sábado, septiembre 30, 2023

Mínima política de acceso








Sabido es que el árabe, las lenguas indígenas americanas, el alemán, el francés y más recientemente el inglés han sumado palabras al español. En muchos momentos eso nos ha enriquecido, pero en otros ha sucedido lo contrario.

Ya no tenemos tanto problema con la escritura de palabras extranjeras incorporadas desde hace muchos años al español. Sabemos, por ejemplo, que escribimos chofer y no chauffeur (galicismo), estándar y no standard (anglicismo), payaso y no pagliaccio (italianismo). Son palabras que a lo largo de las décadas se han ido aclimatando en nuestra lengua, tanto que han perdido su escritura original y las hemos “castellanizado”.

No hay regla, sin embargo, para admitir o no una palabra y luego para castellanizarla. Veamos los dos casos.

Para admitirla. Es importante pensar que nuestra lengua es un ente dinámico, no petrificado, y que por tanto influye y es influido en y por otras lenguas. No debemos permitir, sin embargo, voces innecesarias, gratuitas. Permitamos sólo aquéllas que se refieren a innovaciones (en bienes, servicios e ideas) que nos llegan de fuera. Dado que son realidades nuevas, suele ocurrir que no tengamos una palabra castellana equivalente. Por ejemplo modem. Es un aparato que nos llegó de fuera con esa palabra, tiene un nombre “cómodo”, no parece una voz exótica, la aceptamos. Podríamos incluso, con el tiempo, castellanizarla, adaptar su escritura a nuestra pronunciación: módem (palabra grave terminada en “m”, así que llevaría tilde en la penúltima sílaba). Lo mismo pasaría con otros objetos, servicios y realidades diversos que aparecen como novedad proveniente, sobre todo, del mundo tecnológico.

Para castellanizarla o no. Lo que se sugiere en el primer caso es castellanizar cuando la palabra se haya incorporado al habla de todos los días y “se deje” castellanizar. Por ejemplo, la palabra foot ball fue nueva alguna vez en el español. Se incorporó con la actividad que designa y la castellanizamos porque “se deja”: futbol. Más recientemente, la palabra scanner llegó con la innovación que designa y “se deja” castellanizar (como standard-estándar): escáner. Y así algunas más. Es necesario insistir en que el criterio es caprichoso, y nadie se ha puesto de acuerdo para determinar en qué momento admitimos una palabra y en qué momento la castellanizamos o no. Por ejemplo, admitimos la palabra whisky, pero ésta no se deja castellanizar tan fácilmente: güisqui. En este caso, admitimos la escritura que nos llaga de fuera. Es importante señalar que defender nuestra lengua no es un asunto de mera “traducción”, decir perro caliente por hot dog no es recomendable, pues el producto nos llegó de fuera con el nombre hot dog. A veces la traducción es innecesaria porque ya tenemos un equivalente inmejorable: “goma de mascar” (calco del inglés) no sirve, pues ya tenemos chicle (tzicli), palabra de origen náhuatl que nos pertenece desde hace siglos. No debemos admitir pues el uso de expresiones foráneas que tienen equivalente ordinario en español: ok por está bien o correcto, bye por adiós, checar por revisar (examinar, cotejar, comparar, observar, escudriñar, compulsar, analizar, etcétera) y esta horrible: accesar (un calco del acces inglés) por acceder.

viernes, septiembre 29, 2023

A cincuenta años de la Liga









La publicación que esta tarde nos reúne nació hace varios meses, en septiembre del año pasado. En aquellas fechas, Saúl y yo sabíamos ya que muy probablemente en 2023 sería convocado un encuentro para recordar el nacimiento de la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S). También sabíamos que sería casi en el arranque del año y se celebraría en Guadalajara, pues la Liga fue constituida en marzo de 1973 en la capital de Jalisco. Proyectamos que, pese a cualquier contingencia, debíamos asistir, y así fue: en marzo de este año nos apersonamos en al auditorio Salvador Allende de la Universidad de Guadalajara para estar presentes en la conmemoración.

Tras el viaje, ambos acordamos escribir un cuento que tuviera al menos dos propósitos: recordar el quincuagésimo aniversario de la Liga y el acto público que lo conmemoró en Guadalajara. En realidad, era una pauta muy abierta, de manera que en nuestros relatos sólo planteamos esos dos mínimos bordes, apenas una tenue exigencia para el soporte argumental. El resultado que obtuvimos fue “Guerra prolongada” y “Cincuenta años de la LC23S”, relatos que hoy hospeda Dos relatos ligados a la Liga, opúsculo que, como decimos en la presentación, ofrecemos “En un tiempo que demoniza y en el más benévolo de los casos olvida a los jóvenes militantes de la LC23S [lo que constituye un] modesto tributo a su valor”.

Decimos que este tiempo “demoniza” a la Liga y es seguro que debemos ampliar el espectro temporal: si los demoniza ahora, ya podemos imaginar el tamaño de la demonización cuando se puso en marcha su acción política. La persecución fue brutal, y no tomó en cuenta la legitimidad de los reclamos que palpitaban en la superficie y en el fondo de aquella lucha. La Liga se radicalizó por dos razones que explica la coyuntura de dos décadas, la de los sesenta y los setenta: por un lado, en la primera se expandió en América Latina y en otros continentes el ejemplo de la revolución cubana, lo que atizó las ya de por sí fuertes tensiones de la Guerra Fría, y, en México, el régimen había sofocado las posibilidades de otra lucha política que no fuera la de la simulación en elecciones que se caracterizaban por el carro completo. El 2 de octubre y el Jueves de Corpus fueron los hitos que mostraron lo difícil que sería avanzar ante un gobierno ya enmohecido y ebrio de autoritarismo.

En el mismo marco internacional y con especificidades locales, en casi todos los países latinoamericanos se dio un fenómeno similar al mexicano, de ahí que no debamos llamarnos a extrañeza por la aparición de la Liga en 1973. Por mencionar sólo unos casos, en Uruguay los Tupamaros; en Argentina los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo; en Chile el Frente Patriótico Manuel Rodríguez; en Ecuador la lucha de Alfaro vive, carajo; en Nicaragua el Frente Sandinista y en El Salvador el Frente Farabundo Martí. Era la guerrillera una vía común entre la juventud, y su sujeto político más importante fue el estudiante universitario, aunque no el único.

En México, la respuesta del régimen, en aquel momento encabezado por Luis Echeverría, fue la cacería despiadada de revolucionarios en la llamada Guerra Sucia. Además de poner en guardia al Ejército, se diseñó un aparato parapoliciaco especial y con todos los recursos para perseguir, torturar, matar y en muchos casos desaparecer a los opositores armados. Los medios, todavía sometidos a un férreo control del régimen, propalaban que los guerrilleros eran delincuentes comunes, guiñoles de ideologías extranjerizantes, incluso terroristas. La labor de estigmatización fue tan tenaz que hasta la fecha sobrevive la idea de que la Liga en particular y el comunismo en general son dos entes que debemos colocar, para siempre, en el basurero de la historia. Obviamente, ni Saúl ni yo coincidimos con ese destino, y aunque podamos tener diferencias de matiz en cuanto al papel de la Liga en la historia de México, ambos creemos que no es el que actualmente se le da, que es, en el más benévolo de los casos, repito, el del olvido, un olvido que no merecen porque de alguna forma las luchas radicales forzaron una apertura gradual del régimen en lo político y en lo periodístico, pues no es casual que los partidos de izquierda salieran a la luz a finales de los setenta y que tres de los medios de comunicación más críticos, como Unomásuno, Proceso y La Jornada, aparecieran entre 1976 y 1983.

Y también a propósito del olvido, un dato curioso nacido de mis afanes bibliográficos. Hace unos meses encontré la edición facsimilar del Plan de San Luis redactado por Madero y algunos cercanos a su lucha. Como sabemos, este documento llamaba al pueblo mexicano a levantarse en armas (reitero: en armas) contra el gobierno federal, turbiamente legitimado en las urnas, de Porfirio Díaz. La fecha elegida para el levantamiento fue, lo sabemos de memoria, el 20 de noviembre de 1910. El facsímil que comento dice lo siguiente en su colofón: “Se terminó la impresión de este libro el día 9 de abril de 1976…”. Lo extraño es que en el clímax de la Guerra Sucia, a ocho meses de que concluyera el echeverriato, fuera publicado un documento en el que Madero señala: “… he designado el DOMINGO 20 del entrante Noviembre, para que de las seis de la tarde en adelante, todas las poblaciones de la República se levanten en armas bajo el siguiente PLAN”. El sello editorial es del PRI, es decir, del poder en aquel momento.

Lo contradictorio es que por un lado el régimen recordaba con mirada nostálgica la gesta de Madero y, por otro, perseguía a jóvenes que, mutatis mutandis, seguían la misma ruta, la de las armas, para echar abajo una tiranía. En fin, no resistí la tentación de mostrar esta paradoja de nuestra historia.

Mi relato, “Guerra prolongada”, es una ficción total, aunque por allí usa dos o tres datos de mi propia experiencia, como casi siempre. Sus protagonistas son sustancialmente dos personajes, además del narrador. No tiene como fin aleccionar, sino, en un bastidor de obligada ambigüedad, urdir una historia que desea ser congruente con los datos que suministro sobre los personajes. Termino con la lectura de un pasaje:

“Supe entonces que algunos veteranos de la agrupación y de la izquierda organizarían en Guadalajara un encuentro de recuerdo y reflexión. Lo programaron exactamente para mediados de marzo con el fin de hacerlo coincidir con el nacimiento del grupo guerrillero medio siglo antes. Confirmé que el encuentro estaría abierto al público y viajé de madrugada las diez horas del trayecto. Algo molido por el mal sueño me apersoné en el auditorio Salvador Allende de la Universidad de Guadalajara. Soy malo para tantear el cupo de un recinto, pero calculo que entre el presídium y el público había como 150 personas, la mayoría viejos. Entré pensando que me pedirían identificación o algo así, pero no ocurrió nada. A los costados de la butaquería varias mantas (les siguen llamando así aunque ya no sean de manta, sino de plástico) exponían consignas revolucionarias y rostros de exguerrilleros abatidos o desaparecidos. Acompañados por una joven que fungía como maestra de ceremonias, en el presídium figuraba Victoria Montes, viuda de Raúl Ramos Zavala, y a su lado Camilo Valenzuela, exguerrillero sinaloense. Además de una conferencia del historiador Pedro Salmerón, el grueso de la ceremonia lo constituyó un desfile de más de veinte oradores que, cada uno a su modo, recordó avatares de la Liga, la lucha armada y la brutal represión de los setenta. Se habló de todo, en exposiciones leídas o comunicadas ad libitum, varias con el tono exaltado de la antigua oratoria política. Escuché con atención el desfile de participantes, muchos de ellos exguerrilleros, militantes de la Liga, varias mujeres.

Cerca de mi butaca hacía lo mismo, escuchar, un hombre como de ochenta años. Sin saber cómo, en un receso comenzamos, entre café y galletas, una conversación muy informal. Asombrosamente, me dijo que también era lagunero, de Gómez Palacio, pero vivía en Durango y desde allá había hecho el viaje hasta Guadalajara. No pregunté mucho más, pero de él salió decirme que se llamaba Carlos Oropeza y era profesor jubilado. Hacía cinco años que vivía en la ciudad de Durango, con su hija, pues ya viudo y solo fue atacado por un padecimiento cuya terquedad lo tenía amagado. Su hija era la única persona que podía cuidarlo y vigilar su régimen alimenticio y sus medicamentos. Por mi parte, le dije que me dedicaba a la docencia universitaria, al trabajo editorial y un poco al periodismo. No quedamos de amigos esa primera vez, pero al menos cruzamos datos como lo hubiera hecho cualquier otro par de laguneros que se saluda en el exterior”.

Comarca Lagunera, 27, septiembre, 2023 

Texto leído el 27 de septiembre de 2023 en la presentación de Dos relatos ligados a la Liga celebrada en la librería La Tinta, Torreón. Participamos Saúl Rosales y yo. El documento presentado puede bajarse en este enlace.

miércoles, septiembre 27, 2023

Dos relatos ligados a la Liga













Enlace para descargar gratuitamente el PDF del libro Dos relatos ligados a la Liga. Pulse aquí.

Pecado de sinonimia

 











Está muy arraigada la creencia de que los sinónimos son útiles a toda hora y sirven ante cualquier problema de repetición de palabras. Eso es falso. Para empezar, no hay sinónimos perfectos, es decir, palabras que equivalgan exactamente a otras palabras. Aunque los sinónimos tengan alguna cercanía semántica, siempre habrá sutilezas que deben ser tomadas en cuenta tanto por el emisor como por el receptor de los mensajes. Veamos esto con algunos ejemplos.

El diccionario de sinónimos nos indica que “casa” es sinónimo de “morada”, “vivienda”, “hogar”, “domicilio”, “residencia”, “mansión”, “habitación”, “palacio”. Agreguemos, en el contexto mexicano del habla coloquial, dos sinónimos más: “chante” y “cantón”. Ahora hagamos un ejercicio de escritura, un fragmento de relato donde adrede repetiremos la palabra “casa”:

Juan salió de su casa muy temprano. Tomó el camión para ir a su trabajo. En su casa se había sentido preocupado toda la noche, pues en la fábrica cundían rumores de huelga y temía que lo despidieran. Si eso ocurría, iba a perder su casa, esa casa que había conseguido con tanto esfuerzo luego de vivir muchos años en casas de renta.

Usemos ahora algunos sinónimos para resolver la repetición de la palabra “casa”:

Juan salió de su casa muy temprano. Tomó el camión para ir a su trabajo. En su morada se había sentido preocupado toda la noche, pues en la fábrica cundían rumores de huelga y temía que lo despidieran. Si eso ocurría, iba a perder su vivienda, ese hogar que había conseguido con tanto esfuerzo luego de vivir muchos años en domicilios de renta.

Obviamente, por el contexto del relato notamos que algo suena mal, que los sinónimos no ayudaron mucho. Propongamos otro arreglo:

Juan salió de su casa muy temprano. Tomó el camión para ir a su trabajo. Toda la noche se había sentido preocupado, pues en la fábrica cundían rumores de huelga y temía que lo despidieran. Si eso ocurría, iba a perder la casa que había conseguido con tanto esfuerzo luego de vivir de renta muchos años.

Si nos fijamos, no fue necesario usar sinónimos, sino redactar de otra manera, eliminar los sobrentendidos, trabajar con el contexto de la propia idea desarrollada en el párrafo. Así, el relato suena natural, no repetitivo ni fallidamente elegante. El uso de los sinónimos siempre depende, por ello, del contexto. Veámoslo con un caso de la vida real. Cuatro amigos beben cerveza en una cantina lagunera y uno de ellos dice:

¿Cuándo volvemos a vernos para echarnos otra cheve?

Son laguneros estándar, están relajados y en un ambiente de cuates, nadie nota nada extraño en la frase. Ahora bien, el mismo sujeto pregunta con el diccionario de sinónimos a la mano:

¿Cuándo volvemos a vernos para echarnos otra cebada?

¿Cuándo volvemos a vernos para echarnos otro lúpulo?

¿Cuándo volvemos a vernos para echarnos otra bebida fermentada?

¿Cuándo volvemos a vernos para echarnos otra bebida alcohólica?

Tal vez por diversión estos hipotéticos amigos se permitan tales juegos de seudoelegancia retórica, pero en general es espantoso hablar así, con seudosinónimos, por lo que podemos concluir que ninguna palabra o frase es semánticamente idéntica a otra, así que no existen los sinónimos perfectos. Lo ideal, por ello, ante la repetición de una misma palabra en una frase, no es correr en la búsqueda de sinónimos, sino redactar de otra manera, tratar de omitir reiteraciones, apelar a un sinónimo contextual (“agua” en cierto contexto es sinónimo de “líquido”) y demás.

sábado, septiembre 23, 2023

Herbert observa

 











Entre los muchos libros de la Secretaría de Cultura disponibles en línea está Un borracho que se cree invisible, de Julián Herbert (Acapulco, Guerrero, 1971). No es un libro central en su producción ni uno de los ya numerosos que le han granjeado premios como el Gilberto Owen (2003), Juan José Arreola (2006), Jaén de Novela (2011) y Elena Poniatowska (2012), entre otros, pero es muy representativo de la mirada, por decirlo así, herbertiana: una mirada perspicaz, aguda, disruptiva y ágil en la observación de la realidad como escenario de lo paradojal y lo grotesco.

En Un borracho que se cree invisible, el autor de Canción de tumba trabaja en una tesitura a caballo entre el relato literario y la crónica periodística. En esta hibridez, jamás podremos saber bien a bien en dónde están las fronteras entre ficción y realidad, cuáles son los límites entre lo imaginado y lo realmente vivido. No importa, sin embargo, pues más allá de precisar las borrosas líneas divisorias entre fantasía y verdad lo que atrae en estos ¿relatos? (uso la palabra más ambigua posible) está en la ironía por la que tamiza Herbert todo lo que piensa.

Por ejemplo, en el segundo de sus textos (sigo con la ambigüedad a la hora de nombrarlos), titulado “Mi mamá me mina”, la formula ya lexicalizada que termina en “mima” es subvertida con una sola letra y transforma su sentido en lo contrario. Ahora bien, su planteamiento inicial enfatiza su ánimo subvertor de las ideas ya cristalizadas por la tradición o la costumbre: “Todos necesitamos una madre con quien desquitarnos de estar vivos. O, ¿por qué otra razón las amaríamos tanto? Claro: ellas velaron por nosotros cuando estábamos enfermos, nos dieron lechita y un vocabulario, asistieron desveladas a ese horrendo show donde salíamos disfrazados de pollitos, se soplaron más de dos veces las divisiones de quebrados, nos consintieron berrinches por los que aún sentimos nostalgia. Pero esas nimiedades no bastan para querer a alguien más allá de los límites del decoro. Si fuera así, ninguno de nosotros sabría lo que es un rompimiento o un divorcio. No: el amor incomparable solo florece si lo riegan las aguas elementales del rencor”.

Insisto: esta línea apartada, lejana a la línea de lo que preconcebimos como lógico u obvio, se enfatiza texto tras texto en Un borracho que se cree invisible. En ocasiones no sólo en el contenido, sino también en la forma, como sucede en “Historia y evolución de las ideas fijas”, texto en el que Herbert no nada más va a quebrantar la idea, sino que lo hace en un formato que habitualmente encontramos como fijo, rígido, serio e inamovible, el formato que podríamos llamar “requerimientos para curso”. ¿Qué pasa aquí? Que el escritor acapulqueño-saltillense apela al mencionado esquema para convertirlo en papilla mediante el método, se me ocurre denominarlo así, de las hipérboles delirantes:

“Instructor:

Julián Herbert

Duración:

120 horas repartidas en 5 sesiones de 24 horas cada una

Número de asistentes:

2,500 (mínimo)

Requerimientos técnicos:

Un campo de golf, sistema de salida de audio RTM-PowerDrift (se adjunta rider), un dispositivo Classroom Papamóvil modelo 94 a prueba de balas (para uso exclusivo del Instructor), dos pizarrones verdes, 20 cajas de gises blancos blandos (de los que no rechinan), dos mochilas de libros (pueden ser nuevos y estar plastificados: no son para leer sino para cumplir funciones propias de un osito de peluche) y 100 sobres individuales de figuras Playmobil azules y rosas (previamente abiertas: son para ser armadas por el Instructor en sus ratos de ocio) (así que mucho cuidado con las piezas chiquitas, ¿eh?). Ah, sí: y medio litro de agua Bonafont”.

¿Para qué sirve un texto como éste? Formulo esta otra pregunta retórica. Respondo: para nada y para mostrar que los requisitos de muchos cursos de cualquier disciplina a veces colindan con el disparate, son absurdos como los cursos a los que convocan.

No creo que sea necesario traer más ejemplos de lo que contiene Un borracho que se cree invisible. Está dividido en tres secciones más o menos simétricas (“Vomitar encima de personas ilustres”, “Intermedio, 8 fábulas” y “Las ciudades destruyen las costumbres”); en todos ellos hay algo, un rasgo, o muchos, que transforman al texto en pedrada al foco de la vecina, en escupitajo al tipo con traje, en eructo durante la ceremonia nupcial, es decir, en transgresión, en travesura, en maldad que bien mirada tiene siempre un fondo de razón, de lógica. Y si no tuviera todo esto, tiene asimismo valores muy apreciados en un libro: sentido del humor y buena prosa.

miércoles, septiembre 20, 2023

Acequias, salida 91

 











Ya son 91 las salidas de Acequias, revista de acceso libre de la Ibero Torreón. Su editorial más reciente (otoño de 2023) describe así los contenidos. Dice:

Aunque en su modalidad estrictamente electoral la política se ha convertido es uno de los muchos teatros de la mercadotecnia, no deja de ser importante como medio para transformar la realidad. La política y su consecuencia, la construcción de gobiernos, sigue siendo pues fundamental para edificar circunstancias sociales que favorezcan la justicia y la equidad. Por esto, aunque los procesos electorales den hoy la impresión de celebrarse al margen del interés de la población, es imperativo que la ciudadanía se involucre en sus vaivenes al menos en el plano de lo informativo, esto para no dejarse llevar por la superficialidad de las noticias falsas o los memes. Estar hoy informados, no caer en la red de la indiferencia, es lo mínimo que debe hacerse para, como señala Víctor Hugo Morales, “trabajar de ciudadano”.

En el presente número de Acequias ofrecemos varias colaboraciones que de una manera no directa, pero sí visible, ayudan a pensar en el ser humano y su condición. Publicamos la lectio brevis de este periodo escolar, el de Otoño. La ofreció Gustavo Antonio González, SJ, nuevo responsable de la Dirección General del Medio Universitario en la Ibero Torreón. La lectio brevis, en este caso sobre el valor de la tolerancia, es la simbólica primera clase que se ha convertido ya en una costumbre dentro de nuestra institución.

Sigue una conferencia de Mario López Barrio, SJ, que reflexiona sobre la generalizada desdicha del ser humano en el tiempo que corre. Pese a que en teoría la humanidad tiene un sinnúmero de satisfactores y puertas al desahogo de sus apetitos, al final siempre parece moverse en un túnel oscurecido por la depresión y su consecuencia: la infelicidad.

Cuatro reseñas se suman al lote de colaboraciones. Dos con tema afín, las de Laura Elena Parra López y de Vicente Alfonso, una más de Renata Iberia Muñoz sobre un libro poético desgarrador y, la última, de Yolanda Natera sobre el más reciente título de la escritora lagunera Angélica López Gándara. También, un artículo de Miguel Báez Durán sobre Encuentros fortuitos, su nuevo libro, una coedición de la UANL con nuestra universidad.

Dos cuentos cierran este número, uno de Fernando Fabio Sánchez sobre le etapa de mayor violencia en La Laguna, y otro de Lorenzo Ignacio Madera sobre los azares de la vida amorosa.

sábado, septiembre 16, 2023

Antologías que ya no son

 











De algunos años a la fecha se desató en el mundillo literario una epidemia (y no sé si pandemia) de antologías. Sin señales previas en el horizonte, comenzaron a aparecer “antologías” sobre todo de poesía y de cuento, los dos géneros más lastimados por esta horrible plaga, la de la antologización indiscriminada.

No es posible saber por qué la palabra ganó tantos adeptos, a qué demonios se debió que en tan poco tiempo cualquier escritor, sobre todo aprendiz, comenzara a figurar en libros colectivos en los que sin falta aparecía y sigue apareciendo, como parte del título o del subtítulo, la palabra “antología”. Puedo suponer que tanto a los antologadores como a los antologados la palabra les suena a oro, a prestigio inmediato. Se nota porque en el proceso de difusión la dicen o la escriben como si con ella expresaran que han aterrizado en el Olimpo.

Pero más allá de la eufonía de la palabra, más allá de que su resonancia seduzca al oído y deje sentir que es sinónimo de caché, es necesario traer, una vez más, esta pequeña aclaración. Cierto que hay palabras peores, como “florilegio”, que se oye más empalagosa que un litro de granadina, pero en esta misma horrorosa glucosidad ha ido cayendo la pobrecita palabra “antología”.

Lo primero que es necesario aclarar es lo siguiente: aunque el diccionario académico la define con parquedad “Colección de piezas escogidas de literatura, música, etcétera”, lo que da a entender que pueden ser “escogidas” sin mayor preocupación que simplemente “escogerlas” como sea y de donde sea, la idea que durante décadas conllevó fue de “piezas escogidas”, es verdad, pero no inéditas, sino previamente difundidas, publicadas, conocidas. Aunque la definición del DRAE incluye a la música, es claro que la palabra quedó casi restringida al ámbito literario, de modo que casi todo lo antológico era lo escrito con ánimo literario. Así, durante décadas fue habitual encontrar “piezas escogidas”, o antologías, de la Generación del 98, de cuentos policiacos argentinos, de poemas de Enriqueta Ochoa, de narradores del norte de México, de poesía erótica latinoamericana y etcétera, e incluso “antologías personales”, selección que el propio autor hacía y hace de su obra ya publicada, esto a petición, claro, de algún editor. Se partía de una idea simple: lo antologado, lo seleccionado, lo escogido, salía de un corpus literario más amplio y ya previamente difundido, no inédito. La idea, entonces, de armar una antología con piezas inéditas y de principiantes es una aberración. También lo es antologar, en este mismo contexto, a un escritor que nunca ha publicado o que ha publicado apenas dos cagarrutas textuales en su vida, pues la antología también supone una cierta trayectoria, un mínimo prestigio ya cuajado, y esta es la razón por la que hay muchas antologías de poemas de Rubén Darío y ninguna de un tío lejano que lleva escritos siete modestos poemas en toda su existencia. Y aunque ese tío llevara miles de poemas escritos y fueran deslumbrantes, igual: si son inéditos no es posible armar con ellos una “antología”, sino otro tipo de libro.

Hay palabras para resolver el asunto, es decir, para publicar antologías que no lo son: “compilación”, “muestra”, “reunión”, “asamblea”… todas sirven para evitar la imprecisión de rotular lo inédito, y por ello desconocido, con la vapuleada palabra “antología”.

Saúl Rosales y yo hemos hablado con frecuencia sobre la antedicha epidemia y al hacerlo fluctuamos de la risa al espanto. Por un lado es gracioso, sí, ver que cada mes son publicadas tres nuevas antologías que no son antologías, pero por otro asusta que ya no haya piedad para la literatura, que se haya convertido en una actividad en la que ser digno de hospedaje en una antología es cuestión no de calidad y prestigio ganado con tiempo y sacrificio, sino de capricho e ignorancia.


miércoles, septiembre 13, 2023

Donas de pesadilla


 








Ayer el sueño fue muy profundo, pero hubo una zona de la madrugada en la que se instaló una historia peculiar en mi desconexión del mundo. Me removí en la cama al sufrirla, pues mientras navegamos por las ficciones del sueño es imposible cortarlas de golpe. Había sido un día de trabajo agobiante, tanto que ni de comer me dio tiempo. Llegué a la casa ya sin ánimo de nada, sólo de dormir. Pese a esto, la cena fue más abundante de lo pensado: habían hecho carnita con chile y me dejé caer la greña, como decimos.

Con la panza al tope, lo que siguió fue botar la ropa y tirarme un clavado al colchón. De inmediato caí en la penumbra de la inconsciencia. No sé cuántas horas pasaron, quizá dos o tres, cuando comenzó la amenaza. Unos como zombies comenzaron a seguirme casi como en el videoclip de Michael Jackson. Me alejé lo más que pude, pero cada que miraba hacia atrás allí seguían esas creaturas. Avancé por varias calles, doblé en muchas esquinas con la idea de eludir la persecución, pero fue inútil: cada vez que yo torcía el cuello para ver si ya los había perdido, allí seguían, siguiéndome.

A medida que pasaba el delirio, volvía y volvía a mirarlos. Yo no dejaba de avanzar a paso veloz, al trote, no corriendo, pues sabía que mi condición física no era buena. En una de mis reviradas, como se dice en el beisbol, vi que no sólo estaban cada vez más cerca de mí, sino que eran más. Los sentía tan próximos a mi espalda que, lo juro, escuchaba sus voces. Aunque no se puede decir que eran exactamente voces. Lo que salía de sus gargantas eran gemidos atormentados, palabras que no alcanzaban a ser palabras, sino garabatos sonoros. Seguí mi marcha.

Volví a mirar y reparé en un detalle: delante de mí no veía a nadie en la ciudad, todo Torreón se había vaciado. En contraste, detrás de mí se fue formando poco a poco un tumulto escalofriante de zombies que caminaban como zombies, es decir, con pasos un poco torpes y los brazos un poco levantados, anhelantes, deseosos de alcanzar.

En el clímax de la pesadilla me vi acorralado. No sé cómo llegué a un lugar que ya no me permitió seguir adelante. Me detuve fuente a la pared de un negocio. Miré hacia atrás y el tumulto ya no me permitiría escapar. Levanté la vista al cielo para pedir ayuda a dios y lo único que pude ver fue el anuncio de un negocio de donas recién inaugurado en la ciudad.

domingo, septiembre 10, 2023

Invitación a Dos relatos ligados a la Liga

 















Con motivo de los cincuenta años de que fue constituida la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S), en la librería La Tinta será presentada una obra de narrativa escrita por Jaime Muñoz Vargas y Saúl Rosales titulada “Dos relatos ligados a la Liga”, el miércoles 27 de septiembre a las 7 de la tarde.

“Guerra prolongada” es el relato de Jaime Muñoz Vargas que se desarrolla mediante dos hilos narrativos que son el aprendizaje político y el “estrago derivado de los suplicios infligidos a los guerrilleros”. El contexto histórico de esta narración es la represión ejecutada por el gobierno en los decenios de 1970 y 1980.

“Cincuenta años LC23S” relata la tarea de reclutamiento de un guerrillero en receso. La lucha popular en demanda de habitación digna a la que se ha sumado el narrador-personaje le resulta propicia para encontrar a un activista de izquierda, al que observa como posible candidato a guerrillero.

El opúsculo —dicen los autores— es un modesto tributo al valor de los guerrilleros de la LC23S. Además, está dedicado a dos laguneros —nacidos en Torreón— que promovieron la fundación de la Liga. Ellos son Raúl Ramos Zavala e Ignacio Olivares Torres.

El relato de Jaime Muñoz Vargas tiene la calidad literaria avalada por varios premios nacionales de literatura que ha obtenido. Es autor de más de 20 libros. La narración de Saúl Rosales se incorpora a su obra cuentística. También es autor de más de 20 publicaciones.

La presentación de “Dos relatos ligados a la Liga” se llevará a cabo en la librería La Tinta, ubicada en avenida Morelos 559 poniente, Torreón.


sábado, septiembre 09, 2023

Una invitación al aburrimiento








 

No es indispensable el socorro de Lipovetsky o Byung-Chul Han para saber que vivimos en la era del entretenimiento. La relajación mundial de los intereses intelectuales serios, llamémosles así, no es tan reciente, y sus orígenes pueden rastrearse en el auge de los medios masivos de comunicación, sobre todo de la tele que ahora, frente a las redes sociales y su arrastre de tsunami, parece peccata minuta como dinamo de la frivolidad.

Cierto que los espacios de la ligereza estaban bien delimitados: la televisión que apodamos “comercial”, los espectáculos de la farándula y del deporte, los zoológicos, los circos, los parques de diversiones, innumerables publicaciones impresas, casi todo el cine, las ferias y los carnavales hasta la fecha sobreviven con mayor o menor fuerza que en el pasado no remoto, y sólo por cambios tecnológicos o de percepción bien pensante algunos han sufrido mermas o modificaciones: la televisión que conocimos (la de Televisa, en el caso mexicano) ha perdido público tras la aparición de internet y, sobre todo, de los smartphones; los circos ya no tienen animales, y ya casi nadie compra revistas, son algunos ejemplos de tales cambios.

En aquel mundo, insisto que no tan remoto pues todavía podemos ubicarlo como vivo hace treinta años, el inmenso ofrecimiento de banalidades o feudos para la relajación tenía un pequeño contrapeso: algunos espacios, casi guetos, ínsulas en el enorme universo de la complacencia, seguían actuando como si lo importante, o más bien lo fundamental, no fuera divertirse, sino pensar, criticar, plantear ideas. Era casi normal que allí no se buscara entretener al respetable público, la risa como dogma ni la distensión de la mente. Poco les importaba a esos espacios pecar de “aburridos”. La lista de tales zonas liberadas de entretenimiento era encabezada, claro, por las universidades, los museos, los centros de investigación, cierto sector editorial, algunos cineastas, poquísimos programas de televisión y quizá las organizaciones políticas, entre otros, pero no muchos.

El paradigma de esos espacios era el de la noción antigua de la aprehensión del saber resumida en el archiconocido dicharacho “la letra con sangre entra”. Y sí, lamentablemente, desafortunadamente, indefectiblemente, ciertas ideas sólo pueden ser asidas y calar hondo con esfuerzo, sangrando en algún punto de su adquisición. Pongo un caso extremo, aunque no por citarlo quiero decir que yo haya accedido a él: es imposible asimilar sin lágrimas a Kant. Explicarlo con dibujos y sinopsis, añadirle “diversión” para que no resulte tedioso o aburrido, es, necesariamente, rebajarlo en el sentido que en México se da al verbo “rebajar” durante el trance de añadir agua a líquidos como la leche.

Hasta aquí parece que rechazo a machamartillo la diversión. No. Es incluso un derecho, y a mí, pese a ciertas teorías terriblistas sobre la manipulación de masas, me gustan el futbol y las películas de balazos, y también me mueven a risa los memes ingeniosos, entre otras muchas boberías que consumo consciente de lo que consumo. Lo que observo, como mero planteo, es el derrame del entretenimiento en todos los recipientes de la vida. Ya nada debe ser “aburrido”, nada, y todo debe tener un anclaje chido, light, peso pluma. Para no sucumbir ante la falta de feligresía, las instituciones “serias” investigan qué apetecen sus públicos y descubren lo previsible: habituados a las redes sociales, a Netflix, a la cultura del permanente ludismo de los video games, al éxito narcisista de los gyms y las industrias del cuerpo, a la idolatría de cantantes y deportistas, a las tendencias punitivistas del “fascismo societal” (el fascismo ciudadano que ni siquiera sabe que es fascismo, ver Boaventura de Sousa), al estilo Disney de seducir, al exhibicionismo del lujo y su deriva en la aporofobia (odio o fobia a los pobres, ver Adela Cortina), a los malls como cúspides del bienestar, a la dictadura de los likes y a tanta quincalla más, los públicos quieren que las clases escolares sean más dinámicas, que los museos no tengan tantas letritas, que los libros cuenten historias de zombies, que las películas no salgan de lo rápido y furioso, que las campañas electorales sólo emitan fraseología chabacana y cierren sus mítines con grupos de música guapachosa, y, en fin, que se le ampute todo rastro de “aburrimiento” a los productos culturales y sociales que antes eran el único coto reservado al pensamiento sin tanta manga ancha para la ñoñez. En síntesis, el Club Apocalípticos va perdiendo por vergonzosa goleada frente al trabuco Deportivo Integrados.

Esto no es gratuito ni inocuo. El dominio del entretenimiento omnipresente y a la carta, desde Netflix a la FIFA pasando por todo lo que pueda quedar en medio, es al mismo tiempo una fuente de ganancias, de domesticación y de vigilancia. Que todo sea hoy entretenido, breve y por ello fragmentario, ligero, ágil, sexoso, violento, chistoretero, tiene en el fondo un costado político: el control debe darse sí o sí, infaliblemente, generar riqueza y permitir que el robot humano —sea niño, adolescente, adulto o anciano— no pierda la sonrisa, una sonrisa que recuerda, dicho sea para terminar, a la del tal Calabacillas pintado por Velázquez.


miércoles, septiembre 06, 2023

Serrucho en nuestro futbol


 








Aunque cada vez menos, tengo medio siglo siguiendo futbol en la tele y nunca había visto una maniobra similar (aquí la palabra “maniobra” es usada en sentido estricto: obra hecha con la mano): un jugador del Atlas, Juan Zapata, cubre la pelota mientras otro del Querétaro, Omar Mendoza, lo presiona casi ceñido a su espalda para evitar que se dé la vuelta con balón controlado.

Hasta allí todo normal, una jugada ordinaria, de las que se ven cien veces en el accionar futbolístico de cada partido. Lo extraño del caso es que el árbitro Fernando Hernández marcó una falta en contra del defensivo, y todo parecía que iba a quedar allí. Entonces intervino la gente del VAR y el silbante tuvo que ir al monitor para revisar algo que ni el cronista (el lagunero Gustavo Mendoza, de Fox) ni los mismos televidentes teníamos claro. ¿Se trató de un pisotón? ¿Fue un rodillazo? ¿O un jalón de camiseta? El misterio quedó develado con una de las tomas en cámara lenta: el jugador de los Gallos Blancos, al mismo tiempo que defendía, con la siniestra diestra le hizo “serrucho” al futbolista de los rojinegros, es decir, le encajó algunos dedos entre nalga y nalga. Insólito.

Al ver la repetición, todos quedamos entre anonadados y sonrientes, incluidos el relator y los comentaristas de la cadena de televisión: reiteraron la jugada unas tres o cuatro veces, le hicieron un close up y era desde ya una imagen para la historia del futbol mexicano, aunque no por su heroísmo sino por su procaz rareza.

Ciertamente, el “serrucho” es, o fue, no sé, pues hace mucho que no veía algo así, una práctica común entre los mexicanos sobre todo en la edad inevitablemente babosa de la adolescencia. Tenía un sentido vejatorio, como de lo que ahora llamamos bullying, pero no es exacto decir que era eso, pues se aplicaba a los compañeros con ánimo de ofender, sí, pero más que nada como juego de seudomachos. En otras palabras, el “serrucho” se infligía a los amigos, no a los enemigos.

Lo que jamás imaginé es que alguna vez iba a ver, como hace poco, a un jugador expulsado de una cancha de primera división por un “serrucho” que sin duda perdurará en la memoria colectiva por algo parecido a lo que en otros contextos es denominado “faltas a la moral”.

Supongo que eso fue. No sé. Es hora de revisar el reglamento.


sábado, septiembre 02, 2023

Un libro tangencial

 











Aunque sea cacofónico afirmarlo así, el ensayo nece-sita de la cita. Sólo por no dejar, recuerdo algunos casos lejanos y cercanos que ejemplifican la pertinencia de las citas en quienes se dedican a pensar, a ejercer alguna de las mil maneras de la crítica. Alfonso Reyes era un arsenal, y alguna vez Borges, que también lo era, celebró esa facilidad: a la vera de cualquier tema, desde el más simple hasta el más complejo, el regiomontano desenvainaba una cita oportuna, no pocas veces inmejorable. Y Borges igual, insisto. Más cerca de lo humano, recuerdo el caso de Juan Forn, cuyas columnas periodísticas adquirían motricidad a partir de lo citado, casi como si el embrague de sus textos fueran las citas que él sabía cortar como japonés podando bonsáis. Gilberto Prado Galán fue lo más cercano que leí y escuché como alfaguara de citas que brotaban por todos los poros de su conversación y sus ensayos.

Porque en trance de citar, cita cualquiera, pero no en todos los casos hay puntería ni oportunidad en el uso de lo citado. La cita, pues, no sólo debe ser buena, sino quedar incrustada en el momento idóneo de la conversación o del texto, y no aventarla al discurso como quien arroja azúcar a los churros.

Esta es la razón por la que, curiosamente, me han gustado y me gustan muchos libros de corte ensayístico. No porque sean un apelmazamiento de citas excelentes tiradas como con displicencia y sólo para mostrar los músculos de la erudición, sino para catapultar o redondear con tino una idea propia, una reflexión personal. O sea, un libro con citas deslumbrantes no sirve si a la vez no deja ver una cabeza bien amueblada en el citador, un pensamiento que concierte de manera satisfactoria lo propio con lo ajeno. Esto lo enseñó, muy bien enseñado, el señor Montaigne desde finales del siglo XVI.

Los párrafos precedentes sirven como preámbulo (preámbulo es el lugar por donde se camina antes: pre, antes; ambulare, andar) a un breve comentario sobre el libro Por la tangente. De ensayos y ensayistas (Taurus, México, 2020, 190 pp.), de Jesús Silva-Herzog Márquez (Ciudad de México, 1965). Contiene 44 ensayos breves y simétricos, como de tres o cuatro páginas cada uno, en los que el politólogo nos aproxima al mismo número, 44, de escritores de todas las nacionalidades y pelajes. Se trata entonces de un libro asimilable al famoso grabado de Escher: con una mirada ensayística se avanza hacia los recintos del ensayo, y en sus escaleras y pasadizos nos encontramos con ideas que se conectan y se desconectan en muchas las direcciones posibles del entendimiento.

Su título, Por la tangente, alude a la noción del ensayismo clásico: a diferencia del texto dogmático, seguro de sí mismo como roca, el ensayo es sinuoso, serpentino, elusivo, dúctil, niega o asegura sin taxatividad, se escurre de las manos, afirma y duda, avanza y retrocede, y siempre deja entrever que ante la certeza categórica él, el ensayo, prefiere desplazarse por la tangente, por la insegura periferia.

La asamblea de este libro reúne nombres como los de Montaigne, Unamuno, Reyes, Cuesta, Auden, Zambrano (María), Szyimborska y muchos más, y es siempre a partir de alguna de sus ideas, directa o indirectamente citadas con pertinencia y eficacia, como el autor traza su propia reflexión sobre ¿qué? Imposible resumirlo, sólo podría decir que es dable encontrar en estas páginas muchas consideraciones atendibles sobre la escritura, la muerte, el dolor, la risa, el fracaso, la imaginación, la disciplina… la vida en suma.

Silva-Herzog Márquez es bien conocido y seguido como columnista y panelista de televisión sobre todo por quienes abominan a López Obrador; en Por la tangente trabaja otra parcela: exhibe su misma buena prosa, pero meditabunda, tangencialmente, entra con ella a pensar en asuntos muy distintos a los de la picaresca política de México.