Muerto
uno, vivo todavía el otro, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa siguen vendiendo
libros casi como en sus mejores tiempos. Tienen pues al menos seis décadas como
caciques en la mesa de novedades, cada uno con sus títulos o, como sucede en Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en
América Latina (Alfaguara, 2021, México, 151 pp.), a cuatro manos, con la
firma de ambos en la desconcertante tapa. Y sí, es desconcertante porque
desde mediados de los setenta ya no se les vio juntos, luego del legendario
puñetazo que el peruano propinó al colombiano. Nunca se supo bien a bien el
motivo de aquella desavenencia, misterio que, según sé, explora Los genios, novela del simpático Jaime
Bayly recién expuesta al morbo literario.
Prologada
por Luis Javier Vásquez, Dos soledades
contiene un par de largas conversaciones entabladas entre García Márquez y
Vargas Llosa. Se dieron en Lima, Perú, los días 5 y 7 de septiembre de 1967 en
el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de
Ingeniería. Un año después apareció la primera edición de los diálogos cuyo
principal animador fue el ensayista José Miguel Oviedo, y desde entonces casi
nada se sabía sobre las dos charlas limeñas. Alfaguara, al rehidratarlas,
permite que escuchemos con los ojos una charla peculiar por su contexto
inmediato: unos meses antes de que dialogaran en Perú, García Márquez había
publicado Cien años de soledad con el
éxito que ya sabemos, y Vargas Llosa había recibido el premio Rómulo Gallegos
por La casa verde. Aunque ya tenían
un intenso contacto epistolar, fue en Venezuela donde se conocieron y los
acercó aún más la admiración mutua.
Dos soledades
suma varios textos apendiculares de otros escritores y periodistas. Hacen notar
lo que el lector hallará por su propio pie: que los dos diálogos se
desarrollaron más bien en formato de entrevista: frente al público que abarrotó
el auditorio, Vargas Llosa hizo las preguntas y García Márquez respondió. Esto,
me parece, es entendible en función de dos circunstancias: la primera, que el
peruano era de algún modo el anfitrión, y, la segunda, que García Márquez ciertamente
ya era conocido por la volcánica fama de su cuarta novela, pero poco se sabía
realmente sobre él, sobre su vida y su personalidad, de ahí que su amigo
escarbara con preguntas que le dieron al encuentro una tesitura de exploración biográfica.
Luis
Javier Vásquez advierte en las páginas preliminares un dato muy relevante: que allí
todavía no se habla de “realismo mágico” y que apenas, muy tímidamente, asoma su
oreja la palabra “boom”. Esto da una
idea del momento en el que dialogan los dos escritores, el momento bisagra
(1967) marcado por la aparición de Cien
años de soledad y el tsunami de popularidad que conllevó para la narrativa
latinoamericana.
Las
conversaciones reflejan varias de las inquietudes que comenzaban a ventilarse
entre los lectores y los escritores de la época. La técnica, los temas, la
recepción, el ingrediente sociopolítico, el (por llamarlo de algún modo)
latinoamericanismo, el lenguaje, los colegas, la vida organizada o no en torno
de la literatura, los viajes, la biografía, las influencias, la imaginación y
el realismo, entre otros tópicos.
Se habla mucho, a veces con excesiva necedad, en contra de GGM y MVL, pero lo que hicieron está lejos de haber sido superado. Por todo, es pertinente la reedición de Dos soledades, pues gracias a ella somos testigos retroactivos de una coyuntura que sigue siendo, hasta la fecha, central para las letras de nuestro continente.