Fue publicada en 1993, y por su calidad ha requerido nuevas
ediciones como la de 2017, que conseguí hace poco. Me refiero a El comedido hidalgo, novela de Juan
Eslava Galán (Jaén, España, 1947), de quien aquí mismo y hace poco sobrevolé Lujuria, un ensayo histórico de cuyo
tema sí puedo acordarme. El comedido hidalgo
es un libro muy distinto aunque estilísticamente parecido a otros del autor
jaenés. Uso el adverbio para subrayar que si algo destaca en el trabajo narrativo
de Eslava Galán es su increíble clonación del estilo prosístico del siglo de
oro español. Y no lo digo en el plano del puro léxico, que eso es relativamente
fácil de calcar, dado que sólo es necesaria cierta acumulación de palabras con buqué añejo (maravedí, gentilidad, jubón, otrosí…) para simular un timbre pasatista. Tampoco me refiero a la sola sintaxis, pues con
buen ojo y buen oído es posible calcar modos escriturales (disculpen esta horrenda
palabra) del pretérito.
Más allá de esto, o junto con esto, Eslava Galán trabaja con
la arcilla de la mentalidad de época que hace de sus personajes seres asaz
(esta palabra también tiene cierto aire vetusto) creíbles, una muchedumbre que se
comporta de acuerdo a los valores que, como el agua al pez, rodeaban a esos
hombres en el tráfago del mundo.
El comedido hidalgo tiene como protagonista a un tal
Alonso de Quesada, sujeto tan (en todo) parecido a Miguel de Cervantes que casi
es aquel famoso y enjuto pelagatos en cuyo caletre (otra palabra arcaica) fue
incubada la novela más famosa escrita en la historia del género humano. El
autor inventa a un narrador omnisciente muy parecido al Cide Hamete Benenjeli cervantino
para contarnos la historia no del Quijote, sino de alguien muy parecido al
autor del Quijote en uno de los momentos más difíciles de su vida, y eso que
los tuvo en abundancia. Para reparar cierta querella que lo compromete
judicialmente, el dicho Alonso de Quesada se apersona en Sevilla y lejos de
solucionar o medio solucionar sus líos, todo se confabula para enredarlo más y
hacer de sus peripecias hispalenses un rosario de calamidades sin cuento.
Metido hasta la mollera en la realidad de aquella ciudad
andaluza caracterizada por reunir en sus calles una infame turba de pícaros desarrapados
y encumbrados hijo de puta, Quesada mira todo como lo miró Miguel, su modelo:
con entereza moral, con altura de ánimo, acaso sabiendo que toda su mucha desventura
le serviría después para escribir un libro publicado hacia 1605.