sábado, febrero 29, 2020

Transporte mega















El 30 de octubre de 2019 me llamó la atención que este tema ocupara el editorial de La Jornada: “Doble remolque, peligro inacepable”. En principio, sentí que tal asunto no revestía la importancia necesaria para figurar en un sitio del diario que suele reservarse a los más grandes problemas nacionales e internacionales, pero luego de leer advertí que, aunque suene raro, el transporte con doble remolque es una presencia incómoda y muy peligrosa en la vida de los mexicanos.
En síntesis, la opinión del diario capitalino se resume en lo que cito: “los denominados fulles suponen un grave peligro, no sólo para sus conductores, sino para todos los usuarios de carreteras, autopistas e incluso vías urbanas. Pese a representar apenas 0.1 por ciento del parque vehicular a nivel nacional, en 2017 fueron causantes de 14.1 por ciento de las víctimas de accidentes carreteros. (…) Los riesgos que supone la circulación de vehículos biarticulados se ven potenciados por la laxitud de las regulaciones mexicanas en la materia: mientras Alemania, Bélgica, España, Finlandia, Italia y Suiza imponen un límite de 43 toneladas con extensión máxima de 20 metros, y Canadá establece el tope en 50 toneladas de carga en vehículos de no más de 25 metros de longitud, las alrededor de 48 mil unidades de doble remolque que circulan en México se vuelven literalmente inmanejables al rebasar 70 toneladas de carga y acumular 32.5 metros de largo”.
Así los números, el transporte “biarticulado” es, en efecto, tan grande como peligroso, pues a sus ya de por sí brutales dimensiones hay que sumar dos factores más o menos evidentes en relación con las condiciones en las que opera: por un lado, el siempre defectuoso sistema de carreteras mexicano y, por el otro, las condiciones en las que suelen trabajar muchos choferes sometidos en su mayoría a salarios rabones y exigencias cronométricas que les exigen trajinar horas extras, lo que, sabemos, implica problemas de sueño y atención que en alguna medida pueden ser paliados con sustancias de cualquier manera nada seguras y hasta contraproducentes.
El problema generado por tales monstruos de la carretera es visible en todo el país, y La Laguna no escapa a su nefastez. Aquí y allá, por todos lados salen al paso esas cajas gigantes cuyo contenido ignoramos, lo que a los conductores de vehículos más pequeños exige permanentes maniobras de evasión cuyo fin es esquivar colisiones fatales. El conductor común y corriente, por ello, debe ser quien más debe cuidarse, pues al final de cuentas resulta infinitamente más vulnerable ante los pesos pesados del camino que un día sí y otro también se mueven con casi indestructible imprudencia en la telaraña de nuestras carreteras.
La razón por la que todavía no desaparecen los transportes con “doble semiremolque” (la erre huérfana es un error ortográfico habitual en la parte trasera de esos camiones) se relaciona, obvio, con el factor económico: el truco consiste en que una sola unidad jala dos camiones a la vez, lo que genera mayores márgenes de ganancia para las compañías de fletes. Pero más allá de tal conveniencia, el imperativo es la seguridad de los conductores y sus familias, no un negocio indefectiblemente riesgoso.
Así pues, el problema es grave y nacional, de ahí el juego de vencidas entre las compañías fleteras y el gobierno federal. Tarde o temprano, la normatividad del ramo deberá prohibir que esas máquinas asesinas deambulen por el país. De no hacerlo, el porcentaje de percances con alto costo de vidas seguirá siendo elevado, mayor incluso al 14.1 por ciento mencionado párrafos arriba.

Nota: Texto publicado originalmente en la revista Nomádica.

miércoles, febrero 26, 2020

Sor Juana sentenciosa
























Dichos de Sor Juana, nuevo libro de Saúl Rosales, será presentado hoy a las 7:30 en el auditorio del Museo Regional de La Laguna ubicado en el bosque Venustiano Carranza de Torreón. Además del autor, participaremos la escritora Nadia Contreras y yo.
Este nuevo título de Saúl Rosales glosa una buena parte de la obra de la escritora novohispana. Para acometerla, el autor ha seleccionado fragmentos de Sor Juana en los que es posible advertir la sonoridad de una sentencia, dicho o paremia, con su consiguiente lección moral. La paremiología es, según la RAE, “tratado de refranes”, y el ensayista lagunero observa no los refranes de Sor Juana, sino lo que de paremiológico hay en la obra de quien escribió Primero sueño, es decir, los versos en los que la expresión tiene, como ya dije, un aire sentencioso en su música y un fin edificante en el mejor sentido de la palabra ya desprestigiada por el maremagno de los libros de autoayuda. El resultado es un libro que con excelente prosa nos abre amplias ventanas a la agudeza de la Décima Musa, a su finísima mirada sobre la condición humana.
En su advertencia, el autor señala que es “propósito de este libro acercar lectores a la obra de Sor Juana mediante giros lingüísticos que la puedan hacer aparecer próxima (prójima, o de la familia). Los dichos de Sor Juana reunidos en estas páginas proceden de poemas, obras para teatro versificadas y dos misivas: la Repuesta a Sor Filotea y la Carta a Núñez”.
Saúl Rosales nació en Torreón, Coahuila, en 1940. Es Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y autor de cuatro libros de narrativa, seis poemarios y seis libros de otros géneros. Su volumen de cuentos Autorretrato con Rulfo fue seleccionado para la colección “Literatura Mexicana Contemporánea ¿Ya Leíssste?”
Escritora, académica y tallerista, Nadia Contreras es licenciada en Letras y Periodismo y maestra en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima. En 2014, el congreso de Colima le otorgó la presea “Griselda Álvarez Ponce de León” por su trayectoria en la literatura, máximo galardón que este estado entrega a una mujer. Entre otros libros, ha publicado Lo que queda de míFiguraciones, Cuando el cielo se derrumbePresencias, Caleidoscopio, Cumplimiento de la voluntad y Sólo sentir. Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués e italiano.
Espero verlos hoy; ojalá puedan acompañarnos, y a Sor Juana también.

sábado, febrero 22, 2020

Tiempos de karaoke

















Si no recuerdo mal, mi tío Ramón, Muñoz Macías de apellido, hermano menor de mi padre, murió en 2005 (me impresiona lo que puede hacerse con la sintaxis, como en este caso). Era, siempre lo fue, trailero; comenzó desde muy joven, casi niño, a trabajar en tal oficio, y conforme fue pasando su vida logró hacerse de uno o dos camiones. Pese a que pudo soltar el volante, para estar activo y ahorrar gastos siempre manejó. Sé que cuando fui bebé, mi tío Ramón vivió en casa de mis padres, así que, aunque yo no lo recuerde, seguramente me cargó. Era enamorado, bien parecido, dicharachero, de risa expansiva y muy bueno para cantar. Ya grande, lo recuerdo en algunas fiestas familiares y retengo en la memoria que acompañaba la voz de los cantantes (Javier Solís, Pedro Infante…) con una afinación y una cuadratura perfectas.
Por ello, cuando supe por primera vez del karaoke, supongo que hace unos quince o veinte años, en el primero que pensé fue en mi tío Ramón. El karaoke —palabra japonesa, ya de circulación mundial, que proviene de “kara”, “vacío”, y “oke”, “orquesta”, con el sentido de orquesta que toca sin cantante— nació a principios de los setenta, pero se popularizó en todo el mundo algunas décadas después. Sospecho que mi tío no llegó a usarlo, aunque sí la pista de sonido sin pantalla con letra. El caso es que murió joven y sólo me quedó imaginar su felicidad: ¿qué hubiera sido de las fiestas a las que asistió si le hubieran pedido que cantara alguna de sus favoritas? Supongo que, por los aplausos, esos ratos lo habrían atiborrado de alegría, pues en las carreteras, dentro de la cabina de su Kenworth, siempre cantó solo.
Cuando recién aparecieron los karaokes también sentí algo de malestar; no he dejado de padecerlo, pues hoy cualquier voz incompetente se anima a berrear lo que sea, principalmente canciones populares de amor y desamor. Por eso mismo nunca me había animado a visitar un “antro” (¿así los llaman?) con ese servicio; sospechaba la atrocidad de escuchar aullidos y mugidos, y no me equivoqué, pues hace poco fui a uno y al ver la dinámica del establecimiento noté un ejercicio democrático que me confundió. Luego de pedir turno mediante papelitos cuyo destinatario era el programador de las piezas, los jóvenes pasaban al escenario con el fin de exhibir sus inhabilidades. Digo que el asunto me confundió, pues algunos eran pésimos, pero pensé en el nulo derecho que tiene uno de prohibir a otro, aunque lo haga mal, el ejercicio del canto. Le expliqué a mi hija todo esto, le dije que muchos cantaban del asco, pero que logré divertirme porque me pareció que para todos era un rollo liberador. Mi hija resumió con joven sabiduría: “Papá, por favor, para eso es”.

miércoles, febrero 19, 2020

Del arranque y del envión
















Suelo conversar bien con personas que trabajan o trabajaron en algo que se relacione con las vivencias o los sueños de mi niñez. Por ejemplo y por herencia de un abuelo al que no conocí pues murió antes de mi nacimiento, alguna vez quise ser carpintero. No me quedé del todo con las ganas, y hace como quince años charlé con uno e hice prácticas como amateur del martillo. El resultado fueron dos o tres muebles hechos —como la cuna en el hermoso poema de José Pedroni— con mis manos. También quise ser futbolista, así que jamás he desaprovechado la oportunidad de conversar con exjugadores cuando la vida me los ha puesto en el camino.
Uno de los recuerdos más tercos de mi niñez es el de las pesas. Suena raro, pero sí. Cuando fui niño, algunos vecinos del barrio, esto en Gómez, tenían el raro gusto de fabricar pesas caseras. El método ya lo sabemos: en dos botes (los de tornachiles eran los más comunes) echaban cemento fresco mezclado con piedras de río. Luego le introducían un tubo como eje y al final, cuando secaba el cemento, se obtenían pesas que convertían ciertos patios en gimnasios improvisados. Ejercían allí rutinas, se planteaban desafíos en una especie de halterofilia rupestre que consistía en saber quién cargaba más veces seguidas el par de botes. Como nunca fui particularmente poderoso, siempre me quedó un resabio de reconocimiento al deporte de Soraya Jiménez.
Pues bien, hace poco la vida me hizo coincidir con Javier de la Torre, entrenador de halterofilia (la palabra “halterofilia” proviene del griego “halter”, pesa o mancuerna, y “philos”, amor, o sea, “amor por las pesas”). Supongo que Javier es el único que se dedica a esto en La Laguna, o al menos es uno de los pocos que aquí fomenta este complicado deporte. Él me hizo admirarlo de inmediato por una razón simple: porque gracias a su pasión por el levantamiento de pesas ha formado un grupo de jóvenes adolescentes que destacan como levantadores(as) de pesas en competencias estatales y nacionales debidamente sancionadas por autoridades del ramo. Y no se piense que es fácil, que el asunto sólo atraviesa por la fuerza. Nada de eso. Por supuesto que es muy importante el talento natural, pero más el entrenamiento riguroso para dominar la técnica, la buena alimentación, el cuidado de la salud en todos los aspectos, incluido el psicológico.
Más común que nunca es encontrar malas noticias, abandono a los jóvenes, desperdicio del talento infantil. Javier de la Torre, en su pequeña escuela y casi solamente con su entusiasmo y sus recursos, ha sido capaz de traer medallas para La Laguna y, más importante que esto, consolidar la autoestima de varios jóvenes practicantes del arranque y del envión.

martes, febrero 18, 2020

Saúl Rosales: enamorado de Sor Juana
















Con este breve corto inauguro mis videorreseñas bibliográficas. Se supone que las enriqueceré a medida que vaya aprendiendo más rudimentos del arte de editar en video. Si no es mucho pedir, ojalá puedan compartir la liga de este post.

sábado, febrero 15, 2020

Miradas al vagabundo
















Fue un título de Flaubert lo que aplacó, para mí, una idea por lo general desgreñada: ¿de dónde llega buena parte de nuestro ser adulto, cómo se construyen ciertos valores bajo nuestro pellejo? Sabemos que la familia, la escuela, la iglesia, el Estado modelan nuestra manera de ser, que nos van haciendo poco a poco como el carpintero una silla o el alfarero un jarro. En los espacios institucionales hay una educación formal, pero no es la única que nos configura. Hay otra quizá igual de poderosa, la (flaubertiana) educación sentimental con la que hoy nos referimos, sobre todo, al sistema de símbolos que introyectamos para movernos en lo emocional e interpretar los sentimientos del otro.
Es indudable que nuestra educación sentimental está ligada hoy, y desde hace varias décadas, con los medios de comunicación y sus nada inocuos productos de entretenimiento. La música, por ejemplo, es una potente inoculadora de valores, de ahí que no perciba igual un fanático de Molotov que otro de Mocedades. Tengo un ejemplo puntual de las muy divergentes miradas que pueden tener dos canciones relacionadas con el mismo tema, en este caso la representación del vagabundo. En una charla reciente, Miguel Báez Durán, amigo ya erudito, me dio noticia de una pieza franquista titulada “Balada del vagabundo”, cuya letra es un elogio al rechazo de la otredad: “Un vagabundo es un hombre que va siempre / de un lado a otro caminando por el mundo, / sin ambición, sin ansia ni esperanza (…) Jamás nosotros seremos vagabundos / vivimos del amor y de ilusiones / ni tú ni yo iremos por el mundo / viviendo con temor como aquel hombre. // En esta vida hay pobres y hay ricos, / igual que existen flores bellas y marchitas / igual que el sol alumbra y no la luna / y existe Satanás y un alma pura…”.
La otra es argentina, más antigua, y su título es “La canción del linyera” (“linyera” allá es vagabundo). Su estribillo dice: “Linyera soy / corro el mundo y no sé a dónde voy / linyera soy / lo que gano lo gasto o lo doy. / No sé llorar / ni en la vida deseo triunfar / no tengo norte / no tengo guía / para mí todo es igual…”.
En el primer caso hay una clara antipatía, casi odio; en el otro, lo contrario, una suerte de admiración por el sujeto sin brújula, libre, pobre e indiferente al desprendimiento, casi hasta cariño por quien se atreve a tanto. Un sentimiento educado con una u otra miradas reaccionará diferente, sin duda, ante la realidad. Todo nos forma, incluso las canciones.

miércoles, febrero 12, 2020

Relato del barrilete cósmico
























Desde hace varios años tengo el hábito de escuchar a Víctor Hugo Morales (Cardona, Uruguay, 1947). Lo busco en YouTube, sobre todo, y desde hace varios meses, también vehiculado por internet, en “La Mañana”, su actual programa de radio. Lo trasmite la AM750, y con esta emisión de fondo desahogo mis abluciones matutinas y me desayuno. Conozco muy bien, por ello, la estructura del programa, a sus colaboradores (Campana, Borroni, García, Stopelman, Polchi, Massaro…), todo. Luego, ya en los trayectos del coche, oigo programas mexicanos, así que en términos de radiodifusión tengo dos fuentes: una de Buenos Aires y varias de México, de La Laguna.
Mi admiración por VHM viene de lejos, tal vez de hace veinte años o poco más. Lo juzgo el mejor relator futbolístico de América Latina. Creo recordar que el primer click se dio cuando encontré su relato sobre el Gol de Maradona (uso mayúscula para nombrar ese gol, y no tengo que decir a cuál me refiero). Diególatra contumaz, sentí un estremecimiento al oír su descripción años después de que fue enunciada en vivo. ¿Quién demonios era el tipo de voz grave y perfecta que había descrito la proeza del 10 con espontáneas letras de oro? Así fui, poco a poco, ingresando en la admiración a VHM, un sujeto con aspecto, para mí, de cantante de tangos que además de narrar futbol como nadie puede hablar sin despeinarse de música, política, literatura, teatro y no sé qué más. Supe asimismo que escribía, y alguna vez compré en Buenos Aires Hablemos de fútbol (con tilde en la “ú”, al modo de allá), libro armado junto al maestro Roberto Perfumo.
Tiene varios libros más, algunos sobre política, como uno titulado Miénteme que me gusta en el que analiza la metodología empleada por el periodismo mafioso de por allá, sobre todo el que inflige a la sociedad un señor llamado Héctor Magnetto, especie de Al Capone porteño que para aniquilar enemigos en vez de metralletas usa diarios y programas de radio y televisión.
Ya se me fue el espacio y apenas me queda un párrafo para lo que quería: describir los generales de Barrilete* cósmico, el relato completo (Interzona, 2013). Es un libro muy raro tanto en su diseño, lleno de arabescos tipográficos, como en su contenido, el relato íntegro que VHM hizo del Argentina-Inglaterra en el Azteca. ¿Para quién puede ser útil?, se preguntarán, y respondo: para los muchos jóvenes estudiantes de periodismo que desean ser relatores deportivos. Este libro es una clase in situ sobre el arte de contar acciones de volea, como vienen. En esto nadie es mejor escuela que VHM.

*Añado esta nota semántica: "barrilete" es en Argentina lo que para nosotros es "papalote" (que en náhuatl significa "mariposa") y "cometa". En mi infancia lagunera también las llamábamos "güilas".

sábado, febrero 08, 2020

Cervantes inagotable






















Nadie, ni la biblioteca mejor nutrida ni nadie, tiene todo lo que se ha publicado sobre Miguel de Cervantes y su obra. Esto se debe a que si bien los libros del Manco caben en un obeso tomo de Aguilar, la crítica producida por tal corpus es inabarcable, acaso la más grande que en el reino de este mundo hay sobre un autor y su quehacer escrito. Dedicarse pues a reunir las publicaciones sobre Cervantes es abrir la puerta a una labor que no tendrá término, como bien lo sabe mi amigo Juan Antonio García, cervantista lagunero que a lo largo y ancho de su vida ha tratado de acopiar todo lo que al respecto ha podido; el resultado de su esfuerzo es mucho y al mismo tiempo, ya podemos suponerlo, es nada, pues —como adjetivo en el título— Cervantes es inagotable.
Esta imposibilidad no representa, sin embargo, una desgracia. Pese a que, no sin fervor, los cervantólatras sabemos de antemano que apenas podremos dar “un llegue” a la obra escrita en torno al autor del Quijote, es una felicidad saber que en silencio, sin apuro mediante, vamos recogiendo aquí y allá, donde sea, todo lo que encontramos a nuestro paso sobre su vida y sus libros. Hago notar que la palabra “felicidad” escrita líneas arriba no es excesiva, pues sé, lo he visto y lo he vivido, que la convivencia con este hermoso ser humano nos alegra y nos eleva el ánimo, pues tal vez pocos escritores vivieron una vida tan convulsa y al mismo tiempo nos dejaron en abundantes páginas una lección más pura de entereza, verticalidad y buen semblante ante las adversidades.
Tres, quizá cuatro, son los libros que sobre Cervantes encontré en 2019. Uno de ellos, Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía, es criminal, un peculiar periplo biográfico de 467 páginas publicado por Taurus en 2016. Lo hallé a 69 pesos, vaya rareza, en un anaquel de saldos de Mixup, y poco después lo vi al mismo precio en Gonvill, donde supongo que todavía hay. Su autor es Jordi Gracia (Barcelona, 1965), quien con la mejor prosa deambula los contextos físicos y espirituales por los que el Manco se movió. No ofrece aparato crítico, notas al pie con ibides y todo eso que suele crear, a veces de manera fetichista, la idea de rigor académico, pero en el flujo de cada párrafo deja ver un fondo de erudición que nos lleva y nos trae por la España, la Italia y el Argel que cupieron en suerte al biografiado.
Atravesar este mar de páginas es un deleite por la prosa, como ya dije, por la erudición, como también ya dije, y sobre todo por el sujeto que ocupa aquí el centro de la escena.

miércoles, febrero 05, 2020

Traducir lo que parece obvio




















Comparto un grupo de Whatsapp con algunos amigos argentinos y allí me preguntaron una vez el significado de la locución “ni modo”. Antes de recibir esa pregunta, jamás había reparado en que “ni modo” debía ser traducida al español de otro país. Les respondí lo que pude: que es una frase usual en el español de México, que contiene, en diferentes grados y ante los más diversos hechos, cierto fatalismo, una especie de resignación sin tragedia. Con ella, los mexicanos solemos dar vuelta a la hoja de los desaguisados, de los acontecimientos funestos, de los herrores propios y ajenos. Por ejemplo, si ya publicada fuera imposible corregir la fea errata de la palabra “error”, yo, como buen mexicano, podría decir “ni modo” y todos aquí me entenderían.
Pero lo que es obvio para un hablante no necesariamente es lo mismo para otro. “Ni modo” es un mexicanismo. Al recordar esta anécdota pensé en un libro que reseñé en 2015: Seamos felices mientras vivamos aquí (crónicas del exilio), del periodista argentino Carlos Ulanovsky. Grosso modo, allí narra su exilio en México luego de que la dictadura militar lo obligó a salir junto con su familia. Acá, Ulanovsky ejerció el periodismo hasta su regreso al sur tras el fin de la etapa genocida. En el libro suma un glosario para el lector argentino, y es allí donde reparo en lo difícil que resulta trasfundir una cultura en otra. Yo siento conocer más o menos bien una parte del caló argentino, pero es obvio que, si intento explicar algo por acá, se me escaparán muchos matices que sólo puede conocer quien ha vivido de tiempo completo, acaso sin darse cuenta, en aquella cultura.
Por ejemplo, vemos que la definición de “ahorita” es “Ahora mismo, ya, inmediatamente”, y creo que si bien entre los mexicanos puede significar aproximadamente eso, es entre nosotros una forma ambigua de medir el tiempo. Cuando los mexicanos decimos “ahorita” no nos referimos a un tiempo preciso, sino a un lapso elástico que con el diminutivo disculpa de antemano nuestra impuntualidad. Pasa algo similar con la definición de “chingue su madre” que traduce como “hijo de puta”, y no sé si dicho traslado es preciso. Ulanovsky no tiene la culpa al tratar de definir este santo y seña de los mexicanos. Aunque yo mismo lo uso, no podría definirlo, como San Agustín con el tiempo. En otras palabras, si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé. Aquí nos movemos en el terreno más profundo de la cultura, en lo que nos es esencial y por ello intraducible.

sábado, febrero 01, 2020

Del pasado y sus resonancias




















Coordinado por el doctor Sergio Garza Saldívar, el libro Ecos y presencias del pasado. Entrevistas para la reconstrucción de la vida cotidiana contiene doce entrevistas realizadas por estudiantes de la carrera de Comunicación en la Ibero Torreón. Garza Saldívar propuso a sus alumnos dialogar con sus parientes de mayor edad con el fin de reconstruir parte de las vivencias que ellos resguardan en la memoria.
En el prólogo, el coordinador de esta publicación observa que “Leer historias de vida nos permite adentrarnos a horizontes pasados, ver con otros ojos los eventos cotidianos de hace muchos años. Permite recrear el pasado, el de nuestros padres y abuelos. Cada vida es inédita, ciertamente, las experiencias, los triunfos, los fracasos, las decisiones, los encuentros y los desencuentros, entre muchas otras cuestiones más, van haciendo de nosotros lo que finalmente somos. Conocer esas aristas en otras vidas comunes que habitaron un territorio como el nuestro da esa cercanía que invita a la reflexión, al reconocimiento y a la admiración, permite sentirnos cerca de aquel que nos comparte su experiencia y mirar el mundo desde una perspectiva diferente. Leer estos materiales será como imaginarnos sentados en una mecedora bajo la sombra de los árboles, escuchando atentamente la voz de un viejo que comparte su historia”.
El organizador de este libro es maestro de tiempo de la Ibero Torreón, psicólogo por la Ibero Ciudad de México, maestro en Teoría Psicoanalítica por el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos del Distrito Federal y doctor en Filosofía de la Educación por el Iteso. Entre otros, ha publicado Hombres, esposos y padres: una aproximación a la masculinidad (2000); Actitudes valorales de la familia lagunera (1999). Participó en la publicación Tiempo de híbridos: Entre siglos jóvenes México-Cataluña del Instituto Mexicano de la Juventud, con el capítulo “Masculinidad juvenil: riesgo e identidad”.
Por su parte, María Andrea Monreal es reciente egresada de la carrera de Comunicación de la Ibero Torreón (2018). Ha trabajado en agencias de comunicación estratégica en medios digitales y tomado cursos de creación literaria, y es autora de una de las entrevistas de Ecos y presencias del pasado.
El libro fue editado por la Universidad Iberoamericana Torreón, y será presentado este martes 4 de febrero a las 7:30 pm en la Galería de Arte Moderno del Teatro Isauro Martínez. Lo comentaremos Sergio Garza, María Andrea Monreal y yo. Quedan convidados.