miércoles, julio 23, 2025

Doctorados deshonoris causa

 











Parte de los desastres que trajo aparejada la sociedad del espectáculo (viva Guy Debord, quien en 1967 anticipó todo esto) fue el arribo de la verdad deficitaria, hoy agudizada en el pestilente y por ello fascinante mundo de las redes sociales. A casi nadie le importa que algo sea verdad, basta con una foto a veces acompañada de algunas palabras para que cualquier afirmación nos convenza. Nadie investigará nada, todo pasará como hecho consumado con la sola evidencia de su representación en internet. Todo existe fugazmente porque alguien lo compartió, más allá de que sea falso o verdadero.

Recién el lunes, gracias a una nota de Reporte Índigo colgada en Facebook por el escritor Alejandro Badillo, leí una crónica sobre instituciones que han inventado la venta de “doctorados honoris causa”. Una estupidez sólo creíble porque en efecto existe: se venden doctorados como si fueran baratijas chinas de Amazon. Quien pague la cuota requerida podrá ser elevado a la categoría de “doctor de doctores”, todo para vitaminar el currículum y luego apantallar incautos. Quienes inventaron este negocio merecen un doctorado honoris causa en pillería de alta escuela. Ni Ricardo Montalbán ofreció tanto en La isla de la fantasía.

Tenía años con el antojo de escribir sobre esta pantomima. Me da gusto que Reporte Índigo la aborde ahora con una documentada crónica. Mi inquietud surgió por las mismas razones que comparte el reportero: un doctorado honoris causa que valga debe ser entregado por una institución de altísimo prestigio a personas de altísimo prestigio, en este último caso, sobre todo, del ámbito académico, aunque no exclusivamente. Pues bien, en Facebook comencé a ver contactos con togas y birretes absurdos y chapuceros, de fantasía, una prueba grotesca de los daños provocados por la sociedad del espectáculo en la que el ser se confunde con el parecer, en la que una puesta en escena quiere persuadir al público sobre méritos ficticios. Los nombres ridículos de las instituciones que otorgan los doctorados de bisutería son en sí mismos una evidencia de miserabilidad moral.

Dije que son otorgados sobre todo en el mundo académico para académicos, aunque en este último caso no nomás a ellos. El prestigio, que debe ser enorme, de quien recibe tan alto título se relaciona con sus aportes a la ciencia, las humanidades, la cultura, la política, la diplomacia, etcétera, y son honorarios, no se cobra por conferirlos. Las “instituciones” denunciadas en el reportaje cobran cuotas para dar sus doctorados Patito, pero aducen no solicitarlas como cobro del doctorado en sí, sino para los gastos operativos, una forma infantiloide de encubrir el chanchullo. Son, claro, negocios ruines, ladrones que contrabandean prestigios inexistentes. Ahora bien, si alguien quiere pagar por un engaño, adelante, que lo pague, pero que sepa que es un montaje, un fraude, para que evite presumirlo como gran y merecido laurel en su cabeza. Eso es ridículo, absolutamente burdo.

¿Qué recomendaría a quienes han comprado doctorados de hojalata? Fácil: que quemen el diploma y tumben sus orgullosas fotos de las redes sociales. Los estafaron. No se difamen más.