sábado, febrero 26, 2022

Cuento instructivo

 








Como otros géneros, el cuento puede llegar a no parecer cuento, sino un objeto muy distinto. De hecho, su catadura llega a tocar extremos harto atrevidos, casi colindantes con el no-cuento. Uno de los casos más radicales que conozco es “Instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight” (El libro del fantasma, 1999), de Alejandro Dolina. Se ubica tan a la orilla del espectro cuentístico que casi casi no lo es, aunque si lo observamos con detenimiento tiene rasgos que participan del texto breve narrativo. De hecho, supone tres formas de escritura, de ahí la dificultad que plantea para definirlo: la presencia de un personaje que habla en primera persona lo hace narrativo; la reflexión del personaje tiene algo de ensayístico y, por último, ofrece líneas vinculadas al género de escritura que podemos denominar “instructivo de producto comercial”, si es que esto existe. Veamos.

El texto no ha sido organizado en párrafos, sino mediante una numeración en incisos, como la acostumbrada en los instructivos. El primer y el segundo ítems cumplen cabalmente con la regla de este género, es decir, dan indicaciones:

1) Busque la flecha indicadora.

2) Presione con el dedo pulgar hasta que el cartón del envase ceda”.

Lo peculiar ocurre en el tercer ítem, sitio donde irrumpe la anomalía:

3) Disimule. Soy un joven escritor que no tiene otra ocasión que ésta de conectarse con las muchedumbres. Usted finja que sigue abriendo este estúpido paquete y yo le diré algunas verdades”.

A partir de este momento el instructivo pasa a ser un foro de expresión donde el redactor se comunica con sus lectores para alcanzar un propósito que desborda la frivolidad a la que estaba destinado, es decir, aleccionar sobre la apertura de un paquete. Para no alterar al lector potencial, el redactor del instructivo seguirá ofreciendo recomendaciones técnicas, pero en medio de ellas acometerá el objetivo de pensar en un asunto trascendente, vinculado con la subjetividad del ser humano. En síntesis, hará una veloz crítica del optimismo que solemos hallar en las mafufadas de la autoayuda. Para el redactor del instructivo, la alegría de oreja a oreja, la felicidad como dogma, es una falacia y por ello desea su demolición:

7) Escuche bien porque tenemos poco tiempo: la tristeza es la única actitud posible que los compradores de este jabón pueden adoptar ante un universo que no se les acomoda. Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de los supositorios, pero éste es apenas un descanso en el camino. Uno juega, retoza y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra diversión: apartar, desviar, llamar la atención hacia una cosa que no es la principal”.

Por supuesto, no diré en qué concluye la lista. Sólo añado que estas “Instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight” (de fácil consecución en internet) constituyen un texto asombroso por su originalidad, por su gracia y porque a fin de cuentas tiene sobrada razón en su repudio a los “sofistas risueños”.

Para mayor comodidad de mi esporádico lector, dejo inmediatamente aquí las:

“Instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight”

Alejandro Dolina

Trabajo realizado por Manuel Mandeb por encargo de la agencia de publicidad Vivencia.

1) Busque la flecha indicadora.

2) Presione con el dedo pulgar hasta que el cartón del envase ceda.

3) Disimule. Soy un joven escritor que no tiene otra ocasión que ésta de conectarse con las muchedumbres. Usted finja que sigue abriendo este estúpido paquete y yo le diré algunas verdades.

4) Los vendedores de elixir nos convidan todos los días a olvidar las penas y mantener jubiloso el ánimo. El Pensamiento Oficial del Mundo ha decidido que una persona alegre es preferible a una triste.

5) La medicina aconseja cosmovisiones optimistas por creerlas más saludables. Al parecer, la verdad perjudica la función hepática.

6) Viene gente. Siga la línea de puntos en la dirección indicada por la flecha.

7) Escuche bien porque tenemos poco tiempo: la tristeza es la única actitud posible que los compradores de este jabón pueden adoptar ante un universo que no se les acomoda. Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de los supositorios, pero éste es apenas un descanso en el camino. Uno juega, retoza y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra diversión: apartar, desviar, llamar la atención hacia una cosa que no es la principal.

8) Conversar acerca de estos asuntos es considerado de la peor educación. Los comerciantes se escandalizan, las personas optimistas huyen despavoridas, los maximalistas declaran que la angustia ante la muerte es un entretenimiento burgués y los escritores comprometidos gritan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Al respecto, mientras le recomiendo que no deje el paquete de jabón al alcance de los niños, le juro que todo lo que se escribe es de evasión, menos la metafísica: las noticias políticas, los libros de sociología, los horarios del ferrocarril, los estudios sobre las reservas de petróleo, no hacen más que apartarnos del tema central, que es la muerte.

9) Calcule 100 gr. de jabón por cada kilo de ropa sucia.

10) Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Por eso, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento: “es mejor no pensar...”. Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir alegría suspenden toda reflexión: la pirotecnia, la música bailable, las cantinas de la Boca, el metegol, los concursos de la televisión, las kermeses.

11) Separe la ropa blanca de la ropa de color. Y entienda que la tristeza tiene más fuerza que la alegría: un hombre recibe dos noticias, una buena y una mala. Supongamos que ha acertado en la quiniela y que ha muerto su hermana. Si el hombre no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El premio no lo consolará de la desgracia. Byron decía que el recuerdo de una dicha pasada es triste, mientras que el recuerdo de un pesar sigue siendo pesaroso.

12) No mezcle este jabón con otros productos y no haga caso de los sofistas risueños. Tarde o temprano alguien le dirá: Si un problema tiene solución, no vale la pena preocuparse. Y si no la tiene, ¿qué se gana con la preocupación?. Confunde esta gente las arduas cuestiones de la vida con las palabras cruzadas. La soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia no son problemas sino tragedias, y no es que uno se preocupe sino que se desespera.

Lloraba Solón la muerte de su hijo.

Un amigo se acerca y le dice:

—¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?

—Por eso —contestó Solón—, porque sé que es inútil.

13) No está tan mal ser triste, señora. El que se entristece se humilla, se rebaja, abandona el orgullo. Quien está triste de ensimisma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación. Participe del concurso “Vacaciones Sunlight” enviando este cupón por correo.

14) Ahora que se fue el jabonero, aprovecharé para confesarle que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste. Y no vaya a creer el ama de casa Sunlight que nuestras reuniones consisten en charlas lacrimógenas. Nada de eso: concurrimos a bailongos atorrantes, amanecemos en lugares desconocidos, cantamos canciones puercas, nos enamoramos de mujeres desvergonzadas que revolean el escote y hacemos sonar los timbres de las casas para luego darnos a la fuga. Los muchachos tristes nos reímos mucho, le aseguro. Pero eso sí: a veces, mientras corremos entre carcajadas, perseguidos por las víctimas de nuestras ingeniosas bromas, necesitamos ver un gesto sombrío y fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa atención, muchachos, que no me he olvidado de nada.

NOTA: Las instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight fueron rechazadas.

miércoles, febrero 23, 2022

Presentación del poemario Estar de paso

 









Estar de paso, primero libro de Alfredo Castro, será presentado este miércoles 23 de febrero a las 7 de la tarde en el Teatro Alfonso Garibay, Bravo 245 poniente, en Torreón. Los comentarios estarán a cargo de Sergio Rojas, Jaime Muñoz Vargas y el autor.

“Estamos ante un libro deslumbrante de un poeta joven en plena fulminación de las certezas, en plena restauración del lenguaje para intensificar la vida. Estar de paso nos invita a habitar de maneras más íntimas y sensibles el vértigo y la contemplación de nuestra época”, escribió Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo sobre esta obra.

Alfredo Castro Muñoz (Torreón, Coahuila, 1998). Egresado en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo por la Universidad Autónoma de Coahuila. Su poesía ha aparecido en distintos medios físicos y digitales como la revista Acequias, de la Ibero Torreón, y Estepa del Nazas, del Teatro Isauro Martínez, así como en los portales Red es Poder y Bitácora de vuelos. Ha publicado reseñas y artículos para la revista Siglo Nuevo. Actualmente es docente en materias de humanidades para bachillerato. Desde hace seis y tres años, respectivamente, participa en los talleres literarios del Teatro Isauro Martínez y de la UAdeC.

Sergio Rojas, presentador del libro, es maestro y poeta. Nació en Gómez Palacio y radica desde hace varios años en Torreón. Ha participado en talleres de poesía coordinados por: Jaime Augusto Shelley, Julio César Félix y José Vicente Anaya. Desde el año 2016 y hasta la fecha forma parte del Taller de Literatura de la Universidad Autónoma de Coahuila, Unidad Torreón, coordinado por Marco Antonio Jiménez. Actualmente se desempeña como Asesor Técnico Pedagógico y Director de Educación Especial en la Supervisión Escolar 509 en Torreón.

Por su parte, el escritor Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, en 1964, y reside en Torreón desde 1977. Es coordinador editorial y maestro de la Ibero Torreón y responsable del taller literario del Teatro Isauro Martínez. Ha publicado sobre todo libros de cuento.

La entrada es libre. Brindis.

Arma del humor


 






Los accesos a la crítica son muchos, tantos como personalidades de escritor existen. Si pensamos en dos polos sólo para simplificar lo complejo, en un lado estarían los examinadores de la realidad que observan todo con muy seria actitud, cejijuntos, graves en el trance de analizar; en el polo opuesto es viable considerar a los críticos jocosos, satíricos, burlones, aquellos que miran los fenómenos y los pasan a carcajadas por el microscopio.

La crítica sostenida en el humor es, claro, mucho más llevadera en el plano de la narrativa, no tanto en el del ensayo. Digamos que la caricaturización de un hecho puede llevarnos a pensar en la posibilidad de reflexionarlo, de sopesarlo en su condición de problema. Un poco fue así en el caso de Ibargüengoitia, quien para hacer crítica social, aunque no la pretendiera, se valió del humor en sus cuentos y novelas. Algo similar veo en el cuento “Sobre las plumas del pavo”, de Agustín Monsreal. Allí, para burlarse del machismo “seductor”, puédelotodo y pendejo de muchos hombres, el escritor yucateco apela al humor y expone que el frecuente acoso suele no tener disculpa.

Para empezar, el timbre juguetón del relato, narrado en primera persona por un escritor ya entrado en años, nos comparte el tono jocoso mediante el cual se expresa nuestro protagonista. Solicitado por una joven poeta como orientador en materia de poesía, el veterano escritor es invitado a la casa de la chica y en la solicitud ve un guiño del destino: ella, de nombre Casiopea, quiere algo más que magisterio. Ya para entonces sabe él, por las descripciones recibidas, que ella es “cabellimedusiana, ojidominadora, narihelénica, boquisuculenta, cuellicisnácea, pechidelicias, cinturiavispada, caderienérgica, glutipasmante, muslimanjares, chamorriexquisita…”. El viejo piensa así, con estas palabras compuestas y por supuesto ridículas.

Al oír los versos de la poeta, el maestro nota con horror que son monstruosos: “Luego que terminó de leer cuatro cinco de sus mamarrachadas rencorosas, levantó hacia mí el fulgor de sus ojazos y me miró, paciente y plácida como una esposa o una vaca”.

Su opinión, que debió ser sincera, pasa a ser otra cosa por el deseo de seducirla, lo que nos derrama en un final donde el macho es exhibido en toda su ridiculez y su prepotencia, y todo sin salir del humor.

sábado, febrero 19, 2022

Un cuento irrepetible












Lo celebro por enésima ocasión porque no deja de asombrarme. Me refiero al cuento “Los locos somos otro cosmos” (Las vocales malditas, 1988), de Óscar de la Borbolla. Para quienes no lo sepan, este libro contiene cinco cuentos, cada uno monovocálico, es decir, con una sola de las vocales en cada una de sus palabras, de ahí que sean cinco. Los títulos de los relatos también suponen este juego: “Cantata a Satanás”, “El hereje rebelde”, “Mimí sin bikini”, “Los locos somos otro cosmos” y “Un gurú vudú”. El que más me gusta es el de la “o”, que comento no sin antes decir que en Youtube hallé una versión dramatizada indudablemente genial, pese a la modestia de su producción.

“Los locos somos otro cosmos” me gusta por el juego monovócálico, claro, pero también por la peliaguda situación que plantea. Aunque se desarrolla en un laboratorio cerrado, es pura acción, una vertiginosa escalada de pequeñas situaciones incrustadas en la situación general: un loco, Rodolfo, está a punto de recibir una andanada de electrochoques. Quienes se encargan de ejecutar el procedimiento son el doctor Otto y sus asistentes, sor Flor y sor Socorro.

El cuento inicia cuando ya Rodolfo está aparentemente sometido. Todo parece una acción rutinaria: “Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: ‘No doctor, no... loco no...’ Sor Socorro lo frotó con yodo: ‘Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros’”. Lo que no saben quienes doblegan a Rodolfo es que éste va a rebelarse y, aunque primero quiere, sin éxito, sobornarlos con elogios, luego emplea toda su fuerza física para tratar de escapar: “soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. ‘¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!...’ Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró”. 

El intento de fuga queda en eso, en intento, pues el doctor Otto retoma la iniciativa y trata de convencer por la buena a Rodolfo para continuar con el suministro de los shocks: “Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...”.

Lo que viene a continuación es quizá la parte más poderosa, por conmovedora, del relato: Rodolfo explica que los shocks no son necesarios si se alcanza a comprender la otredad del loco, individuo que sólo es distinto. El loco toca aquí un vuelo poético hermosísimo cuando se refiere a las diferentes especies de vida, todas distintas, que le sirven de ejemplo para persuadir al doctor Otto sobre el respeto al otro: “Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...”. El cuento sigue y cierra igual, con la maravilla de su ejecución monovocálica y el desarrollo de su tema eje: el respeto al diferente.

“Los locos somos otro cosmos” es un cuento extraordinario y ahora lo reitero con un adjetivo algo manido pero justo en este caso: irrepetible.

Como es fácil hallarlo en internet, dejo el cuento a modo para facilitar su inmediata lectura. Lo que pueden hacer es oír el video mientras leen:

 

Los locos somos otro cosmos

Óscar de la Borbolla

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: “No doctor, no... loco no...” Sor Socorro lo frotó con yodo: “Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros”. Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: “No, doctor Otto, shocks no...” Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: “Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!” Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. “¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!...” Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró. 

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: “Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo... 

—No, doctor. No —sopló ronco Rodolfo—. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo... 

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot. 

Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: “Oh, doctor —lloró—, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón”. Otto contó cómo lo controló. 

—Otto, pospón los shocks —rogó sor Socorro. 

—No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro. 

—¿Cómo, doctor —notó sor Flor—, ocho volts? 

—No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo. 

—¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no. 

—¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots... 

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: “Don gorgojo”, “loco roñoso”, “golfo”. Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks. 

jueves, febrero 17, 2022

Los años de plomo en La Laguna

 









Los años de plomo, novela del escritor Hugo Esteve Díaz, será presentada este viernes 18 de febrero a las 7 de la noche en el Teatro Alfonso Garibay, de Torreón. La comentarán Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y el autor.


Hugo Esteve Díaz (Ciudad de México, 1955) es escritor, analista político y profesor. Ha publicado Las corrientes sindicales en México (1990), Los movimientos sociales urbanos, un reto para la modernización (1992), El sector social de la economía (1994), Las armas de la utopía. Tercera ola de los movimientos guerrilleros en México (1996) y Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México 1960-1990 (2013), entre varios libros más, como las compilaciones Recordanzas sobre René Avilés Fabila (2017), Antecedentes de la razón. Antología del cuento guerrillero (2018). Autor además, en literatura, del libro de cuentos Las dichosas vocales (2018) y ahora de la novela Los años de plomo (2021). Licenciado en Derecho con especialidad en Ciencia Política por la UVM-UNAM. Autor de una decena de libros. Ha sido articulista en varios periódicos y revistas, así como catedrático y expositor en diversas instituciones. En paralelo a estas actividades, es especialista en desarrollo de recursos humanos, relaciones de trabajo y gestión legal laboral.


En el prólogo de Los años de plomo, el también escritor regiomontano Hugo Valdés Manrique señala que “El interés de Hugo Esteve Díaz por la llamada guerra sucia que asoló al país hace medio siglo no se limita a los exhaustivos trabajos de investigación que ha venido publicando en años recientes: su gusto por la literatura lo condujo a escribir Los años de plomo para dar cuenta de pormenores de esa etapa desde un registro novelístico que mucho se agradece, en vista de cómo la narrativa revela aspectos y matices que inevitablemente escapan en una pieza ensayística y aun en el testimonio y el documento de denuncia”.


Por su parte, el lagunero Vicente Alfonso observó que el autor es “Conocido y reconocido por sus trabajos en torno a la llamada Guerra sucia, período en que el estado mexicano reprimió violentamente a los grupos políticos disidentes y opositores, Hugo Esteve Díaz confirma con esta novela que la ficción no es lo opuesto a la verdad, sino su complemento: una herramienta que permite poner en evidencia el carácter complejo de ciertas situaciones. Fraguada con el ritmo trepidante del thriller y la acuciosa paciencia del investigador, Los años de plomo es una poderosa ficción que nos permite ver con otros ojos ciertos pasajes clave de nuestra historia reciente”.

Saúl Rosales nació en Torreón, Coahuila, en 1940. Es Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de más de veinte libros de ensayo, cuento, poesía, novela y periodismo cultural.

Por su parte, Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, en 1964, y reside en Torreón, Coahuila, desde 1977. Ha publicado sobre todo libros de cuento.

La entrada a la presentación de Los años de plomo —novela sobre la guerra sucia desatada en los setenta— es libre.


miércoles, febrero 16, 2022

Escalar una cualidad

 







“El Malevo” (Matrioska, 2012), microrrelato de la escritora argentina Gilda Manso, muestra en cuatro párrafos el escalamiento de una cualidad, en este caso negativa. Como es breve, lo comparto entero:

“Comía la naranja sin pelarla. La partía al medio con un cuchillazo seco y la masticaba así, con cáscara. Esta costumbre le había hecho ganar el respeto de todo el pueblo. Esto, y su capacidad para desenfundar el revólver a la menor provocación.

Era conocido como El Malevo, y todos los días se sentaba en la mesa más arrinconada del bar, a la espera de algo. Todas las personas, tarde o temprano, lo buscaban para que los ayudase a solucionar problemas. El Malevo, con su revólver fácil, sus palabras escasas y sus desayunos de naranjas al mejor estilo macho que todo lo puede, tenía más poder que cualquiera.

Un mediodía de verano, arrastrando polvo y sudor, El Gigante irrumpió en el bar. Contó que venía de un pueblo remoto, huyendo del marido de alguien. Se sentó, apoyó los pies en el respaldo de la silla de El Malevo y ordenó un whisky. El Malevo lo miró con toda la incredulidad que podía permitirse y puso una mano en su arma. El Gigante no se inquietó: tomó un espléndido ananá de una frutera repleta y le pegó un mordisco feroz. Así, sin pelarlo.

El Malevo volvió a guardar la mano en el bolsillo y pagó una ronda de whiskies, por si acaso”.

Los primeros dos párrafos sirven para dibujar el perfil de El Malevo, su catadura de hombre rudo. Lo más llamativo es que devora naranjas sin eliminarles la cáscara, una costumbre que muy pocos pueden compartir. En esta parte asistimos a una especie de cliché: el del macho al que nadie en el pueblo osa contradecir, pues allí “tenía más poder que cualquiera”.

El tercer párrafo no es su contraste, sino la potenciación de la capacidad intimidatoria encarnada ahora en El Gigante, que es el mismo Malevo pero escalado hacia arriba. No sólo ostenta mayor tamaño físico, de ahí el apodo, sino algo mejor: despacha un fruto más grande, la piña, con el mismo hábito de no quitarle la cáscara, casi como si supiera que con eso se pone por encima del posible enemigo.

Todo es aquí una competencia de brutalidades en las que el vencido no tiene más remedio que ceder antes de ponerse en riesgo. El choque no se da, los whiskys gratis son la bandera blanca de El Malevo, quien pierde sin pelear.

sábado, febrero 12, 2022

Sorpresa imprevista

 









La arquitectura del cuento clásico no es la única que es posible elegir a la hora de emprender la hechura de un relato breve; es viable tomar un camino más laxo aunque sin diluir totalmente el argumento que apunta hacia el destello final. Pienso por ejemplo en “Me basta” (Mariana Constrictor, 2011), de Guillermo Fadanelli, historia en la que al parecer nos apartamos de la narración con un planteo dual (historia A e historia B), pero, así sea de manera tenue, sin romper del todo con la estructura paralela.

A primera vista, “Me basta” da la impresión de ser un cuento como muchos otros de Fadanelli: desenfadado, distendido, una especie de recorte de la realidad. Su prosa y el ambiente al que se refiere apuntalan el guiño relajado: los personajes son jóvenes y lo que se cuenta no quiere, en apariencia, orillarnos hacia una sorpresa final. Sin embargo, la logra de manera sutil, pues el cuento se apaga y nos deja con la sensación de que, en efecto, asistimos a una sorpresa.

El personaje, como es frecuente en la narrativa actual, cuenta en primera persona una andanza cualquiera. En este caso, recuerda cómo conoció a una chica, Siena. Él se encontraba en una fiesta casera y al necesitar un baño ve que el de abajo está ocupado. Se anima entonces, sin permiso, a subir unas escaleras, localiza el otro baño y abre la puerta; lo que encuentra es a Siena metida en una bañera con unos audífonos puestos. Queda petrificado. Lejos de asustarse, la joven comienza a dialogar con él (“¿Vienes a drogarte o eres un pervertido?”) y le pregunta si tiene cocaína. Luego de que él le deja una grapa al lado de la bañera, sale del baño y poco después desaparece de la fiesta con una novedad: la imagen de Siena tatuada en el cerebro.

Nos enteramos luego de que el tipo es escritor, que vive solo y es un tanto bobo al menos para lidiar con chicas. El recuerdo de Siena en la bañera no se le desvanece y ocurre que en un anuncio de publicidad ve su foto en la calle. Luego acontece un hecho maravilloso: ella aparece en su departamento, y lleva un perro, Severino. Dialogan, ella le explica cómo dio con la dirección y le pide la bañera y una dosis droga. A partir de allí comienzan con una relación extraña: él se declara su esclavo y ella toma al pie de la letra la dependencia: “Puedes acompañarme dos veces por mes al cine, a una reunión o a donde sea, pero la condición es que no te atrevas a hablar conmigo, serás como Severino, ¿te parece, señor escritor? Sólo responderás a mis preguntas y si un día tomas libertades de más o rompes las reglas nunca volveré a bañarme en tu tina”.

El relato parece ser eso nomás, la estampa de un tipo dependiente de una joven, ambos unidos por un lazo que equivale a nada, pues ni sexo hay, ni siquiera un pinchurriento besito.

Sin embargo, la sorpresa llega junto al cierre: “A veces, Siena me permite acompañarla cuando sale a divertirse con sus amigos, pero debo mantenerme en una mesa apartada y no intervenir a menos que ella lo demande. Sólo cuando vamos al cine me deja permanecer a su lado y entonces soy tremendamente dichoso”. Luego, en el remate, suelta una frase en la que quedan plasmadas sus modestísimas aspiraciones.

miércoles, febrero 09, 2022

Los famosos dos hilos

 











Borges defendía la validez del cuento policial en función no tanto del contenido sino, principalmente, de la forma. Decía más o menos que en un mundo literario, el contemporáneo, éste en el cual vivimos, que se caracterizaba por el caos, una creación narrativa que respeta el principio, el medio y el fin es una especie de llamado al orden. Subrayó, en la misma orientación, que “el cuento debe constar de dos argumentos; uno falso, que vagamente se indica, y otro, el auténtico, que se mantendrá secreto hasta el fin”.

Esto, luego suscrito por Piglia con la noción de “los dos hilos”, puede ser una forma algo mecánica de acometer un cuento, más si el lector está previendo que la historia va por un lado cuando en realidad va por otro. Sí, el postulado del argumento bicéfalo puede mecanizar demasiado, pero no tengo duda de que empleado con pericia puede resultar muy grato.

En el cuento “Una cuestión de química, digamos” (sólo publicado en internet), de Roberto Bardini, se cumple a plenitud el flujo paralelo de las dos historias. Por un lado, el gordo dice haber investigado bien a quien ha elegido como colaborador, y el colaborador no da señas de estar en desacuerdo. El gordo es un vulgar delincuente, pero se las da de fino. Su nuevo secuaz narra en primera persona y piensa con escepticismo en quien lo ha contratado para mover plata robada a Panamá, un paraíso fiscal. Tenemos aquí, ya bien trazado, el hilo A de la narración.

Lo que no sabe el gordo es que, de inmediato, Marlogüe, el personaje-narrador, ha puesto en marcha un plan que constituye el hilo B del relato. El hilo A planteó que el gordo lo llevará al aeropuerto con el fin de que deposite varios kilos de euros en diferentes bancos: “su comisión será… digamos… de alrededor de medio kilo [de euros], además de viáticos y todos los gastos de alojamiento en hoteles de cinco estrellas”.

En el camino, sin embargo, asistimos como lectores a un hecho raro: están siendo perseguidos. La historia B entra en escena ("yo tenía mejores planes") sin que lo sospechemos hasta derramarse en un desenlace que notamos lógico no sólo porque es lógico, sino porque el mismo protagonista concluye que tal final era inevitable dada la torpeza y la pesadez (no sólo física) del gordo.

Como no sé si esté a la mano en otro lado, asiento aquí mismo el cuento de Bardini:

Una cuestión de química, digamos

Roberto Bardini

—Lo he investigado minuciosamente y usted es el hombre indicado, amigo Marlogüe —fanfarroneó el gordo—. Y espero que este primer trabajo que voy a encargarle sea el inicio de una… digamos… fructífera relación de conveniencia recíproca.

El gordo estaba sentado frente a mi destartalado escritorio e intentaba imitar los modales y el lenguaje de los hombres de negocios. Vestía un traje de 600 dólares, la corbata era de seda y el anillo tenía casi el mismo tamaño que un escudo medieval; sólo el reloj costaba el equivalente a lo que yo pago durante doce meses por el alquiler de mi oficina en el barrio de Balvanera. Pero a pesar del decorado y la utilería que llevaba encima, el tipo era más ordinario que un diente de madera.

—El trabajo es sencillo —continuó—. Una vez por mes deberá viajar en un avión privado a un país centroamericano o caribeño y llevar un maletín con cinco o seis kilos de euros. Los depositará cada vez en un banco diferente, que le indicaré en su momento, y su comisión será… digamos… de alrededor de medio kilo, además de viáticos y todos los gastos de alojamiento en hoteles de cinco estrellas.

Me dijo que dentro de tres días él mismo me llevaría al aeropuerto. Mi avión saldría a la una de la mañana con destino a Panamá. Allí tomaría otro vuelo rumbo a Belice.

—Confío en usted —agregó—. Es una cuestión de química, digamos.

Me entregó dos mil dólares como adelanto de viáticos y se fue.

Abrí la última gaveta de mi escritorio, saqué la botella de whisky y me zampé un trago doble. Miré el techo a punto de caerse, las paredes descascaradas, la alfombra raída y planifiqué muy bien mi próxima faena. Cuando estuve seguro de lo que tenía que hacer, llamé por teléfono a mi amiga Candela. Le dije que a la noche no fuera al puticlub donde trabajaba porque yo tenía mejores planes.

* * *

Tres días después, el gordo me llevaba al aeropuerto en su Audi R8. En la autopista fanfarroneó que era el mismo modelo que usaba Leo Fariña.

—Pero digamos que espero no terminar como él —comentó.

“No”, pensé. “Digamos que vas a terminar peor”.

Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar, me di vuelta y miré hacia atrás.

—Nos siguen —le informé—. Hay un coche que viene detrás de nosotros desde la primera caseta de peaje.

Observó por el espejo retrovisor.

—¿Le pidió a alguien que nos custodiara? —pregunté.

—No… —balbuceó.

—Bien —dije y desenfundé mi pistola Glock 19 modelo Compact—. En cuanto pueda, salga de la autopista, estacione entre los árboles y apague las luces.

En cuanto pudo, tomó un camino lateral, zigzagueó en un sendero de tierra, se detuvo entre unos arbustos y apagó las luces. Pocos minutos después vimos los faros de un automóvil que se desplazaba a baja velocidad por el sendero buscándonos en la oscuridad.

Bajé y tomé posición de tiro parapetado en la parte delantera del coche. Cuando el otro vehículo estuvo a menos de diez metros, disparé seis veces.

Sin moverme de mi posición, observé a través del parabrisas destrozado del Audi. La cabeza del gordo parecía una cacerola llena de hamburguesas crudas.

Se fue de este mundo apaciblemente, sin siquiera enterarse que se iba. No hubo sorpresa ni dolor en su partida. Traté de ser considerado con él, pero no podía darle oportunidad de que cualquier día se transformara en un “arrepentido” y comenzara a deambular por los canales de televisión hablando de más en programas farandulescos. En mi profesión, hay que ser discreto.

No merecía tanta consideración, sin embargo. Según él, me había investigado minuciosamente. Tendría que haberse enterado que detesto viajar en avión, que no tolero ni el clima, ni la comida, ni la gente de los países centroamericanos o caribeños y que nunca me alojo en hoteles de cinco estrellas. Además, los que me conocen saben que no soporto a los fanfarrones. Cuestión de química, digamos.

Guardé la pistola, saqué el maletín con los cinco o seis kilos de euros y caminé hacia los faros del coche que nos había seguido. Abrí la puerta del acompañante y subí.

—¿Cómo salimos de aquí? —preguntó Candela.

—No tengo la más pálida idea, pero no te preocupes —dije y le di unos golpecitos al maletín—. A partir de ahora tenemos toda la vida para encontrar una salida.

sábado, febrero 05, 2022

Fuerza de la ironía







 

Hay cuentos que además de ser cuentos, es decir, en los que además de darse la circularidad propia del género (Cortázar asimilaba este género a una esfera), encuentran otros recursos para sostener su eficacia. Uno de ellos es “La ley de Herodes” (publicado en el libro homónimo de 1967) de Jorge Ibargüengoitia, historia atravesada enteramente por la ironía. Da la impresión de ser fácil, pero no lo es, pues el humor corre el riesgo de ser fallido si se excede en su recurrencia o si el autor no tiene el “toque” justo para administrarlo.

“La ley de Herodes” es tal vez el cuento más conocido del guanajuatense. Esto quizá se debe al hecho de que el autor decidió bautizar su libro de narrativa breve más famoso con tal título, además de que en México bien sabemos el mensaje trágico-jocoso que encierra dicha expresión: “Así es la ley de Herodes —solemos decir, o solíamos—: o te chingas o te jodes”, usada cuando, obligados por cualquier circunstancia, hacemos algo cuyo resultado será indefectiblemente negativo.

Así, en el cuento, nuestro protagonista se enfrenta a la ley de Herodes mexicana: si hace lo que le indican, se chinga (pues lo sobajan en el examen médico); si no, se jode (pues pierde la beca a la que aspira). No tiene pues escapatoria, ha sido acorralado por la realidad, y esto acaso se deba al hecho de no actuar con sinceridad ideológica. Un rábano, parece decir Ibergüengoitia a su risueño modo, merece cualquier vejamen si no abraza en serio sus ideales. Veamos el cuento, que tiene un arranque muy cuentístico: “Sarita me saco del fango, porque antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo entender que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del proletariado; me hizo leer a Marx, a Engels y a Carlos Fuentes, ¿y todo para qué? Para destruirme después con su indiscreción”.

En la frase final del párrafo se agazapa la expectativa del lector: ¿cuál es esa indiscreción? Para conocerla debemos recorrer toda la historia. Muy pronto notamos la contradicción del personaje; él mismo afirma ser un converso del socialismo y muy poco después nos hace saber que solicitó, e igual hizo su amiga Sarita, una beca norteamericana. Eso en sí mismo (durante los sesenta) era ya una muestra de debilidad ideológica. Entre otros trámites, ambos deben someterse a un examen médico riguroso al que deben acudir con una muestra de orina y excremento. Para el narrador esa es en sí misma una humillación, pero admite llevar sus excrecencias en los frascos adecuados. La enfermera exhibe las muestras delante de los dos, y la humillación aumenta, pero nada es más grave que lo que pasará cuando nuestro personaje pase a ser revisado por el doctor Philbrick, quien luego de aplicarle un cuestionario le pide que se desvista y se empine para palparle el ano en busca de “úlceras en el recto”. La imagen es desoladora, y pone a prueba la voluntad del aspirante a becario frente al abuso del yanqui. Al final recordaremos el principio del relato, como suele pasar en muchos cuentos: la indiscreción de Sarita pulverizará, no sin una ironía final, la dignidad del protagonista, un falso rojo.


jueves, febrero 03, 2022

Cantata-homenaje por Raúl Ramos Zavala

 

















En largas charlas sabatinas con Saúl Rosales hemos atravesado una diversidad de temas cuya enumeración aquí sería tediosa. Sobre literatura han deambulado las conversaciones más frecuentes, pues esta actividad, la de leer/escribir textos inscritos en el rubro de lo literario, es la más cercana a nuestras vidas. En otros intereses, Saúl venía comentándome desde hace algunos meses su deseo de recordar —lo que hizo en 2020-2021 con artículos y ahora, recién amanecido el 2022, con un libro— la figura de Raúl Ramos Zavala, lagunero muy poco conocido en su tierra. Supe y leí algunos de los artículos que Saúl compartió en la revista Siglo Nuevo, de suerte que hoy, con la publicación del libro Cantata por Raúl Ramos Zavala. Polifonía para un héroe comunista, su proyecto llega a una especie de culminación y al mismo tiempo se convierte en punto de partida para nuevas indagaciones.

Saúl Rosales nació en Torreón, Coahuila, en 1940. Es Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Su libro de cuentos Autorretrato con Rulfo fue seleccionado para la colección “Literatura Mexicana Contemporánea ¿Ya Leíssste?” Se le concedió el reconocimiento de Creador Emérito de Coahuila en 1999; se le otorgó el de Ciudadano Distinguido de Torreón en 1990 y 2004 y la medalla al Mérito Universitario “Miguel Ramos Arizpe”, de la Universidad Autónoma de Coahuila. En 2019 el Proyecto Cultural Revueltas le otorgó la medalla José Revueltas. Ha publicado una veintena de libros.

En el proceso de edición el autor me ha pedido el texto de la contraportada, nombre que habitual y erróneamente se le da a la “cuarta de forros”; la traigo aquí, a esta presentación-reseña, por su carácter de sinopsis más que por cualquier otra razón: “Cantata por Raúl Ramos Zavala, de Saúl Rosales, es un libro que fluye hacia dos vertientes: por un lado, arroja luz biográfica sobre Raúl Ramos Zavala, sobre su oriundez lagunera, sobre su formación de economista en Monterrey y sobre su notable participación en la lucha que desde la izquierda se libró durante las décadas, ambas sangrientas para México, de los sesenta y setenta; por otro, enfatiza la importancia que tuvo y tendrá el arrojo de jóvenes que, como Ramos Zavala, encararon el riesgo de morir por su decisión de agrietar el pétreo autoritarismo de un sistema político y económico que intoxicaba la vida del país y no vacilaba, como acto reflejo ante cualquier cuestionamiento, en hacer de la represión su método fijo de exterminio. Como sabemos, la brutalidad y la cerrazón se manifestaron con mayor violencia ante las demandas populares y estudiantiles, y es ante esta realidad frente a la que Ramos Zavala emergió como ideólogo/militante de una vanguardia que subrayó el imperativo de enfrentar al poder por medio de la lucha armada, lo que a la postre derivó en el nacimiento, entre otras agrupaciones, de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Raúl Ramos Zavala, quien nació en Torreón, Coahuila, el 25 de octubre de 1947, fue abatido por balas enemigas el 6 de febrero de 1972 en el Distrito Federal, cuando apenas tenía 25 años. En el aniversario cincuenta de su sacrificio, esta Cantata… nos aproxima a su memoria”.

En efecto, nos aproxima a la memoria de Ramos Zavala y simultáneamente a la reconstrucción de un pasado no tan lejano en el que México vivía una realidad incomparable con la actual, dicho esto sin el ánimo de afirmar que hoy se ha conseguido la configuración de una sociedad justa, más equitativa. En aquel pasado no tan remoto, 1970, nuestro país se encontraba ya en las puertas de la catástrofe económica; tendríamos pronto la primera gran devaluación de los últimos cincuenta años y comenzaría una escalada de crisis cada vez más agudas. Los sexenios de Echeverría, López Portillo y De la Madrid fueron el largo crack de un sistema ya podrido, pero reacio a extinguirse. En el echeverriato, periodo que tenía el vidrioso antecedente del sexenio que lo precedió, un sexenio caracterizado por luchas de trabajadores y de estudiantes sofocadas a punta de bayoneta, se apuntaló la maquinaria represiva ante las demandas populares, muchas de las cuales se relacionaban con la exigencia de apertura política y procesos electorales confiables. El régimen respondió a esto con más simulación democrática y persecución cruenta a opositores. En un entorno así de hermético ante cualquier cambio, y sobre todo porque el clima de época internacional no desdeñaba la posibilidad de la vía armada como método de lucha, muchos jóvenes mexicanos siguieron el camino de las armas. Ni así, ni ante la evidencia del colapso económico-político que urgía la necesidad de cambios, el gobierno respondió con algo más que no fuera violencia. Pronto llegarían el famoso “halconazo”, la “guerra sucia”, la Brigada Blanca y, en suma, el esplendor del macartismo mexicano, así como la aparición de sujetos como Miguel Nazar Haro y otros muchos perros de presa amaestrados para vigilar y aplastar cualquier demanda que contradijera al régimen sobre todo desde la izquierda. En América Latina cundían luchas populares semejantes y, como respuesta, métodos análogos al mexicano para aniquilarlos, como lo mostró el Plan Cóndor en el Cono Sur o la larga fila de brotes rebeldes y represión en Centroamérica. Es de destacar que en todos los casos, como denominador común, el poder hablaba de “conjura internacional” desestabilizadora, y nunca aceptó que las condiciones de explotación, miseria y clausura del debate político locales eran las razones de fondo que impulsaban las réplicas de los disidentes.

En tal ambiente creció y llegó a la mayoría de edad Raúl Ramos Zavala. Había nacido, como ya quedó dicho hace dos párrafos, en 1947, en Torreón, y fue hijo de Emilia Zavala, enfermera del IMSS. Saúl Rosales consigna que Ramos Zavala estudió en la secundaria federal número 1, y que hizo la carrera de economía en Monterrey, para luego residir en el Distrito Federal, donde, entre otras actividades, trabajó en la UNAM. A partir de los datos reunidos, no sin dificultad, por Saúl Rosales, sabemos que entre 1970 y 1971 se incrementó la actividad político-organizativa de Ramos Zavala, quien viajó por varios estados del país para tomar el pulso de la situación y pensar en un camino para la izquierda ya radicalizada.

En su caso, y en el de muchos, el Jueves de Corpus fue un parteaguas, pues ese día quedó claro que estaba cancelado todo diálogo con el gobierno. Los medios de comunicación estaban obturados, la economía amenazaba con desplomarse, las elecciones eran una farsa y el poder perseguía/torturaba/mataba opositores políticos, todo lo cual preparó el escenario a la insurgencia que en efecto se afianzó en el campo y comenzaba a aparecer cada vez con más fuerza en las ciudades mediante su expresión de guerrilla urbana. Ramos Zavala fue uno de los jóvenes que propuso seguir esta ruta, la de la lucha armada contra la tiranía, la más peligrosa de todas en cualquier contexto político. “El proceso revolucionario en México”, documento en el que planteó esto (“el tobogán de la clandestinidad y la lucha armada”, subraya el autor), es considerado base para el surgimiento, en 1973, de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Cantata… es, por todo, un primer acercamiento en libro a la vida de un joven representativo de la izquierda mexicana de los sesenta y setenta: el lagunero Raúl Ramos Zavala.

Comarca Lagunera, a 3 de febrero de 2022








Texto leído en la presentación de Cantata por Raúl Ramos Zavala. Polifonía para un héroe comunista celebrada en el Teatro Alfonso Garibay el 3 de febrero de 2022; el libro está disponible en El Astillero Librería, Morelos entre Leona Vicario e Ildefonso Fuentes, Torreón.


miércoles, febrero 02, 2022

Construir desde el final

 









Hacerlo no es tan mecánico y por esto mismo tampoco es fácil, pero una situación crítica —triste, traumática, desoladora— creada por la realidad puede ser el remate de un cuento, algo así como un punto de partida al revés. Explico. En una entrevista con Eduardo Aliverti, el escritor Abelardo Castillo reveló que la confección de su cuento “La madre de Ernesto” partió del diálogo con un amigo que le compartió una anécdota cuyo final es inquietante.

Y dijo más: “Lo que llamamos ‘final del cuento’, es el cuento”, y ejemplificó con “La madre de Ernesto” y la conversación en la que su amigo le describió el gesto de la prostituta en la que irrumpe el instinto de madre cuando aparecen los amigos de su hijo. Lo que siguió para Castillo, como cuentista, fue diseñar el dispositivo argumental para llegar a tal cierre: la reacción final de la madre.

“La madre de Ernesto” (cuento incluido en el libro Las otras puertas, 1962) relata la decisión de tres jóvenes (Julio, Aníbal y el personaje-narrador) por acceder al lecho de una prostituta. Así planteado, eso no supone nada extraordinario. Lo peculiar radica en que la mujer es madre de Ernesto, uno de sus amigos. A Ernesto ya casi no lo ven, pues ha cambiado de aires y ahora vive en otro pueblito de provincia.

Escribe Castillo: “era una idea extraña, turbadora: sucia”. Durante la narración, los jóvenes debaten si está bien o está mal lo que desean hacer, y este conflicto moral es resuelto a favor de la relación con la prostituta: “Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros”.

De alguna manera, el narrador, de quien no sabemos su nombre, anticipa el cierre a mediados de la historia: “Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo”.

Los detalles acumulados antes del remate, las dudas y las certezas machistas abrazadas por los tres jóvenes, léase el ocultamiento de sus miedos, preparan un final que no prevén. “La madre de Ernesto” es un cuento de inmediata localización en internet.

martes, febrero 01, 2022

Homenaje en libro para Raúl Ramos Zavala

 








Cantata por Raúl Ramos Zavala. Polifonía para un héroe comunista, nuevo libro de Saúl Rosales, será presentado este jueves 3 de febrero a las 7 de la tarde en el Teatro Alfonso Garibay, Bravo 245 poniente, Torreón. Los comentarios estarán a cargo de Jaime Muñoz Vargas y el autor.

Este libro fluye hacia dos vertientes: por un lado, arroja luz biográfica sobre Raúl Ramos Zavala, sobre su oriundez lagunera, sobre su formación de economista en Monterrey y sobre su notable participación en la lucha que desde la izquierda se libró durante las décadas, ambas sangrientas para México, de los sesenta y setenta; por otro, enfatiza la importancia que tuvo y tendrá el arrojo de jóvenes que, como Ramos Zavala, encararon el riesgo de morir por su decisión de agrietar el pétreo autoritarismo de un sistema político y económico que intoxicaba la vida del país y no vacilaba, como acto reflejo ante cualquier cuestionamiento, en hacer de la represión su método fijo de exterminio. Raúl Ramos Zavala, quien nació en Torreón, Coahuila, el 25 de octubre de 1947, fue abatido por balas enemigas el 6 de febrero de 1972 en el Distrito Federal, cuando apenas tenía 25 años. En el aniversario cincuenta de su sacrificio, este libro nos aproxima a su memoria.

Saúl Rosales nació en Torreón, Coahuila, en 1940. Es Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Su libro de cuentos Autorretrato con Rulfo fue seleccionado para la colección “Literatura Mexicana Contemporánea ¿Ya Leíssste?” Se le concedió el reconocimiento de Creador Emérito de Coahuila en 1999; se le otorgó el de Ciudadano Distinguido de Torreón en 1990 y 2004 y la medalla al Mérito Universitario “Miguel Ramos Arizpe”, de la Universidad Autónoma de Coahuila. En 2019 el Proyecto Cultural Revueltas le otorgó la medalla José Revueltas. Es autor de más de veinte libros de ensayo, cuento, poesía, novela y periodismo cultural.

Por su parte, Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, en 1964, y reside en Torreón, Coahuila, desde 1977. Ha publicado sobre todo libros de cuento.

La entrada es libre.