Muchas veces he pensado en lo que significa desaparecer, en
ser escritor, publicar una buena cantidad de libros y pasados algunos años
luego de la muerte, si no es que inmediatamente, terminar en el olvido. Es el
destino de la mayoría, lo sé, y más en estos tiempos atiborrados de
ofrecimientos. Hoy es imposible valorar una novedad porque de inmediato hay
otras mil para desplazarla. Es esta la paradoja del consumismo: lo que se
ofrece para complacer al cliente no debe complacerlo totalmente, porque, si lo
hace, el cliente deja de serlo y de lo que se trata es de que siempre lo sea.
En fin. El olvido. La desaparición, el hecho cierto de que
ese es el destino con o sin literatura. De tal olvido he rescatado un librito
del cual comparto el colofón, para que se vea claramente que es un acto de
resucitatorio: “Se terminó de imprimir esta edición el día 15 de octubre de 1965
en los talleres de ‘Editorial Enigma, S. A.’ bajo la dirección de Marco Antonio
Millán y José Revueltas, coordinadores de la Subsecretaria de Asuntos
Culturales de la Secretaría de Educación Pública. El tiro consta de 10,000
ejemplares, impresos en papel Tablet de 50 k. y de 1,000 en Bond de 80 k, La
portada y el retrato inserto en la segunda página de forros, son obra del
grabador Adolfo Quinteros”.
Tiene casi mi edad, y lo reencuaderné para que agarrara un
segundo y casi milagroso aire. Su papel, (“Tablet”) era el más corriente del
mercado por aquel entonces, tanto que en el trayecto se puso
amarillento-casi-marrón y quebradizo, aunque no lo suficiente: calculo que con
mi encuadernado todavía será legible unos veinte años más antes de convertirse
en polvo.
Su título es Genio y
figura de nuestro idioma, y fue parte a un proyecto de la SEP que se llamó
“Cuadernos de Cultura Popular”, colección “La honda del espíritu”. En el 65
nuestro país tenía poco más de 40 millones de habitantes, así que un tiraje de
diez mil ejemplares era de los grandes, de índole popular.
He guardado el nombre del autor hasta este párrafo: Mauricio
Gómez Mayorga. La Enciclopedia de Literatura de México consigna que nació en
1913 y murió en 1992, en ambos casos en la Ciudad de México, y que “estudió
Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Inició su
labor como crítico y divulgador de arquitectura y el urbanismo en 1939. Ha
impartido las cátedras de Teoría del Arte, Arte Contemporáneo e Historia de la
Ciencia en diferentes instituciones; de Teoría de la Arquitectura y de
Planeación Social y Urbanismo en la UNAM. En 1954 residió como becario en
Italia para estudiar Urbanismo y recorrió Europa. En 1957 organizó la
representación de México en la Trienal de Milán; trabajó en Atenas en 1961 en
una investigación de Urbanismo Teórico. Colaboró en las revistas Taller y Examen. De 1958 a 1973 fue asesor técnico de organismos públicos y
privados. Mauricio Gómez Mayorga, poeta y prosista desde 1930. Perteneció al
grupo de Taller que encabezaran Octavio Paz, Efraín Huerta, Alberto Quintero
Álvarez y Neftalí Beltrán. Su poesía se caracteriza por una fuerza expresiva de
bien acabada factura. Palabra perdida
reúne poemas breves de intenso contenido trágico. El ángel del tiempo es un poema en prosa con aliento metafísico”.
Me sorprendió la calidad del ensayo y me dio gusto haberlo
rescatado. En él, Gómez Mayorga plantea lo que nunca imaginé: asimilar nuestra
lengua a una ciudad. Una metáfora extraña, pero curiosamente útil, por lo
gráfica. Así como una ciudad tiene sus edificios más suntuosos, sus bulevares,
sus calles, sus plazas, sus barrios, sus arrabales, nuestra lengua contiene lo
mismo. Dice por ejemplo que los verbos son las avenidas, lo que permite el
movimiento de las ideas, y que las manzanas y los edificios son, como los
sustantivos, lo fijo. Los adornos (plazas, monumentos, fuentes) se relacionan
con lo adjetivo o lo adverbial. Por allí camina la comparación.
Lo más grato de la reflexión se da cuando el autor recorre
“los barrios” o las colonias del idioma: el griego, el latín y el árabe para lo
patrimonial, el francés y el italiano para lo suntuoso o lo artístico, el
inglés para lo técnico y lo moderno, el náhuatl para lo más próximo a nuestro
ser nacional. También, las orillas o los arrabales del idioma: las groserías y
los modismos.
Todo el librito es agradecible, pero el pasaje que más me
gustó es el dedicado a los arabismos. Es un privilegio de nuestra lengua tener
esas palabras encantadoras. Va una cita: “Es desde luego muy probable que
ciertos arabismos caigan en desuso, incluso algunos que citamos en nuestro
ejercicio anterior, como ‘alarife’, pero otros parece que llegaron al
idioma para quedarse. ¿Por cuánto tiempo más estarán en pie algodón, alarido, albacea, arancel,
albayalde, almuerzo, arroz, arsenal, máscara, asesino, ataud, zafiro, zaguán y
zanja? Pero la importancia de esta
zona del idioma, aparte la indudable belleza de muchas de las palabras
moriscas, es que constituye una de las características absolutamente propias
del español, ya que las demás lenguas romances, por no haber sufrido la
multicentenaria ocupación de los árabes, no cuentan en este hermoso acervo de
voces orientales, salvo las de uso universal como azufre, alcohol, cero, cifra,
tabique, adobe y varias más”.
Mauricio Gómez Mayorga: asiento su nombre para hacerlo viajar desde el olvido hacia esta pequeña anotación. Es poco, es nada, pero Es.