Mis
hijas no me creen cuando les digo que en mi infancia no había pizzas. No, no
había. Llegaron a La Laguna, si la memoria no me defrauda, allá por los
ochenta, y ya para los noventa habían alcanzado la popularidad de la que gozan hasta
hoy, cuando ya son un bocado omnipresente y de alto punch.
En
mi infancia lo que había como comida de la calle o de los restaurantes era lo
estrictamente mexicano y diría, si me apuran, lo estrictamente lagunero. Hablo
de los sesenta y setenta. Había tacos dorados, esos tacos que, lo dije alguna
vez, eran y siguen siendo el taco primigenio —el prototaco— de nuestra tierra.
Todavía hoy los preparan como antes, eso no ha cambiado mucho: tortillas hechas
tubito con un poco de papas, frijoles, rajas o carne dentro. Eran un platillo
preparado en la calle, en un receptáculo aceitoso en el que nadaban los taquitos
hasta que se doraban. Luego eran servidos en un plato de peltre y arriba los
tupían con las verduras inamovibles: repollo, tomate, cebolla y alguna salsa al
gusto. Han pasado los años y todavía podemos ver, sobre todo en los barrios,
que de alguna casa sacan los aditamentos para cocinar y así se ayuda una
familia, si no es que vive de eso.
Otro
lujo popular del pasado aun sobreviviente eran los platillos caldosos: menudo,
pozole, caldo (de pollo y res) y birria. El primero era, es, habitual los
domingos, y los otros han sobrevivido como producto de todos los días, y son
vespertinos/nocturnos.
Las
gorditas y los burritos se sumaron con fuerza en aquella época. No eran tan
populares y ubicuos como hoy, y creo llegaron para no abandonarnos más, por
suerte. Una de las rarezas de estas dos maravillas de la gastronomía local es
que, siendo esencialmente lo mismo, unas, las gorditas, son de consumo mañanero, y los otros, nocturno, a veces muy muy nocturno, tanto que se venden/consumen
con fervor en las madrugadas.
Renglón aparte merecen los lonches, otro de los emblemas de la gastronomía popular en las inmediaciones del Nazas.
Aunque
hoy parezca increíble, las hamburguesas también aparecieron tímidamente en los
setenta. Recuerdo que Pilón, el personaje de Popeye, las consumía en exceso y de niños sólo
las imaginábamos, ya que no las teníamos a la mano.
Así, luego, llegaron los hotdogs, las pizzas, las crepas, el sushi y la comida “china”: no siempre estuvieron aquí. Ahora tengo edad para saber que hubo un tiempo en el que no se nos antojaba nada de eso simplemente porque aquí no existía.