miércoles, octubre 30, 2019

Feria lagunera en puerta




















El lunes 4 de noviembre por la mañana comenzará uno de los proyectos culturales más importantes emprendidos recientemente en La Laguna: la Primera Feria del Libro Región Laguna, actividad a la que se han sumado numerosas instituciones públicas y privadas de ambos lados del Nazas. No podía ser de otra manera, dado que las ferias de esta índole demandan el concurso de muchos y muy variados esfuerzos, todos enderezados hacia el propósito de alentar el contacto con la imaginación y el pensamiento crítico a partir, sobre todo, del contacto con el libro.
Esta feria tiene un valor, para mí, doble: en primer término, tiene como sede la ciudad de Gómez Palacio, donde nací; y en segundo, que aspira a reproducir (hoy dicen “replicar”, verbo que jamás usaría así) la dinámica de otras ferias con probada eficacia en el contexto nacional, de ahí que hoy prácticamente no haya estado o ciudad importante que no las organice. En efecto, las ferias del libro han echado raíces hondas en varias partes porque en torno al libro se desarrolla un montón de actividades cuyo fin es fomentar no sólo la lectura, sino el orgullo comunitario y la cohesión social. La FIL de Guadalajara es el más alto ejemplo de lo que digo, pues año tras año logra lo que ya enuncié y de paso, lo cual no es poco logro, dinamiza de manera notable la economía de aquella zona.
Como digo, la Feria del Libro Región Laguna intenta, a una escala mucho más pequeña pero ya significativa y valiosa, establecer en nuestra comarca el accionar de las ferias de su tipo: traer editoriales, presentar libros, conferencias, mesas redondas, talleres, cursos y otras actividades cercanas como conciertos, obras de teatro, proyección de películas y demás, todo con el fin de ofrecer al ciudadano, principalmente al niño y al joven, una oportunidad de acceder a un tipo distinto de educación y entretenimiento.
Parte fundamental del éxito de las ferias radica en los intelectuales convocados. La que se celebrará en Gómez Palacio, por ejemplo, rendirá homenaje a Hugo Hiriart, uno de los más importantes escritores mexicanos, y, entre otros, recibirá a escritores como Martín Solares, Rogelio Guedea, Laura Baeza, Jaime Mesa, Socorro Soto, Zita Barragán, José Reveles, Saúl Rosales, Lucila Navarrete, Nadia Contreras y Vicente Alfonso.
Del 4 al 9 de noviembre en la ExpoFeria de Gómez Palacio. Entrada Libre (a todo) de 9 am a 6 pm. Vayan.

sábado, octubre 26, 2019

Semana de Intersuj















Fue una semana rara y espléndida para quienes trabajamos en la Ibero Torreón, pues todos nos involucramos en una de las actividades más importantes del Sistema Universitario Jesuita (SUJ): los Intersuj en su edición número 36. Como todos los proyectos educativos bien nacidos, el del SUJ busca que los estudiantes fortalezcan su disciplina y su valoración del trabajo en equipo, rasgos que, como bien lo sabemos, complementan la formación académica gracias en este caso a la práctica del deporte. Así pues, desde la rectoría hasta la base laboral de la Ibero Torreón, todos tratamos de participar para que las competencias transcurrieran en las mejores condiciones posibles.
Según el micrositio sobre los Intersuj que la Ibero colocó en su página web, “En marzo de 1983 León organizó el primer encuentro en las instalaciones del instituto Lux, en el marco de los festejos conmemorativos del XL aniversario de la Universidad Iberoamericana y ante la necesidad de establecer vínculos de comunicación entre los Planteles del Sistema. Participaron la Universidad Iberoamericana Noroeste (Tijuana), Laguna (Torreón) León y México además del ITESO y el Instituto Lux en basquetbol y voleibol en ambas ramas además de futbol soccer varonil. (…) A lo largo de 36 años, el Sistema de Universidades Jesuitas en México y Centroamérica ha presenciado un encuentro anual, realizado en distintas ciudades. Cada ciudad se ha convertido en un lugar para compartir experiencias”.
Una de las novedades de los juegos que acaban de pasar es que además de la participación de la Universidad Rafael Landívar, de Guatemala, que ya en otras ediciones incluso ha organizado este encuentro (2008 y 2018), se contó con la presencia de deportistas de la Universidad Javeriana ubicada en Bogotá, Colombia, lo que de alguna manera vinculó a tres países y dio a la justa un tinte, digamos, internacional. Así pues, además de las instituciones mencionadas, participaron las Iberos de León, Puebla, México, Tijuana, Valle de Chalco, Iteso (Guadalajara) y Torreón. Las disciplinas fueron, en ambas ramas, futbol, voleibol sala y de playa, básquet, rugby, taekwondo tenis y buena parte del menú atlético de pista y campo.
Aunque siempre es grato ganar en el deporte, tengo la sensación de que el sentido último de los Intersuj no va por allí: más que ganar, lo fundamental es estrechar lazos gracias al deporte. La Ibero Torreón se organizó con todo para que así fuera y, de paso, La Laguna tuviera una importante derrama económica.

Nota. las fotos de este post fueron tomadas por Luis Rogelio Muñoz Vargas, mi hermano.  

miércoles, octubre 23, 2019

Todos los laguneros































Hace varios años conversé con Gregorio Muñoz, arquitecto y fotógrafo, sobre un proyecto que recién acababa de consumar: tomar fotos a trabajadores del Mercado Alianza de Torreón. Recuerdo que en su computadora vi algunas imágenes de ese lote fotográfico y quedé muy complacido: con paciencia y buen ojo, Gregorio había logrado captar rostros de laguneros (hombres, mujeres, niños…) de aquel sector comercial, el más antiguo de nuestra ciudad.
Pasaron no pocos años (¿ocho, nueve?) para volver a toparme con los rostros capturados por la lente de Gregorio. Fue al lado del monumento a Juárez ubicado en el extremo sur de la Plaza Mayor, sitio donde una especie de biombo de metal sostiene en sus facetas varias de las fotos impresas en gran formato. Todavía hoy, el transeúnte tiene allí la oportunidad de admirar el trabajo de Gregorio, una labor que ratifica uno de los valores más importantes del arte fotográfico: recoger la expresión humana más allá de los cánones que suele demandar la publicidad, es decir, esa expresión con modelos ad hoc para apuntalar el éxito de las marcas.
Gregorio fue con la gente de la Alianza y a cada posible retratada o retratado le pidió una foto in situ, con la pose más natural posible. Así consiguió, por ejemplo, la imagen del chicharronero que sin soltar la pala (o como se llame) incrustada en el aceite hirviente del cazo mira a la cámara con cierta inquietud; o la pareja que se abraza levemente, con él de lado para que admiremos en su brazote los tatuajes de ¡Minnie Mouse, Tigger y Winnie the Pooh!; y una más: la señora que vendía libros usados en el corazón de la Alianza, un negocio rarísimo y ya desaparecido en el que por cierto, dicho sea de paso, alguna vez encontré a veinte insignificantes pesos la primera edición de La feria (1963) con la firma autógrafa de Juan José Arreola.
El desfile de comerciantes muestra, como en una sinécdoque, la parte por el todo: vemos al tortillero, a la carnicera, al frutero, a los zapateros, en suma, a laguneros de a pie en sus respectivos oficios, lo que sintetiza un rasgo muy valioso de la mentalidad lagunera: el aprecio que acá le tenemos al trabajo, al esfuerzo, a la lucha de todos los días para seguir en pie pese a que la estepa no es precisamente un vergel, sino un ámbito severo en el que chambear todos los días es imperativo que asumimos con voluntad de hierro.
 “Rostros de la Alianza” es una exposición fotográfica que nos retrata, pues, a todos los laguneros. Se la debemos, y por ello le agradezco aquí, a Gregorio Muñoz.

Nota. Todas las fotos de este post, una pequeña muestra del total de la exposición "Rostros de la Alianza", fueron tomadas con celular, así que su calidad no corresponde con la de las imágenes originales.

sábado, octubre 19, 2019

Cervantes en modo clon
























Fue publicada en 1993, y por su calidad ha requerido nuevas ediciones como la de 2017, que conseguí hace poco. Me refiero a El comedido hidalgo, novela de Juan Eslava Galán (Jaén, España, 1947), de quien aquí mismo y hace poco sobrevolé Lujuria, un ensayo histórico de cuyo tema sí puedo acordarme. El comedido hidalgo es un libro muy distinto aunque estilísticamente parecido a otros del autor jaenés. Uso el adverbio para subrayar que si algo destaca en el trabajo narrativo de Eslava Galán es su increíble clonación del estilo prosístico del siglo de oro español. Y no lo digo en el plano del puro léxico, que eso es relativamente fácil de calcar, dado que sólo es necesaria cierta acumulación de palabras con buqué añejo (maravedí, gentilidad, jubón, otrosí…) para simular un timbre pasatista. Tampoco me refiero a la sola sintaxis, pues con buen ojo y buen oído es posible calcar modos escriturales (disculpen esta horrenda palabra) del pretérito.
Más allá de esto, o junto con esto, Eslava Galán trabaja con la arcilla de la mentalidad de época que hace de sus personajes seres asaz (esta palabra también tiene cierto aire vetusto) creíbles, una muchedumbre que se comporta de acuerdo a los valores que, como el agua al pez, rodeaban a esos hombres en el tráfago del mundo.
El comedido hidalgo tiene como protagonista a un tal Alonso de Quesada, sujeto tan (en todo) parecido a Miguel de Cervantes que casi es aquel famoso y enjuto pelagatos en cuyo caletre (otra palabra arcaica) fue incubada la novela más famosa escrita en la historia del género humano. El autor inventa a un narrador omnisciente muy parecido al Cide Hamete Benenjeli cervantino para contarnos la historia no del Quijote, sino de alguien muy parecido al autor del Quijote en uno de los momentos más difíciles de su vida, y eso que los tuvo en abundancia. Para reparar cierta querella que lo compromete judicialmente, el dicho Alonso de Quesada se apersona en Sevilla y lejos de solucionar o medio solucionar sus líos, todo se confabula para enredarlo más y hacer de sus peripecias hispalenses un rosario de calamidades sin cuento.
Metido hasta la mollera en la realidad de aquella ciudad andaluza caracterizada por reunir en sus calles una infame turba de pícaros desarrapados y encumbrados hijo de puta, Quesada mira todo como lo miró Miguel, su modelo: con entereza moral, con altura de ánimo, acaso sabiendo que toda su mucha desventura le serviría después para escribir un libro publicado hacia 1605.

miércoles, octubre 16, 2019

Pacheco por Villoro
























Una de las ventajas de la colección Opúsculos publicada recién por El Colegio Nacional es que cada uno de sus títulos, obvio, es un opúsculo, es decir, una obra de extensión breve. Supongo que su distribución, como ocurre con todas las publicaciones auspiciadas por instituciones no dedicadas exclusivamente a la edición venal de libros, es, por decir lo menos, complicada. En mi caso, he encontrado estos títulos sólo en ferias del libro.
La semana pasada comenté uno de Luis Fernando Lara, y espalda con espalda, como se dice en el beisbol cuando dos peloteros pegan jonrón uno tras otro, tomé La vida que se escribe (2017, 59 pp.), opúsculo escrito por Juan Villoro. ¿De qué trata? El subtítulo lo aclara: “El periodismo cultural de José Emilio Pacheco”. Este puñado de páginas es, pues, un recorrido por el trabajo de Pacheco vinculado sobre todo a un producto: la columna “Inventario” nutrida durante cuatro décadas en diferentes periódicos y revistas, una suerte de proeza de la persistencia periodística.
En su paso por el Excélsior de Scherer y hasta el golpe del 76, Pacheco afinó lo que luego sería una de las aportaciones clave de Proceso. Sin dejar de manejarse con rigor, “El autor de Inventario fue ensayista desde el periodismo, lo cual equivale a decir que logró que la erudición pactara con los favores de la claridad y los imperativos de la hora”, dice Villoro. Esto significa que su columna solía detenerse en efemérides o conectar con hechos que la coyuntura informativa ponía en las primeras planas de los diarios, y esto le exigió un despliegue inagotable de temas y registros.
Sólo quien ha alimentado una columna a la manera de “Inventario” durante varios años sabe lo complicado que es no dejarla morir de inanición. Llueve o truene, el columnista a la manera de JEP trabaja las 24 horas aunque su colaboración semanal, quincenal, pueda ser leída en diez o quince minutos, pues detrás de cada entrega hay lecturas, cruce de datos, cuidado con el estilo y paciencia para no dejarse arrastrar por la sensación de vacío e inutilidad, dado que todo trabajo, por reconocido que parezca, hace un surco en el ánimo donde luego puede germinar cierta decepción por haber consagrado la vida al texto efímero.
Para nuestra alegría, los “Inventarios” de JEP no fueron aportes pasajeros, pues la mayoría permite relecturas sin merma de placer. Pacheco “aceptó el enciclopédico y extenuante desafío de ser Diderot una vez a la semana”, apunta Villoro. Tiene razón, y por esto aquellos “Inventarios” siguen gozando de cabal salud.

sábado, octubre 12, 2019

Enrique Servín, erudito y generoso
















Instalo la memoria en 1992 o 1993, aproximadamente. Había publicado hacía poco, en 1990, El augurio de la lumbre, mi primer libro. Aquellos eran los años iniciales de mi noviazgo con Renata, quien luego de estudiar en la Ibero Torreón había vuelto a su ciudad natal, Chihuahua, para comenzar la maestría. En uno de mis viajes desde La Laguna ella me comentó que había tomado la iniciativa de organizar una presentación de mi libro en Chihuahua. Sus pasos la llevaron a tocar las puertas de la Quinta Gameros, casona que tenía funciones de espacio cultural en la capital chihuahuense. Allí la canalizaron con el encargado del área literaria, un joven escritor y traductor llamado Enrique Servín, quien de inmediato y muy amablemente, sin conocerme siquiera, ayudó a que cristalizara la presentación.
Poco después, y pese a que nuestra amistad era menos que tenue, Servín me invitó a dos actividades. Una de ellas fue el taller literario que coordinaba en aquel tiempo, donde lo vi desplegar su precoz erudición. Si hablaba de poesía extranjera, citaba en la lengua del autor elegido. Es decir, si leía a un poeta italiano, lo hacía en italiano y traducía buscando la misma resonancia en español. Esta fue una de sus principales peculiaridades: el don de lenguas. Le fascinaba el sonido de las palabras más allá del castellano, y por ello empeñó su vida en el aprendizaje riguroso de otras lenguas.
No se crea, sin embargo, que su elección tendía sólo a las lenguas dominantes (inglés, francés, alemán…). Sensible y solidario hasta el hueso, Servín le confería el mismo valor a las lenguas de los pueblos que además de vivir en el abandono material habían sido y siguen siendo arrasados en términos culturales. Por eso aprendió tarahumar, la lengua originaria de su tierra, y por eso dedicó cientos de horas a enseñarla y difundirla.
La última vez que lo vi fue en 2016 en la FIL. Recuerdo que yo vagaba por los pasillos de la Expo Guadalajara y por allí, en el pabellón editorial de Chihuahua, estaba él. Conversamos al menos una hora y noté que la tesitura de su pausada voz, la cordialidad de su gesto y el interés en los asuntos de su interlocutor eran los mismos de siempre. En otras palabras, casi 25 años de conocimiento acumulado no habían hecho ninguna mella en su humildad.
Enrique Alberto Servín Herrera fue un hombre extraordinario, puedo decir que, a su modo, único en el norte del país. Como a tantos, me duele mucho su partida. Descanse en paz.

miércoles, octubre 09, 2019

Español nuestro de cada día
























Un intento de semblanza muy resumido de Luis Fernando Lara Ramos debe consignar que nació el 20 de marzo de 1943 en la Ciudad de México, que es licenciado en lengua y literatura española por la UNAM y doctor en lingüística y literatura hispánicas por el Colegio de México, que ha publicado numerosos artículos de investigación en revistas especializadas además de varios libros como, entre otros, Diccionario del español usual en México, Teoría del diccionario monolingüe, Estructuras sintácticas 40 años después, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad, De la definición lexicográfica, Curso de lexicología, Diccionario del español de México Historia mínima de la lengua española.
Lo anterior es pues, apenas, el esbozo de una trayectoria vinculada cabalmente, como podemos apreciar, con el estudio de nuestra lengua, trabajo por el que ingresó a El Colegio Nacional en 2007 y donde hace poco publicó uno más de sus títulos: Herencia léxica del español de México (ECN, México, 2018, 119 pp.). Es un libro pequeño, y por ello aparece en la colección Opúsculos (“opúsculo” significa precisamente “obra pequeña”), pero sumamente valioso para saber de dónde viene el léxico, es decir las palabras, que usamos los mexicanos en la conversación y en la escritura de todos los días.
Se trata en suma de un ensayo divulgativo, ideal para acceder, así sea con trazos muy generales, al diccionario español. Con abundantes ejemplos de palabras en movimiento, como no podía ser de otra manera, Lara Ramos explica de qué lugares y lenguas se ha nutrido el español. Por supuesto, consigna que el latín fue su matriz principal, pero no deja de recordarnos que nuestra lengua también tiene voces provenientes del griego y, en menor medida, de las lenguas llamadas prerrománicas, es decir, las que se hablaban en la península ibérica antes de la llegada de los romanos. Así, lentamente, la caída del imperio fue cuajando otra lengua derivada del latín, luego influida por los visigodos y después, en mayor medida, por los árabes, lengua (me refiero a la castellana) que a la postre fue la que trajeron hacia América los primeros españoles que cruzaron el Atlántico. Ya acá, en la Nueva España, nuestra lengua engordó con abundantes palabras amerindias hasta llegar al español de hoy, poblado además, sobre todo, de galicismos y anglicismos.
Este sobrevuelo apenas traza la silueta (galicismo, por cierto) de un libro harto interesante y grato. Por ello, leerlo es mejor que intuirlo en los anteriores párrafos.

sábado, octubre 05, 2019

Microhistorias de camiseta




















En Perú acaba de ser publicado Historias de camiseta (Esteban Dublín, compilador, Micrópolis, Lima, 2019, 300 pp.), microrrelatos sobre clubes de futbol. Yo colaboré con uno sobre el Santos Laguna. Comparto tres de sus micros: un argentino, un español y un mexicano:
“La costumbre de sufrir”, de Robero Perinelli: “El 4 de noviembre de 1967, Racing Club enfrentó al Celtic escocés en el Monumental de Montevideo. Lo venció 1 a 0 con un golazo del Chango Cárdenas, quien disparó desde una distancia aproximada de treinta metros del arco y metió la pelota casi en un ángulo. Por ese resultado feliz, Racing fue el primer equipo argentino en consagrarse campeón del mundo. Cada tanto, casi siempre en los aniversarios, la televisión suele pasar las imágenes de ese gol, en un blanco y negro borroso, poco definido. Yo miro la pantalla con recelo, de pie, frente al aparato y temblando de miedo, porque sé, siendo hincha de Racing, que este año o el año que viene, alguna vez ocurrirá que el chutazo de Cárdenas se va a estrellar contra el travesaño”.
“Sueños y pesadillas”, de Miguel Ángel Molina: “En el Estadio Da Luz, el reloj avanza frenético para ellos, parsimonioso para nosotros. 65 000 espectadores observan divididos cómo ellos, los favoritos, atacan desesperados, mientras que los nuestros defienden exhaustos su mínima ventaja. Hasta que llega el minuto 93 y el córner que puede voltear la final. Lo lanzan y el central del otro equipo salta buscando el remate definitivo. Pero esta vez despeja hacia su portería, permitiéndonos armar la contra y sentenciar el partido. Tras el 2-0 llega el pitido final. Un fantasma de trece letras, llamado Schwarzenbeck, desaparece para siempre de las pesadillas de miles de personas”.
“Cámara lenta”, de Alejandro Badillo: “Aquel fanático del Veracruz mira en el televisor cómo la pelota impacta el poste derecho de la portería rival, coquetea con la línea de meta y, después de un angustioso instante, llega a la red a pesar del lance del portero. Algarabía, fuegos artificiales y el trofeo del campeonato. El hombre, enfundado en su playera roja, contempla todas las noches, desde hace varios años, la misma escena en un ritual sudoroso y enfebrecido. Pulsa el botón de pausa, regresa la acción y echa a andar en cámara lenta toda la historia para disfrutar la celebración de sus héroes. En algunas ocasiones la estirada del portero es efectiva y evita el gol. Entonces el hombre regresa una y otra vez la secuencia hasta que la pelota cruza la meta y vuelven la algarabía, los fuegos artificiales y el trofeo del campeonato”. 

miércoles, octubre 02, 2019

José José en el Quijote




















Era la última ahora sí. Eso dijo Miguel: es la última ahora sí, Nacho. Ya quedaba un solo parroquiano, él, y eran las tres en una madrugada de jueves. Ayer había sido lo mismo. Y antes de ayer igual, y así noches y noches en las que se hundía poco a poco en el abismo de los tragos. Tenía 35, y tomando a ritmo ascendente desde los veinte más o menos, cada vez peor. Era ya 1989 y desde el 85 se había prometido meter freno: voy a parar, pronto voy a parar, decía, se decía. Pero apenas llegada la siguiente noche, el alto en el camino de los tragos quedaba pospuesto: mañana, puede ser mañana, pensaba, y entonces elegía una de las cinco o seis cantinas que le aguantaban el tren más allá de las dos. Porque él sabía que su límite no estaba en el horario oficial que obligaba a cerrar toda cantina a las dos de la madrugada. Su límite estaba más lejos, hasta las tres o cuatro, a veces hasta las cinco, así que necesitaba establecimientos con cantinero aguantador, de esos que cierran y se quedan una o dos horas extras sólo para seguir vendiendo con la esperanza de propinas más jugosas. Esa noche llegó pues al Quijote, piquera de adobe que a pujidos se sostenía en pie sobre la esquina de Allende y Ramón Corona, en Torreón. Allí atendía Nacho, y Nacho sabía resistir más allá del horario fijado por la ley municipal. Así pues, llegó a las diez, sediento luego de desahogar mil trámites en el despacho. Adrede se prolongaba en el trabajo más allá de las ocho. Lo hacía para purgar anticipadamente la culpa de pasarse de tragos, la seguridad de que volvería a su casa casi al amanecer, más que ebrio. Eran pues las tres de la mañana. Nachito el cantinero había cerrado a las dos y desde hacía una hora lo atendía sólo a él. Ya la última, Miguel, son las tres, había dicho Nacho hacía dos copas. Pese al exceso de alcohol en su sangre, no estaba inconsciente y vio que sin remedio llegaba al final de la jornada. La última ahora sí, Nacho. Y Nacho, silencioso al lado de la barra, preparó la cuba con desgano. Eran poco más de las tres. El sonido bajo sintonizado en radio Laguna apenas dejó oír los toquidos a la puerta. Nacho fue, entreabrió y habló con alguien que preguntaba desde la oscuridad. Nacho dijo claramente está cerrado, pero del otro lado argumentaron algo. Miguel paró la oreja. Yo pago la multa, dijo la voz. Nacho respondió bueno, pasen rápido y acá dentro vemos qué. De inmediato entraron dos tipos, uno alto y fornido, silencioso y empistolado, y otro más bien bajo de estatura y camisa desfajada. Nacho titubeó. Bueno, es peligroso venderles para sacar de la cantina; si los pesca la policía me chingan con una multotota. No pasa nada, amigo, yo la pago, no se preocupe, dijo muy seguro el bajo de estatura. Bueno, dijo Nacho, y volvió a colocarse detrás de la barra. Sólo dejen que sirva esta cuba a medio preparar. Miguel ya no quiso ver la acción, y cabizbajo colocó su ansia en la espera del último vaso. Nacho vino con el trago y le cuchicheó al oído: es José José. Sólo dijo eso: es José José. Miguel miró con cuidado y era verdad. Quien esperaba en la barra era José José acompañado por un tipo robusto. Nacho volvió a la negociación: ¿entonces dos litros de tequila añejo y refrescos de toronja? Así es, respondió José José. Y hielo y limones, añadió el cantante. Para entonces Miguel había puesto su mirada en el famoso personaje, y se animó a llamarlo: eh, maestro, le invito una cuba. José José se acercó, lo saludó de mano, y aceptó sentarse. Platiquen mientras pico y lavo el hielo, dijo Nacho, ahora alegre. ¿Cómo se la sirvo, señor? José José dijo que igual a la de Miguel, y en un instante ya chocaban los vasos. Cruzaron apenas dos o tres comentarios. Acabo de cantar en el hotel Villa Jardín de Lerdo y se terminó el trago. Los meseros de allá me dijeron que acá podíamos conseguir. Por eso pedí que me trajeran, alcanzó a explicar José José. Nacho terminó de picar el hielo y en un instante ya tenía todo sobre la barra. Llamó al visitante y José José se puso de pie. Se despidió de mano y sacó cuatro billetes que dejó sobre la mesa de Miguel, quien lo miraba absorto. Muchas gracias por la invitación, amigo, dijo José José y dio cinco pasos hacia la barra. Sacó un fajo de billetes y con eso pagó las dos botellas, los refrescos, el hielo y los limones. El escolta le ayudó a cargar todo y ambos salieron como si fuera de día. Nacho vio cómo subieron a una Suburban y cómo se alejaron en la penumbra de la Ramón Corona. Luego, con los billetes en la mano, avanzó a la mesa de Miguel. Vio que el vaso de José José había quedado con un cuarto de cuba y lo bebió sin asco. Me pagó seis veces más de lo que le hubiera cobrado, dijo Nacho, y fue a servirse una cuba para él. Salieron del Quijote cuando el sol ya clareaba, a las siete.