Para
saber de qué trata Fiesta, duelo y
ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente
(BUAP, 2022, Puebla, 143 pp.), libro de Édgar Valencia (Ciudad Victoria, 1975)
podemos empezar por destacar dos manifestaciones de la cultura asequibles en la
actualidad: el exvoto y el meme. Aunque
el propósito de sus contenidos sea muy distinto, los une un rasgo evidente: la
conciliación de la imagen con la palabra, el feliz matrimonio entre el dibujo y
la expresión escrita. La eficacia de este ayuntamiento parece obvia: una imagen
acompañada de una glosa textual permite una mayor inteligencia del mensaje,
cuaja de golpe la decodificación del espectador. De esta hermanación entre dos
sistemas comunicativos habla el libro de Valencia, sólo que ubicados en un
producto de la creatividad humana cuyo éxito atravesó dos siglos en Europa y algo
más de tiempo en su extensión americana: el emblema y sus variantes, lo que el
autor sintetiza en la frase “cultura simbólica”.
Doctor
en Letras por la UNAM, editor y académico, Édgar Valencia tiene ya largo rato
dedicado al conocimiento muy especializado, terreno de eruditos, de la
emblemática. El valor de su exploración nos sirve hoy para tener presente que
la cultura de la imagen, que suponemos sólo actual debido a la omnipresencia de
los medios que la usan, nos viene de muy lejos. En efecto, el poder de los
símbolos acuñados como dibujos sedujeron al hombre al grado de convertir su
hechura y glosa en una disciplina que dio como resultado la confección de una ardua
bibliografía que hoy es insumo de especialistas. Gracias a Fiesta, duelo y ascetismo los no iniciados ingresamos pues a una
temática que no por lejana deja de tener influencia en el presente, la de la
imagen como poderoso vehículo de difusión.
Antes
de llegar a la presencia y los usos de la cultura simbólica en la Nueva España,
Valencia nos aproxima un contexto sobre el origen y el auge de la emblemática
en el Viejo Mundo. Para quienes hemos estado ajenos a este saber especializado,
es sorprendente el grado de difusión que tuvo la emblemática a partir del siglo
XVI. Humanistas, científicos o simples aficionados alimentaron libros en los
que se condensa un saber a partir del orden tripartita inscriptio, pictura y
subscriptio, es decir, lema, dibujo o figura alusiva al tema y, al final,
epigrama o declaración, lo que, acumulado, crea un dispositivo icónico-lingüístico.
Desfilan
por las eruditas páginas de Fiesta, duelo
y ascetismo —que en algo me recuerdan, dicho sea de paso, las de La memoria vegetal, libro relativamente
congénere de Umberto Eco— personajes mediana o nada conocidos por el lector de
a pie, como Francesco Colonna, Piero Valeriano, Diego de Saavedra Fajardo,
Francisco Sánchez de las Brozas, Benito Arias Montano y, claro, el más
emblemático de los emblemistas: Andrea Alciato.
Por
supuesto, la referencia a tales personajes no tiene sólo como fin censar a quienes
se dedicaron al oficio, sino explicar los variados propósitos que tuvo la
acuñación de imágenes o símbolos en la vida de occidente. Además de ilustrar el
ingenio verbal, de decorar la inteligencia articulada en palabras, la imagen
tenía un fin mnemotécnico por su capacidad para condensar una idea compleja de
modo simultáneo, no sucesivo como acontece en la ilación verbal. Así, el
emblema y sus muchas variantes sirvió a la teología, a la historia, a la
filosofía, al teatro, a la política, y en el caso americano y específicamente
novohispano, como subraya el libro de Valencia, se extendió más allá del tiempo
atribuido a su boom europeo y todavía
en la iconografía de la Independencia se sienten ecos de la emblemática al uso,
por ejemplo, en representaciones patrióticas, y no se diga poco antes, en la
etapa virreinal, con una copiosa iconografía efímera tanto festiva como luctuosa
de la cual sólo se conservan écfrasis o descripciones de letrados como Sigüenza
y Góngora o Sor Juana.
En suma, el ensayo Fiesta, duelo y ascetismo subraya que una práctica nacida e impulsada en el Barroco, la emblemática, no fue cercenada de tajo por la Ilustración, y su empleo permeó la imaginación de quienes al lado de la palabra disponían, puede decirse que hasta hoy, de símbolos o imágenes confeccionados para resumir ideas. Valencia, en el arranque de su libro, menciona al meme casi como tataranieto deslactosado del emblema. En efecto, en la conjunción icónico-retórica del emblema están presentes los sistemas comunicativos de un género que de alguna manera amplió su procedimiento hasta nuestros días, esta actualidad en la que imagen y palabra parecen indisolubles como herramientas de la comunicación.
Nota. Texto leído en la presentación de Fiesta, duelo y ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente celebrada en el Museo Arocena de Torreón el 25 de marzo de 2023. Participamos Fernando Fabio Sánchez, el autor y yo.