Cuando el pasado 16 de marzo terminaron las elecciones del PRD hubo un concierto de voces que comentó, casi en plan celebratorio, el “cochinero” resultante de aquellas internas tan accidentadas. Inmejorable resultó para la mayor parte de la prensa esa demostración de caos y chanchullos perpetrados por tirios chuchos y troyanos encinistas. Era, al fin, una prueba más, y contundente, de las maneras harto primitivas de hacer política que tanto ha ejercitado la “izquierda” mexicana. Si ellos no son capaces de ponerse de acuerdo, se cacareó en los medios, ¿cómo quieren que les sea aceptado el argumento de que ganaron en 2006 y cómo quieren que, dado su connatural salvajismo, se les entregue el poder? Las elecciones de marzo 16 fueron un desastre producido por los propios errores del PRD, cierto, pero también por la permanente cooptación ejercida sobre sus cuadros más dóciles.
La impresión que dejó en la mayor parte de los simpatizantes sin vela en el entierro fue que, en efecto, el llamado “cochinero” fue entreverado y laberíntico, y que no había poder humano capaz de desenredarlo sin padecer la merma del escepticismo. Todo quedó, pues, en impasse, en maraña de votos buenos, nulos, fantasmales, marrullerías, zancadillas, gargajos a la cara y puñaladas por debajo de la mesa. En esa situación, poca confianza despertaba cualquier resultado “oficial”, y menos simpatía generó la bravucona y temporaria imposición de Guadalupe Acosta Naranjo, político atornillado a las órdenes de Jesús Ortega, es decir, un moderado, un conciliador, como se les llama en la prensa nacional a los perredistas que tienen la jugosa habilidad de decir que sí, aunque con muchos rodeos discursivos de pantalla, a las iniciativas del gobierno federal cuestionado por el ala radical.
Ahora que por unanimidad el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) determinó revocar la declaración de nulidad en los comicios para elegir al presidente nacional y secretario general del PRD, emitida por la Comisión Nacional de Garantías (CNG), se da, varios meses después de la atropellada elección, la victoria al chuchismo navarretismo. Se veía venir, así que la oportunidad queda abierta al otro PRD: reconstruirse con lo que queda, sin tantos disparates y pensando quizá, ahora sí, en otro partido.
Terminal
En nuestra gustada sección “Dedicatorias inmortales”, va: el mejor tratado que conozco sobre el arte de la dedicatoria se llama “Arte de la dedicatoria” y está en el libro Disertación sobre las telarañas; en él, Hugo Hiriart, su autor, especula sobre el uso más atinado de ese renglón apapachatorio que suele encabezar ciertos trabajos; da ejemplos hipotéticos: el mejor, éste: “Para toda la humanidad, menos para Enrique Krauze”. Yo también he sido dedicatario; más de un amigo me ha regalado algo, algún texto de su cosecha. El más grande y generoso ha sido Miel de maple, primer libro de cuentos de Miguel Báez, que me fue otorgado íntegramente. De todas las dedicatorias que he recibido, sin embargo, sólo una no me gustó; afortunadamente, leí el original antes de ser publicado y puede impedirla. La rechacé por el uso de cierta palabra; como sabemos, algunos términos tienen connotaciones ambiguas en el español de México. Por ejemplo, si uno dice “chile”, esa palabra puede referirse al aditivo picante y comestible o a cierto objeto corporal de naturaleza venérea. Eso pasaba en la dedicatoria que rechacé; decía: “Para Jaime Muñoz, este grano de mi mazorca literaria”. Obviamente, la palabra “mazorca” suena allí maldosa, poco adecuada para alguien que, como yo, sabe cuidarse de cabrones albureros (nota: hoy jueves a las 8 de la noche estará Higo Hiriart en el Museo de la Revolución; por allí nos vemos).
La impresión que dejó en la mayor parte de los simpatizantes sin vela en el entierro fue que, en efecto, el llamado “cochinero” fue entreverado y laberíntico, y que no había poder humano capaz de desenredarlo sin padecer la merma del escepticismo. Todo quedó, pues, en impasse, en maraña de votos buenos, nulos, fantasmales, marrullerías, zancadillas, gargajos a la cara y puñaladas por debajo de la mesa. En esa situación, poca confianza despertaba cualquier resultado “oficial”, y menos simpatía generó la bravucona y temporaria imposición de Guadalupe Acosta Naranjo, político atornillado a las órdenes de Jesús Ortega, es decir, un moderado, un conciliador, como se les llama en la prensa nacional a los perredistas que tienen la jugosa habilidad de decir que sí, aunque con muchos rodeos discursivos de pantalla, a las iniciativas del gobierno federal cuestionado por el ala radical.
Ahora que por unanimidad el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) determinó revocar la declaración de nulidad en los comicios para elegir al presidente nacional y secretario general del PRD, emitida por la Comisión Nacional de Garantías (CNG), se da, varios meses después de la atropellada elección, la victoria al chuchismo navarretismo. Se veía venir, así que la oportunidad queda abierta al otro PRD: reconstruirse con lo que queda, sin tantos disparates y pensando quizá, ahora sí, en otro partido.
Terminal
En nuestra gustada sección “Dedicatorias inmortales”, va: el mejor tratado que conozco sobre el arte de la dedicatoria se llama “Arte de la dedicatoria” y está en el libro Disertación sobre las telarañas; en él, Hugo Hiriart, su autor, especula sobre el uso más atinado de ese renglón apapachatorio que suele encabezar ciertos trabajos; da ejemplos hipotéticos: el mejor, éste: “Para toda la humanidad, menos para Enrique Krauze”. Yo también he sido dedicatario; más de un amigo me ha regalado algo, algún texto de su cosecha. El más grande y generoso ha sido Miel de maple, primer libro de cuentos de Miguel Báez, que me fue otorgado íntegramente. De todas las dedicatorias que he recibido, sin embargo, sólo una no me gustó; afortunadamente, leí el original antes de ser publicado y puede impedirla. La rechacé por el uso de cierta palabra; como sabemos, algunos términos tienen connotaciones ambiguas en el español de México. Por ejemplo, si uno dice “chile”, esa palabra puede referirse al aditivo picante y comestible o a cierto objeto corporal de naturaleza venérea. Eso pasaba en la dedicatoria que rechacé; decía: “Para Jaime Muñoz, este grano de mi mazorca literaria”. Obviamente, la palabra “mazorca” suena allí maldosa, poco adecuada para alguien que, como yo, sabe cuidarse de cabrones albureros (nota: hoy jueves a las 8 de la noche estará Higo Hiriart en el Museo de la Revolución; por allí nos vemos).