Como
la eficacia de muchos cuentos depende de la rapidez con la que se plantea un
problema y la velocidad con la que se resuelve, es muy importante que la
situación crítica sea enunciada en las primeras líneas, acaso en la primera.
Esto es particularmente notorio en los relatos breves, esos dispositivos en los
que no hay tiempo para derrochar en varias páginas. Es posible afirmar, por
ello, que entre más corto sea el relato más importante es la elección del
arranque, el suministro impostergable de la incógnita.
En
“El
eclipse”, texto de Augusto Monterroso publicado en Obras completas y otros cuentos (1959) que
apenas alcanza la envergadura de página y media, la primera frase impregna de
sentido todas las siguientes. Al leer “Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió
perdido aceptó que ya nada podría salvarlo”, el lector, que tiende de inmediato
a buscar un “héroe” en cada relato, duda de la afirmación y piensa que es falsa,
que el fraile (cuyo apellido supone algo de culpa: Arrazola, la-arrasó) tiene salvación. Es entonces,
pues, cuando el lector, solidario, acompaña la historia del protagonista y
espera que en efecto salve su pellejo. Pero en el mismo primer párrafo hay un remache
de la fatalidad que ya se cierne: “La selva poderosa de Guatemala lo había
apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con
tranquilidad a esperar la muerte”.
Como todo es aquí rápido, sin demora
nos enteramos de que mientras se resigna a su muerte es descubierto por indígenas,
quienes deciden sacrificarlo en uno de sus famosos rituales. Fray Bartolomé, al
parecer, tenía más miedo, de ahí su resignación, al laberinto de la selva que a
sus habitantes, porque es en ese momento cuando más abriga la esperanza de
salvarse: “Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y
de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que
para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo,
valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida”.
Dejo
al lector la búsqueda de este cuento (fácil de localizar en internet); comprobará
que el dato inmediato, el de la primera frase, gravitó en sentido opuesto al
perfecto desenlace. La primera finta fue crucial para aterrizar en la sorpresa.