El nombre Juan José Sebreli (Buenos Aires, 1930) quizá
diga muy poco o nada en México, país endogámico como todos en América Latina.
Lo lamento, pues se trata de uno de los intelectuales más lúcidos y polémicos
de nuestro continente, autor de una obra que sin duda debería ser observada más
allá de la Argentina. Sebreli es esencialmente filósofo, pero creo que podemos
ampliar los recipientes de su pensamiento hasta la sociología, la antropología,
la política y el arte. Identificado en su juventud con el grupo de la revista Contorno (1953-1959) encabezada por los
hermanos Ismael y David Viñas, Sebreli no ha cesado de publicar en periódicos,
revistas y libros desde la década de los cincuenta hasta la fecha. Hacia la
mitad del XX formó un tridente de enfants
terribles junto a sus amigos Óscar Masotta y Carlos Correas.
En Torreón tengo tres de los casi treinta libros de su
autoría. Uno de ellos, al que le dedicaré estos párrafos, es extraordinario, y
si agregara que es brillante sería poco elogiarlo. Se trata de La era del fútbol (Debolsillo, 2005, 349
pp.), tal vez la más pormenorizada y fría golpiza propinada alguna vez al deporte
que muchos, muchísimos, más amamos, el futbol (en el título del
libro dice “fútbol”, con prosodia argentina; yo me referiré a él como “futbol”,
pues así lo pronunciamos en México). Quizá no debo decir “al futbol”, al futbol
en sí, sino a lo que gradualmente, desde el siglo XIX a la actualidad, se ha
hecho con él: convertirlo en una mezcla de vidrioso y multimillonario negocio, en un espectáculo útil para la manipulación de masas y, por ende, en arma servicial
a la política de peor talante.
Adhiero a todo o casi todo lo que describe Sebreli en su sondeo
a las viscosas profundidades del futbol. Es difícil no estar sustancialmente de
acuerdo con lo que afirma, es verdad, pero después de leerlo no me he
convertido al ateísmo futbolístico. La
era del fútbol me ha servido, sí, para pensar mejor en esta actividad que es
pasión de multitudes, pero no me la ha quitado de encima, pues es, como la
poesía para el Quijote, una “enfermedad incurable y pegadiza”.
Tal vez la clave recóndita de su poder —aunque se diga con lasitud que en este juego interviene la inteligencia, acaso una inteligencia de lo motriz y lo espacial—, y el placer que genera en quienes lo practicaron y lo practican, e incluso en quienes no, se basa en la irracionalidad de su ejecución, en el uso del cuerpo para desarrollar una danza que, como dijo el poeta Antonio del Toro, al final terminó siendo la emancipación del pie frente a la dictadura de la mano, el concurso y el dominio de una parte del organismo humano, el pie, que antes del futbol sólo había servido básicamente para apoyarnos en el suelo y desplazarnos. En otras palabras, es en la irracionalidad de su práctica, en el instinto del pie, la zona más lejana del cerebro, de donde brota su poder, el raro goce de saber que todo el pie —todo: talón, empeine, punta, planta…— tiene capacidad para “manipular” (“manipular” viene de “mano”) la pelota como si fuera un trabajo artesanal. Desde el nombre de esta práctica (foot) hay un homenaje al pie, de suerte que es la única actividad humana que lo tiene como centro.
Al margen de mi digresión seudoesencialista y de seguro
errabunda, asombra la hondura y el rigor con el que Sebreli encaró el análisis
del futbol como fenómeno de nuestro tiempo. Su libro se divide en trece amplios
capítulos, todos apoyados en una profusa máquina de referencias documentales.
Todas las secciones del libro son lapidarias, todas desmontan el engranaje del
futbol como devoción popular, como mafia económica, como abuso del infantilismo, como madriguera de
vándalos, como herramienta política, como teatro de la brutalidad, como
espectáculo vacuo.
Bajo la exposición podemos pensar que fluyen, entre otras, estas dos preguntas: ¿por qué el futbol se convirtió en el juego más importante del planeta y por qué muchos intelectuales "irracionalistas", en lugar de encararlo como summum de la frivolidad y los negocios turbios, lo han justificado y empinado incluso al estatus de arte? Sebreli las responde y más allá de persuadirnos o no, nos calza nuevos ojos para observar con menos candidez lo que ya hemos naturalizado como intrínsecamente bueno, sano y heroico.