jueves, octubre 26, 2023

Días de ceniza o los comienzos de la ebullición

 














Teresa Muñoz (Minatitlán, Ver., 1967) es autora del libro de cuentos El fin de la inocencia y ha participado como escritora en las antologías El tejido de la mujer araña, maternidades disidentes y Mexicanas al grito de ¡Ya basta! Autora de las columnas Las actrices también leen, publicada en la revista electrónica Bitácora de Vuelos.

Esta semblanza es apenas una mirada breve al trabajo escrito de Tere Muñoz, pero por supuesto no la abarca en su totalidad; por ello, a tales renglones habría que sumar su labor como maestra, actriz, coordinadora de la Escuela de Escritores de La Laguna, promotora cultural y, claro, madre de familia. A la vera de las mencionadas actividades ella ha sabido, además, distribuir los frutos de su escritura, como en 2022 sucedió con la novela Días de ceniza.

Este segundo libro narrativo individual de Tere es todavía una novedad editorial que no dudo en celebrar por varias razones. Se trata de una bildungsroman, palabra alemana que, como sabemos, significa “novela de formación” o “novela de aprendizaje”, es decir, una historia en la que se nos cuenta el proceso mediante el cual un personaje ase su cosmovisión o edifica su condición humana. Por esta razón, los protagonistas de las bildungsromans son jóvenes, la mayoría de las veces adolescentes, como es el caso de Días de ceniza. De este tipo, un ejemplo famoso en México sería De perfil, de José Agustín, y, en otra lengua, El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

En Días de ceniza la protagonista es una adolescente. Vive en una zona petrolera del trópico mexicano, lugar al que migró con su familia —padre, madre y hermano— luego de radicar en el semidesértico norte. La joven atraviesa durante el relato la metamorfosis de su cuerpo y los primeros pálpitos del deseo sexual. Con una prosa tenuemente poética, fresca, nada afectada, nos adentramos en el mundo de sensaciones físicas y conflictos morales que son habituales a esa edad de descubrimientos y, la mayor parte de las veces, de miedos y frustraciones ante los reclamos de la piel.

La edad de Clarisa, la protagonista, ronda los trece o catorce años cuando comenzamos a conocer su historia. En Minatitlán, Veracruz, a donde recaló su familia por un brinco laboral del padre, todavía alcanzamos a ver la convivencia de la narradora con Esteban, su hermano, mientras ambos son niños y juguetean sin malicia. Pero la transición de la niñez a la pubertad agudiza su percepción y modifica las prioridades desde dentro del cuerpo: con los cambios físicos sobrevienen los cambios sociales, y Clarisa comienza su accidentado camino hacia el encuentro de nuevas amistades, hacia el mundo de los deseos ignotos y hacia el ejercicio de una sexualidad desorientada, fortuita.

Las relaciones familiares de la joven terminan por astillarse: con su hermano se da el natural alejamiento marcado por las diferencias de edad y de sexo; con su padre se abre un agujero cada vez más ancho porque para él sólo prima el trabajo y no la cercanía con los hijos, y de su madre se va apartando porque ella vive sumida en un ensimismamiento que a duras penas encubre la frustración matrimonial. En este contexto, lo lógico es encerrarse en una habitación o hallar, azarosamente, amistades coetáneas en el barrio y en la escuela. Todo lo que en este momento ocurre en su fuero íntimo tiene, para Clarisa, una explicación vaga, arbitraria, pero es en la relacionada con su sexualidad en donde más conflicto aparece. ¿Qué son esos cambios acusados por su cuerpo? ¿Qué significa la misteriosa ebullición en su interior? ¿Está bien pensar y hacer lo que le demandan sus hormonas?

Las respuestas que ella sola puede darse no son, obvio, claras. Ante la falta de orientación, ante los dos pétreos silencios de sus padres, Clarisa queda a merced de la casualidad, del azar que no le explica nada, pero que pone frente a su cuerpo los primeros conatos de placer. Por casualidad encuentra a Rosana, precoz amiga de su escuela; por casualidad vive Andrés en el vecindario, y por casualidad por allí ronda también Gerardo. Con ellos tres, en diferente grado y momento, nuestra protagonista se va haciendo una idea de lo que significan los entreveros de la carnalidad. Pero insisto, todo lo que bulle en su ser es opaco, neblinoso, atractivo y desconcertante al mismo tiempo.

Estamos pues ante una historia ubicada en los albores de la era internética, en los ochenta, de ahí que su banda sonora sea Abba, grupo favorito de Clarisa. Todavía en aquel momento los y las jóvenes dependían, para formarse en educación sexual, de sus padres o de la calle, y no como ocurre ahora tras la revolución digital, en la que los adolescentes aterrizan en la adultez ya formados o deformados por el consumo apabullante de pornografía de todos los calibres.

Clarisa, pues, maniatada por el azar, sueña con los encuentros eróticos, con los besos, sin saber bien a bien en qué consisten realmente aquellas prácticas ni cómo se manejan. Todo en el camino del descubrimiento es accidental, como cuando encara por primera vez a Andrés, el vecino, con quien tiene un roce tan candente como tosco y confuso.

Dos personajes femeninos en el entorno de Clarisa pueden ser los dos caminos que se le presentan en la vida: Rosana, la amiguita, puede simbolizar el desenfado ante el sexo, pues en más de un momento ella le demuestra su liberalidad, la manera absolutamente relajada con la que lo asume; y su madre, quien con el matrimonio estableció un pacto para alcanzar cierto ascenso social pero no terminó por conformarse con el destino de soledad y depresión al que la condenó el estatus de esposa, finalmente hecho trizas. Dicho esto de paso, tal vez sea atendible suponer cierta simetría entre Clarisa y su madre, pues ambas tienen adherida en la mente una obsesión de parecida índole.

Un rasgo a destacar en Días de ceniza (titulada así por la erupción del volcán Chichonal, de Chiapas, en marzo de 1982, lo que marca la época en la que se ubica el relato además de ser símbolo de otro tipo de erupciones, como la sexual en este caso) es la sinceridad y, como dije antes, la frescura de su prosa. Sin renunciar a una tesitura literaria pero verosímil en la primera persona de Clarisa, no incurre en la puritanería, en las elipsis pudibundas ante lo erótico, y llama por su nombre a lo que debe llamar por su nombre, así sea lingüísticamente vidrioso. Por ejemplo, en este pasaje de la página 53, en uno de los fugaces encuentros con Andrés, fragmento donde la palabra “labios” va más allá de lo que pensamos tras leerla: 

Esta vez la carcajada se fue transformando en gemidos alegres a medida que él pasaba la lengua alrededor de mis labios y la introducía en mi cavidad. Tocó algo que desconocía y me dejé llevar a este centro de placer intenso que no quería dejar de sentir, necesitaba esa lengua por siempre ahí abajo, lamiendo, chupando, rozando, acariciando todos mis recovecos y humedeciéndome una y mil veces más. 

Intensa y ágil novela de iniciación, bien escrita y mejor ambientada, Días de ceniza nos coloca frente al adolescente que fuimos y frente a un misterio que, creo, jamás se desvanece: cómo diablos atravesamos esa etapa, nuestros días de ceniza, sin morir en el intento.

Comarca Lagunera, 25, octubre, 2023

Nota. Texto leído en la presentación de Días de ceniza celebrada en Zoom el 25 de octubre de 2023. Participamos la autora, Juan Noé Fernández y yo. La actividad fue organizada por Nadia Contreras, coordinadora de literatura del IMCE Torreón. La novela puede ser adquirida aquí: Amazon.