En
la escritura calamitosa e insalvable de los chats es posible encontrar el más
amplio menú de ejemplos para todas las reflexiones gramaticales e incluso para
algunas todavía no exploradas por la cabeza humana. Entre las más comunes está,
o más bien no está, una coma que debe ir sí o sí, manque nos disguste usarla,
pues más allá de ser una prescripción académica, tiene sentido usarla
forzosamente en la escritura. Quizá fonéticamente no se note si no queremos que
se note, pero en la escritura va porque va en todos los casos, tanto en los que
son claros como en los que puedan crear confusión por culpa de la ambigüedad.
Doy ejemplos de esta coma llamada “vocativa”, es decir, la coma que se pone
antes de que le hablemos directamente a alguien.
Si
bien podemos pronunciar “Ven, Juan” como “Ven Juan”, sin la sutil pausa
intermedia, en la escritura es forzoso escribir la coma. Puede disgustarnos ese
fililí, esa minucia, pero así es. Si no, se da el caso de comas vocativas
omitidas que crean ambigüedad. Hace poco, en un chat colectivo leí que alguien
buscaba a alguien. Cuando una de las personas interesadas preguntó que dónde,
otra respondió: “Fue a su casa vecina”, es decir, “fue a la casa aledaña”. Pero
lo que quería responder era distinto: “Fue en su casa, vecina”, con coma, para
distinguir que no se refería a la casa contigua, sino que le respondía
directamente a la vecina.
Dos
vocativos famosos en América Latina son “chico” y “che”, de Cuba y Argentina,
respectivamente. En el uso/no uso del vocativo se basa un chistorete: “¿Por qué
todos los cubanos traen el pelo corto? Porque cuando se lo van a cortar siempre
le dicen al peluquero ‘Córtame el pelo, chico’”, lo que en la pronunciación se
puede oír sin coma: “Córtame el pelo chico”. E igual los argentinos usan mucho
el “che”: “Pero entendé, che, esto no es así”. También he notado que usan mucho
la palabra “flaco”: “Vení, flaco, ayudame”.
La
idea de este textito me nació al oír a un cargador de maletas en la inmunda
central camionera de Torreón. El tipo vio venir a una señora casi anciana y se
acomidió (este verbo lo usaba mucho mi mamá) a ayudarla: “A ver, madre, yo le
ayudo”. Francamente me pareció allí conmovedor el uso del vocativo “madre”,
pues en México esta palabra, fuera del contexto familiar, se usa generalmente
como maldición: “Me vale madre”.
A
partir de allí pensé en algunos vocativos que me parecen muy frecuentes en el
habla local, que aquí enumero. Escritos, claro, no ofrecen el encanto que sí
tienen escuchados. Por lo tanto, hay que imaginarlos como enunciados por voces
callejeras.
Carnal.
Muy frecuente. “¿Cómo estás, carnal?”. El mexicano distingue la frontera, más
delgada que un pelo, entre el uso de “carnal” como sinónimo de “hermano” o como
equivalente a “amigo”.
Compa.
Apócope de “compadre”. Lo he oído toda la vida: “Pásame un cigarro, compa”. Hay
un cuento de Edmundo Valadés que se llama así: “El compa”.
Don.
Sabemos que proviene del latín “dominus”, señor. “Gracias por todo, don”. Con
frecuencia se la añade el posesivo “mi”: “Gracias por todo, mi don”. Este
posesivo es común al hablar de equipos de deportivos favoritos: “Hoy juega mi Cruz
Azul”, pero esto ya es otro asunto.
Ese.
De insólita calidad. Escrito no funciona igual, hay que escucharlo para sentir
su fuerza: “Préstame diez varos, ese”, que se oye como “eshe”.
Estimado.
Uno de los más frecuentes vocativos genéricos. Suele ser acompañado por el
posesivo “mi”: “¿Cómo estás, mi estimado?”
Güey.
Quizá el vocativo genérico mexicano más habitual, antes de uso sólo masculino y
hoy generalizado. Insoportable es verlo escrito “wey”, a lo güey. “¿Vamos a ir
de viaje, güey?”
Ingeniero.
De los que enaltecen aunque uno no sea eso. También usado con apócope. “¿Le
lavo el carro, inge?” Así me decía un lavador de carros.
Jefe.
Igual, muy frecuente. De los que confieren autoridad inmerecida. “Estaciónese
allí, jefe”.
Licenciado.
Lo mismo que “ingeniero”. “Buenos días, lic”.
Mano.
Aféresis de “hermano”. De los vocativos de la vieja guardia: “No, mano, no me
dieron el trabajo”.
Patrón.
Como “jefe”. Un derivado frecuente es “padrino”.
Seño (o señito). Casi un eufemismo; no expresa si dice “señora” o “señorita”, lo que antes era delicado. “¡Escobas y trapeadores, seño!”, grita en la calle el vendedor de escobas y trapeadores.