Suelo
no ver “las previas”, parte de las transmisiones que se escurre entre anuncios
y lugares comunes de los comentaristas, así que siempre en tales casos me
engancho a la hora justa. Así, con toda la ociosidad que puedo acopiar durante
mis vacaciones, encendí el televisor a las seis en punto del domingo, listo
para embobecerme con el partido final de la Copa América. La primera imagen que
me regaló la pantalla no fue futbolera, sino un tumulto apretujado afuera del
estadio de Miami, donde se disputaría el juego.
Era
una imagen rara, acostumbrados como estamos a ver que los espectáculos
organizados en EUA, por más gente que convoquen, jamás derriban los protocolos
de orden y seguridad. Esta vez no fue así: miles de personas con playeras
amarillas y azules se agolpaban en los accesos al estadio mientras la valla
metálica y unos cuantos guardias de seguridad contenían aquella ola
latinoamericana. El público quería entrar, pero la puerta estaba cerrada y los
televidentes sólo podíamos imaginar gritos, insultos, amenazas. Los
comentaristas subrayaban obviedades: el calor y la agitación en aquella
muchedumbre podían provocar un desastre con desfallecidos y aplastados.
Nada
se sabía con precisión en esos minutos de demora. Se especulaba con venta de
boletos falsos, con fanáticos que se habían colado sin pagar, con la
posibilidad de demorar más o suspender el partido. Luego ocurrió un hecho
asombroso: abrieron las puertas del estadio y el público ingresó como horda. Es
posible conjeturar que el negocio se puso por encima de la seguridad, y en un
momento en el que las autoridades podían suspender todo ante la falta de
garantías, prefirieron que la gente entrara y se acomodara a codazos donde pudiera.
Poco después comenzó el choque.
Las escenas de caos dejan volando una lección: las autoridades gringas ahora saben que el futbol (“soccer”, como le llaman allá) puede incitar pasiones todavía no bien conocidas en Estados Unidos. Esta vez fueron rebasadas por la locura colectiva, pero en el Mundial próximo no creo que se les vaya a pelar de las manos el control. El domingo pusieron en riesgo a miles de personas; creo que esto no se repetirá porque allá, si algo dominan, es vigilar y castigar mediante sus panópticos.