miércoles, noviembre 28, 2018
EPN: menos que nada
sábado, noviembre 24, 2018
Sherlock Holmes, suma y espejo
miércoles, noviembre 21, 2018
Museazo para nuestra lucha libre
sábado, noviembre 17, 2018
Sombras de Javier Solís
No suelo añadir párrafos a lo ya escrito, pero aquí hago una excepción
para contar otras dos anécdotas relacionadas con Javier Solís. A dos o tres amigos y a dos o tres lectores no se les oculta la admiración que guardo por Héctor
Roberto Chavero, don Atahualpa Yupanqui, de quien he escrito en varias
oportunidades. Pues bien, a finales de 2011 viajé por quinta vez a Buenos Aires
y en alguna calle vi una librería pequeña, de barrio, atiborrada de volúmenes en
desorden. La atendía una señora casi anciana, de gruesos lentes con cadenita.
Me interesé por unos libros, pero no tenían precio, y lo pedí. Al oírme no
vaciló en preguntar: “¿Mexicano?” Afirmé, me dio los precios con amabilidad y
seguí hurgando. Unos minutos después sonó leve un aparato estereofónico. Noté
algo raro, unos acordes que parecían de música ranchera. Miré a la señora y ella
me veía con una leve sonrisa: quería agradar a su cliente con música ad hoc. Fue
allí donde supe que Yupanqui había compuesto una canción en homenaje
a Javier Solís. Pensé en la frase clásica: “Dos potencias se saludan”.
La otra anécdota data del 26 de septiembre de 2023. Ese día entré por primera vez en mi vida a un quirófano. Me detectaron catarata en el ojo izquierdo y no hubo más remedio que operar. Ya sentado en el sillón, cegado y listo para la cirugía, un enfermero me dijo que allí les ofrecían a los pacientes elegir su música favorita para que estuvieran a gusto durante la intervención. Nervioso, quizá agarrado del recuerdo de mis padres, no dudé, dije Javier Solís. Supongo que el enfermero programó el Spotifay o algo así, y de inmediato se oyó “He sabido que te amaba”, el enorme cover de Javier Solís a “Ho capito qui ti amo”, del italiano Luigie Tenco.
miércoles, noviembre 14, 2018
Minificciones de Agustín Monsreal
miércoles, noviembre 07, 2018
La muerte y yo, casi abrazados
ante tu altar hoy vengo a suplicante
y a rogar por el alma de mi amada
que la muerte tan cruel me arrebatara.
Yo sé que tu poder es infinito,
que eres igual con pobres y con ricos,
y es por eso que en ti busco el consuelo
para este corazón que está marchito.
Si estoy dormido la sueño
si estoy despierto la miro
y por donde quiera que ande
su recuerdo va conmigo.
Llorando paso las noches,
paso las noches llorando,
para mí ya el sol no brilla
entre sombras voy vagando.
Señor, eterno Dios,
ante tu altar estoy aquí de hinojos,
ella se fue y yo quiero morirme
perdónanos, señor, y ruega por nosotros.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de tierra
no podrás morir.
En tu caja de muerto
no podrás morir.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.