domingo, noviembre 30, 2008

Mapa de Ribeyro



Hay escritores que son como un país y para recorrerlos necesitamos un mapa. Es el caso de Julio Ramón Ribeyro. Peruano, a lo largo de su no muy larga vida configuró un conjunto de narraciones que goza hoy del mejor aprecio crítico. No fue, sigue sin serlo, un escritor de masas, aunque poco a poco su obra alcanza a mayor número de lectores. Novelista y aforista respetable, es en el cuento donde sin duda alcanzó a colocarse entre los grandes de América Latina. Porque escribió muchos, y de esos muchos muchos son excelentes, los cuentos de Ribeyro alcanzan para colocarlo al lado de narradores de la brevedad tan eficaces como Cortázar, Onetti o Arreola. Más: siento no exagerar si afirmo que es un pico en la cuentística latinoamericana, algo así como un correlato cortazariano del Perú.
A Ribeyro llegué solo, de casualidad. En al menos dos antologías hallé su cuento “Los gallinazos sin plumas”, que desde la primera lectura me pareció el relato de un maestro. Algo más, pequeño también, encontré luego, pero no recuerdo un solo título del peruano circulando en nuestras librerías. Fue así como varios años después, en una más de las largas conversaciones sostenidas con Gerardo García Muñoz, ensayista torreonense que actualmente trabaja para la Universidad de Texas A&M, en Houston, me enteré que él había urdido un largo análisis sobre los cuentos de Ribeyro. Trabajaba yo, por entonces, en la UIA Laguna, y propuse su edición, que sin muchas dificultades prosperó bajo el título Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística (2003). En fechas recientes he pensado que no está de más darles otro empujón publicitario a esos trabajos de laguneros con los cuales he tenido la suerte de editar. Después de todo, su valor es innegable, y mal hacemos en publicarlos y casi inmediatamente olvidarlos. En la introducción, García Muñoz invita al mapa de Ribeyro con las palabras que siguen:
Nacido en Lima el año de 1929, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro forma, junto con Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, la trilogía de narradores más importante del país incaico durante las décadas posteriores a la mitad del siglo. En 1955 publicó su primer libro: una colección de cuentos titulada Los gallinazos sin plumas, en la que se advierte una precoz destreza en el manejo de las estructuras literarias. Desde 1952 partió a tierras europeas; allí practicó diversos oficios ingratos, como recuerda en el relato “La estación del diablo amarillo”, hasta lograr un empleo de periodista en la agencia France-Presse. No obstante radicar en uno de los centros editoriales del planeta, Ribeyro siempre estuvo al margen del éxito comercial. Ajeno a las fragores publicitarios del boom, sólo empezó a recibir el reconocimiento unánime cuando la editorial española Alfaguara publicó en 1994 la totalidad de sus cuentos. Ese mismo año le fue concedido el Premio Internacional Juan Rulfo. Por paradojas del destino, le fue imposible recibir el galardón, pues la muerte, esa inesperada sombra que recorre varias de sus páginas cimeras, lo visitó un día de otoño.
Fue la lectura emocionada de ese volumen de casi ochocientas páginas la que me estimuló a emprender este acercamiento crítico. La amplitud de sus registros temáticos me reveló a un creador que escudriña cada resquicio del mundo material, pero con una actitud artística que supera las estrecheces del realismo. Estudiosos de valía inobjetable como Julio Ortega y José Miguel Oviedo, han establecido el prestigioso linaje al cual pertenece Ribeyro: Stendhal, Maupassant, Chejov, maestros indiscutibles de la narrativa decimonónica. En sus ficciones se aprecia que Ribeyro eligió la claridad expresiva y la transparencia cronológica de los sucesos. Para Enrique Anderson Imbert, Ribeyro renovó los temas.2 El análisis de la forma en que ejecutó esa renovación constituye el objetivo medular de nuestro estudio.
Tanto Wolfgang A. Luchting como James Higgins ven los cuentos de Ribeyro desde una óptica social, muy valiosa en sí misma, pero que no niega su carácter monolítico y parcial, pues sólo tangencialmente alude a los valores estéticos de los textos. Con la meta de contribuir a una valoración más completa del autor limeño, resaltamos las técnicas literarias que dan fundamento a las narraciones: la animalización, la arquitectura simbólica de la realidad, la caracterización psicológica de los personajes y el diseño estructural de la intriga. La capacidad de variación de esos procedimientos imprime una gran riqueza a sus historias.
En cada uno de los apartados del ensayo ponderamos cinco distintos aspectos. El primero aborda el tema de la infancia que se enfrenta a la inhumana esfera de los adultos. El segundo capítulo señala una de los asuntos recurrentes de Ribeyro: la imposibilidad de los protagonistas por escapar de un presente miserable y así eludir un futuro ominoso. En el tercero examinamos las figuras simbólicas y las estrategias narrativas presentes en una trilogía que intenta abarcar la totalidad geográfica del Perú. La aventura en la órbita de lo fantástico demuestra la versatilidad de Ribeyro; en el cuarto capítulo detectamos influencias y subrayamos sus aportaciones al género. El ensayo concluye con la exploración del que es, sin duda, su mejor cuento: “Nada que hacer, monsieur Baruch”. Las imágenes surgidas en la mente del moribundo y la descripción de las fases de su agonía se unen para engendrar una memorable obra maestra.

Terminal
En nuestra gustada sección “Los marranos de Simas y de Obras Públicas”, va: que el amable lector nunca sufra afuera de su casa una obra pública del municipio. Realmente lo deseo. Pasó recién que en la cuadra donde vivo metieron nuevo drenaje y arreglaron algunos desperfectos en la tubería de agua potable; el agujero que hacen es entendible, pero no la marranísima forma de taparlo. Además de que siempre dejan un batidero de tierra, el gran parche de grava y chapopote queda boludo, irregular e infaliblemente se desmorona en los extremos, de suerte que produce kilos y kilos de grava. No miento si afirmo que durante dos semanas obtuve como veinte kilos de grava inútil sólo en el área de mi banqueta. Luego, poco después, los cochinos de Simas arreglaron una fuga por allí mismo. La bloquearon, pero dejaron tal batidero de lodo que aquello parecía un pantano. ¿Qué no alcanza el dinero para pagar una cuadrillita de limpieza post-reparaciones?

sábado, noviembre 29, 2008

4581 y contando



Los escasos tres renglones de una micronota publicada por Vanguardia son elocuentes pues sin paja describen el 2008 pesadillesco que todavía vivimos: “Ejecutados de agosto al 26 de noviembre: 2,429; ejecutados en abril, mayo, junio y julio: 1,589; ejecutados en enero, febrero y marzo: 833” (acostados uno luego del otro, si en promedio los muertos miden 1.70 de estatura, la línea resultante sería de 7787 metros, casi ocho kilómetros de cadáveres). Difuntos más, difuntos menos, el total de 4851 ejecutados hace innecesario el don de profecía para asegurar que la friolera rebasará las cinco mil ánimas en 2008, una cantidad dantesca e indigna de un país que se presume civilizado y con “instituciones” que ningún ciudadano decente quiere mandar al diablo. A eso debemos sumar todo el muy diversificado menú de la delincuencia organizada y hormiga: secuestros, robos de coches, extorsiones, violaciones, pederastia, hurtos a casas y negocios, fraudes... Lo más extraño es que por esas malditas paradojas que tiene la vida de este país, el incremento de crímenes relacionados con la crema y la nata de la delincuencia, es decir, aquellos que se vinculan al ajusticiamiento por narcopugnas, sumó su principal cuota de cadáveres en los cien días que la cumbre sobre seguridad estableció para ver resultados positivos. En los susodichos cien días no sólo no fue contenida la ola de violencia, sino que, oronda, hawaiana, la ya de por sí mayúscula ola creció hasta convertirse en tsunami. El resultado, por ello, es, dicho de una manera más o menos eufemística, desastroso.
El saldo de la reunión en la que el señor Martí enunció el aforismo del año no servirá entonces, por más que se afanen las autoridades, para maquillar el revés. Se trata de una derrota y aquí no hay, si la sensatez se impone, rendija discursiva que pueda asentar la percepción de resultados positivos. Frente a las cuentas alegres de los espots que describen los grandes “golpes” a la delincuencia, el periodismo ilustra, a veces en cautelosa voz baja, que todos los días aumenta el salpicadero de sangre en la república y, como ocurre con el caso de Nelson Vargas, reina la connivencia entre los supuestos buenos con los reconocidos malos del film.
Pese a la previsible falsía de las declaraciones elaboradas para embellecer los resultados, quise esperar hasta el día 101 sólo con el fin de aquilatar el tenor de las patrañas urdidas en el autocelebratorio día cien. ¿Aceptarán que el avance ha sido nomás de la violencia? ¿Elaborarán un mínimo mea culpa con el objetivo de rehacer el plan de limpieza para México? ¿Qué dirá Calderón? Esperé la respuesta a esas preguntas durante el viernes, y no es por aguafiestismo congénito, sino por realismo de ciudadano convencional, que oí y leí otra vez, enfáticamente remarcados, declaraciones alarmantes y de una violencia discursiva tremenda por lo que tienen de falaces. El secretario Gómez Mont, por ejemplo, se apapachó diciendo que el gobierno federal cumplió al 100% los siete compromisos que hizo en el Acuerdo por la Seguridad el 21 de agosto. Qué padre. Y eso mismo, que cumplieron a cabalidad, pueden decir los gobiernos estatales y municipales, los legisladores, los secretarios, etcétera; y mientras declaran con espantasuegras y confeti la realidad se obstina en llevarles la contra, en incrementar la numeralia del terror. Pero qué se le puede hacer. Es México, es México.

Terminal
En nuestra gustada sección “Chambas fantasmagóricas”, va: un compa me comenta de su antiguo desempeño en el Ayuntamiento de Lerdo. ¿De qué la hacías allí?, le pregunto. Su respuesta es casi casi metafísica: “Trabajé arduamente en el inexistente departamento de cultura”.

viernes, noviembre 28, 2008

Una experiencia con Ofelia



Apenas había imaginado que detrás del trabajo actoral hay una respetable felpa, un trabajal de galeotes cuando de verdad se buscan resultados óptimos. Pero me he mantenido lejos, lejísimos de ese mundo, pues desde joven descubrí que mis capacidades histrónicas no dan ni para fungir de arbusto en una obra para niños. Lo mío, he dicho siempre, no es el ambiente del teatro, aunque cada vez que veo montajes me llama el gusanito de intentarlo aunque sea nomás como escritor de algo, lo que caiga. Por ese desconocimiento del medio actoral vi con inquietud la invitación que me hicieron para ayudar en un asunto nimio dentro de la presentación torreonense de Íntimamente Rosario de Chiapas, con Ofelia Medina. Dudé un poco en aceptar, pues me querían dos horas antes de la presentación. ¿Cómo, para que dé las llamadas debo ir a las seis cuando la función es a las ocho?, pregunté. Así lo quiere la señora Ofelia, me dijeron. Bueno, sin remedio. Llegué y me presentaron. Ella ensayaba junto a su asistente de dirección y a la cellista Gimena Jiménez Cacho. Ofelia me detuvo cuando quise saludarla en el escenario, ignoro si por cábala o para que mis zapatos no insultaran con polvo el lustroso piso. Me recibió atenta, y de inmediato procedió a darme indicaciones. Antes le recordé que ya nos conocíamos, que hace poco, de casualidad, viajamos al DF junto a More Barret, directora del Teatro Nazas. “Ah, claro”, afirmó sonriente. “Mira, Jaime, necesito que des las llamadas en esta orden: la primera a las ocho, y en ella dirás sólo que apaguen los celulares; en la segunda, otra vez que apaguen los celulares y los agradecimientos institucionales; en la tercera, presentas la obra con voz dulce”. Allí me dio el calambrón: “No sé si me salga esa voz, señora Ofelia, yo no sé de esto”. Y ella, concluyente: “N’hombre, tienes la voz dulce, sólo debes suavizarla un poco más, modularla”.
Subí nervioso a la cabina, pues iba a tener que vérmelas con una primera actriz. Yo, sin experiencia ninguna en ese rollo, debía leer con estilacho, bien acá. Llegué al cuarto de controles y me recibió Begoña Lecumberri, asistente de Ofelia Medina. Desde allí vi algo que jamás había visto: los preparativos inmediatamente anteriores a una presentación teatral. Por Gerardo Moscoso y Jorge Méndez, mis dos referentes más cercanos al mundo del teatro lagunero, sabía que el ensayo es una reverenda pela, pero no imaginaba que debían ajustarse tantos detalles. La señora Ofelia iba y venía, gritaba, corregía, indicaba; con palabras duras enmendaba la colocación de un reflector, por ejemplo, pero siempre agradecía el acatamiento de los técnicos. Yo leí tres veces mi breve discursito ensayístico de la tercera llamada; lo hice como si ya fuera la versión definitiva, con cierto aire actoral, echándole crema a las garnachas. Sin sentirlo, en un instante ya estaba metido en el mundo de Ofelia Medina, en sus estrictas órdenes, hasta que comenzó la obra y dije mis palabras en el micrófono de cabina, ya con el público expectante.
Nadie se fijó, obvio, en mi trabajo, y tuve menos éxito que una butaca dentro del teatro. No me importó, pues en esas dos horas hice mía a salto de mata una experiencia inédita e incanjeable: ver, grosso modo, en qué se basa el profesionalismo teatral. Ofelia Medina me enseñó sin querer que el cimiento de un montaje dramático está en el desempeño colectivo riguroso, implacable. Íntimamente Rosario de Chiapas fue un éxito en Torreón.

Terminal
En nuestra gustada sección “Descubrimientos asombrosos sobre los cuates”, va: recién advertí que dos de mis mejores amigos escritores, Saúl Rosales y Gilberto Prado, tienen algo más en común: ambos nacieron el mismo año y casi el mismo mes, respectivamente, que los dos más grandes futbolistas de la historia: Pelé, como Saúl, nació en octubre de 1940; Gilberto el 20 de septiembre de 1960 y Maradona el 30 de octubre de ese mismo año.

jueves, noviembre 27, 2008

Retorno de Rowena



En una región como la nuestra, lactante cultural y auspiciadora inagotable de diletantismo en todos los terrenos del quehacer artístico, la presencia escasa pero real de creadores bien formados es, por decir lo menos, agradecible. La gran cancha del amateurismo y el candor, del artificio desideologizado y marcadamente ornamental tiene un lugar destacadísimo en las artes plásticas. Habitantes del subjetivísimo cosmos embarrador de lienzos o experimental a punta de ignorancia, cuántos oficiantes no hay que con cositas monas, con productos que están a medio camino del diseño de interiores, del balbuceo infantilista y de las manualidades se encaraman con toda impunidad en el pedestal de “artistas”. La ambigüedad del ejercicio crítico en torno a esos productos permite que de contrabando pase casi cualquier vaina, desde las muy rebeldes “intervenciones” hasta los óleos y los grabaditos para que las paredes luzcan de catego. De todo hay en esta viña. Pero también tenemos, claro, espíritus formados y con escuela, artistas que sin mucha alharaca ni brindis de socialité han mantenido una postura crítica no tanto contra el exterior, sino en relación a su propia obra. Entre otros pocos, no me perdonaría omitir a Marcela López, a Alonso Licerio, a Miguel Canseco (los tres, baste una prueba de su solvencia, maestros de lo suyo) y, muy recientemente y de nuevo entre nosotros, a Rowena Morales. En ella me detengo para, de paso, hacer el anuncio de que hoy a las 20:00 horas inaugura una exposición titulada “La magia de lo singular”, esto en Cuatro Caminos.
Rowena Morales nació en Ciudad Obregón, Sonora, pero los años siempre decisivos de la infancia los pasó en Torreón. A los 16 años partió a la ciudad de México y allá estudió comunicación en la UIA y Artes Visuales en la Escuela de Artes Plásticas de la UNAM. Tiempo después, los apetitos del arte la llevaron a recorrer mundo, principalmente a Inglaterra, Islandia y Estados Unidos, donde continuó sus estudios. En ese trajín, la sonorense-lagunera estrechó vínculos con las más destacadas artistas de los setenta en la ciudad de México. Además de muchas y notables exposiciones de su trabajo en museos como el de Arte Moderno del DF, Rowena es de las pocas —por no decir la única— artistas avencindadas hoy en Torreón que puede presumir de una recepción crítica de altura, es decir, ajena a los estrechos cubiles de la localidad y su sospechoso aplauso. Su obra ha sido observada con reconocimiento por especialistas como Raquel Tibol y Jorge Alberto Manrique, entre otros. Ha recibido, asimismo, significativas menciones en documentales sobre arte moderno mexicano, como el que hace algunos meses fue transmitido en la serie México Siglo XXI, de editorial Clío.
Uno de esos trabajos críticos sobre su obra es El imaginario femenino en el arte: Mónica Morales, Rowena Morales y Carla Rippey (2007), ensayo donde Lorena Zamora Betancourt asedia la presencia y las peculiaridades de lo femenino en estas tres artistas mexicanas que han mezclado el discurso plástico con la teorización sobre el movimiento feminista que tuvo en los setenta su época de mayor empuje. La coedición, excelentemente presentada, como cumple a un libro de/sobre arte, es del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas; del Instituto Nacional de Bellas Artes y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Basada en la obra de tres creadoras mexicanas, Zamora Betancourt señala que emprendió esta obra con el propósito de “internarme en el universo creativo de las mujeres, explorar su terreno temático, conceptual y metafórico para tratar de ubicar la existencia del imaginario femenino en el arte y reconocer cuáles son sus características”. La obra de Rowena está allí, evaluada en esas grandes ligas de la crítica. Es un gusto saber que ha vuelto a Torreón, la tierra donde forjó su primera luz creativa, el magma original de su visión.

miércoles, noviembre 26, 2008

Viejo diálogo con Goytisolo



Hace algunos años dejé al lado la entrevista. Nunca me sentí cómodo en ella. Las hice, y bastantes, pero lo mío no era preguntar y transcribir palabras. Entre las más destacadas está la que alguna vez entablé vía telefónica con Juan Goytisolo, el escritor español que acaba de recibir el Premio Nacional de las Letras Españolas. Autor de una de las obras literarias más respetadas en el mundo, Goytisolo ha vivido fuera de su país, lejos del mundillo literario y de los frívolos reflectores. Mi diálogo con él se dio en el 2000; presento aquí una versión resumida.
o
—Usted es un crítico severo de la literatura española contemporánea. Dado que son españolas las principales editoriales que cubren el ámbito de Latinoamérica, a nosotros nos debe preocupar lo que se decide por allá. ¿Cuál es el principal defecto, pues, de las editoriales? ¿Gana la calidad o gana el marketing?
—El editor puede publicar libros de amplia venta, pero con el dinero que se obtenga está obligado a publicar textos literarios. Lo malo es que ahora se le da preferencia sólo a los best sellers y ocurre un fenómeno parecido al de Estados Unidos, donde las grandes cadenas de distribución de libros ya rechazan sistemáticamente la obra literaria que sólo se puede vender en las librerías independientes. De una manera u otra, este fenómeno se está extendiendo por Europa.
o
—Usted ha mantenido contacto con la literatura de este lado del océano; sabemos por ejemplo de su cercanía con Carlos Fuentes. ¿En qué condición encuentra hoy a las letras latinoamericanas?
—No tengo un conocimiento global porque se escribe muchísimo y no puedo estar al tanto de lo que ocurre, pero sí tengo afinidades con una serie de autores latinoamericanos. Aquí en México fui amigo de Octavio Paz, soy gran amigo de Carlos Fuentes, estimo a escritores como Fernando del Paso. He procurado siempre, en la medida de lo posible, estar al tanto de lo que se publica en México y en el resto de Iberoamérica.
o
—En una reseña publicada por El País sobre su libro Cogitus interruptus, Julio Ortega afirmó que usted es un defensor de los clásicos. La pregunta es, primero, ¿cómo evitar el olvido de los clásicos y, segundo, cómo evitar una lectura anémica de esos autores?
—Eso depende de los profesores. Parece que algunos hacen todo lo posible para alejar al estudiantado de una lectura viva de los clásicos. En este curso que he dado en Monterrey he analizado cómo debe verse, de una forma viva, un determinado pasaje del Libro del buen amor, para que la gente vea que es un texto muy rico y muy sugerente. Para mí La Celestina es un libro de una actualidad enorme.

—España celebra ahora 25 años de reencuentro con la democracia. A usted le tocó vivir con plena conciencia ambos periodos: el franquismo y la actualidad. ¿En qué ha avanzado o en qué ha retrocedido la literatura española en el último cuarto de siglo?
—La censura ha desaparecido; la censura religiosa, política, ideológica, pero hay ahora otra: la censura comercial.

—¿Cómo ven desde Europa los cambios políticos en México?
—Me he alegrado porque era obvio que había que acabar con un sistema único que había dominado la vida mexicana durante decenios. Ahora hay que ver cómo se enfrenta Fox a los gravísimos problemas políticos y económicos de este país. Hay que juzgar al nuevo gobierno por sus actos.

Terminal
En nuestra gustada sección “Ortografía de la tele”, va: Javier Rodríguez me informa que al comentar la muerte de un jugador de futbol, el cintillo de Hechos Meridiano (TV Azteca) apuntó: “Trajedia en el campo”. Vaya herror.

domingo, noviembre 23, 2008

Tres flashazos con José Alfredo



Hace 35 años murió José Alfredo Jiménez. Desde hace rato le traía ganas a la narración de tres anécdotas en las que José Alfredo está, frontal u oblicuamente, cerca. La primera tiene que ver precisamente con la fecha de su muerte. En los escondrijos de mi memoria todavía revolotean las imágenes de aquellos días. Yo tenía nueve años. En la casa de la calle Madero, en Gómez Palacio, Luis Rogelio y yo, los mayores entre seis hermanos, esperábamos que papá cumpliera la promesa de llevarnos a la Plaza de Toros Torreón. Nos había dicho que sí, que el domingo iríamos a la lucha libre para ver a Blue Demon. El “Manotas” ya salía en muchas películas y, a falta de mejores entretenimientos, los filmes sobre lucha eran la pasión de todos los niños jodidos y no jodidos del país. Blue Demon era un ídolo, y queríamos verlo en vivo. El domingo esperado llegó y mi padre desapareció de casa muy temprano, pues su madre, mi abuela Toña, agonizaba en un hospitalito cercano al Seguro Social de Gómez. Varios días pasó la abuela en cama, muriendo. Yo acompañé a mi padre una vez y recuerdo que estuve junto a tíos y amigos que charlaban afuera del hospital. No entendí mucho la situación, ni me afectó gran cosa, pues la idea de la muerte era entonces, para mí, algo vago, algo remoto. Como todos los niños, yo vivía en la eternidad, fuera del tiempo, como los animales. El caso es que el domingo llegó y las horas fueron pasando. La función iniciaba como a las seis. Luis Rogelio y yo veíamos el reloj: las dos, las tres, las cuatro, las cinco, las cinco y media, y mi padre no aparecía. Fue entonces cuando tuve una ocurrencia maravillosa: ir por él. Le dije a mi hermano: “Yo sé dónde está el hospital. Voy corriendo y tú esperas aquí; si llega a casa, le dices que me vaya a buscar; si no, venimos los dos por ti”. Calculo que eran como quince cuadras, de la avenida Madero a la colonia Bellavista, en Gómez. Quedaba poco tiempo, como diez minutos para las seis. Si bien la ciudad era mucho más segura, el trote no dejaba de ser riesgoso. Salí de casa, a paso veloz. Avancé, avancé. No bajé el ritmo. Cuando al fin vi el hospital, busqué a mi padre. Y sí, allí estaba él, platicando con mis tíos y sus amigos. Mi abuela agonizaba, y ellos hacían guardia. En eso aparecí y, al verme, todos se inquietaron. Recuerdo que mi padre se agachó, para mirarme de frente; doblado por un repentino “dolor de caballo”, no pude hablar. Mi padre y sus acompañantes imaginaron que yo, sin aliento, traía una noticia trágica, pues no de otro modo podían explicarse mi agitación, mi cara de apuro. Cuando al fin pude decir dos palabras, con el aliento entrecortado expulsé las sílabas fundamentales: “La lucha, la lucha, la lucha”. Recuerdo que, pese al escenario triste del hospital, todos sonrieron cuando mi papá les explicó que había prometido llevarnos a la lucha para ver a Blue Demon. Sin dudarlo, él y yo tomamos su coche, fuimos a casa por mi hermano y luego a Torreón, a la Plaza de Toros. Ese día conocí al Manotas. Mi padre nos llevó mientras su madre agonizaba. ¿Y qué relación tiene la anécdota con José Alfredo? Ninguna, sólo el proustiano vínculo que siempre establece mi memoria entre el año de muerte de mi abuela y el de José Alfredo: 1973.
Otra anécdota: fui a recoger mi premio nacional de narrativa Gerardo Cornejo 2005 a Ciudad Obregón, Sonora. Allá, en la misma ceremonia, el poeta, ensayista y novelista colimense Rogelio Guedea, doctor en letras por la Universidad de Córdoba, España, y maestro de la Universidad de Dunedin, en Nueva Zelanda, iba por el suyo, pero de poesía. En un par de días hicimos amistad, pues Guedea es el escritor más enfáticamente alegre y dicharachero que he conocido en mi vida. Una castañuela, un sujeto capaz de hacer química con quien sea. Erudito, sonriente, amable siempre, me impresionó además por sus gestos de solidaridad: un tipo que escucha, que deja hablar y que comprende. No un tipo: un tipazo. Luego de la ceremonia de premiación hubo una cena y luego de la cena ambos estábamos libres. No sé cómo, Rogelio enganchó una invitación para que nos coláramos a una especie de “peña” o bar al aire libre en una casona obregonense de estilo campirano. Allí, mientras bebíamos cerveza y charlábamos, un joven cantante interpretaba lánguidos temas de nueva trova; no lo hacía mal, pero tampoco muy bien. En una de ésas, Rogelio dijo que iba al baño pero no, se encaminó hacia el cantante y le pidió la guitarra. La concurrencia veía la escena, y sentí un escalofrío de horror ante un posible papelazo. Lo que pasó después fue que Rogelio, con gran dominio de la lira y una voz espectacular, echó al aire el mejor huapango que he oído en mi vida: “Cuando sale la luna”, de José Alfredo, aquel que en cierta parte de la letra dice algo tan cursi como hermoso: “Cuando estoy entre tus brazos / siempre me pregunto yo / ¿cuánto me debía el destino / que contigo me pagó?”. Hasta le fecha creo que no hay una mejor forma para decir eso, exactamente eso.
La última anécdota. Es agosto de 2007. Luego de comer, en una sobremesa de las Primeras Jornadas sobre Minificción celebradas en Tucumán, Argentina, el crítico literario rosarino Alberto Julián Pérez, maestro en ese momento del Texas Tech University, conversó conmigo sobre música popular mexicana. No sé cómo, llevé también el tema a la música popular argentina. Defendí a Yupanqui, lo puse como el mejor compositor de aire rural en América Latina; Pérez reparó en que no le parecía tan fácil el asunto, pues ahí estaba la obra de José Alfredo. Le dije que Yupanqui era hasta filosófico en ciertos trazos, y además siempre estuvo politizado sin caer necesariamente en el panfleto. Pérez, con gran cortesía, consideró cierto lo que comenté, pero no dejó de insistir en el rústico y hermoso lirismo de las letras josealfredianas. No todas, pero algunas de sus canciones son de una delicadeza extrema, sencillas y encantadoras, como debe ser la música popular, aseguró mi interlocutor. Yo, admirador del 90% de las piezas que le debemos al guanajuatense, lo revaloré y cada vez que escucho, por ejemplo, “El jinete”, “Alma de acero” o “Un mundo raro”, hallo el rústico lirismo de ese tipo genial que escribió a ciegas, movido sólo por la intuición poética en estado virginal.
José Alfredo murió el 23 de noviembre de 1973. En lo suyo ha sido, sin duda, el mejor.

sábado, noviembre 22, 2008

Delicias de la austeridad



No recuerdo si fue Bukowski u otro escritor de su mugrosa y genial ralea quien declaró que los problemas del hombre empiezan cuando no se resigna a quedarse quieto, encerrado en su habitación. Si difamo al viejo Charles o mi mala memoria le escamotea el crédito a otro escritor, no importa demasiado: la idea es, aunque exagerada, cierta. El hombre de hoy no se resigna a pasar más tiempo en paz, leyendo o escuchando música, pensando. Las cuatro paredes de su cubil no le otorgan ninguna gratificación; al contrario, lo demuelen, lo hunden en una depresión de la cual sólo es posible escapar escapando al exterior, al mall, al barullo, al consumo de algo, de lo que sea.
No es posible llegar a la hipérbole del encierro monacal, además de que es imposible en la práctica, pues en el mundo de tiburones en el que vivimos todo hay que pagarlo afuera, incluida la ración de soledad que apetezcamos engullir. Pero hay algo de verdad en la idea de no emproblemar más la vida si aceptamos la frase de Bukowski (o de quien sea) como una metáfora: la habitación es el espacio de la contención, de la contemplación interior, de la lectura y el raciocinio, de la paz y el silencio que permiten llegar a ideas, afilar el pensamiento, hallarnos a nosotros mismos en los intrincados laberinto del ser, dicho esto con cierta mamonería filosofuna. Lo que nos plantea es detener un poco la agitada marcha, hacernos ver que los gritos y los sombrerazos del consumismo desbocado se dan afuera, en la tentación del mercado.
“Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco”, eso nos recuerda en todos sus recitales el parlanchín Facundo Cabral; son palabras de Diógenes el Cínico, seguramente adquiridas en Diógenes Laercio, el chismógrafo de los filósofos griegos. Es, pese al tono cursilón de Cabral, una gran idea: desear poco, muy poco de lo mucho que de idiota nos ofrece el mercado. Lo malo es que, como está el abarrote, hasta deseando poco se gasta mucho, de ahí que en un escenario de crisis como el que padecemos en la actualidad (en realidad la crisis siempre ha estado aquí, pero ahora es crisis plus) sea imperativo asegurarnos de seguir políticas domésticas de austeridad. No es fácil acostumbrarse a menos, pero lo cierto es que es menos difícil vivir con menos, bajarle al bobo consumo de tanta roña que deseamos la mayoría de las veces sólo por “estatus”. Qué cosa tan triste me parece, por caso, esa de hacer evidentes las marcas, de “apabullar” al otro con etiquetas. En la ropa, por ejemplo. Ese rollo de traer algo de “marca” (que para empezar es un disparate, pues hasta las garras de Milano tienen marca) y argüir, con falsa modestia, que esas son las mejores prendas porque calzan bien en el cuerpo y además son de mejor calidad; ya estaría si no, pues sería imposible entender que una camisa que cuesta dos mil pesos no sea de buena calidad o no quede bien hormada al cuerpo. Pero la razón de esas obsesiones por “la marca” no está en las telas ni en el corte, sino en la marca en sí, gran fetiche idiota de la sociedad que crea vacuos metrosexuales obstinados en “la imagen”, en “el look”. Y pensar que para esa banalidad la gente se desgasta y sufre angustias.
La crisis es una oportunidad, ingrata si queremos, pero oportunidad al fin, de mitigar un poco los apetitos de cascarón, de caché, de marca, por otros más austeros y más enriquecedores, como leer y hacer el esfuerzo de pensar.
o
Terminal
En nuestra gustada sección de “Disparates cotidianos”, va: a veces escribo mi columna en un Oxxo, justo durante la hora en la que mis hijas toman una clase de matemáticas. Veo, pues, y con demasiada frecuencia, cómo se estacionan muchos conductores. Hay “cajones” muy bien delineados para estacionarse en batería, y algunos clientes llegan y colocan sus coches en posición oblicua, metidos a lo bestia en dos cajones al mismo tiempo. Si esos sujetos no respetan lo insignificante, ¿qué podemos esperar de ellos en todo lo demás?
o
Nota del editor: buen amigo, Rodrigo Pérez Rembao me escribe desde el DF; él sí tiene buena memoria; me dice lo siguiente, y se lo agradezco: "Acabo de leer el último post de tu blog y me llamó la atención que te refirieras a una idea que me llamó la atención desde que me topé con ella. No es de Bukowski ni de algún 'otro escritor de su mugrosa y genial ralea', sino de Blas Pascal y, traducida, dice más o menos así: 'He descubierto que todo el malestar de los hombres deriva de una sola cosa: no saber permanecer en reposo en una habitación'". Excelente, pues, y gracias, Rodrigo, por la inmediata puntualización.

viernes, noviembre 21, 2008

El jorobado de Tepito



Con los ojos todavía legañosos (o lagañosos, para decirlo en buen lagunero) desperté ayer y lo primero que hice fue recoger mi edición de La Opinión en el zaguancito a donde lo arroja el repartidor. Pensé que era 28 de diciembre. Me pareció una nota absurda, una broma, la ocurrencia más locochona de un redactor deportivo: Cuauhtémoc Blanco, el jorobado de Tepito, el ex de Galilea Mmmmmontijo, sería refuerzo estelar del Santos en la liguilla, eso debido a la lesión de Christian Benítez y te juites. Insisto que la nota me pareció digna de 28 de diciembre, al grado de que, modorro todavía, tuve que hacer un esfuerzo más o menos brusco para espabilarme y entender bien a bien su contenido. ¿El jorobado en La Laguna? ¿Es posible hacer contrataciones ya con el torneo en marcha? ¿Por cuántos melones de dólares? ¿Es nomás por un ratito o dejará Chicago, la poderosa ciudad de los vientos, por nuestra comarca, La Laguna también de los vientos pero con un chingatamadral de tierra? ¿A quién se le ocurrió buscarlo?
Sea lo que sea, y como en estos meses recientes he andado más lejos del futbol que de la egiptología, recibí con una mezcla de desconcierto y gusto la noticia. Me confundió, me confunde, la dinámica de las contrataciones a media temporada; no sabía que pudieran hacerse, aunque debo presuponer que en el plegostioso negocio del fut todo es posible. Pero claro, es grato saber que el cabrón jorobado jugará por los colores de nuestro rancho, máxime (máxime, qué linda palabra de orador vernáculo) si viene en un periodo no apto para cardiacos (ídem), le liguille (dicho esto como el Perro Bermúdez).
Porque, con o sin nuestra opinión, el Cuauh, como lo conocen en el bajo mundo de los programas deportivos, es un espléndido jugador. O digamos que lo fue en sus odiosos tiempos del América, aunque es bien sabido que todavía le quedan muchas jugadas en la joroba mágica. Cómo olvidar su genio, en todos los sentidos que alberga esta palabra: genio para jugar y genio (mal humor) para meterse en líos con todo el planeta: con árbitros, con jugadores, con entrenadores, con comentaristas (recordemos el puñetazo que le atizó al gordo Faitelson), con estrellas de la farándula, con familiares (su ex esposa, por ejemplo), con directivos. Si Adolfo Castañón afirma que Monsiváis es el último escritor público de México (es decir, conocido en todos lados, incluso en la calle), yo me atrevo aquí a señalar que Cuauh es el último futbolista tempestuoso de México, tanto que durante un rato hizo vida mediática como de boxeador, como de Púas Olivares hasta en el modito carretonero de hablar.
Cuauh es Cuauh, y no se parece a naiden. Y fuera de bromas, fue un espléndido futbolista, un tipo con artes misteriosas para el trato del balón. Nunca olvidaré la anécdota que ilustra como ninguna el tamaño de este Cuauhsimodo tepiteño: Mundial del 98, Francia. Jorge Valdano fue invitado por TV Azteca a comentar durante las transmisiones. En una de ellas, editorializó sobre el Cuauh (esto hay que leerlo con tono argentino): “Este Cualtémoc [nunca pudo pronunciar bien ese nombre náhuatl] es un caso muy extraño: es grandote, jorobado, de lejos se ve torpe, como si se fuera a caer o a enredar con el balón, pero siempre resuelve de maravilla las jugadas”. Y sí, tenía que ser un campeón como Valdano, el mejor escritor futbolístico de nuestra lengua, quien definiera al jorobado de Tepito. Ya veremos cómo le va por acá, en La Laguna y con la casaca de rayas verdiblancas.

Terminal
En nuestra gustada sección “Lógicas marcianas”, va: Ricardo Peláez, ex futbolista y ahora conductor deportivo en Televisa, hizo un comento delicioso en el “juego” de México contra Honduras: “El futbol es equilibrio, y México anda mal en la defensa y mal en el ataque”. O sea que, lógica mediante, tenemos un futbol inmejorable, en perfecto equilibrio.

jueves, noviembre 20, 2008

Manuel Plana en La Laguna



Hacia 1989, con 25 años apenas, cometí mi primer libro. Era muy temprano, según vi. No sé si ya conté esa historia: entre los 22 y los 24 acumulé algunos cuentos mañosamente hiperbarrocos y con ellos fui a ganar, no sé cómo, un premio nacional de narrativa joven. Pasados unos meses, Felipe Garrido comenzó a impulsar cierto trabajo editorial en el ámbito del Teatro Isauro Martínez; alguien nos presentó y tras una breve charla quedamos en que yo le daría el engargolado para ver si era publicable en la colección que estaba a punto de fundar: la Cuesta de la Fortuna. Y sí, aceptó mis cuentos, de manera que pronto recibí el aviso de que serían presentados los tres primeros libros de la naciente serie. Un día de 1990, en el foro principal del Teatro Martínez que lució lleno, Saúl Rosales, Fernando Ramírez y yo hablamos un poco de los libros Vuelo imprevisto, Pruebas de descargo y El augurio de la lumbre, las obras que respectivamente habíamos acuñado. Nos acompañó en la mesa, por supuesto, el editor, quien explicó la importancia de una colección que diera cabida a todos los géneros literarios en esta región todavía ajena a la pujanza editorial.
Así comenzó la colección Cuesta de la Fortuna, que muy pronto aumentó su número de títulos. No recuerdo a cuántos libros llegó la friolera editada por Garrido, pero sí que publicó poesía (Pablo Arredondo, Francisco Emilio de los Ríos, Guillermo Estrada-Berg, el mismo Fernando Ramírez), teatro (Benjamín Gómez), cuento (Salomón Atiyeh, Alfonso Barrera, Saúl Rosales), novela (Sergio Rojas) y ensayo (Joaquín Sánchez Matamoros y un colectivo sobre historia regional). En este último género destacó un libro que de inmediato se hizo notar por su muy visible importancia: El reino del algodón en México: la estructura agraria de La Laguna (1855-1910), del investigador Manuel Plana.
Para entonces, vale acotar, los estudios históricos trazados en la comarca no pasaban de ser en muchos casos emprendimientos tan voluntariosos como poco académicos, historias generales con muchas fechas y muchos apellidos más o menos valiosos para la crónica, pero poco apreciables en el mundo del conocimiento enjundioso. Las exploraciones más sistematizadas y científicas a nuestro pasado eran, y siguen siendo, escasas, de suerte que el libro de Plana, un trabajo con verdadero ímpetu investigativo, destacó y pronto pudo convertirse en referencia obligada para todo aquel que quisiera entender el fenómeno de la riqueza algodonera de nuestra región.
El reino del algodón… pronto se agotó, pero por suerte hubo casi inmediatas reediciones. El caso es que Manuel Plana es desde entonces un autor clásico de La Laguna, y en esto no estorbó un ápice su extranjeridad. Durante veinte años he querido conocerlo, y hoy estaré, como muchos, ante esa oportunidad, pues esta noche ofrecerá la conferencia “Torreón y La Laguna: un espacio de la revolución norteña (1913-1914)”. Es a las 19:00 horas en la sede del Museo de la Revolución, en Lerdo de Tejada esquina con Gregorio García. Como preámbulo, debo recordar que Plana es profesor de historia de América Latina en la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Florencia. Entre otros ensayos de investigación vale mencionar su “L’andamento demografico di una regione del nord del Messico nel secolo XIX: il caso de La Laguna durante il Porfiriato”, “Las finanzas de la revolución mexicana: el caso de Coahuila entre 1913 y 1916” y “Messico: dall’Indipendenza a oggi”. Hoy, por fin, pues, podré felicitarlo. Veinte años después; nunca es tarde.

Terminal
En nuestra gustada sección “Etimologías comestibles”, va: La palabra “dátil”, fruto comestible de ciertas palmeras, proviene del latín “dáktylos”, dedo. Así que ya sabemos: esa golosina, ya preparada, queda para chuparse los dátiles.

miércoles, noviembre 19, 2008

Signo de los tiempos



Hace todavía diez o quince años la poca gente que iba a las librerías buscaba sobre todo obras literarias. El presupuesto era ése: las librerías vendían principalmente literatura y si de paso se pegaba algún libro de otro tema (historia, ciencia, política…), excelente, muy bien. Como visitante asiduo de esos establecimientos cada vez menos concurridos, noto ahora, a vistazo de buen cubero, que el paradigma es otro. Ahora predominan los títulos sobre temas de actualidad política y social, libros sobre la horrible coyuntura en la que vamos trepados.
El fenómeno es, supongo, complejo. Algo ha de obedecer a la mala calidad de innumerables obras literarias que ostentan cintillos grandilocuentes y que sólo son, en la triste mayoría de los casos, novelones para matar el tiempo; otro tanto a que las casas editoriales han encontrado nuevos nichos de mercado hasta desplazar a la literatura de su sitio protagónico en las estanterías. Eso me parece lógico, aceptable al menos como conato de explicación. Sin embargo, vislumbro otras razones quizá más profundas, y hasta puede ser, incluso, que asentadas en el subconsciente del lector. Ante la descomposición de la realidad, ante el actual estadio de podredumbre que permea toda esfera de la vida pública, la gente ya no se contenta con ficciones, con metáforas o alegorías. Por muy atrevida que parezca, la ficción no deja de ser eso, un constructo, un mentiroso artificio que en muy poco logra captar el desvencijamiento social. La realidad, entonces, terminó desplazando a la fantasía, la hizo polvo, de suerte que ahora los libros más buscados son aquellos que, bien o mal escritos, bien o mal investigados, prometen acercamientos o profundizaciones al drenaje profundo de, sobre todo, los círculos de poder político, empresarial y mafioso, si es que en esencia no son lo mismo.
Esto que era una corazonada más o menos borrosa hace algunos meses la vengo corroborando en los días recientísimos. Tan evidente es que podemos hacer la prueba: asómese quien quiera, por ejemplo, a la sección de libros en un Sanbron’s. Puede ser cualquier otro negocio, pero tomemos sólo ése como campo de observación: los libros que gozan del mejor espacio son ahora aquellos que abordan algún fleco de la agusanada realidad. En un solo mostrador se puede apreciar cuán poderosa es la corriente que lleva a muchos escritores y periodistas bien dispuestos a la indagación de nuestros males. Salvo en casos excepcionales, estos libros nacen, son exhibidos y mueren en breve tiempo. Si bien les va, duran de seis meses a un año como focos de atención, y luego entran en su irremediable periodo de caducidad. Esto se debe a que la coyuntura cambia de inmediato, semana tras semana. En este momento, por caso, alguien escribe ya el libro sobre el avionazo del martes 4, así que debemos esperarlo dentro de unos pocos meses.
Mientras, hago una lista demostrativa de lo que afirmo: hoy podemos hallar, infaliblemente: Los intocables, coordinada por Jorge Zepeda Patterson, serie de reportajes con una estructura parecida a la de Los amos de México, que también coordinó Zepeda Patterson; Doña Perpetua, sobre Elba Esther Gordillo, por Arturo Cano y Alberto Aguirre; Así lo viví, por Luis Carlos Ugalde; En las entrañas del monstruo: la verdadera historia de Jean Succar Kuri, por Wenceslao Cisneros; La reina del pacífico: es la hora de la verdad, por Julio Scherer García; Los cómplices del presidente, por Anabel Hernández. Esos, entre muchos otros libros, ilustran lo que afirmo: llanamente, la literatura ha pasado a escaparates más discretos.

Terminal
En nuestra gustada sección “Neologismos para definir a los gorrones”, va: ¿Cuál es la enfermedad que padecen los que se cuelan a las fiestas sin invitación? Muy fácil: acoplejía.

martes, noviembre 18, 2008

Acequias de talleres



Pido al lector interesado en nuestra literatura que se ponga en contacto con Édgar Salinas o con Julio César Félix Lerma, director y coordinador editorial, respectivamente, de la revista Acequias de la UIA Laguna. Puede escribirles a acequias@lag.uia.mx, o llamarles al 7051010 extensión 1135. Ofrezco todos esos datos porque el número 45 de ésta que es, sin duda, la mejor revista universitaria de La Laguna, contiene una sección monográfica dedicada a los talleres literarios de nuestra región. Todo comienza con el ensayo panorámico “De La Laguna, pero escritor”, preparado por Salinas y Félix, para luego ceder páginas a varios escritores de la localidad que hacen un amplio aporte sobre el tema. Carlos Reyes (“Lo que no mata te hace más fuerte”), Marco A. Jiménez (“Taller de poesía”), Saúl Rosales Carrillo (“Cenáculo de la autocrítica y la crítica literaria”), Vicente Alfonso (“Andamios”), Daniel Maldonado (“Hojalatería literaria”) y su servilleta, con el texto “Enderezado y pintura para textos”, que a continuación comparto a guisa de aperitivo. Ojalá, de veras, los seguidores de nuestra literatura, si los hay, busquen Acequias 45. No deja de ser iluminador este pase de lista a tantos nombres y a tantos esfuerzos literarios derramados en la comarca lagunera, comunidad más bien indiferente o poco apasionada por las letras. Esto escribí:
Supe que en el mundo había talleres literarios cuando abrí los ojos a la literatura. Con toda mi candorosa juventud a cuestas —bordeaba los 17 o 18 años—, creía que si los talleres de enderezado y pintura eran capaces de sanar coches maltratados por las colisiones, uno literario podía ser útil para enderezar y pintar y dejar reluciente mi incierta obra narrativa. Como ya era asiduo lector de periódicos, cada tanto veía los boletines que anunciaban la reunión del Talitla (Taller Literario de La Laguna) celebrado alternadamente en las Casas de la Cultura de Torreón y Gómez Palacio. Lo coordinaba el poeta zacatecano José de Jesús Sampedro, y alguna vez, ubico borrosamente este recuerdo hacia 1982, me di la vuelta al bulevar Revolución y Prolongación Colón, lugar donde sesionaban los talitlos cuando les tocaba la Casa de la Cultura torreonense. Nadie supo que apenas me asomé a la puerta. La timidez y el miedo no me dejaron entrar al salón donde Sampedro conversaba con sus discípulos, todos mayores que yo. Se reunían allí Jorge Rodríguez, Marco Antonio Jiménez, Paco Amparán, Emanuel Quiñones y Rocío Lazalde, entre otros. A un milímetro estuve de ingresar a ese taller, pero el destino me detuvo y me llevó a otro rumbo.
Varios meses pasé en la rumia de aquel deseo: escribir y llevar mis borradores a-un-taller. Pero no supe cómo hacerle, a dónde ir, a quién preguntar. En 1984 recibí una clase de literatura en el Iscytac, eso dentro de la carrera de comunicación que simulé estudiar. Saúl Rosales era el maestro, y en poco tiempo me enteré de que además él coordinaba el suplemento cultural de La Opinión. Cierto día, apocado por el pavor, le di una cuartillas con “poemas”. Los leyó y me dijo que estaban lo suficientemente buenos para incorporarlos al suplemento. En septiembre del 84 vi pues mi primer texto literario publicado en serio. El shock fue tan grande que conversé con Enrique Lomas, estudiante también del Iscytac, y decidimos plantearle a Saúl la posibilidad de armar un taller extramuros. Saúl nos respondió que sí, y por su cuenta convocó a Gilberto Prado y a Héctor Matouk. Nuestra primera sesión la celebramos a finales del 84 en casa de Lomas (Galeana, entre Juárez e Hidalgo) y a partir de allí no dejamos de reunirnos cada sábado durante al menos cinco o seis años, como quedó bien explicado en el libro Botella al mar, tesis de Gloria Murillo sobre el grupo literario que formamos con Saúl Rosales Carrillo en el timón.
Participar en el Botella al mar me dejó marcado. Desde entonces, el aprendizaje de la literatura fue un juego, más que una obligación. Nuestras sesiones tenían poco de didáctico, pero gracias a la lucidez y al humor de Saúl, Prado, Lomas, Matouk (a los que poco a poco se sumaron otros amigos como Pablo Arredondo y Gerardo García) aquello era un pandemonio rico en experiencias literarias y extraliterarias (políticas y etílicas, sobre todo).
Cuando nos disgregamos me quedé con la idea de que, tras el aprendizaje, yo podía ofrecer un servicio más como incipiente profesor: el de coordinar talleres. Y sí, varios años me gané parte del pan en el taller del Departamento de Difusión de la UA de C Torreón y por un lapso cercano a la década viví mi mejor experiencia como moderador de un taller: el de la UIA Laguna.
Los casi veinte años en convivencia con el mundillo de los talleres literarios laguneros me dejó clara la idea de que no salvan si no hay qué salvar; sin talento, ningún taller es capaz de enderezar a nadie. Con talento, aunque sea escaso, el taller, si crea un buen ambiente de trabajo, puede ser estimulante en lo literario y gratificante en lo amistoso, siempre y cuando lo abandonemos a tiempo. Ahora afirmo, por ello, que mis mejores ratos como maestro los pasé en el aula de un taller; allí me divertía enseñando, o enseñaba divirtiendo, pues fomenté siempre la idea de que a la literatura hay que respetarla menos y disfrutarla más, todo con absoluta libertad. Hoy pienso lo mismo.

Terminal
En nuestra gustada sección “Hágalo usted mismo”, va: los juegos de palabras son infinitos; voy a enseñar un truco para que usted los haga en la tranquilidad de su hogar. Es un juego de sustitución. Se puede lograr el humor si cambiamos alguna palabra en una frase hecha, refrán, nombre, etcétera. Por ejemplo, cuando atraparon a Francisca Zetina, la Paca, Carlos Monsiváis la rebautizó como Paquita la del Cráneo. La risa estaba asegurada, pues todo quedó bien colocado en ese mote. El nombre propio (Francisca-Paquita), la alusión al nombre conocido de antemano (Paquita la del Barrio), y la simetría de la palabra “barrio” con “cráneo” (ambas bisilábicas y graves). Todo eso sin alterar la lógica del acontecimiento, aquello de las osamentas sembradas por Paquita Zetina. Haga el experimento: piense en el refrán “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente” y cambie la primera palabra por el apellido Calderón. Notará que suena igual, eso porque la palabra sustituida también es trisilábica y aguda, además de que respeta la lógica de lo que está haciendo el Ejecutivo actual: nada, por eso nos está llevando la corriente.

sábado, noviembre 15, 2008

Taibo I



“Resignarse es perder antes de perder”. Así es el filosófico humor, o el humor filosófico suministrado en aforismos por el Gato Culto, personaje creado por Paco Ignacio Taibo I. Lo vi una sola vez, en Torreón, cuando vino a compartir una especie de mesa redonda sobre cine junto a Hernán Lara Zavala y, creo, Saltiel Alatriste. Eso ocurrió hace poco más de veinte años en el Teatro Mayrán cuando todavía se llamaba Teatro Mayrán. Yo frisaba los veinte, era más tímido que ahora, así que ni de broma hice el intento por acercarme a las personalidades. Pasados los años, las décadas más bien, trabé algún mínimo contacto con Paco Taibo II, a quien le presentamos en el Teatro Martínez un libro titulado Arcángeles y, en octubre de 2007, su biografía sobre Pancho Villa en el Teatro Nazas. En esa ocasión pude platicar un poco con PIT II y le pregunté por su padre, dado que en El Universal me había enterado de que lo aquejaba una enfermedad. “Está luchando”, me dijo el autor de Ernesto Guevara, mejor conocido como el Che. “Es difícil; ha sido duro para él, que es una persona muy activa; pero está luchando y quiere seguir”, cerró Taibo II. Un mes después de aquel encuentro en Torreón, vi a Paco en la FIL de Guadalajara. Mientras garabateaba dedicatorias sin freno en varios de sus libros, me dijo que conversáramos un poco. Volví a preguntarle sobre su padre, y su respuesta fue la misma: “Está luchando”. Pasado un año, me entero de la mala nueva y no se me ocurre sino dar un pésame distante y anónimo a la familia Taibo, y a mi lector una “Esquina baja” de PIT I, la del 14 de marzo de 2003, titulada “Nacimiento del Gato Culto”, que obviamente se refiere al origen de su célebre y sentenciosa mascota:
“Cada vez que encuentro, por vez primera, a una persona amable se produce una interrogación que no me afecta a mí directamente, sino que busca encontrarse con el primer maullido de un gato que presume de culto aunque bien él sabe que no lo es. ¿Cuántos años tiene el Gato Culto? Me pregunta la señora que me ve por vez primera. Y yo estoy a punto de responderle que la cultura del Gato Culto es una cultura tomada prestada de la sabiduría de todos los pueblos. En ocasiones el Gato Culto acude a un refrán persa y en otras se vale de una vieja frase que ya decía Confucio a su nieto más pequeño. Esto quiere decir que el Gato Culto es usurpador de conocimientos tan antiguos como la propia vida del hombre. O para ser más exacto, de la propia vida de todos los hombres. Ayer una dama, socarrona y amable, quiso saber si el Gato Culto atesora lo que se llama "conocimientos de la humanidad". Le dije que no atesora nada y que incluso duda que la humanidad maneje conocimientos que merezcan ser atesorados.
El Gato Culto es partidario de la paz a pesar de que no hay paz que dure más allá de un insulto. En ocasiones cuando yo aprovecho una frase, aparentemente brillante, para que la diga mi Gato Culto descubro que la tal frase es tan vieja que ya la sabían los pueblos de la tierra antes de que el primer gato diera su primer maullido.
Otra pregunta que se me hace interesante es ¿quién dibujo por vez primera al Gato Culto? Y la respuesta no puede ser más sencilla. El primer dibujante del Gato Culto fue un periodista que no sabia dibujar. Esta respuesta pienso que merece ser del señor Picasso que sabía muy bien que para dibujar un gato hace falta, únicamente, no saber dibujar un gato. En total puede que en estas páginas haya aparecido 5 mil 500 Gatos Cultos sin que nunca se hayan repetido sus contundentes afirmaciones. Esto significa que poniendo a un gato tras otro ya hubieran podido, sin morderse la cola, dar la vuelta al mundo.
Algo más quisiera añadir: no estoy orgulloso de la sabiduría del Gato Culto y espero, confiado, que el Gato Culto tampoco esté orgulloso de su propia sabiduría que se reduce a recordar lo que mis abuelos ya olvidaron”.

viernes, noviembre 14, 2008

Periférico mortal



La Opinión de ayer insistió en uno de esos temas de eterna actualidad en La Laguna: el periférico. “Un peligro, circular por el periférico en GP”, sintetiza la cabeza de la nota firmada por Lucero Sánchez. Yo ampliaría la peligrosidad, claro, pues son tan riesgosos los tramos de Lerdo y de Torreón como el de Gómez. De hecho, debo recordar algo que mis escasos asiduos ya saben: hace años hice la casi religiosa promesa de escribir (léase despotricar en vano) unas dos veces al año contra ese libramiento de la muerte. Pues bien, éste es, creo, el segundo berrinche que le dedico en 2008. Aunque no pase nada, me consuela pensar que sistemáticamente me he impuesto “la manda” de ser humilde vocero de quienes no saben que soy su humilde vocero, pero que de todos modos necesitan a alguien que machaque el tópico: el periférico Torreón-Gómez Palacio-Lerdo es una carretera endemoniada.
Hay una especie de mal de origen que, tras un dispendio infinito, no concluye jamás en el enderezamiento definitivo de la primigenia trochez que exhibe nuestro periférico. No sé cómo fue planeado, pero es evidente que nunca ha satisfecho las expectativas de un urbanismo medianamente pensado a la medida de la seguridad humana. Si cruzar por cualquier punto de la región demanda que los cinco sentidos estén puestos tanto en el volante como en los otros vehículos, el periférico exige además ir “cazando” las sorpresas que ofrece la carretera. Si no es un bache, es un camellón que brota de repente; si no es un mal señalamiento, es un tramo con imprudente grava y sin advertencia. Por eso me extraña que hasta el momento no haya ocurrido allí un accidente de dimensiones mayúsculas. Eso ha sido un milagro que le debemos a la virgencita. Tal percance de tamaño brutal es totalmente indeseable, cierto, pero todo hace pensar que, dadas las características de esa vía, en cualquier momento padeceremos la narración de algún siniestro de los que generan, eso sí, inmediatas y absurdas explicaciones de la autoridad.
En la torpeza del diseño que tiene el periférico me basé el 21 de octubre de 2007 para escribir “Seguros automáticos”, colaboración escrita de burlas veras donde propuse que, en vista del problema, todos los ciudadanos que transiten por allí gocen de un seguro automático: “Su puesta en vigor es fácil, y no tiene costo político si vemos la realidad tan cruda como se nos presenta: si es un hecho que tal parte de las ciudades hermanas nunca será ni mínimamente segura, que por errores históricos de diseño (cuya cereza es el DVR) el periférico jamás estará cerca de los estándares mundiales de seguridad vial, ¿que costo político puede tener la acusación de ineptitud a ‘pasadas administraciones’ y el obsequio de los seguros por accidente?”. La propuesta sigue en pie para todos los “niveles de gobierno”, como les dicen.

Terminal
En nuestra gustada sección “Estudios en el extranjero”, va: Se cuenta que el hijo del patrón viaja a Francia con el fin de hacer un doctorado. Pasa un lustro y vuelve a su tierra convertido ya en doctor en Derecho por la Sorbona. En sus ratos libres ayuda a su padre en las tareas de la empresa, y todos los trabajadores no dejan de admirarse ante la preparación y la capacidad “del doctor”. Uno de ellos, recién contratado, siente un malestar, y a la primera oportunidad lo aborda: “Oiga, doctor. Fíjese que traigo un problemilla”. “A ver, dígame”, le responde el profesionista. “No, pos, desde hace algunas semanas me anda doliendo mucho el testículo izquierdo”. El abogado, sonriente y comprensivo, le aclara: “No, mi amigo, yo soy doctor, sí, pero en de-re-cho”. “¡Ah caray!, pos que especializao”, concluye el trabajador.

jueves, noviembre 13, 2008

Colofón del “cochinero”



Cuando el pasado 16 de marzo terminaron las elecciones del PRD hubo un concierto de voces que comentó, casi en plan celebratorio, el “cochinero” resultante de aquellas internas tan accidentadas. Inmejorable resultó para la mayor parte de la prensa esa demostración de caos y chanchullos perpetrados por tirios chuchos y troyanos encinistas. Era, al fin, una prueba más, y contundente, de las maneras harto primitivas de hacer política que tanto ha ejercitado la “izquierda” mexicana. Si ellos no son capaces de ponerse de acuerdo, se cacareó en los medios, ¿cómo quieren que les sea aceptado el argumento de que ganaron en 2006 y cómo quieren que, dado su connatural salvajismo, se les entregue el poder? Las elecciones de marzo 16 fueron un desastre producido por los propios errores del PRD, cierto, pero también por la permanente cooptación ejercida sobre sus cuadros más dóciles.
La impresión que dejó en la mayor parte de los simpatizantes sin vela en el entierro fue que, en efecto, el llamado “cochinero” fue entreverado y laberíntico, y que no había poder humano capaz de desenredarlo sin padecer la merma del escepticismo. Todo quedó, pues, en impasse, en maraña de votos buenos, nulos, fantasmales, marrullerías, zancadillas, gargajos a la cara y puñaladas por debajo de la mesa. En esa situación, poca confianza despertaba cualquier resultado “oficial”, y menos simpatía generó la bravucona y temporaria imposición de Guadalupe Acosta Naranjo, político atornillado a las órdenes de Jesús Ortega, es decir, un moderado, un conciliador, como se les llama en la prensa nacional a los perredistas que tienen la jugosa habilidad de decir que sí, aunque con muchos rodeos discursivos de pantalla, a las iniciativas del gobierno federal cuestionado por el ala radical.
Ahora que por unanimidad el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) determinó revocar la declaración de nulidad en los comicios para elegir al presidente nacional y secretario general del PRD, emitida por la Comisión Nacional de Garantías (CNG), se da, varios meses después de la atropellada elección, la victoria al chuchismo navarretismo. Se veía venir, así que la oportunidad queda abierta al otro PRD: reconstruirse con lo que queda, sin tantos disparates y pensando quizá, ahora sí, en otro partido.

Terminal
En nuestra gustada sección “Dedicatorias inmortales”, va: el mejor tratado que conozco sobre el arte de la dedicatoria se llama “Arte de la dedicatoria” y está en el libro Disertación sobre las telarañas; en él, Hugo Hiriart, su autor, especula sobre el uso más atinado de ese renglón apapachatorio que suele encabezar ciertos trabajos; da ejemplos hipotéticos: el mejor, éste: “Para toda la humanidad, menos para Enrique Krauze”. Yo también he sido dedicatario; más de un amigo me ha regalado algo, algún texto de su cosecha. El más grande y generoso ha sido Miel de maple, primer libro de cuentos de Miguel Báez, que me fue otorgado íntegramente. De todas las dedicatorias que he recibido, sin embargo, sólo una no me gustó; afortunadamente, leí el original antes de ser publicado y puede impedirla. La rechacé por el uso de cierta palabra; como sabemos, algunos términos tienen connotaciones ambiguas en el español de México. Por ejemplo, si uno dice “chile”, esa palabra puede referirse al aditivo picante y comestible o a cierto objeto corporal de naturaleza venérea. Eso pasaba en la dedicatoria que rechacé; decía: “Para Jaime Muñoz, este grano de mi mazorca literaria”. Obviamente, la palabra “mazorca” suena allí maldosa, poco adecuada para alguien que, como yo, sabe cuidarse de cabrones albureros (nota: hoy jueves a las 8 de la noche estará Higo Hiriart en el Museo de la Revolución; por allí nos vemos).

miércoles, noviembre 12, 2008

Qué amiguitos



¿Qué mensaje enviamos cuando enviamos un mensaje? La comunicación es compleja, y no damos a conocer necesariamente lo que queremos si no es considerado el contexto o los antecedentes que envuelven al mensaje. Un ejemplo: El Universal cabeceó ayer una nota de esta forma: “Salma Hayek es adicta a dar pecho”. La frase es inocente, y cualquiera podría leerla en sentido estricto: Salma da pecho como lo han dado y lo darán millones de mujeres en el planeta. Pero (he aquí el “pero” contextual y malicioso, el guiño del cabeceador de la nota) dado que la actriz jarocha tiene poderosos atributos pectorales no hay lector que no consuma esa información sin pensar con a) molestia; b) envidia; c) humor y d) deseo. Otro gallo cantaría si la celebridad no tuviera esas dos virtudes que junto con sus capacidades histriónicas han servido para alentar la babeante imaginación de hordas. Las palabras claves (Salma+adicta+pecho) disparan al infinito y más allá la significación de una frase inocente, tan pudorosa como la nota misma, que nada o muy poco tiene que ver con la, en el fondo, malévola cabeza. Visto de otra manera, es como mencionar la soga en la casa del ahorcado; si “soga” significa “soga” en tal o cual contexto, en la casa de quien fue colgado puede incomodar a la familia.
Así me sentí, no lo niego, al ver la reaparición de algunos nombres propios en relación al nuevo titular de Gobernación. Podrá decirse lo que sea, pero uno siente el marrazo del agravio al ver que junto al nombre de Gómez Mont circulan otros acaso más conocidos, y no precisamente por sus servicios a la patria: Salinas, Cabal Peniche, Lankenau, Fernández de Cevallos… ¿Y lo que la gente pueda interpretar? No importa. El caso es que sujetos de los que no se guarda muy feliz memoria alguna vez cruzaron sus vidas, en el negocio del derecho, con el nuevo inquilino del llamado “Palacio de Covián”, lo que demuestra que la apuesta de nuestros gobiernos siempre cruza por su fe en la desmemoria o en la impunidad.
Especiosamente se podrá afirmar que las defensas de Gómez Mont se apegaron a lo que permite la ley. Él vendió servicios profesionales, y estuvo en su derecho. Sí, pero muchos de sus clientes no fueron ante la opinión pública los mejor afamados, y todavía es hora que cargan, pese a sus libertades, estigmas que, quiérase o no, contaminan lo que rozan. Si era necesario un nuevo titular intachable en Gobernación, la intachabilidad también tenía que ver con la imagen, con el tipo de relaciones profesionales que había hecho antes de llegar al nuevo cargo.
No creo que despierte mucha confianza leer que Gómez Mont estuvo o está cerca de Diago Fernández de Cevallos, tal vez nuestro símbolo más acabado de mestizaje entre los negocios privados y la política. En el clima azogado que vivimos, era urgente una designación prudente, cuidada, sin flecos. Sé que pedir eso es guajiro, pero soy de los que, como muchos, creen que no hay aves capaces de cruzar el pantano sin mancharse.

Terminal
En nuestra gustada sección “Propaganda hilarante”, va: En las recientes campañas para las diputaciones locales vi el eslogan de un candidato que proponía hacer “Leyes con corazón”. Me pareció una joya de la demagogia, y pensé a propósito que, de llegar al congreso, ese legislador redactaría las leyes como poema de Díaz Mirón, así: “Sabedlo, soberanos y vasallos, próceres y mendigos: nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. Lo que llamamos caridad y ahora es sólo un móvil íntimo, será en un porvenir lejano o próximo el resultado del deber escrito. Y la Equidad se sentará en el trono de que huya el Egoísmo, y a la ley del embudo que hoy impera, sucederá la ley del equilibrio”. Y todos seremos felices para siempre.

domingo, noviembre 09, 2008

De la animalidad humana



Está a punto de concluir la circulación del ejemplar más reciente de Nomádica. Trae colaboraciones muy interesantes, excepto la mía. Pese a ello, la vierto aquí como probete. Va:
Tengo un amigo que es, además de espléndido humanista, un sabio en el sentido clásico de la palabra, es decir, un hombre que está más allá del conocimiento, del simple almacenaje de datos. Él interpreta la realidad con ojos acostumbrados a ver más adentro, hasta los huesos del fenómeno observado. A su modo se considera, sin vanagloria, discípulo de San Francisco; su amor por los animales es el más sincero y reflexivo que he percibido en alguien, y no exagero que he visto acudir un leve llanto a sus ojos cuando se entera de algún caso específico sobre trato cruel al animal. En su actitud no hay átomo de pose, pues nadie, salvo dos o tres amigos suyos, entre los que me cuento, sabemos el franciscano secreto de su personalidad. Honrado seguidor del asisense, no blasona de su amor a los animales, pues eso haría parecer que demanda elogios merced a lo que sencillamente él siente porque está en su ser. Es, obvio, creyente, y cuando ora, ora también por aquellos que ni palabra tienen para pedir y agradecer. Mi amigo es un verdadero caso, un ejemplo de respeto llevado hasta la periferia del respeto.
Ahora bien, si lo pinto así no me contradigo al afirmar que tiene un sentido del humor harto corrosivo. Casi no lo emplea en público, pues sabe que en ese recurso generalmente hay ofensa al otro, así que procura abstenerse: el respeto, para él, es una ley que sólo transgrede, siempre entre su círculo de mayor confianza, cuando nota que hay motivo suficiente para hacer una broma, un símil o una ironía por lo general demoledores. A propósito, en una ocasión noté que con frecuencia resaltaba comportamientos del reino animal para explicar los del hombre. Quedé fascinado con su habilidad para empatar las dos conductas: el hombre en ciertas situaciones es un animal, un heredero de la irracionalidad, y mi amigo era ducho en encontrar siempre al animal idóneo para explicar desfiguros humanos. Doy cuatro ejemplos.

1. Teníamos un amigo común que se ufanaba de galanazo. Su principal motor de vida era la pasión amorosa: la etérea y la concreta. Difícil de atar, como marinero o conductor de tráiler, emprendía inacabables lances: en cada puerto o en cada kilómetro estratégico de la carretera. Era un don Juan nato. Una vez lo vimos en acción, de lejos: avanzaba por la acera y encontró a tres conocidas, todas lindas. De inmediato, nuestro personaje comenzó a moverse de manera extraña y como ahuecando los brazos. Mi amigo el franciscano le halló de inmediato un parecido: “Parece chanate en el momento de cortejar; mira cómo se esponja”.
o
2. En el lugar donde trabajamos inauguraron un nuevo núcleo de oficinas, y nos asignaron parte de aquel flamante espacio. Una compañera que padecía la ubicua fama de acapararlo todo a la buena o a la mala, también fue asignada a esa extensión y tuvo la inteligencia de madrugarnos: un día antes de que nos mudáramos, la tipa ya había tapizado las paredes con sus cuadros. Cuando llegamos y los vimos, mi amigo encontró el símil perfecto: “Es una perra territorial. Ya vino a mear todas las paredes”.
o
3. Supimos que un lejano conocido estaba a punto de ser despedido por su jefe en cierto empleo oficinesco. Quien pronto sería víctima del brutal recorte todavía era, sin embargo, asignado a tareas de supuesta importancia, le daban “su lugar”, de manera que a los ojos de muchos parecía salvo. Pronto lo iban a echar, sin embargo. Mi amigo sentenció: “Con él están jugando como el gato con el ratón: antes de comérselo, el gato deja que corra tantito, que sienta que tiene escapatoria”.
o
4. Destemplado, a los gritos, sin medir palabra ni decibelaje, un sujeto agrede a otro y somos testigos de la escena. El momento es bochornoso, pues pocas situaciones sociales hay que sean más incómodas que ver y oír un pleito verbal incontinente. Mi amigo, sabio, resumió: “Su ira fue amenazante. Se levantó como rata enfurecida: en sus cuartos traseros y mostrando todas las uñas”.

Terminal
En nuestra gustada sección “Rockeros internacionales”, va: ¿Cuál es el grupo de rock más famoso en China? Obvio: Panda.

sábado, noviembre 08, 2008

Cadena sobre la tenencia



¿En dónde habrá parado y seguirá parando la millonada que genera el cobro por concepto de tenencia? Es un dineral, un mundo de plata que nunca hemos sabido bien a bien hacia dónde deriva. Lo que sí sabemos es que se trata de una imposición injusta, otra manera de encajarle los colmillos al ciudadano. Y pobre de aquel que se quiera pasar de vivo con los vivos: le sobrarán motociclistas con espíritu de niños halloweeneros, gritando “dulces o travesuras”. El tema me viene gracias a una “cadena” de mail que he recibido como seis veces; retoco algo la fea forma que presenta en el mail, pero conservo intacta la idea central: discutir el pago o no pago de la tenencia:
“Mensaje a todos los mexicanos: se exhorta a todos los automovilistas de todo el país a que digamos un rotundo NO a la tenencia. Quitémonos este impuesto tan injusto que año tras año afecta directamente nuestros bolsillos. No existe una razón justificable para que seamos el único país del planeta al que año tras año el gobierno hace pagar un impuesto por un objeto del que ya pagamos impuesto cuando lo adquirimos nuevo. Y todavía encima, al pagar tenencia nos cargan el pago de control vehicular... Ahora que comprobáramos que el dinero que se recauda es para que nuestros vehículos circulen por unas buenas carreteras. Pero casi todas las calles y carreteras de todos los lugares de todas las ciudades en México están en muy muy malas condiciones. Y las pocas carreteras que se encuentran en buen estado resulta que son autopistas y para transitarlas hay que pagar. Por eso digamos NO al pago de la tenencia, que el gobierno se entere que ya NO lo queremos pagar. Y para ello necesitamos estar unidos, por primera vez dejemos a un lado nuestro individualismo y unámonos como país, como mexicanos, apoyémonos para juntos buscar algo justo y legal, empecemos con esto a cambiar la mentalidad, las ideologías y el abuso de esas personas que con el dinero de nuestros impuestos se llenan las bolsas y envían nuestro dinero a bancos del extranjero; empecemos a exigir y a cumplir como verdaderos Mexicanos, que no se nos robe más, la unión hace la fuerza, vamos a contribuir para tener un México mejor y eso sólo lo lograremos siendo mejores mexicanos. Resulta que esas gentes que con gozo ven bien que se siga cobrando un impuesto que únicamente era por un año (para las Olimpiadas de 1968 en México) para apoyar al gobierno y que estuviera en condición económica de brindar unas instalaciones dignas para los atletas…”.

Terminal
En nuestra gustada sección “Trucos simples de escritura barata”, va: El humor es misterioso y no atiende a fórmulas; sin embargo, podemos pensar en ciertos trucos que quizá, usados con propiedad en textos donde acomode el tono caricatural, ayuden a provocar una sonrisa en el lector. Uno de ellos es la invención de neologismos mediante prefijación y sufijación. Por ejemplo, el sufijo oide que significa, según la RAE, “parecido a” o “con forma de”. Hay palabras conocidas que cargan ese sufijo, como antropoide, ovoide, asteroide, o sea, con apariencia o forma de hombre (ántropos), con apariencia o forma de huevo (ovo), con apariencia o forma de astro. También, como lo observa la Academia, puede añadir matiz despectivo: feminoide, legaloide. A partir de eso podemos jugar: por ejemplo, si alguien se jala el pelo hacia arriba y muy mamonamente, en vez de decir que “hace un movimiento parecido ‘al de Luis Miguel’ cuando se acomoda el pelo”, con jueguito incluido podemos afirmar, burlonamente, que “hace un movimiento luismigueloide cuando se acomoda el pelo”. Si el tono del texto lo permite y el lector no es tan huraño, la risa puede surgir con un solo adjetivo. Y ya con ésta me despido, para no sonar tan academicoide.

viernes, noviembre 07, 2008

Los putos escritores



Si exigen pago de honorarios, a un asesor, a un mercadólogo o a un técnico de inmediato le llueven perlas del presupuesto. Si pide pago por chamba realizada, un plomero, un pediatra, una cocinera, un mecánico, un dentista, un mariachi, una abogada, con y sin regateos de por medio su labor es liquidada sin regateo. Bien o mal, su jale recibe pago. Pero que no se les ocurra a los putos escritores cobrar por lo que hacen; que no se les ocurra ni siquiera insinuar una solicitud de pago, porque de inmediato se levantarán contra ellos las furias del escepticismo. ¿Escribir es un trabajo? ¿Qué no se trata de apiñar simples palabras y ya? ¿Pero si ahora hasta la más chafa computadora corrige ortografía? Además, los escritores son bohemios, drogos, artistas, maricas, y como nacieron con la facilidad para escribir a ellos les resulta fácil redactar lo que sea, presentar lo que sea, conferenciar lo que sea. Darles pago, por ello, es absurdo, además de que sólo les hacemos daño, pues con dinero se alocan, compran más mota y alcohol. No, el escritor que cobra es un desviado, un ambicioso, un hombre que prostituye su pluma, casi casi la degeneración encarnada.
Parece que todavía priva la idea de que el escritor no es, como cualquiera, un animal lleno de necesidades básicas. Así entonces, si sus capacidades se vinculan al conocimiento de la palabra, justo es que se gane la vida con tal destreza. ¿Cómo? Pues como se pueda. Escribiendo para periódicos, revistas, libros, páginas de internet, publicidad, manuales, informes, boletines, cartas, discursos; o dictaminando o corrigiendo obras literarias, tesis, informes, textos periodísticos, manuales; o editando libros, revistas, periódicos o páginas virtuales de lo que sea, a destajo; o dando clases, cursos, conferencias de lo que sabe, porque si escribe es muy probable que haya pasado algún tiempo entre libros, aprendiendo a escribir, que es como aprender a aprender.
¿Pero qué ocurre? Que, salvo contadísimas excepciones, un escritor no goza de prestigio social como trabajador. Es, más bien, una especie de loco ornamental, alguien que vive en el éter, que se aparta de la sociedad y que forzosamente necesita la penuria como combustible de su inspiración. Por eso hay que mantenerlo a raya, no contaminarlo con la vulgaridad de un sueldo o pago de honorarios. Además, recordemos, es bohemio, así le gusta estar, habitando siempre en la divina jodidencia.
Muy pocos políticos y muy pocos publicistas saben lo que un buen escritor puede hacer por sus mensajes. Si lo supieran, seguramente lo contratarían para evitar dislates incluso en frases simples, en lemas o eslóganes. Ni eso pueden acuñar como se debe quienes no tienen la práctica de la escritura, así que son todavía menos capaces de urdir discursos de una, dos o tres cuartillas que parezcan lógicos. Como por lo general no pueden, asombra la severa crítica que ha hecho la síndica Claudia González Díaz para censurar que un discurso de cinco minutos haya sido pagado por la presidencia de Torreón a la monstruosa cantidad de mil pesos. Le asiste en parte la razón cuando crítica al alcalde por no tener cerca a alguien competente para redactar palabras bien peinadas, pero es lamentable el señalamiento que muestra asombro por el pago tan “alto” derivado de un trabajo escrito que servirá para ser leído en cinco minutos. ¿Tendrá idea la síndica de lo que significa escribir? ¿Sabe de qué vive un escritor? Lo que sí debe saber es que mil pesos es menos de lo que un funcionario puede engullir, por sentada, en un bistró.

Terminal
En nuestra gustada sección “Neologismos lujosos”, va: El superlativo de pulcra no es pulcrísima, sino pulquérrima. Así, el superlativo de ninfómana no es ninfomanísima, sino pulguérrima.

jueves, noviembre 06, 2008

Crónica de mi 4-11



En el ajetreo de la chamba adicional a ésta se me fue el martes sin periódicos ni televisión. Como (casi literalmente) todo el mundo, esperaba que la noticia de ocho para el miércoles fuera la de Obama ganador, apabullante, en las elecciones gringas, pero como su triunfo estaba cantado no me preocupé lo suficiente por echar un ojo a las webs que ofrecen información fresca por minuto. En la tarde puse mi atención en dos pendientes caseros y revisé con escrúpulo las calaveras del concurso convocado desde esta tribuna. A las cuatro me desentendí de Ruta Norte, mandé la columnita dos horas antes de mi cierre y pasé a concentrarme en la conferencia que dictó Adolfo Castañón en el auditorio del Museo Arocena. Mi compromiso era presentarlo y moderar durante la sesión de preguntas. Escribí pues algunos parrafitos que con pocos pincelazos delinearan el perfil literario de Castañón: “Hace poco más de diez años tuve la suerte de presentar La batalla perdurable (a veces prosa) (1996), libro misceláneo, de varia invención, escrito con mano cuidadosa para el detalle, perfeccionista en grado extremo. Ya tenía noticias sobre su autor, por supuesto, pero en aquella ocasión tuve la oportunidad de conocerlo y conversar con él. Aquella presentación me confirmó que Adolfo Castañón, a quien me estoy refiriendo en estas líneas, era un escritor con todas las letras. Y digo bisémicamente ‘con todas las letras’ para aprovechar el lugar común y, de paso, para resaltar el gusto a erudición que dejan sus ensayos, como si este crítico y poeta mexicano tuviera en el puño todo lo bueno, o muchísimo de lo bueno que se ha escrito en tantas literaturas. En la mejor tradición de Montaigne, a quien ha escudriñado con lupa, Castañón es un octópodo de la lectura. Pocos escritores como él, que en México podrían ser etiquetados sin falsedad como montaigianos, es decir, como lectores esenciales que escriben no para aleccionar o persuadir, sino para hacernos ver que el viaje de la lectura fue lo placentero y digno de ser compartido, no tanto el aterrizaje en las conclusiones obtenidas tras el acto de leer. En la mejor escuela de Cuesta, Paz y Reyes, Castañón se ha afirmado como ensayista cálido, apegado a la voluntad de escribir demasiado bien. Lejos de él está la crítica gélida, austera y algo mecánica que asumen los círculos académicos, de ahí que sus ensayos, sin perder rigor y observación aguda, le ofrecen al interesado una cuantiosa suma de placeres, empezando por los estilísticos”.
Castañón disertó sosegada, erudita, amenamente sobre la obra de Manuel José Othón, poeta potosino que, como sabemos, vivió algunos años en La Laguna y es considerado un clásico mexicano. La conferencia comenzó a las 7 pm y duró poco más de hora y media. Fue un placer oír tantas palabras de elogio y bien documentadas sobre el autor del “Idilio salvaje”, una especie de homenaje tardío en recuerdo del centenario de su muerte, que malamente pasó casi inadvertido en nuestra región durante el 2006.
Poco después de que la conferencia terminó y ya en el brindis, reparé en el resultado de las elecciones norteamericanas. Supuse que Obama ya tendría amarrado el triunfo. Fue en ese momento cuando Rosy Gordillo me comunicó algo extraño: la escuché borrosamente, como si me hablara desde muy lejos: “Murió Mouriño en un avionazo”. Eran cerca de las nueve de la noche. Poco a poco, varios asistentes a la conferencia me confirmaron la noticia. En sus celulares no faltaron las llamadas. “Era un helicóptero”; “Fue en el Paseo de la Reforma”. La información era confusa, y poco a poco fue aclarándose. Luego de una cena con el maestro Castañón, el internet y los noticieros me precisaron algunos detalles. Pese a eso, la información sigue siendo vaporosa, inasible.

Saldo calavérico



Esperaba, soy franco, dos o tres participantes, pero la broma convocó a varios calaveristas. En total llegaron doce trabajos, lo que me parece una buena friolera dado que sólo dispusieron de dos días para acuñar el puñado de versos que forja una calavera más o menos convencional. Como detalle curioso, comento que un lector (Luis Rayas) me hizo ver cierto disparate de la convocatoria. Es el riesgo de las prisas. Dije allí que el certamen quedaba abierto hasta las “23:00 horas del 31 de noviembre”. Había escrito originalmente “1 de noviembre”, pero cambié de opinión y añadí un 3 al 1, o sea, 31; lo que no cambié fue el mes, es decir, de noviembre a octubre, y así cometí el desaguisado de inventarle un día al calendario gregoriano.
Muchas de las calaveras cuadran bien y tienen encanto satírico; algunas son excelentes, pero muy largas y desbordan la solicitud de la convocatoria en cuanto a la extensión. Sin orden de importancia, estos son los participantes que se ajustaron a la convocatoria (sobre todo en el aspecto formal) y ganaron. Quiero dar, sin embargo, un librito de mi autoría a los otros nueve participantes que jugaron buenamente con su ingenio.
Los ganadores son (aquí entran unas fanfarrias al estilo del Tío Gamboín) Jorge Sánchez, con esta calavera sobre la primera profesora de la nación, Elba Esther Gordillo:
En su Hummer se paseaba
la muy calaca maestra
a los niños asustaba
con su cara tan siniestra.
Ya se la cargó el payaso,
ya se la llevó al averno
a dar clases a Madrazo
y acomodar a su yerno.


Javier Rodríguez Villa, con una calavera sobre José Ángel Pérez, alcalde de Torreón:
No te escapes a tu suerte
a José Ángel le gritaba
era la voz de la muerte
que por aquí lo buscaba.
En amplio ecobús moderno
lo lleva como una tromba
al dejarlo en el averno
un abra tendrá por tumba

Y Luis Rayas, con una sobre la legendaria tozudez del Peje:
¡Ya cállate, chachalaca!
gritó bravucón el Peje
cuando llegó la calaca
a recoger al hereje.
La parca lo dio por muerto
y grave error cometió
como es el grillo más terco
más vivo resucitó.

Por correo electrónico me pondré en contacto con los participantes, a quienes agradezco y ruego que no tomen tan en serio el resultado. Es más botana que otra cosa; además, ninguno trazó calaveras tan malas, fallidísimas la verdad, como las perpetradas por Miguel Mery Ayup.
o
Terminal
En nuestra gustada sección “Pleonasmos inmortales”, va: Me comenta Gerardo García que oyó en la tele a Paquita la del Barrio. La cantante, enemiga pública número uno de los machos hijos de perra, acuñó un pleonasmo encantador: para referirse a un hombre que la trató mal (es el tema de todas sus interpretaciones), disparó: “¡Adefesio mal hecho!”. Desde entonces, supongo, hay adefesios bien hechos.
o
Nota del editor: adorna este post un dibujo de Aitana, mi hija (siete años), elaborado en su curso de artes plásticas con la maestra Tere Hernández, del Icocult Laguna. El título de la obra es, precisamente, "Tres calaveras".

domingo, noviembre 02, 2008

Sobre la muerte



Una entrevista breve con Karla Lobato, reportera de La Opinión. Las respuestas no aparecieron en el periódico, pues tal vez el cuestionario le llegó muy tarde.

1. ¿Qué significado tiene la muerte para usted?
La muerte es una gran oportunidad para demostrar quiénes fuimos. Lo digo sin pedantería, sin ánimo de entrar en debates sobre la trascendencia. Simplemente creo que cuando los hombres tuvimos la oportunidad de vivir, digamos, veinte, treinta o muchos años más, la muerte abre el camino a la pregunta: ¿qué hizo fulano de su vida? La respuesta que genere esa pregunta es el mejor premio o el mejor castigo para la memoria del muerto. Creo con Porchia que “Se vive con la esperanza de ser un recuerdo”; yo aderezaría, no sin atrevimiento, esa sentencia con un adverbio: se vive con la esperanza de ser un buen recuerdo, aunque seguramente hay excepciones, hombres que no quieren ser nada tras su muerte, ni siquiera un mal recuerdo.

2. ¿Cómo abordar este tema tan doloroso en las obras que usted realiza?
Finalmente, toda obra humana está permeada por la idea de la muerte. Si nos fijamos bien, las creaciones del hombre tienden hacia allá, hacia la terminación, de ahí que el morir no sea para mí terrible. Lo terrible en todo caso es morir violenta y/o dolorosamente, sin margen para que algo crezca y se desarrolle a plenitud. La muerte sería pues hasta grata si no fuera acompañada, como ocurre muchas veces, de violencia o de dolor intenso.

3. La redacción de esos textos ¿le permite lidiar con el duelo de la muerte?
He escrito pocos textos atravesados por la idea de la muerte. Eso se debe, quizá, a que nunca he visto muy de cerca el daño moral y físico que ella produce en los deudos. Sé que soy frágil, así que muchas veces me he tratado de decir que deberé ser fuerte cuando la muerte me mire con su rostro. Pero no sé cuál será mi reacción, y creo que no hay literatura capaz de defender al hombre que se ve lastimado por la muerte de, digamos, un ser muy cercano y querido. Tengo la impresión de que lloraré muchísimo. Preferiría no estar allí ni ser yo cuando me duela ese dolor. Hay que inventar una anestesia para que ese desgarramiento no lastime tanto.

4. ¿Cuál es la muerte que desearía evitar? (refiriéndose no a la vida terrenal, sino a algo más allá como sus textos, sus pensamientos)
Toda muerte es inevitable. Mientras tanto hago lo que puedo, trabajo y escribo sin mucha o ninguna fe en la trascendencia. Como en la sentencia latina, sé que todos los minutos hieren, y el último mata. Ante eso, lo mejor es no pensar demasiado y seguir aquí, arando la tierra como se pueda.

Nota del editor: el dibujo es un retrato que hizo de su servilleta mi hija mayor, Renata Iberia.