sábado, octubre 28, 2023

Lluvia de vocativos


 








En la escritura calamitosa e insalvable de los chats es posible encontrar el más amplio menú de ejemplos para todas las reflexiones gramaticales e incluso para algunas todavía no exploradas por la cabeza humana. Entre las más comunes está, o más bien no está, una coma que debe ir sí o sí, manque nos disguste usarla, pues más allá de ser una prescripción académica, tiene sentido usarla forzosamente en la escritura. Quizá fonéticamente no se note si no queremos que se note, pero en la escritura va porque va en todos los casos, tanto en los que son claros como en los que puedan crear confusión por culpa de la ambigüedad. Doy ejemplos de esta coma llamada “vocativa”, es decir, la coma que se pone antes de que le hablemos directamente a alguien.

Si bien podemos pronunciar “Ven, Juan” como “Ven Juan”, sin la sutil pausa intermedia, en la escritura es forzoso escribir la coma. Puede disgustarnos ese fililí, esa minucia, pero así es. Si no, se da el caso de comas vocativas omitidas que crean ambigüedad. Hace poco, en un chat colectivo leí que alguien buscaba a alguien. Cuando una de las personas interesadas preguntó que dónde, otra respondió: “Fue a su casa vecina”, es decir, “fue a la casa aledaña”. Pero lo que quería responder era distinto: “Fue en su casa, vecina”, con coma, para distinguir que no se refería a la casa contigua, sino que le respondía directamente a la vecina.

Dos vocativos famosos en América Latina son “chico” y “che”, de Cuba y Argentina, respectivamente. En el uso/no uso del vocativo se basa un chistorete: “¿Por qué todos los cubanos traen el pelo corto? Porque cuando se lo van a cortar siempre le dicen al peluquero ‘Córtame el pelo, chico’”, lo que en la pronunciación se puede oír sin coma: “Córtame el pelo chico”. E igual los argentinos usan mucho el “che”: “Pero entendé, che, esto no es así”. También he notado que usan mucho la palabra “flaco”: “Vení, flaco, ayudame”.

La idea de este textito me nació al oír a un cargador de maletas en la inmunda central camionera de Torreón. El tipo vio venir a una señora casi anciana y se acomidió (este verbo lo usaba mucho mi mamá) a ayudarla: “A ver, madre, yo le ayudo”. Francamente me pareció allí conmovedor el uso del vocativo “madre”, pues en México esta palabra, fuera del contexto familiar, se usa generalmente como maldición: “Me vale madre”.

A partir de allí pensé en algunos vocativos que me parecen muy frecuentes en el habla local, que aquí enumero. Escritos, claro, no ofrecen el encanto que sí tienen escuchados. Por lo tanto, hay que imaginarlos como enunciados por voces callejeras.

Carnal. Muy frecuente. “¿Cómo estás, carnal?”. El mexicano distingue la frontera, más delgada que un pelo, entre el uso de “carnal” como sinónimo de “hermano” o como equivalente a “amigo”.

Compa. Apócope de “compadre”. Lo he oído toda la vida: “Pásame un cigarro, compa”. Hay un cuento de Edmundo Valadés que se llama así: “El compa”.

Don. Sabemos que proviene del latín “dominus”, señor. “Gracias por todo, don”. Con frecuencia se la añade el posesivo “mi”: “Gracias por todo, mi don”. Este posesivo es común al hablar de equipos de deportivos favoritos: “Hoy juega mi Cruz Azul”, pero esto ya es otro asunto.

Ese. De insólita calidad. Escrito no funciona igual, hay que escucharlo para sentir su fuerza: “Préstame diez varos, ese”, que se oye como “eshe”.

Estimado. Uno de los más frecuentes vocativos genéricos. Suele ser acompañado por el posesivo “mi”: “¿Cómo estás, mi estimado?”

Güey. Quizá el vocativo genérico mexicano más habitual, antes de uso sólo masculino y hoy generalizado. Insoportable es verlo escrito “wey”, a lo güey. “¿Vamos a ir de viaje, güey?”

Ingeniero. De los que enaltecen aunque uno no sea eso. También usado con apócope. “¿Le lavo el carro, inge?” Así me decía un lavador de carros.

Jefe. Igual, muy frecuente. De los que confieren autoridad inmerecida. “Estaciónese allí, jefe”.

Licenciado. Lo mismo que “ingeniero”. “Buenos días, lic”.

Mano. Aféresis de “hermano”. De los vocativos de la vieja guardia: “No, mano, no me dieron el trabajo”.

Patrón. Como “jefe”. Un derivado frecuente es “padrino”.

Seño (o señito). Casi un eufemismo; no expresa si dice “señora” o “señorita”, lo que antes era delicado. “¡Escobas y trapeadores, seño!”, grita en la calle el vendedor de escobas y trapeadores.