sábado, abril 29, 2023

Rompecabezas de la vida creativa

 











La vida literaria es un inagotable motivo literario. Tanto es así que hay obras enteras dedicadas a seguir los pasos de escritores, casi casi como si lo que hacen quienes moldean palabras fuera siempre digno de consideraciones especiales. En esto hay, claro, un pequeño truco: la vida de los escritores es lo que tienen más a la mano los escritores, de ahí el antojo casi inevitable de contarla. Un ejemplo, acaso el mejor de todos los que me vienen a la cabeza cuando pienso en una obra literaria con tema literario, es “Enoch Soames”, cuento tenido por algunos como el mejor de la historia.

Pero no sólo la ficción apela a personajes dedicados a escribir. Las memorias, los diarios o las autobiografías de los escritores, digo por caso, escudriñan inevitablemente, y de manera frontal, el asunto, y lo mismo hace el ensayo cuando desde el yo crítico expone las características, circunstancias, esplendores y miserias de la vida literaria. Un clásico de esta naturaleza puede ser Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Emecé, México, 2009, 321 pp.), de Norman Mailer. Tengo frente a mí, recién leído, una obra congénere: La lectura y la sospecha (Cal y arena, México, 164 pp.), de Armando González Torres (Ciudad de México, 1964), quien en este libro subtitulado Ensayos sobre creatividad y vida intelectual traza medio centenar de aproximaciones al viscoso mundillo en el que se mueven los aporreadores de teclas, aunque hay páginas que se extienden a los practicantes de otras disciplinas (en uno de los últimos textos del conjunto hace énfasis, por ejemplo, en la plástica, ámbito de la creación en el que cualquier mamarracho esotéricamente justificado con sociología o filosofía puede ser exhibido en un museo y u o ser vendido a precios irrisorios por inflados).

Las piezas que componen este libro habitan tres grandes secciones. González Torres las delimita en su presentación: “El libro comienza con algunas reflexiones, especulaciones y dramatizaciones sobre la actividad creativa, su génesis y los hábitos que la estimulan u obstaculizan. El segundo capítulo contiene una parodia de diversas deformaciones y anomalías del acto creativo, como la esterilidad, la elección vocacional equivocada o la propensión al robo o al plagio. El tercer capítulo contiene algunas reflexiones sobre el entorno de mercado y los incentivos institucionales que rodean el arte y que influyen en su creación y reflexión”.

También poeta, Armando González Torres trabaja aquí en el registro del ensayo más ensayístico, aquel que despliega sus planteos con una equilibrada mezcla de información, tono literario, templado desacuerdo, tenue humor, rechazo al dogmatismo y originalidad de enfoque, todo al modo de Montaigne, digamos. No sé si a esta enumeración le falte algún otro rasgo, pero con los citados creo describir bien el timbre general de las piezas, la médula y el tono que el lector encontrará en La lectura y la sospecha. Es, por ello, un libro al alimón inteligente y ameno, espeso de agudas observaciones sobre, ya lo insinué, el circo de muchas pistas que es la vida de cualquier creador, particularmente del que escribe.

Como es un libro poliédrico, no es posible agotar en una reseña la totalidad de los asuntos en él encarados. Para avivar el interés del lector, cito sólo tres. En el texto titulado “De chiripa”, reflexiona sobre la suerte en el quehacer artístico, a veces socorrido por algún chispazo fortuito, pero siempre más vinculado con la solidez de la formación: “El gran arte no puede ser sólo improvisación y se requiere de un plan mínimo, de una hoja de navegación, aunque también debe disponerse de la apertura para recibir, asimilar e incluso propiciar el accidente dentro de la arquitectura previamente trazada”.

En “Creación e intoxicación” sobrevuela el mito de la experimentación con activadores líquidos, herbales o pulverulentos para aterrizar (literalmente, luego del “viaje”) en obras valiosas: “¿En verdad resulta creativa la intoxicación? (…) Acaso un creador requiera la visión de los infiernos o paraísos que proporciona la intoxicación, pero también requiere un pulso firme para materializarla. Por eso, quizá muchas obras largamente soñadas se quedan en nuestro pulso tembloroso e imaginación somnolienta de intoxicados”.

Un último ejemplo. El apunte titulado “Guardianes de la queja” señala que “En la mitología intelectual del siglo XX llegó a atribuírsele a los intelectuales el papel de guardianes de la queja. Se suponía que el intelectual podía formular y conducir la queja de una manera más apropiada que el ciudadano común. Por supuesto, esto era un simple mito, pues muchos intelectuales adoptaron la queja histérica y el fanatismo”.

Dejo estas tres pizcas para tratar de evidenciar algunos de los muchos recovecos por los que discurre Armando González Torres en La lectura y la sospecha. Es, sobre todo, un libro para escritores/creadores, pero no resulta exagerado anotar que cualquier lector podrá hallar en estas páginas atinados rasgos de una fauna compleja y peculiar, contradictoria y tan sublime como —en buena parte de los casos— ridícula.