Comparto un grupo de Whatsapp con algunos amigos argentinos y
allí me preguntaron una vez el significado de la locución “ni modo”. Antes de
recibir esa pregunta, jamás había reparado en que “ni modo” debía ser traducida
al español de otro país. Les respondí lo que pude: que es una frase usual en el
español de México, que contiene, en diferentes grados y ante los más diversos
hechos, cierto fatalismo, una especie de resignación sin tragedia. Con ella,
los mexicanos solemos dar vuelta a la hoja de los desaguisados, de los
acontecimientos funestos, de los herrores propios y ajenos. Por ejemplo, si ya
publicada fuera imposible corregir la fea errata de la palabra “error”, yo,
como buen mexicano, podría decir “ni modo” y todos aquí me entenderían.
Pero lo que es obvio para un hablante no necesariamente es lo
mismo para otro. “Ni modo” es un mexicanismo. Al recordar esta anécdota pensé en
un libro que reseñé en 2015: Seamos felices mientras vivamos aquí (crónicas del exilio), del periodista
argentino Carlos Ulanovsky. Grosso modo,
allí narra su exilio en México luego de que la dictadura militar lo obligó a
salir junto con su familia. Acá, Ulanovsky ejerció el periodismo hasta su
regreso al sur tras el fin de la etapa genocida. En el libro suma un glosario
para el lector argentino, y es allí donde reparo en lo difícil que resulta
trasfundir una cultura en otra. Yo siento conocer más o menos bien una parte
del caló argentino, pero es obvio que, si intento explicar algo por acá, se me
escaparán muchos matices que sólo puede conocer quien ha vivido de tiempo
completo, acaso sin darse cuenta, en aquella cultura.
Por ejemplo, vemos que la definición de “ahorita” es “Ahora
mismo, ya, inmediatamente”, y creo que si bien entre los mexicanos puede
significar aproximadamente eso, es entre nosotros una forma ambigua de medir el
tiempo. Cuando los mexicanos decimos “ahorita” no nos referimos a un tiempo preciso,
sino a un lapso elástico que con el diminutivo disculpa de antemano nuestra
impuntualidad. Pasa algo similar con la definición de “chingue su madre” que
traduce como “hijo de puta”, y no sé si dicho traslado es preciso. Ulanovsky no
tiene la culpa al tratar de definir este santo y seña de los mexicanos. Aunque yo
mismo lo uso, no podría definirlo, como San Agustín con el tiempo. En otras
palabras, si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé. Aquí nos
movemos en el terreno más profundo de la cultura, en lo que nos es esencial y
por ello intraducible.