Hace
poco menos de dos meses estaba por concluir mi pasado viaje a la Argentina. Por
razones que no viene al caso detallar, no había visto a Carlos Dariel y fue él
quien insistió en organizar una reunión. Finalmente, luego de algunas
dificultades para cuadrar agendas y sede, nos vimos en Castelar junto a Fabián
Vique, Jorge Figueroa, José Luis Bulacio y Andrea Burucua, nuestra anfitriona,
quien preparó algunas delicias porque la reunión tenía de fondo mi cumpleaños
sesenta. Durante la reunión quedé al lado de Carlitos, hablamos sobre
literatura y futbol, nuestros dos temas favoritos, y me regaló Bocas de ceniza, su último libro.
Dialogamos de pasada sobre el prólogo que me pidió para su siguiente libro,
otro poemario.
A
Carlos lo conocí en 2010. Me lo presentó Vique, y de inmediato hice click con
él, con su conversación amable y culta, con su amor por la literatura, los
viajes, la psicología, el budismo y, claro, el futbol que en su caso era algo
entrañable, una pasión inmensa e intensa aunque se expresara con mesura. Fue
devoto de muchos poetas, pero para reducir el censo de sus preferencias, sé que
admiraba hasta el tuétano al Teuco Castilla, a Juan Carlos Bustriazo, Whitman,
Miguel Hernández, Vallejo, Borges y Juan L. Ortiz. En música, fue el más
enfático johnlennonista que conocí en mi vida, y en futbol tenía dos ídolos:
Rojitas, de Argentina, y Pelé, del mundo.
Carlos
Di Rosa (el apellido “Dariel” era un seudónimo) nació en Buenos Aires en
1956. Trabajaba en el área contable de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, algo
así como el Pemex de Argentina), y en su carrera como escritor participó en
ciclos literarios, encuentros, lecturas y presentaciones de libros sobre todo
en la zona oeste del llamado Gran Buenos Aires. Como autor, público los
poemarios Según el fuego, Cuestión de
lugar, Donde la sed y Bajo el fulgor,
y en la Primera antología de poetas de
Morón, Antología sin fronteras
(en México) y en la antología Cartas
desde el Maule-Cartas desde Buenos Aires. Su último libro fue Bocas de ceniza, publicado en 2023. Fue
padre de un hijo, Joel, especializado en sistemas de cómputo. Gran conocedor
del futbol y del tenis (que practicó hasta más allá de los sesenta años),
Carlos fue hincha irreductible de Boca y de la selección argentina, cuyo último
campeonato, el de la Copa América, todavía pudo ver.
En
2011 estuvo en un encuentro de escritores en el estado de Hidalgo y aprovechó
aquel periplo mexicano para conocer el sur, nuestras civilizaciones
prehispánicas; en mayo de 2019 vino a la Feria del Libro de Coahuila, así que
estuvo en Saltillo y Torreón, donde realizamos varias actividades literarias y
se ganó el cariño de escritores y periodistas. Lamentablemente, un
encadenamiento de malestares lo hostigó durante los meses recientes. Los encaró
con sabiduría y entereza enormes, pero el jueves 18 de julio lo vencieron.
Obviamente,
un hombre no cabe en una semblanza ni en los flashazos de la amistad que describí.
Lo esencial de Carlos se me escapa, es cierto, pero creo que en el lapso de
nuestra cercanía logré al menos vislumbrar, y esto es suficiente, al hombre
sensible, inteligente y bueno que fue.
A
Joel, su amado hijo, a sus amigos escritores y no escritores, mi pésame y la
certeza de que Carlitos nos seguirá acompañando ahora dentro, en el “cuore” que
ya es su morada en nosotros.
Descanse en paz.