sábado, septiembre 02, 2023

Un libro tangencial

 











Aunque sea cacofónico afirmarlo así, el ensayo nece-sita de la cita. Sólo por no dejar, recuerdo algunos casos lejanos y cercanos que ejemplifican la pertinencia de las citas en quienes se dedican a pensar, a ejercer alguna de las mil maneras de la crítica. Alfonso Reyes era un arsenal, y alguna vez Borges, que también lo era, celebró esa facilidad: a la vera de cualquier tema, desde el más simple hasta el más complejo, el regiomontano desenvainaba una cita oportuna, no pocas veces inmejorable. Y Borges igual, insisto. Más cerca de lo humano, recuerdo el caso de Juan Forn, cuyas columnas periodísticas adquirían motricidad a partir de lo citado, casi como si el embrague de sus textos fueran las citas que él sabía cortar como japonés podando bonsáis. Gilberto Prado Galán fue lo más cercano que leí y escuché como alfaguara de citas que brotaban por todos los poros de su conversación y sus ensayos.

Porque en trance de citar, cita cualquiera, pero no en todos los casos hay puntería ni oportunidad en el uso de lo citado. La cita, pues, no sólo debe ser buena, sino quedar incrustada en el momento idóneo de la conversación o del texto, y no aventarla al discurso como quien arroja azúcar a los churros.

Esta es la razón por la que, curiosamente, me han gustado y me gustan muchos libros de corte ensayístico. No porque sean un apelmazamiento de citas excelentes tiradas como con displicencia y sólo para mostrar los músculos de la erudición, sino para catapultar o redondear con tino una idea propia, una reflexión personal. O sea, un libro con citas deslumbrantes no sirve si a la vez no deja ver una cabeza bien amueblada en el citador, un pensamiento que concierte de manera satisfactoria lo propio con lo ajeno. Esto lo enseñó, muy bien enseñado, el señor Montaigne desde finales del siglo XVI.

Los párrafos precedentes sirven como preámbulo (preámbulo es el lugar por donde se camina antes: pre, antes; ambulare, andar) a un breve comentario sobre el libro Por la tangente. De ensayos y ensayistas (Taurus, México, 2020, 190 pp.), de Jesús Silva-Herzog Márquez (Ciudad de México, 1965). Contiene 44 ensayos breves y simétricos, como de tres o cuatro páginas cada uno, en los que el politólogo nos aproxima al mismo número, 44, de escritores de todas las nacionalidades y pelajes. Se trata entonces de un libro asimilable al famoso grabado de Escher: con una mirada ensayística se avanza hacia los recintos del ensayo, y en sus escaleras y pasadizos nos encontramos con ideas que se conectan y se desconectan en muchas las direcciones posibles del entendimiento.

Su título, Por la tangente, alude a la noción del ensayismo clásico: a diferencia del texto dogmático, seguro de sí mismo como roca, el ensayo es sinuoso, serpentino, elusivo, dúctil, niega o asegura sin taxatividad, se escurre de las manos, afirma y duda, avanza y retrocede, y siempre deja entrever que ante la certeza categórica él, el ensayo, prefiere desplazarse por la tangente, por la insegura periferia.

La asamblea de este libro reúne nombres como los de Montaigne, Unamuno, Reyes, Cuesta, Auden, Zambrano (María), Szyimborska y muchos más, y es siempre a partir de alguna de sus ideas, directa o indirectamente citadas con pertinencia y eficacia, como el autor traza su propia reflexión sobre ¿qué? Imposible resumirlo, sólo podría decir que es dable encontrar en estas páginas muchas consideraciones atendibles sobre la escritura, la muerte, el dolor, la risa, el fracaso, la imaginación, la disciplina… la vida en suma.

Silva-Herzog Márquez es bien conocido y seguido como columnista y panelista de televisión sobre todo por quienes abominan a López Obrador; en Por la tangente trabaja otra parcela: exhibe su misma buena prosa, pero meditabunda, tangencialmente, entra con ella a pensar en asuntos muy distintos a los de la picaresca política de México.