sábado, octubre 19, 2019

Cervantes en modo clon
























Fue publicada en 1993, y por su calidad ha requerido nuevas ediciones como la de 2017, que conseguí hace poco. Me refiero a El comedido hidalgo, novela de Juan Eslava Galán (Jaén, España, 1947), de quien aquí mismo y hace poco sobrevolé Lujuria, un ensayo histórico de cuyo tema sí puedo acordarme. El comedido hidalgo es un libro muy distinto aunque estilísticamente parecido a otros del autor jaenés. Uso el adverbio para subrayar que si algo destaca en el trabajo narrativo de Eslava Galán es su increíble clonación del estilo prosístico del siglo de oro español. Y no lo digo en el plano del puro léxico, que eso es relativamente fácil de calcar, dado que sólo es necesaria cierta acumulación de palabras con buqué añejo (maravedí, gentilidad, jubón, otrosí…) para simular un timbre pasatista. Tampoco me refiero a la sola sintaxis, pues con buen ojo y buen oído es posible calcar modos escriturales (disculpen esta horrenda palabra) del pretérito.
Más allá de esto, o junto con esto, Eslava Galán trabaja con la arcilla de la mentalidad de época que hace de sus personajes seres asaz (esta palabra también tiene cierto aire vetusto) creíbles, una muchedumbre que se comporta de acuerdo a los valores que, como el agua al pez, rodeaban a esos hombres en el tráfago del mundo.
El comedido hidalgo tiene como protagonista a un tal Alonso de Quesada, sujeto tan (en todo) parecido a Miguel de Cervantes que casi es aquel famoso y enjuto pelagatos en cuyo caletre (otra palabra arcaica) fue incubada la novela más famosa escrita en la historia del género humano. El autor inventa a un narrador omnisciente muy parecido al Cide Hamete Benenjeli cervantino para contarnos la historia no del Quijote, sino de alguien muy parecido al autor del Quijote en uno de los momentos más difíciles de su vida, y eso que los tuvo en abundancia. Para reparar cierta querella que lo compromete judicialmente, el dicho Alonso de Quesada se apersona en Sevilla y lejos de solucionar o medio solucionar sus líos, todo se confabula para enredarlo más y hacer de sus peripecias hispalenses un rosario de calamidades sin cuento.
Metido hasta la mollera en la realidad de aquella ciudad andaluza caracterizada por reunir en sus calles una infame turba de pícaros desarrapados y encumbrados hijo de puta, Quesada mira todo como lo miró Miguel, su modelo: con entereza moral, con altura de ánimo, acaso sabiendo que toda su mucha desventura le serviría después para escribir un libro publicado hacia 1605.