En una región como la nuestra, lactante cultural y auspiciadora inagotable de diletantismo en todos los terrenos del quehacer artístico, la presencia escasa pero real de creadores bien formados es, por decir lo menos, agradecible. La gran cancha del amateurismo y el candor, del artificio desideologizado y marcadamente ornamental tiene un lugar destacadísimo en las artes plásticas. Habitantes del subjetivísimo cosmos embarrador de lienzos o experimental a punta de ignorancia, cuántos oficiantes no hay que con cositas monas, con productos que están a medio camino del diseño de interiores, del balbuceo infantilista y de las manualidades se encaraman con toda impunidad en el pedestal de “artistas”. La ambigüedad del ejercicio crítico en torno a esos productos permite que de contrabando pase casi cualquier vaina, desde las muy rebeldes “intervenciones” hasta los óleos y los grabaditos para que las paredes luzcan de catego. De todo hay en esta viña. Pero también tenemos, claro, espíritus formados y con escuela, artistas que sin mucha alharaca ni brindis de socialité han mantenido una postura crítica no tanto contra el exterior, sino en relación a su propia obra. Entre otros pocos, no me perdonaría omitir a Marcela López, a Alonso Licerio, a Miguel Canseco (los tres, baste una prueba de su solvencia, maestros de lo suyo) y, muy recientemente y de nuevo entre nosotros, a Rowena Morales. En ella me detengo para, de paso, hacer el anuncio de que hoy a las 20:00 horas inaugura una exposición titulada “La magia de lo singular”, esto en Cuatro Caminos.
Rowena Morales nació en Ciudad Obregón, Sonora, pero los años siempre decisivos de la infancia los pasó en Torreón. A los 16 años partió a la ciudad de México y allá estudió comunicación en la UIA y Artes Visuales en la Escuela de Artes Plásticas de la UNAM. Tiempo después, los apetitos del arte la llevaron a recorrer mundo, principalmente a Inglaterra, Islandia y Estados Unidos, donde continuó sus estudios. En ese trajín, la sonorense-lagunera estrechó vínculos con las más destacadas artistas de los setenta en la ciudad de México. Además de muchas y notables exposiciones de su trabajo en museos como el de Arte Moderno del DF, Rowena es de las pocas —por no decir la única— artistas avencindadas hoy en Torreón que puede presumir de una recepción crítica de altura, es decir, ajena a los estrechos cubiles de la localidad y su sospechoso aplauso. Su obra ha sido observada con reconocimiento por especialistas como Raquel Tibol y Jorge Alberto Manrique, entre otros. Ha recibido, asimismo, significativas menciones en documentales sobre arte moderno mexicano, como el que hace algunos meses fue transmitido en la serie México Siglo XXI, de editorial Clío.
Uno de esos trabajos críticos sobre su obra es El imaginario femenino en el arte: Mónica Morales, Rowena Morales y Carla Rippey (2007), ensayo donde Lorena Zamora Betancourt asedia la presencia y las peculiaridades de lo femenino en estas tres artistas mexicanas que han mezclado el discurso plástico con la teorización sobre el movimiento feminista que tuvo en los setenta su época de mayor empuje. La coedición, excelentemente presentada, como cumple a un libro de/sobre arte, es del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas; del Instituto Nacional de Bellas Artes y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Basada en la obra de tres creadoras mexicanas, Zamora Betancourt señala que emprendió esta obra con el propósito de “internarme en el universo creativo de las mujeres, explorar su terreno temático, conceptual y metafórico para tratar de ubicar la existencia del imaginario femenino en el arte y reconocer cuáles son sus características”. La obra de Rowena está allí, evaluada en esas grandes ligas de la crítica. Es un gusto saber que ha vuelto a Torreón, la tierra donde forjó su primera luz creativa, el magma original de su visión.
Rowena Morales nació en Ciudad Obregón, Sonora, pero los años siempre decisivos de la infancia los pasó en Torreón. A los 16 años partió a la ciudad de México y allá estudió comunicación en la UIA y Artes Visuales en la Escuela de Artes Plásticas de la UNAM. Tiempo después, los apetitos del arte la llevaron a recorrer mundo, principalmente a Inglaterra, Islandia y Estados Unidos, donde continuó sus estudios. En ese trajín, la sonorense-lagunera estrechó vínculos con las más destacadas artistas de los setenta en la ciudad de México. Además de muchas y notables exposiciones de su trabajo en museos como el de Arte Moderno del DF, Rowena es de las pocas —por no decir la única— artistas avencindadas hoy en Torreón que puede presumir de una recepción crítica de altura, es decir, ajena a los estrechos cubiles de la localidad y su sospechoso aplauso. Su obra ha sido observada con reconocimiento por especialistas como Raquel Tibol y Jorge Alberto Manrique, entre otros. Ha recibido, asimismo, significativas menciones en documentales sobre arte moderno mexicano, como el que hace algunos meses fue transmitido en la serie México Siglo XXI, de editorial Clío.
Uno de esos trabajos críticos sobre su obra es El imaginario femenino en el arte: Mónica Morales, Rowena Morales y Carla Rippey (2007), ensayo donde Lorena Zamora Betancourt asedia la presencia y las peculiaridades de lo femenino en estas tres artistas mexicanas que han mezclado el discurso plástico con la teorización sobre el movimiento feminista que tuvo en los setenta su época de mayor empuje. La coedición, excelentemente presentada, como cumple a un libro de/sobre arte, es del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas; del Instituto Nacional de Bellas Artes y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Basada en la obra de tres creadoras mexicanas, Zamora Betancourt señala que emprendió esta obra con el propósito de “internarme en el universo creativo de las mujeres, explorar su terreno temático, conceptual y metafórico para tratar de ubicar la existencia del imaginario femenino en el arte y reconocer cuáles son sus características”. La obra de Rowena está allí, evaluada en esas grandes ligas de la crítica. Es un gusto saber que ha vuelto a Torreón, la tierra donde forjó su primera luz creativa, el magma original de su visión.