sábado, noviembre 27, 2021

Glosa (innecesaria) a un decálogo

 









Quizá porque fue el primero o uno de los primeros, el decálogo latinoamericano de cuento más famoso es el de Horacio Quiroga (Fortaleza, Uruguay, 1873-Buenos Aires, 1937), aquel que desde el arranque empieza con un cross a la mandíbula: “Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo”. Otros objetos semejantes, también armados con diez ítems, de ahí el nombre “decálogo”, ruedan por el mundo con mayor o menor fortuna. Uno de ellos, ciertamente menos conocido que el de Quiroga, es el “Decálogo para cuentistas” del peruano Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994).

Para fines didácticos, lo releí con interés hace dos días y se me ocurrió la travesura de compartirlo con alguna innecesaria glosa. Digo innecesaria porque es muy claro. Comparto pues cada inciso del decálogo ribeyrano y entre paréntesis cuadrados añado el ocioso comentario de mi cuño.


1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector pueda a su vez contarlo. [Ciertamente esta idea es un eco de Poe; urdir más de una historia puede desfigurar un cuento].


2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada, y si es inventada, real. [Una genialidad, aunque la verdad la verdad lo que menos debe interesar al lector es que la historia sea real o ficticia, sino eficaz, persuasiva].


3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón. [Otra idea propuesta por el bostoniano Edgar. Lo malo es que jamás podremos acordar con exactitud qué es lo breve, qué es o qué no es lo que puede ser leído de “un tirón”].


4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto, mejor. Si no logra ninguno de estos efectos, no sirve como cuento. [De los cuatro verbos infinitivos, al que más adhiero es al último].


5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin aspavientos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela. [Cierto, pero en lo personal no me metería mucho con el estilo. Directo o sinuoso, puede ser atractivo si cuenta bien la historia].


6. El cuento debe solo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja. [Sin duda, pues a veces, sobre todo en la juventud, es demasiado visible la maldita tendencia a edificar].


7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral. [Claro. Cada cuento pedirá su propio molde. El cuentista que mejor elija será el mejor elegidor].


8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino. [Excelente punto. Un cuento sin personaje(s) en conflicto casi es un no-cuento].


9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible. [Siempre he creído que esta es una exageración imposible de cumplir, pero hay que advertir a quien escribe que un cuento siempre debe luchar contra el exceso y la rebaba].


10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado. [Lo que Ribeyro quiso decir es que el planteamiento del cuento debe concordar con el desenlace; si hay un planteo inicial, un desarrollo que se le ciñe y un desenlace incongruente con lo anterior, el cuento resbala y termina por ser insatisfactorio].

miércoles, noviembre 24, 2021

El cielo dibujado en el desierto

 











Sabemos que las comunidades que habitaron el espacio del actual estado de Coahuila no alcanzaron el desarrollo de los pueblos del centro y del sur de nuestro país, de ahí que la definición que en general se usa para distinguirlos sea la de cazadores-recolectores-pescadores. Eran, dicho esto de manera muy general, numerosas y pequeñas tribus que se desplazaban en un entorno relativamente cercano, y su movilidad nomádica dependía del clima. En tal circunstancia los sorprendió la conquista, lo que significó, por varios motivos, su desaparición.

Cuando pensamos en la época precortesiana se tiende entonces a fijar la atención en los pueblos más poderosos del centro y del sur del país. Los astros en las rocas de Coahuila: arqueología de los antiguos habitantes del desierto (Secretaría de Cultura de Coahuila, Saltillo, 2019, 136 pp.), libro del arqueólogo Yuri Leopoldo de la Rosa Gutiérrez, describe con ánimo divulgativo los estudios emprendidos con el fin de ubicar y describir la cultura material e inmaterial de los antiguos pobladores de nuestro estado. Poco a poco, acaso con lentitud pero de manera sostenida desde hace al menos setenta años, varios investigadores, entre los que destaca Leticia González Arratia, han reconstruido el rompecabezas de las comunidades que vivieron en Coahuila, aborígenes que lograron no sólo adaptarse a la naturaleza local, sino que llegaron a expresarse mediante las herramientas de la piedra y la pintura.

De la Rosa Gutiérrez (Ciudad de México, 1968) es antropólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Desde 2001 se incorporó al Centro ENAH Coahuila en el Proyecto Cuatro Ciénegas encabezado por la investigadora Leticia González Arratia. Es hoy responsable del Proyecto de Protección Técnica y Legal del Patrimonio Arqueológico de Coahuila, donde realiza labores de registro, protección, investigación y difusión del patrimonio arqueológico del estado, y colaborador de la revista Nomádica.

El libro de Yuri de la Rosa, como insinúa su título, pone énfasis en el interés que la observación del cielo provocó en los pobladores de estas tierras. Así, describe los hallazgos ubicados en seis zonas donde los vestigios dejan ver representaciones del espacio estelar.

Dice: “… la relación de los hombres con el firmamento y sus fenómenos celestes es una de las que más claramente están representadas en la gráfica rupestre que dejaron los hombres, ya que la referencia visual que existe entre los astros y las pictografías, particularmente de la luna y el sol, es innegable”.

Siete son los apartados de Los astros en las rocas de Coahuila, además de la introducción, las conclusiones y la copiosa bibliografía. “El entorno natural de los habitantes prehispánicos de Coahuila”, “Antecedentes arqueológicos en Coahuila”, “Los antiguos habitantes del desierto de Coahuila”, “La arqueoastronomía”, “Metodología”, “Los sitios arqueológicos” y “Análisis de las pictografías”. En el primero, De la Rosa Gutiérrez ubica el entorno físico del espacio donde nos movemos, nuestro desierto o semidesierto, su flora y su fauna. En el segundo apartado se sintetiza a trazo rápido la historia de la investigación arqueológica en esta zona del país.  Luego, se describe a sus antiguos habitantes, la presencia humana que en diferentes momentos del pasado se adaptó al entorno árido. En seguida, es descrita la “arqueoastronomía”, disciplina que estudia los vestigios de la representación celeste con el ánimo de entender la cosmovisión del hombre antiguo. Después de plantear la metodología de las investigaciones, vienen los capítulos con la información sobre los seis sitios arqueológicos explorados (Junco I, Junco II, La Espantosa, Cueva de la Estrella, Mesa de Cartujanos I y Petrograbados del Huizachal), a los que se suma el análisis de las representaciones de cada lugar. De un censo de 1331 figuras rupestres, 27 (el 2%) muestran soles, lunas, estrellas, cometas y otros cuerpos celestes.

Es abundante y clara la información que contiene el libro de De la Rosa Gutiérrez, y toda asombra porque da pauta a que muchos, sobre todo los niños y los jóvenes de nuestra entidad, vean que el desierto y sus rocas son un libro permanente abierto a la lectura y la interpretación.

sábado, noviembre 20, 2021

Una compilación no antológica


No es una antología (SEC, s/l, 2021, 98 pp.) es el extraño título de una colección de cuentos publicada por el colectivo “Algo casi negro” en una edición realizada con el auspicio de la Secretaría de Cultura de Coahuila a través del Apoyo a Instituciones Estatales de Cultura (AIEC) 2020. Enfatiza desde su título que no es lo que habitualmente tampoco son los libros así llamados, antologías, sino compilaciones de textos generalmente escritos por distintos autores. Más allá del abuso que se ha dado de la palabra antología, este libro, que en su título rechaza serlo, ofrece materiales estimables de sus cinco autores, aunque, como ocurre siempre en el caso de los volúmenes misceláneos, el lector sabrá apreciar unos y acaso ver muy de paso otros. Sus piezas son 17, así que me detendré sólo en una de cada autor/autora.

Escrito por Nancy Azpilcueta, el cuento “Maldito corazón”, que alude como mantra a la canción compuesta por Cuco Sánchez y que nunca cantó José Alfredo, relata la vida de Valentín, un hombre sometido a la dictadura de su mujer, La China. El Valen, como lo apodan, es repartidor de una florería, y en sus rondas laborales por la ciudad piensa en su destino de macho sometido. Un día, cierta mujer le da la clave para salvarse de su esposa, pero la realidad en la que deriva el cuento no es la esperada. O sí, si nos atenemos a la conducta de la mujer, más hombruna que femenina.

En “Elpidio, el vivo”, Héctor Esparza Nieto relata con bien templado ritmo poético la vida de un sujeto rústico, elemental y viejo cuya mayor fama es la de haber sido considerado varias veces muerto. El narrador así lo cuenta, pues en algún momento, de casualidad, tuvo la suerte de ver a Elpidio en condición de fallecido. Por el tono y la anécdota, este texto de Esparza recuerda un poco a Traven. También en clave socarrona está narrado “Sangre de chilero”, relato tragicómico en el que un sujeto ve la muerte de una “avecilla” exangüe recién desprendida de la vida, casi a lo Lorena Bobbitt.

Alex Heesher ofrece en “Incurable” (como Benedetti en el cuento “La muerte”) una mirada a la brutalidad de las palabras y la muerte. Tras recibir un diagnóstico fatal en el que aparece la palabra del título, el protagonista elucubra su circunstancia y raya en la filosofía: “Me pregunto si el médico entiende el poder de sus palabras, si entiende que entre él y este libro maldito toda esperanza dentro de mí se ha esfumado. Quisiera poder decir que se equivoca, que nada de lo que he leído es cierto, pero, ¿qué es una pieza efímera de carne en este mundo contra la sabiduría hecha papel? ¿Qué es la mísera existencia humana? ¿Qué es el alma?” Sin salir del hospital, el personaje narrador ve su destino y piensa sentido glacial del argot médico hasta que encuentra un consuelo precisamente en el mismo poder de las palabras. Otro cuento de Alex se mueve en el mundo del periodismo, la edición, la pasión por los libros y la búsqueda de un amor pasajero.

“Fe de repuesto”, de Bernardo Bahué, es un gran cuento. Trata sobre un ludópata que, como tal, enfermo de expectativas, se vuelca en las apuestas electrónicas propiciadas por el deporte. La vinculación, en dos planos, de su vida personal con un partido de tenis es descrita con agilidad y buena prosa. La apertura anuncia todo, así que es muy apropiada para facturar un cuento-cuento: “Las manos me sudan, las tripas se revuelven entre sí, y mis labios por el interior de la boca, vuelven a descubrirse con llagas sanguinolentas por las mordidas. Pero ahora sí voy a ganar”. Sin duda es un relato ágil y certero.

El último autor es Andrés Ortiz Sandoval, dueño de una imaginación que avanza torrencial, estroboscópica, alucinada, vertiginosa. Relatos como “Dis.astrum” no facilitan el asidero de una trama y el ritmo se derrama en imágenes que remiten a un discurso coruscante, lleno de chispas, cortocircuitos y shocks sintácticos similar al del lenguaje psicótico de la loca en el famoso cuento de Piglia. No es el estilo narrativo que más me acomoda, pues ciertamente es difícil seguir la huella del sentido, pero sé que habrá lectores más atentos y disciplinados que yo para apreciarlo con mejores parámetros.

El libro No es una antología se suma a la cosecha de obras colectivas que en los años recientes han sido publicadas por estos rumbos (Un lugar menos común, Narrar a mediodía…). Tenemos futuro de sobra en la literatura lagunera; ojalá que todos los autores sigan trabajando.

miércoles, noviembre 17, 2021

Periodismo cultural de Lucila Navarrete









Regresar del silencio (UAdeC, 2020, Saltillo, 158 pp.) es el título del libro sobre el que conversaré hoy con su autora, Lucila Navarrete Turrent. No se tratará entonces de una presentación al uso, sino de un diálogo cuyo detonador será el periodismo cultural que tanto ella como yo, en diferentes momentos y en diferentes trincheras, hemos practicado. Desde ya es para mí una estupenda oportunidad de interpelar a una académica que ha decidido no encerrarse en el cubículo de la investigación documental y ha desplegado quehaceres que transitan por el ejercicio del periodismo, por el activismo cultural y por la actividad deportiva en las vertientes del ciclismo y el senderismo.

Es difícil definir a Lucila. Ya lo intenté una vez, pero su hiperactividad desborda las semblanzas y obliga a sumar ítems. Por ejemplo, recién ha venido trabajando en el rescate del canto cardenche en la región de Jimulco. ¿Cómo lo hace? ¿A qué hora añade nuevas inquietudes? No lo sé. Lo que sí sé es que ella abraza todos sus emprendimientos con una mezcla equilibrada de entusiasmo, responsabilidad y competencia, de suerte que siempre obtiene resultados que no dudo en calificar como notables.

La semblanza que funge como paratexto en la solapa de Regresar del silencio busca establecer, creo que sin lograrlo, como ya dije, los límites de Lucila: “Investigadora, docente y periodista cultural. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en la categoría de ensayo. Realizó su doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y se ha desempeñado como docente en el Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de esta misma institución, en el Instituto Superior Intercultural Ayuuk, y en la Universidad Iberoamericana Torreón. Ha colaborado en diversos medios impresos y digitales de la región, como la revista Acequias, Milenio Laguna, Red es Poder y Vanguardia. Ha dictado conferencias y cursos especializados sobre crítica, teoría y géneros literarios latinoamericanos. Reparte su vida entre la docencia, la maternidad, la escritura, la investigación y el ciclismo”.

El diálogo está programado para este miércoles a las 11 am en la Sala Kino de la Ibero Torreón. La entrada es libre.

Regresar del silencio está disponible también en línea. Pulse aquí.

sábado, noviembre 13, 2021

Fantasías de Óscar Bonilla

 











Finalmente, creo que observada desde muy alto la narrativa escrita en nuestra lengua tiende a dibujar un mapa en el que predomina la zona del realismo. La escritura de ficciones fantásticas, si se me permite la expresión, ocupa fragmentos pequeños y discontinuos de ese hipotético mapa. Decir ficciones fantásticas parece un pleonasmo, pero no lo es, pues todos sabemos que en los dos territorios de la escritura ficcional podemos encontrar textos realistas (no necesariamente reales) y fantásticos.

Óscar Bonilla, joven escritor lagunero, ha publicado en su primer libro cuatro cuentos trabajados con pulcritud. Bonilla nació en Gómez Palacio, en 1996; en 2017 ganó el premio internacional de cuento Juana Santacruz con “Las vías del tren” y en 2020 obtuvo el premio nacional Juan Rulfo para primera novela. También en 2020 ganó la beca Arte Resiliente otorgada por la Secretaría de Cultura de Coahuila; con este estímulo, precisamente, trabajó El esqueleto, el hada y otros textos, su ópera prima.

Los cuatro relatos que integran El esqueleto… se inscriben entonces en el contexto de lo sobrenatural. En la primera pieza —breve, de una página—, un esqueleto revive y crece hasta alcanzar dimensiones gigantescas gracias a la suma de presencias solidarias integradas a su ser; es una alegoría del imperativo que deberíamos asumir para sacar del olvido, como colectividad, a quienes han muerto en forma violenta y en el anonimato. “Allá donde fuera, los muertos abandonaban sus tumbas clandestinas: esqueletos anónimos ejecutados en noches aciagas, víctimas de la guerra y el olvido. Los vivos, al escuchar su llanto, también salían a su encuentro, agachaban la cabeza y lloraban con él; humedecían de lágrimas la tierra por donde el esqueleto caminaba”.

La protagonista de “Volver a vivir”, el segundo relato, es Columba Sabina, una niña sometida a un proceso de resurrección. El narrador es un joven científico que, junto con sus pares, asiste al momento en el que la niña es traída de nuevo a la vida luego de 400 años sometida a la “criogenización”, es decir, a la preservación de la vida por congelamiento cuando una enfermedad hasta cierto momento no curable puede ser, luego, atendida con éxito. Lo que sucede al narrador y a Columba (paloma en latín, la paloma que acaso anuncia la vida) cuando cruzan sus miradas es estremecedor/enternecedor, sin más. Al final nos encontramos con un dilema ético: ¿tiene sentido prolongar la vida más allá de sus lindes naturales? “Volver a vivir” es un excelente cuento por el tratamiento de su tema y la agilidad de su prosa.

“El día absurdo”, tercero del conjunto, ha sido escrito en segunda persona y en clave quizá más realista. En un hotel, un sujeto ve pasar las horas y los días sin que sepamos con exactitud el motivo de su encierro. Queda la idea de un amor roto, pero es lo de menos; el tipo está allí, aherrojado a un dolor que lo hunde poco a poco. De pronto mira al edificio aledaño y alguien lo observa, una especie de vigilante. La paranoia de nuestro personaje crece, se compra unos binoculares, pero logra saber poco de quien lo mira. El final es inesperado y, dentro de los cánones del absurdo, lógico. No lo revelo.

En “El hada”, un tipo decide refugiarse en la cabaña que perteneció a su abuela. Será, como él dice, su “guarida”, lo que nos induce a pensar que perpetró algo. No importa. Como en los buenos cuentos, muchos hechos quedan aneblados, cubiertos por un velo de secreto como malicia narrativa. En el bosque, el tipo se vincula con un hada y ambos construyen una historia de amor alucinante que podría ser infantil salvo por ciertos detalles algo pícaros.

Óscar Bonilla ha fraguado un primer libro que sorprende por la factura de los cuentos en términos de prosa e imaginación. Es, desde ya, un narrador al que debemos seguir así escriba en clave realista o fantástica, da igual. Lo merece.

La versión digital de este libro es gratuitamente asequible en este enlace.

miércoles, noviembre 10, 2021

Imperativo de la sostenibilidad

 











Sostenibilidad. La responsabilidad corporativa del siglo XXI (Universidad Iberoamericana Torreón, 2021), libro de José Édgar Salinas Uribe, será presentado este miércoles 9 de noviembre a las 9:30 AM en la Sala Kino de la Ibero Torreón. Los comentarios estarán a cargo de Nadya Sharlene López Ortega, académica, y Juan Luis Hernández Avendaño, rector de la Ibero Torreón.

Martha Patricia Herrera González, ex Directora Global de Impacto Social en CEMEX y Presidenta del Consejo Directivo del Pacto Mundial México y actual secretaria de Igualdad e Inclusión del gobierno de Nuevo León, ha señalado en el prólogo de Sostenibilidad que “José Edgar Salinas Uribe, desde su visión, además de darnos un recorrido historiográfico de los elementos más relevantes que conforman la Responsabilidad Social Corporativa hacia una visión que incluye un papel más activo por parte de las empresas, nos habla de las consecuencias que podría traer al planeta continuar con el modelo de producción actual y hace hincapié en cómo esto afectaría al clima y la biodiversidad del planeta, así como la propia vida de las personas”.

Salinas Uribe es doctor en sostenibilidad por la UNICEPES, y autor de los libros Las 7C de ciudadanía, Arqueología de un Imaginario: La Laguna y Memoria y recuerdo: microhistoria de Ayotitlán.

En la introducción, el autor observa que “El cambio, crisis o emergencia climática nos ocurre aquí y ahora, y avanza con una velocidad que ha sorprendido incluso a la comunidad científica. Esta realidad es la expresión que mejor evidencia los daños generados al ecosistema global por razones antropogénicas. Las empresas, como agentes productores de bienes, servicios y satisfactores son un eslabón fundamental en la cadena de elementos que contribuyen al escenario de perturbación planetaria. (...) En este contexto, no es extraño que el desempeño de las empresas y la reputación de las marcas esté valuado no solo por resultados económicos, sino también por indicadores cualitativos y cuantitativos que reflejen la interacción de las compañías con su entorno, y cómo responden a las expectativas de todos sus grupos de interés dado su impacto en ecosistemas y sociedades”.

La entrada a la presentación es libre.


sábado, noviembre 06, 2021

Ese que veis allí

 











Allá por 2017 me pidieron armar un curso relacionado con Cervantes, y lo hice. La propuesta no me daba mucho tiempo de margen para maniobrar, de modo que a velocidad relámpago trabajé una idea sencilla y a mi parecer interesante, mínimamente atractiva: describir grosso modo los prólogos escritos por el autor del Quijote para varias de sus obras. Hablé pues, ante una concurrencia más bien escasa, del paratexto llamado prólogo, de su peculiaridad y su uso en la época del Siglo de Oro. Los prólogos que destaqué fueron los de La Galatea (1585), del Quijote I (1605), de las Novelas ejemplares (1613), del Quijote II (1614) y de Los trabajos de Persiles (1617).

El más famoso es, sin duda, el de la primera parte del Quijote, pero no se queda muy atrás en popularidad el de las Novelas ejemplares al que aquí deseo referirme en un par de minutitos. Siempre me ha parecido una pieza de autopresentación bella, sincera y plena de sereno orgullo. Es además la única en la que el más grande escritor de nuestra lengua pintó su autorretrato, es decir, la única en la que describió su físico. Cuando articuló esos renglones estaba muy cerca de la muerte, y como había trajinado por todas las costas del Mediterráneo su cuerpo ya acusaba el deterioro de días, de meses, se años, de décadas sometido a malpasadas de todos los pelajes.

El párrafo que más me gusta es, obvio, aquel en el que se mira en el espejo: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color  viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria”.

Ni siquiera es necesario el análisis o la ampliación interpretativa, pues cada trazo se entiende a la primera. Si acaso no estaría de más acotar que en aquel momento tenía cerca de 65 años, que ya era un hombre algo decrépito, como podemos enterarnos al leer lo señalado sobre su despoblada boca. También es de observar lo que apunta sobre la paciencia aprendida en su cautiverio argelino, y más todavía la quizá más célebre afirmación del prólogo: que la inhabilitación de su mano izquierda, aunque parece, o es, fea, él la tiene por hermosa, pues la perdió luchando por una causa en la que bien creía.

En fin. Todo el prólogo es genial, como lo son las Novelas ejemplares que anticipa, novelas que por cierto no son novelas en el sentido que hoy le damos a tal género, sino cuentos o casi cuentos.


miércoles, noviembre 03, 2021

El ferocarril, exposición de la SEC

 

De las lagunas y el mezquite

 











La literatura infantil puede ser, como la otra, la literatura no infantil, un vehículo que combine el entretenimiento con el aprendizaje. Al ser literatura, en principio debe procurar el arte, ser un producto estético, y si a esto se le añade el conocimiento, se redondea la obra como fruto del espíritu humano. Los niños del mezquite (Secretaría de Cultura de Coahuila-Amonite, 2019, Saltillo), de Quitzé Fernández con ilustraciones de Carlos Vélez, es un buen ejemplo de lo que afirmo: se trata de un relato no sólo bello, sino también instructivo y cuyos destinatarios, los niños, podrán disfrutar y, al alimón, apreciar como panorama general sobre la vida de los aborígenes que habitaban el sur de Coahuila antes de la llegada de los europeos.

Quitzé Fernandez nació en Torreón, Coahuila, en 1982, y ha escrito La mujer que encontró dinosaurios en su casa y Canto de fantasía y otros mundos mejores. Fue ganador del Premio Nacional de Periodismo y Divulgación Científica, CONACYT y el Premio Nacional de Periodismo “Rostros de la Discriminación.” Fundó también Amonite, una plataforma de divulgación de ciencia y tecnología para niños.

El propósito de Amonite es el siguiente: “Por medio de la ilustración y los medios audiovisuales buscamos acercar las novedades de ciencia y tecnología con un lenguaje accesible para todos. Amonite es un proyecto binacional editado y diseñado entre México y Argentina. Nace en 2017 a iniciativa de Quitzé Fernández (…) A él se unieron los ilustradores Daniel Galindo y Jess Silva, que han generado trabajo visual para diarios e instituciones del norte de México; y más adelante los periodistas José Juan Zapata y Jessica Jaramillo, en la edición y generación de contenido, desde Buenos Aires, Argentina. Todos ellos forman parte del staff permanente de Amonite, junto a un grupo de colaboradores que aportan sus visiones periodísticas, visuales y literarias del mundo de la ciencia”.

Así pues, Los niños del mezquite tuvo claro su objetivo: mediante un relato coloridamente ilustrado, vistoso, acercar a los lectores hacia el pasado de estas tierras, hacia la cultura de los hombres y mujeres del desierto que dependían de las lagunas en el espacio de la actualmente llamada Comarca Lagunera, de su flora y de su fauna, principalmente de las pequeñas especies animales como conejos y peces, y de ciertas plantas como el mezquite y la tuna.

El relato ha sido planteado desde la voz de un narrador-testigo. Observa que Jamé, niña cuachichil, está a punto de dejar de ser niña para convertirse en mujer; los cuachichiles fueron una de las muchas tribus (irritilas, laguneros, tripas blancas…) que dependían de las lagunas situadas en La Laguna y, como todas ellas, se habían adaptado al medio gracias a la caza y la recolección. No era una vida fácil, por la hostilidad del clima, en extremo cálido en primavera y frío en invierno, así que debían emprender permanentes migraciones en el espacio sureño de la actual Coahuila. Gracias a las lagunas, sin embargo, había animales pequeños y se daban frutos producidos espontáneamente por la humedad cercana, de modo que las tribus podían sobrevivir y tenían una convivencia, en general, pacífica.

Allí, en esta zona, el lugar donde actualmente habitamos, el narrador-testigo (no adelanto una sorpresa sobre él) cuenta las andanzas de su comunidad. El hilo conductor es Jamé, quien, como ya dije, se acerca a la condición de mujer. Mientras llega ese momento, los lectores pueden visualizar los quehaceres de la tribu, cómo viven, qué comen y cuál es su organización social, todo articulado con una prosa poética y sencilla.

Los niños del mezquite suma en sus créditos, además del texto escrito por Quitzé Fernández, las hermosas ilustraciones de Carlos Vélez, la asesoría del historiador (especialista en el tema de las comunidades indígenas coahuilenses anteriores a la llegada de la cultura occidental) Calos Manuel Valdés Dávila, el diseño editorial de Florentino Durón Gómez y la edición de Alejandro Beltrán.

Se trata en suma de un excelente libro infantil que por fortuna tuvo un tiraje amplio: 5000 ejemplares.