miércoles, junio 26, 2024

Crepúsculo de GGM

 











Recuerdo la reticencia con la que Julio Scherer describió su último encuentro con Gabriel García Márquez. Lo cuenta en Vivir (Grijalbo, México, 2012), uno de los muchos libros que escribió el periodista mexicano en la etapa final de su andadura. En el trozo que dedica al colombiano se nota que el fundador de Proceso no quiere enfatizar lo que contemplan sus tristes ojos: el declive del amigo, ya ostensible en el deterioro de su memoria, lo que anunciaba la muerte del premio Nobel 1982.

Esto que un mediodía de 2014 conmovió a Scherer fue vivido con desgarramiento, durante varios meses, por Rodrigo García, hijo del novelista. O no sólo por él, sino también por Mercedes Barcha y Gonzalo, esposa y segundo hijo del escritor que en su casa de la Ciudad de México se fue apagando hasta partir un Jueves Santo. El relato de este crepúsculo fue publicado años después, en 2021, por Rodrigo en el libro titulado Gabo y Mercedes: una despedida (Literatura Random House, México, 139 pp.).

Es un libro de género híbrido, pues lo mismo participa de la memoria, la crónica y el testimonio. Rodrigo García se instala en el presente y observa el ocaso de su padre. Así, da cuenta cronológica del apagamiento y la circunstancia que rodeó a su famoso padre en aquel periodo de conclusión. En medio de tal relato, innegablemente doloroso, recuerda situaciones, anécdotas, rasgos de Gabo vinculados a su vida creativa y al entorno familiar. Se trata pues de una mirada no sólo cercana al escritor, sino prolongada, ofrecida desde la perspectiva de quien de manera natural, como hijo, ha podido ver y escuchar al laureado narrador en su círculo más íntimo.

Así, la crónica del gradual apagamiento de GGM permite avanzar hacia el pasado y, también, hacia las reflexiones de Rodrigo frente al hecho cierto de que un talento extraordinario está por extinguirse. En algún punto expresa su duda: no sabe si tomar nota del declive de su padre, para luego escribir, es un acto prudente o impudente, pues sabe que este tipo de acercamiento podrá ser tomado como oportunismo: "Me aterra la idea de tomar apuntes, me avergüenzo mientras los escribo, me decepciono cuando los reviso. Lo que hace al asunto emocionalmente turbulento es el hecho de que mi padre sea una persona famosa. Más allá de la necesidad de escribir, en el fondo puede acecharme la tentación de promover mi propia fama en la era de la vulgaridad. Tal vez sea mejor resistir al llamado, y permanecer humilde. La humildad es, después de todo, mi forma preferida de la vanidad. Pero, como suele ocurrir con la escritura, el tema lo elige a uno, y toda resistencia sería inútil". Al final decide, momento tras momento, seguir con el registro en estampas, en tramos cortos, del ocaso material de quien escribiera Cien años de soledad, y gracias a esto tenemos hoy la crónica de una muerte contada desde dos cercanías: la física y la del corazón.

"Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir. Todo lo que había vivido, presenciado y pensado estaba en sus libros, convertido en ficción o cifrado. 'Si puedes vivir sin escribir, no escribas', solía decir. Yo estoy entre los que no podrían vivir sin escribir, por eso confío en que me perdonaría", señala Rodrigo García Barcha casi en el cierre del libro. No podemos saber si su padre lo perdonaría; nosotros, sin duda.