casas Grandes, Chihuahua, se encumbró como la madrota más representativa del siglo XX mexicano. Su apodo, la Bandida, es hoy sinónimo de lenocinio, ya que durante varios años llegó a regentear el establecimiento más concurrido de su género en la capital del país. Políticos, empresarios, artistas y deportistas fueron habitués de la Bandida, quien a su capacidad como empresaria del sexo venal unió una notable inspiración para componer canciones: “Siete leguas” y “La enramada” son piezas de su autoría.

La semblanza de Francisco Xavier Chapa del Bosque, mejor conocido como Zovek, su nombre artístico, es impresionante. Era, lo sabemos, torreonense, y en muy pocos años logró convertirse, por su fuerza física, su pericia de escapista y la dictadura setentera del televisor, en ídolo de todo el boquiabierto país.

Misceláneo, Indomables es un libro con semblanzas que en el fondo quizá no son exactamente eso, sino una forma de describir a México con el pretexto de once vidas excéntricas.

miércoles, julio 07, 2021

Pulir a mediodía

 











Ayer en el Teatro Alfonso Garibay fue presentado Narrar a mediodía, libro colectivo de cuentos del taller literario del Teatro Isauro Martínez. Fui su editor y como tal escribí un par de páginas que sirven como umbral de los relatos. Aquí los generales de esta nueva y bienvenida publicación:

El título de esta miscelánea cuentística nació de un hecho simple: como participantes del taller literario del Teatro Isauro Martínez, los autores han pulido estas historias en el horario el taller, a mediodía. Más o menos entre la una y las tres, cada sábado, por ello, hemos leído/escuchado uno o dos relatos y entre todos los que asistimos a las sesiones destacamos aciertos y, más que nada, procuramos cooperar con nuestras opiniones para añadir alguna posible mejoría tanto a la forma como al fondo de los textos recién nacidos. Narrar a mediodía es entonces una muestra de trabajos individuales que detrás tiene el aliento de un entusiasmo colectivo.

Seis son las autoras y los autores de este libro, cuatro mujeres y dos hombres. El arco generacional, temático y estilístico, ya se verá, es previsiblemente amplio. La mayor parte de los relatos tiene un corte realista, aunque no faltan por allí algunos que tantean el terreno de lo sobrenatural. Salvo dos casos, los de Elena Palacios y Ligia Macías, esta es la primera aparición en libro de quienes firman las historias.

Abren Narrar a mediodía dos relatos cortos de Karime Gámez. Uno, “El sonido del tren”, ubica en el ámbito ferroviario a una familia que vive en torno a un padre misteriosamente ausente y acosado; y otro, “Torreón”, describe la presencia de un loco dispuesto a sostener un zumbón equívoco entre el amor y el utilitarismo.

De Martha Alicia Díaz es “Fósil”, cuento que narra, desde la mirada de un niño, la presencia terrible de la enfermedad en el círculo familiar y el deseo de remediar mágicamente las adversidades, y al lado de esta historia, otra acaso más dolorosa vinculada con la ausencia forzada. También de Martha Alicia es “Viaje en globo”, microrrelato que encierra una visión de la pobreza en las grandes urbes.

“Detrás de la puerta”, de Jorge Luis Gaytán, cuenta un caso agudo de celotipia que llega al borde de la violencia doméstica y permite ver ángulos de la personalidad que ocultan una sorpresa diestramente administrada en el relato. “La última vez” nos traslada a un sentimiento de fervor afectivo y resignación ante lo irreversible.

Escrito por Mateo Espinoza, “De madrugada” exhibe una sensibilidad muy bien dispuesta a entender la vida cotidiana de los trabajadores, en este caso pintores de brocha gorda envueltos en una situación colindante con el mundo de los espectros y propiciatoria de miedo. Del mismo autor, un trastorno mental y una obsesión raspan el alma autodestructiva del protagonista en “Surcos en la pared”.

En “La reina”, cuento de Elena Palacios, asistimos a una realidad que bordea lo macabro; descrito con mano diestra y prosa ágil, un visitante recorre los pasadizos de la locura ajena, doble y pesadillesca en este caso. “El señor Muñoz quiere suicidarse”, también acuñado por Elena, toca otro registro, más tendiente al humor provocado por las extrañas carambolas de la suerte.

“Las cosas que duelen”, de Ligia Macías, es una historia sobre la carrilla (que hoy denominan bullying) y el desquite, todo captado con gran oído para el habla popular y coruscante metamorfosis en literatura. El segundo aporte de Ligia es “Prietita”, relato en el que una joven adolescente se topa con lo que los griegos llamaron anagnórisis, reconocimiento.

Queden pues en manos del lector las páginas de Narrar a mediodía; ojalá sean tan gratas y estimulantes como lo fueron para los talleristas que las observaron en su primer brote, cuando fueron cuartillas.

sábado, julio 03, 2021

Dos insectos

 











Pese a que tengo nulo contacto con animales, sus naturalezas me interesan desde el punto de vista científico, de ahí que siempre me haya agradado echar un ojo a documentales y artículos divulgativos sobre el tema. De este gusto se desprende otro: el de la curiosidad que siempre me despiertan los bestiarios, esos libros que desde hace siglos han sido imaginados por el ser humano para describir, la mayoría de las veces en clave fantástica, el mundo animal. Tengo en cierne, con apenas siete piezas, uno sobre insectos. Ojalá guste el par que aquí comparto.

Belitra. Una de las mariposas más bellas creadas por la naturaleza es empero indirectamente mortal sobre todo para las cantantes de ópera, sopranos o mezzosopranos. Hermosa como un billete nuevo, la belitra mide cerca de diez centímetros de ala a ala, y es de un maravilloso color naranja fosforescente que adquiere un tono verdoso cuando está a punto de morir. Tiene una casi invisible cordillera de antenas capaces de detectar los sonidos más delicados. Se sabe, por ello, que la belitra agita sus alas cuando cae un meteorito a miles de kilómetros de distancia, y lo mismo se altera si ocurre un terremoto a la vuelta del planeta. Es, quizá, el animal que mejor percibe el sonido sobre la faz de la Tierra. Esta es la razón por la que también sus alas han sido cargadas de un polvo venenosísimo, como se señala más adelante. Vive en grandes comunidades ajenas a toda forma de presencia animal en el entorno, pues la muchedumbre de belitras sólo tolera su propio zumbido. Se ha sabido de monos y aves que se han extraviado y han caído en el santuario de estas mariposas. Cuando los intrusos cantan o gritan, reciben un peculiar ataque: las belitras vuelan a su alrededor y despiden el polvillo deletéreo. Esto mata a treinta o cuarenta ejemplares de la mariposa, pero también fulmina al animal que produjo el insoportable ruido. Esto ha provocado la edificación de una leyenda. Se cuenta que hace muchos años viajaba por el campo una compañía de teatro. Hizo una parada para descansar de un largo y accidentado recorrido, y como allí iban dos sopranos y una mezzo, se dieron un pequeño momento para ensayar hermosas arias. Fue tal la belleza de sus agudos que un enjambre iracundo de belitras las atacó. Las tres cantantes murieron en el acto y de allí en adelante este animal hipersensible al sonido también es conocida, pardójicamente, como “mariposa del canto”.

Picófeles. El picófeles es un mosquito en apariencia inofensivo, casi transparente y del tamaño de un grano de arroz. Sus alas son parecidas a las del moyote o zancudo, aunque las patas son notablemente más largas. Tiene en la punta de la cabeza una especie de minúsculo chupón en el cual almacena la sustancia que inocula a sus víctimas. Se alimenta de insectos todavía más pequeños y en general tiene un comportamiento inocuo en su relación con los seres humanos. Sin embargo, y esto es lo curioso de esta minúscula alimaña, ataca y segrega su veneno de manera imperceptible. Cuando sus potenciales víctimas, sólo humanos varones, van a un baño insalubre, el mosquito puede verse perturbado en su tranquilidad y, dada esta circunstancia, espera el momento oportuno para atacar. Como es invisible y de zumbido muy discreto, aguarda a que el hombre saque su pene y comience a orinar. Merodea la zona hasta que el torrente deja de salir, y es ahí cuando se pega a la punta del glande para dejar su baba maléfica. En experimentos se ha visto que algunos mosquitos ansiosos se adelantan y son arrastrados por el flujo de orina hasta morir en el inmudo lago urinario. Los que hacen bien su trabajo también mueren al soltar su veneno, pero esa es otra historia, como es otra historia la que deviene para el hombre infectado: en un periodo de cinco a siete meses, la baba del picófeles surte un efecto gradual y terrible, pues provoca la total o casi total impotencia del atacado. Se sabe que los primeros ejemplares de esta especie aparecieron en Asia y luego se diseminaron por los otros continentes. En la actualidad se afirma que algunas compañías farmacéuticas han promovido su propagación para vender más pastillas de sildenafil.