Teresa
Muñoz (Minatitlán, Ver., 1967) es autora del libro de cuentos El fin de la
inocencia y ha participado como escritora en las antologías El tejido de
la mujer araña, maternidades disidentes y Mexicanas al grito de ¡Ya
basta! Autora de las columnas Las actrices también leen, publicada
en la revista electrónica Bitácora de Vuelos.
Esta
semblanza es apenas una mirada breve al trabajo escrito de Tere Muñoz, pero por
supuesto no la abarca en su totalidad; por ello, a tales renglones habría que
sumar su labor como maestra, actriz, coordinadora de la Escuela de Escritores
de La Laguna, promotora cultural y, claro, madre de familia. A la vera de las
mencionadas actividades ella ha sabido, además, distribuir los frutos de su
escritura, como en 2022 sucedió con la novela Días de ceniza.
Este
segundo libro narrativo individual de Tere es todavía una novedad editorial que
no dudo en celebrar por varias razones. Se trata de una bildungsroman,
palabra alemana que, como sabemos, significa “novela de formación” o “novela de
aprendizaje”, es decir, una historia en la que se nos cuenta el proceso
mediante el cual un personaje ase su cosmovisión o edifica su ser frente a la realidad.
Por esta razón, los protagonistas de las bildungsromans son jóvenes, la
mayoría de las veces adolescentes, como es el caso en Días de ceniza. De
este tipo, un ejemplo famoso en México sería De perfil, de José Agustín,
y, en otra lengua, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
En
Días de ceniza la protagonista es una adolescente. Vive en una zona
petrolera del trópico mexicano, lugar al que migró con su familia —padre, madre
y hermano— luego de radicar en el semidesértico norte. La joven atraviesa
durante el relato la metamorfosis de su cuerpo y los primeros pálpitos del
deseo sexual. Con una prosa tenuemente poética, fresca, nada afectada, nos
adentramos en el mundo de sensaciones físicas y conflictos morales que son
habituales a esa edad de descubrimientos y, la mayor parte de las veces, de miedos
y frustraciones ante los reclamos de la piel.
La
edad de Clarisa, la protagonista, ronda los trece o catorce años cuando
comenzamos a conocer su historia. En Minatitlán, Veracruz, a donde recaló su
familia por un brinco laboral del padre, todavía alcanzamos a ver la
convivencia de la narradora con Esteban, su hermano, mientras ambos son niños y
juguetean sin malicia. Pero la transición de la niñez a la pubertad agudiza su
percepción y modifica las prioridades desde dentro del cuerpo: con los cambios
físicos sobrevienen los cambios sociales, y Clarisa comienza su accidentado
camino hacia el encuentro de nuevas amistades, hacia el mundo de los deseos
ignotos y hacia el ejercicio de una sexualidad desorientada, fortuita.
Las
relaciones familiares de la joven terminan por astillarse: con su hermano se da
el natural alejamiento marcado por las diferencias de edad y de sexo; con su
padre se abre un agujero cada vez más ancho porque para él sólo prima el
trabajo y no la cercanía con los hijos, y de su madre se va apartando porque
ella vive sumida en un ensimismamiento que a duras penas encubre la frustración
matrimonial. En este contexto, lo lógico es encerrarse en una habitación o
hallar, azarosamente, amistades coetáneas en el barrio y en la escuela. Todo lo
que en este momento ocurre en su fuero íntimo tiene, para Clarisa, una
explicación vaga, arbitraria, pero es en la relacionada con su sexualidad en
donde más conflicto aparece. ¿Qué son esos cambios acusados por su cuerpo? ¿Qué
significa la misteriosa ebullición en su interior? ¿Está bien pensar y hacer lo
que le demandan sus hormonas?
Las
respuestas que ella sola puede darse no son, obvio, claras. Ante la falta de
orientación, ante los dos pétreos silencios de sus padres, Clarisa queda a
merced de la casualidad, del azar que no le explica nada, pero que pone frente
a su cuerpo los primeros conatos de placer. Por casualidad encuentra a Rosana,
precoz amiga de su escuela; por casualidad vive Andrés en el vecindario, y por
casualidad por allí ronda también Gerardo. Con ellos tres, en diferente grado y
momento, nuestra protagonista se va haciendo una idea de lo que significan los
entreveros de la carnalidad. Pero insisto, todo lo que bulle en su ser es
opaco, neblinoso, atractivo y desconcertante al mismo tiempo.
Estamos
pues ante una historia ubicada en los albores de la era internética, en los
ochenta, de ahí que su banda sonora sea Abba, grupo favorito de Clarisa.
Todavía en aquel momento los y las jóvenes dependían, para formarse en
educación sexual, de sus padres o de la calle, y no como ocurre ahora tras la
revolución digital en la que los adolescentes aterrizan en la adultez ya
formados o deformados por el consumo apabullante de pornografía de todos los
calibres.
Clarisa,
pues, maniatada por el azar, sueña con los encuentros eróticos, con los besos,
sin saber bien a bien en qué consisten realmente aquellas prácticas ni cómo se
manejan. Todo en el camino del descubrimiento es accidental, como cuando encara
por primera vez a Andrés, el vecino, con quien tiene un roce tan candente como
tosco y confuso.
Dos
personajes femeninos en el entorno de Clarisa pueden ser los dos caminos que se
le presentan en la vida: Rosana, la amiguita, puede simbolizar el desenfado
ante el sexo, pues en más de un momento ella le demuestra su liberalidad, la
manera absolutamente relajada con la que lo asume; y su madre, quien con el
matrimonio estableció un pacto para alcanzar cierto ascenso social pero no
terminó por conformarse con el destino de soledad y depresión al que la condenó
el estatus de esposa, finalmente hecho trizas. Dicho esto de paso, tal vez sea
atendible suponer cierta simetría entre Clarisa y su madre, pues ambas tienen adherida
en la mente una obsesión de parecida índole.
Un rasgo a destacar en Días de ceniza (titulada así por la erupción del volcán Chichonal, de Chiapas, en marzo de 1982, lo que marca la época en la que se ubica el relato además de ser símbolo de otro tipo de erupciones, como la sexual en este caso) es la sinceridad y, como dije antes, la frescura de su prosa. Sin renunciar a una tesitura literaria pero verosímil en la primera persona de Clarisa, no incurre en la puritanería, en las elipsis pudibundas ante lo erótico, y llama por su nombre a lo que debe llamar por su nombre, así sea lingüísticamente vidrioso. Por ejemplo, en este pasaje de la página 53, en uno de los fugaces encuentros con Andrés, fragmento donde la palabra “labios” va más allá de lo que pensamos tras leerla:
Esta vez la carcajada se fue transformando en gemidos alegres a medida que él pasaba la lengua alrededor de mis labios y la introducía en mi cavidad. Tocó algo que desconocía y me dejé llevar a este centro de placer intenso que no quería dejar de sentir, necesitaba esa lengua por siempre ahí abajo, lamiendo, chupando, rozando, acariciando todos mis recovecos y humedeciéndome una y mil veces más.
Intensa y ágil novela de iniciación, bien escrita y mejor ambientada, Días de ceniza nos coloca frente al adolescente que fuimos y frente a un misterio que, creo, jamás se desvanece: cómo diablos atravesamos esa etapa —nuestros días de ceniza— sin morir en el intento.
Comarca Lagunera, 25, octubre, 2023
Nota. Texto leído en la presentación de Días de ceniza celebrada en Zoom el 25 de octubre de 2023. Participamos la autora, Juan Noé Fernández y yo. La actividad fue organizada por Nadia Contreras, coordinadora de literatura del IMCE Torreón. La novela puede ser adquirida aquí: Amazon.