Murió
mi amigo Raymundo Tuda Rivas y todavía estoy estremecido por el mazazo,
tanto que siento estas palabras como un amasijo triste de emociones. Recibí
la noticia ayer domingo al mediodía, pero no estaba confirmada a plenitud y, puesto de inmediato en marcha el mecanismo de negación, me obligué a pensar que no era cierta. Lamentablemente no: la
mala nueva era verdadera, y a partir de esta certeza se me vino encima todo el recuerdo
de mi amistad con Ray.
Lo
conocí en el Iscytac, en agosto de 1982, cuando entré a estudiar la carrera de
comunicación. Ray (o Tuda, como también le decíamos) iba un año adelante, pero como
en aquella escuela sólo había un grupo de cada grado, uno terminaba por conocer
a todos o a casi todos los compañeros de la universidad. Lo traté muy poco,
casi nada, mientras coincidimos en la carrera, pero no puedo no destacar que su
personalidad tenía un imán especial. Así fuera de lejos, me enteré y yo mismo
percibí que era un tipo algo extraño, devoto de cierta poesía oscura, del cine
también oscuro (de terror) y del rock sesentero/setentero. Su ídolo máximo fue
Jim Morrison, a quien siempre volvía en cualquier conversación.
Dije
que su personalidad tenía un magnetismo especial. No exagero. Aunque era más
bien solitario y nada, absolutamente nada sentimental, un tanto apartado de
todos, muchos lo querían y en tal querencia no faltaban buenas dosis de
admiración. Bajito de estatura, uno podía verlo de lejos y no prestarle
importancia. Ya frente a él, su mirada de japonés y sobre todo su voz grave y su
excelente dicción obligaban a que cualquiera lo escuchara. No una, ni dos, ni
tres, sino muchas veces le pregunté por qué no hacía locución, dada su peculiar
voz. Siempre me respondió con evasivas, dándome vagamente a entender que aquello
no le interesaba.
Ray
era poco dado a la convivencia social. Muchos lo conocían, lo respetaban y
buscaban su cercanía, pero él se inclinaba a deambular solo por la vida, sin
más compañía que su sombra. No quiero decir que fuera grosero en su trato o huraño
con quien estuviera cerca. Al contrario: hablara con quien hablara, era
respetuoso, casi hasta cordial, pero es evidente que defendía su condición de
lobo solitario. Hasta antes de 2003 fue, por decirlo así, un “conocido” mío.
Luego pasó a ser el amigo que más frecuenté entre 2003 y 2013, una década. En
ese lapso nos vimos al menos dos o tres veces por semana, y siempre para lo
mismo: ir al café, ir a cenar o ir a la lucha libre de Gómez Palacio. Jamás
para beber, pues Tuda era abstemio radical aunque le gustaba afectar, por lo
poético que esto resulta en ciertos casos, una fascinación por el whisky nunca materializada en los hechos.
La
actividad fija de esas incontables semanas era la de los jueves: la lucha libre
en la Arena Olímpico Laguna. Además de reír con el surrealismo de las
funciones, allí cenábamos y entre lucha y lucha actualizábamos los análisis
políticos coyunturales y desmenuzábamos el enrarecido comportamiento de los medios. Recuerdo que los temas que a Tuda más le importaban eran los vinculados precisamente con la política nacional e internacional. Tanto como
podía, leía (siempre en papel) periódicos y revistas para examinar sobre todo los tejemanejes del
poder y su permanente corrupción. Como Federico Campbell, vivía obsesionado por
tratar de entender la turbiedad de las cúpulas políticas y económicas. Aunque
tenía buen conocimiento de algunos autores del mundo literario (Fuentes, Borges,
Vargas Llosa...), los libros que más buscaba eran aquellos que se referían a
hechos y personajes de la política nacional, principalmente del mundo de la
delincuencia, que en muchos casos son lo mismo. A la manera del tranquilo
George Bataille, no mataba una mosca pero se la pasaba reflexionando en todas
las posibilidades inventadas por el ser humano para ejercer el Mal, con
mayúscula.
Tuda
nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila, hacia 1962, y durante su infancia
vivió en Durango, ciudad a la que siempre quiso mucho. Su padre, el doctor
Roberto Tuda Matus, era oaxaqueño de sangre japonesa, de ahí el apellido que
originalmente era Thuda. Muchas
décadas atrás, el doctor Tuda hizo su servicio social en La Laguna, donde conoció a Amparo Rivas, joven de San Pedro de las
Colonias, con quien se casó. Ray fue su segundo hijo. Pasados los años, el
doctor Tuda llegó a ser director de salud en el estado de Durango.
Al
salir de la carrera, Ray trabajo de inmediato en el ámbito de la producción
televisiva. Aprendió el arte del guionisno y a editar con eficacia y pulcritud.
Fundó la empresa, pequeña pero muy eficiente, Tuda Comunicación, que muy pronto
se acreditó y le dio a Ray y a su familia para vivir desahogadamente. Entre otros muchos,
muchísimos trabajos de su productora, antes de las Olimpiadas de Londres 2012 elaboró
cápsulas que sirvieron de tema para la charla, transmitida durante el resumen
principal de ESPN México, entre José Ramón Fernández y el actor Jesús Ochoa.
En diez
años de amistad estrecha disfruté de su inteligencia, de su perspicacia en el
análisis político y de su afilado sentido del humor. Entre sus mayores gustos
estaba, como ya dije, hablar de política. De ese ámbito recordaba con orgullo
haber participado, durante el 88, en la campaña de Manuel Clouthier por la
presidencia de la República. Esa experiencia lo marcó, pues desde entonces
ponía especial atención en los procesos electorales, en las campañas y en los
saldos de esas campañas. Esta peculiaridad lo convirtió en habitué del programa Cambios,
de Multimedios, sobre todo en las mesas de análisis pre y poselectoral.
A partir
de 2013 comencé a verlo menos seguido, pero en los reencuentros siempre tuve la
impresión de que la amistad permanecía intacta, porque así era. Ahora que ya no
está, siento (e igual sentirán, seguramente, sus amigos) que su voz y la
agudeza de su mirada crítica, su misterio y su manera de entender la realidad,
permanecerán en mi memoria durante todo el tiempo que en adelante me sea concedido.
Mi
más hondo pésame para Alejandro, su hijo, para doña Amparo, su madre, para
Roberto y Vianey, sus hermanos, y para quienes lo trataron con afecto y
admiración, que no son pocos.
Descansa
en paz, querido Ray.