sábado, febrero 19, 2022

Un cuento irrepetible












Lo celebro por enésima ocasión porque no deja de asombrarme. Me refiero al cuento “Los locos somos otro cosmos” (Las vocales malditas, 1988), de Óscar de la Borbolla. Para quienes no lo sepan, este libro contiene cinco cuentos, cada uno monovocálico, es decir, con una sola de las vocales en cada una de sus palabras, de ahí que sean cinco. Los títulos de los relatos también suponen este juego: “Cantata a Satanás”, “El hereje rebelde”, “Mimí sin bikini”, “Los locos somos otro cosmos” y “Un gurú vudú”. El que más me gusta es el de la “o”, que comento no sin antes decir que en Youtube hallé una versión dramatizada indudablemente genial, pese a la modestia de su producción.

“Los locos somos otro cosmos” me gusta por el juego monovócálico, claro, pero también por la peliaguda situación que plantea. Aunque se desarrolla en un laboratorio cerrado, es pura acción, una vertiginosa escalada de pequeñas situaciones incrustadas en la situación general: un loco, Rodolfo, está a punto de recibir una andanada de electrochoques. Quienes se encargan de ejecutar el procedimiento son el doctor Otto y sus asistentes, sor Flor y sor Socorro.

El cuento inicia cuando ya Rodolfo está aparentemente sometido. Todo parece una acción rutinaria: “Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: ‘No doctor, no... loco no...’ Sor Socorro lo frotó con yodo: ‘Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros’”. Lo que no saben quienes doblegan a Rodolfo es que éste va a rebelarse y, aunque primero quiere, sin éxito, sobornarlos con elogios, luego emplea toda su fuerza física para tratar de escapar: “soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. ‘¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!...’ Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró”. 

El intento de fuga queda en eso, en intento, pues el doctor Otto retoma la iniciativa y trata de convencer por la buena a Rodolfo para continuar con el suministro de los shocks: “Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...”.

Lo que viene a continuación es quizá la parte más poderosa, por conmovedora, del relato: Rodolfo explica que los shocks no son necesarios si se alcanza a comprender la otredad del loco, individuo que sólo es distinto. El loco toca aquí un vuelo poético hermosísimo cuando se refiere a las diferentes especies de vida, todas distintas, que le sirven de ejemplo para persuadir al doctor Otto sobre el respeto al otro: “Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...”. El cuento sigue y cierra igual, con la maravilla de su ejecución monovocálica y el desarrollo de su tema eje: el respeto al diferente.

“Los locos somos otro cosmos” es un cuento extraordinario y ahora lo reitero con un adjetivo algo manido pero justo en este caso: irrepetible.

Como es fácil hallarlo en internet, dejo el cuento a modo para facilitar su inmediata lectura. Lo que pueden hacer es oír el video mientras leen:

 

Los locos somos otro cosmos

Óscar de la Borbolla

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: “No doctor, no... loco no...” Sor Socorro lo frotó con yodo: “Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros”. Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: “No, doctor Otto, shocks no...” Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: “Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!” Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. “¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!...” Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró. 

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: “Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo... 

—No, doctor. No —sopló ronco Rodolfo—. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo... 

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot. 

Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: “Oh, doctor —lloró—, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón”. Otto contó cómo lo controló. 

—Otto, pospón los shocks —rogó sor Socorro. 

—No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro. 

—¿Cómo, doctor —notó sor Flor—, ocho volts? 

—No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo. 

—¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no. 

—¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots... 

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: “Don gorgojo”, “loco roñoso”, “golfo”. Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.