En 2021 celebramos, siempre infinitamente menos de lo que
merece esta efemérides, el centenario luctuoso de Ramón López Velarde (Jerez,
Zac., 1888-Distrito Federal, 1921). Como un óbolo de cuya trascendencia no
puedo jactarme, escribí un par de apuntes y con eso obtuve la vana sensación de
que al menos me sumé un poquito al elogio de quien es, quizá, el mejor poeta
mexicano del siglo XX. En aquel año, me refiero otra vez a 2021, vi a Saúl
Rosales varias veces y sé, porque lo conversamos, que también se sumó al
recuerdo mediante varios comentarios publicados en sus espacios periodísticos.
Por él supe que en el quincuagésimo aniversario luctuoso hubo
ya nutridos homenajes a la figura del jerezano, entre ellas una colección de
revistas monográficas de la SEP que Saúl todavía conserva. Tenía repetido uno
de los ejemplares, así que me lo regaló; al hojearlo quedé pasmado: la
publicación trataba de agotar lo inagotable ya en 1971: la vida y la obra del
poeta. Eso significaba que, pese a su brevedad, la existencia del autor de Zozobra había sido suficiente para
alentar un tributo de dimensiones nacionales, y significaba a la vez que su
importancia no amenguó al cumplirse el centenario en el aquí tres veces
recordado 2021.
Poco antes, de José Emilio Pacheco, uno de los
lopezvelardistas más tenaces, fue editado Ramón
López Velarde. La lumbre inmóvil (Era, México, 2018, 138 pp.). JEP murió en
2014, de manera que él no pudo armar la selección ofrecida en este libro. La
hizo, y también el epílogo del libro, Marco Antonio Campos, y en la compilación
podemos seguir el énfasis crítico de JEP al enigmático y venerado poeta de
Jerez. Digo “énfasis” porque en lo amplio de su variada escritura JEP mostró un
interés permanente por López Velarde, lo que se demuestra en los catorce
acercamientos contenidos en este libro.
Quiere decir entonces que Pacheco entintó la pluma desde
1970 (fecha de publicación del primer ensayo) hasta 2009 (fecha del último)
para escribir sobre el tema López Velarde. Se nota que lo hizo en general para
explicar, sobre todo, zonas un tanto borrosas de la vida y de la obra
lopezvelardeanas. Ninguno de los textos tiene desperdicio, pero hay algunos que
recomendaría por notables. Uno de ellos es el titulado “Notas sobre una
enemistad literaria: Reyes y López Velarde”, en el que JEP explora y documenta los
detalles que explican la grieta de malquerencia que abriría un desconcertante Reyes,
quien viviría hasta 1959 nunca conforme con una reseña —escrita y publicada por
el zacatecano— sobre El plano oblicuo;
este comentario, inocuo para mí al menos en el trozo citado, subrayaba la
calidad estilística de Reyes casi como único atributo, lo que el regiomontano
pudo ignorar, pero no hizo.
La lumbre inmóvil,
producto de una vida de escritura frecuente sobre el tema, indaga asimismo en
algunos de los poemas más famosos de López Velarde y también en sus misteriosos
enamoramientos, en sus influencias, en sus amigos, en su póstuma conversión a
“poeta nacional” y en su prosa, que también la tuvo.
Además de sus libros de creación poética y narrativa, además de los tres tomos de sus “inventarios”, podemos sumar este apretado racimo de aproximaciones, La lumbre inmóvil, a la siempre atendible bibliografía de Era sobre JEP. Bienvenida.