La Opinión de ayer insistió en uno de esos temas de eterna actualidad en La Laguna: el periférico. “Un peligro, circular por el periférico en GP”, sintetiza la cabeza de la nota firmada por Lucero Sánchez. Yo ampliaría la peligrosidad, claro, pues son tan riesgosos los tramos de Lerdo y de Torreón como el de Gómez. De hecho, debo recordar algo que mis escasos asiduos ya saben: hace años hice la casi religiosa promesa de escribir (léase despotricar en vano) unas dos veces al año contra ese libramiento de la muerte. Pues bien, éste es, creo, el segundo berrinche que le dedico en 2008. Aunque no pase nada, me consuela pensar que sistemáticamente me he impuesto “la manda” de ser humilde vocero de quienes no saben que soy su humilde vocero, pero que de todos modos necesitan a alguien que machaque el tópico: el periférico Torreón-Gómez Palacio-Lerdo es una carretera endemoniada.
Hay una especie de mal de origen que, tras un dispendio infinito, no concluye jamás en el enderezamiento definitivo de la primigenia trochez que exhibe nuestro periférico. No sé cómo fue planeado, pero es evidente que nunca ha satisfecho las expectativas de un urbanismo medianamente pensado a la medida de la seguridad humana. Si cruzar por cualquier punto de la región demanda que los cinco sentidos estén puestos tanto en el volante como en los otros vehículos, el periférico exige además ir “cazando” las sorpresas que ofrece la carretera. Si no es un bache, es un camellón que brota de repente; si no es un mal señalamiento, es un tramo con imprudente grava y sin advertencia. Por eso me extraña que hasta el momento no haya ocurrido allí un accidente de dimensiones mayúsculas. Eso ha sido un milagro que le debemos a la virgencita. Tal percance de tamaño brutal es totalmente indeseable, cierto, pero todo hace pensar que, dadas las características de esa vía, en cualquier momento padeceremos la narración de algún siniestro de los que generan, eso sí, inmediatas y absurdas explicaciones de la autoridad.
En la torpeza del diseño que tiene el periférico me basé el 21 de octubre de 2007 para escribir “Seguros automáticos”, colaboración escrita de burlas veras donde propuse que, en vista del problema, todos los ciudadanos que transiten por allí gocen de un seguro automático: “Su puesta en vigor es fácil, y no tiene costo político si vemos la realidad tan cruda como se nos presenta: si es un hecho que tal parte de las ciudades hermanas nunca será ni mínimamente segura, que por errores históricos de diseño (cuya cereza es el DVR) el periférico jamás estará cerca de los estándares mundiales de seguridad vial, ¿que costo político puede tener la acusación de ineptitud a ‘pasadas administraciones’ y el obsequio de los seguros por accidente?”. La propuesta sigue en pie para todos los “niveles de gobierno”, como les dicen.
Terminal
En nuestra gustada sección “Estudios en el extranjero”, va: Se cuenta que el hijo del patrón viaja a Francia con el fin de hacer un doctorado. Pasa un lustro y vuelve a su tierra convertido ya en doctor en Derecho por la Sorbona. En sus ratos libres ayuda a su padre en las tareas de la empresa, y todos los trabajadores no dejan de admirarse ante la preparación y la capacidad “del doctor”. Uno de ellos, recién contratado, siente un malestar, y a la primera oportunidad lo aborda: “Oiga, doctor. Fíjese que traigo un problemilla”. “A ver, dígame”, le responde el profesionista. “No, pos, desde hace algunas semanas me anda doliendo mucho el testículo izquierdo”. El abogado, sonriente y comprensivo, le aclara: “No, mi amigo, yo soy doctor, sí, pero en de-re-cho”. “¡Ah caray!, pos que especializao”, concluye el trabajador.
Hay una especie de mal de origen que, tras un dispendio infinito, no concluye jamás en el enderezamiento definitivo de la primigenia trochez que exhibe nuestro periférico. No sé cómo fue planeado, pero es evidente que nunca ha satisfecho las expectativas de un urbanismo medianamente pensado a la medida de la seguridad humana. Si cruzar por cualquier punto de la región demanda que los cinco sentidos estén puestos tanto en el volante como en los otros vehículos, el periférico exige además ir “cazando” las sorpresas que ofrece la carretera. Si no es un bache, es un camellón que brota de repente; si no es un mal señalamiento, es un tramo con imprudente grava y sin advertencia. Por eso me extraña que hasta el momento no haya ocurrido allí un accidente de dimensiones mayúsculas. Eso ha sido un milagro que le debemos a la virgencita. Tal percance de tamaño brutal es totalmente indeseable, cierto, pero todo hace pensar que, dadas las características de esa vía, en cualquier momento padeceremos la narración de algún siniestro de los que generan, eso sí, inmediatas y absurdas explicaciones de la autoridad.
En la torpeza del diseño que tiene el periférico me basé el 21 de octubre de 2007 para escribir “Seguros automáticos”, colaboración escrita de burlas veras donde propuse que, en vista del problema, todos los ciudadanos que transiten por allí gocen de un seguro automático: “Su puesta en vigor es fácil, y no tiene costo político si vemos la realidad tan cruda como se nos presenta: si es un hecho que tal parte de las ciudades hermanas nunca será ni mínimamente segura, que por errores históricos de diseño (cuya cereza es el DVR) el periférico jamás estará cerca de los estándares mundiales de seguridad vial, ¿que costo político puede tener la acusación de ineptitud a ‘pasadas administraciones’ y el obsequio de los seguros por accidente?”. La propuesta sigue en pie para todos los “niveles de gobierno”, como les dicen.
Terminal
En nuestra gustada sección “Estudios en el extranjero”, va: Se cuenta que el hijo del patrón viaja a Francia con el fin de hacer un doctorado. Pasa un lustro y vuelve a su tierra convertido ya en doctor en Derecho por la Sorbona. En sus ratos libres ayuda a su padre en las tareas de la empresa, y todos los trabajadores no dejan de admirarse ante la preparación y la capacidad “del doctor”. Uno de ellos, recién contratado, siente un malestar, y a la primera oportunidad lo aborda: “Oiga, doctor. Fíjese que traigo un problemilla”. “A ver, dígame”, le responde el profesionista. “No, pos, desde hace algunas semanas me anda doliendo mucho el testículo izquierdo”. El abogado, sonriente y comprensivo, le aclara: “No, mi amigo, yo soy doctor, sí, pero en de-re-cho”. “¡Ah caray!, pos que especializao”, concluye el trabajador.