sábado, octubre 28, 2023

Lluvia de vocativos


 








En la escritura calamitosa e insalvable de los chats es posible encontrar el más amplio menú de ejemplos para todas las reflexiones gramaticales e incluso para algunas todavía no exploradas por la cabeza humana. Entre las más comunes está, o más bien no está, una coma que debe ir sí o sí, manque nos disguste usarla, pues más allá de ser una prescripción académica, tiene sentido usarla forzosamente en la escritura. Quizá fonéticamente no se note si no queremos que se note, pero en la escritura va porque va en todos los casos, tanto en los que son claros como en los que puedan crear confusión por culpa de la ambigüedad. Doy ejemplos de esta coma llamada “vocativa”, es decir, la coma que se pone antes de que le hablemos directamente a alguien.

Si bien podemos pronunciar “Ven, Juan” como “Ven Juan”, sin la sutil pausa intermedia, en la escritura es forzoso escribir la coma. Puede disgustarnos ese fililí, esa minucia, pero así es. Si no, se da el caso de comas vocativas omitidas que crean ambigüedad. Hace poco, en un chat colectivo leí que alguien buscaba a alguien. Cuando una de las personas interesadas preguntó que dónde, otra respondió: “Fue a su casa vecina”, es decir, “fue a la casa aledaña”. Pero lo que quería responder era distinto: “Fue en su casa, vecina”, con coma, para distinguir que no se refería a la casa contigua, sino que le respondía directamente a la vecina.

Dos vocativos famosos en América Latina son “chico” y “che”, de Cuba y Argentina, respectivamente. En el uso/no uso del vocativo se basa un chistorete: “¿Por qué todos los cubanos traen el pelo corto? Porque cuando se lo van a cortar siempre le dicen al peluquero ‘Córtame el pelo, chico’”, lo que en la pronunciación se puede oír sin coma: “Córtame el pelo chico”. E igual los argentinos usan mucho el “che”: “Pero entendé, che, esto no es así”. También he notado que usan mucho la palabra “flaco”: “Vení, flaco, ayudame”.

La idea de este textito me nació al oír a un cargador de maletas en la inmunda central camionera de Torreón. El tipo vio venir a una señora casi anciana y se acomidió (este verbo lo usaba mucho mi mamá) a ayudarla: “A ver, madre, yo le ayudo”. Francamente me pareció allí conmovedor el uso del vocativo “madre”, pues en México esta palabra, fuera del contexto familiar, se usa generalmente como maldición: “Me vale madre”.

A partir de allí pensé en algunos vocativos que me parecen muy frecuentes en el habla local, que aquí enumero. Escritos, claro, no ofrecen el encanto que sí tienen escuchados. Por lo tanto, hay que imaginarlos como enunciados por voces callejeras.

Carnal. Muy frecuente. “¿Cómo estás, carnal?”. El mexicano distingue la frontera, más delgada que un pelo, entre el uso de “carnal” como sinónimo de “hermano” o como equivalente a “amigo”.

Compa. Apócope de “compadre”. Lo he oído toda la vida: “Pásame un cigarro, compa”. Hay un cuento de Edmundo Valadés que se llama así: “El compa”.

Don. Sabemos que proviene del latín “dominus”, señor. “Gracias por todo, don”. Con frecuencia se la añade el posesivo “mi”: “Gracias por todo, mi don”. Este posesivo es común al hablar de equipos de deportivos favoritos: “Hoy juega mi Cruz Azul”, pero esto ya es otro asunto.

Ese. De insólita calidad. Escrito no funciona igual, hay que escucharlo para sentir su fuerza: “Préstame diez varos, ese”, que se oye como “eshe”.

Estimado. Uno de los más frecuentes vocativos genéricos. Suele ser acompañado por el posesivo “mi”: “¿Cómo estás, mi estimado?”

Güey. Quizá el vocativo genérico mexicano más habitual, antes de uso sólo masculino y hoy generalizado. Insoportable es verlo escrito “wey”, a lo güey. “¿Vamos a ir de viaje, güey?”

Ingeniero. De los que enaltecen aunque uno no sea eso. También usado con apócope. “¿Le lavo el carro, inge?” Así me decía un lavador de carros.

Jefe. Igual, muy frecuente. De los que confieren autoridad inmerecida. “Estaciónese allí, jefe”.

Licenciado. Lo mismo que “ingeniero”. “Buenos días, lic”.

Mano. Aféresis de “hermano”. De los vocativos de la vieja guardia: “No, mano, no me dieron el trabajo”.

Patrón. Como “jefe”. Un derivado frecuente es “padrino”.

Seño (o señito). Casi un eufemismo; no expresa si dice “señora” o “señorita”, lo que antes era delicado. “¡Escobas y trapeadores, seño!”, grita en la calle el vendedor de escobas y trapeadores.

jueves, octubre 26, 2023

Días de ceniza o los comienzos de la ebullición

 














Teresa Muñoz (Minatitlán, Ver., 1967) es autora del libro de cuentos El fin de la inocencia y ha participado como escritora en las antologías El tejido de la mujer araña, maternidades disidentes y Mexicanas al grito de ¡Ya basta! Autora de las columnas Las actrices también leen, publicada en la revista electrónica Bitácora de Vuelos.

Esta semblanza es apenas una mirada breve al trabajo escrito de Tere Muñoz, pero por supuesto no la abarca en su totalidad; por ello, a tales renglones habría que sumar su labor como maestra, actriz, coordinadora de la Escuela de Escritores de La Laguna, promotora cultural y, claro, madre de familia. A la vera de las mencionadas actividades ella ha sabido, además, distribuir los frutos de su escritura, como en 2022 sucedió con la novela Días de ceniza.

Este segundo libro narrativo individual de Tere es todavía una novedad editorial que no dudo en celebrar por varias razones. Se trata de una bildungsroman, palabra alemana que, como sabemos, significa “novela de formación” o “novela de aprendizaje”, es decir, una historia en la que se nos cuenta el proceso mediante el cual un personaje ase su cosmovisión o edifica su condición humana. Por esta razón, los protagonistas de las bildungsromans son jóvenes, la mayoría de las veces adolescentes, como es el caso de Días de ceniza. De este tipo, un ejemplo famoso en México sería De perfil, de José Agustín, y, en otra lengua, El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

En Días de ceniza la protagonista es una adolescente. Vive en una zona petrolera del trópico mexicano, lugar al que migró con su familia —padre, madre y hermano— luego de radicar en el semidesértico norte. La joven atraviesa durante el relato la metamorfosis de su cuerpo y los primeros pálpitos del deseo sexual. Con una prosa tenuemente poética, fresca, nada afectada, nos adentramos en el mundo de sensaciones físicas y conflictos morales que son habituales a esa edad de descubrimientos y, la mayor parte de las veces, de miedos y frustraciones ante los reclamos de la piel.

La edad de Clarisa, la protagonista, ronda los trece o catorce años cuando comenzamos a conocer su historia. En Minatitlán, Veracruz, a donde recaló su familia por un brinco laboral del padre, todavía alcanzamos a ver la convivencia de la narradora con Esteban, su hermano, mientras ambos son niños y juguetean sin malicia. Pero la transición de la niñez a la pubertad agudiza su percepción y modifica las prioridades desde dentro del cuerpo: con los cambios físicos sobrevienen los cambios sociales, y Clarisa comienza su accidentado camino hacia el encuentro de nuevas amistades, hacia el mundo de los deseos ignotos y hacia el ejercicio de una sexualidad desorientada, fortuita.

Las relaciones familiares de la joven terminan por astillarse: con su hermano se da el natural alejamiento marcado por las diferencias de edad y de sexo; con su padre se abre un agujero cada vez más ancho porque para él sólo prima el trabajo y no la cercanía con los hijos, y de su madre se va apartando porque ella vive sumida en un ensimismamiento que a duras penas encubre la frustración matrimonial. En este contexto, lo lógico es encerrarse en una habitación o hallar, azarosamente, amistades coetáneas en el barrio y en la escuela. Todo lo que en este momento ocurre en su fuero íntimo tiene, para Clarisa, una explicación vaga, arbitraria, pero es en la relacionada con su sexualidad en donde más conflicto aparece. ¿Qué son esos cambios acusados por su cuerpo? ¿Qué significa la misteriosa ebullición en su interior? ¿Está bien pensar y hacer lo que le demandan sus hormonas?

Las respuestas que ella sola puede darse no son, obvio, claras. Ante la falta de orientación, ante los dos pétreos silencios de sus padres, Clarisa queda a merced de la casualidad, del azar que no le explica nada, pero que pone frente a su cuerpo los primeros conatos de placer. Por casualidad encuentra a Rosana, precoz amiga de su escuela; por casualidad vive Andrés en el vecindario, y por casualidad por allí ronda también Gerardo. Con ellos tres, en diferente grado y momento, nuestra protagonista se va haciendo una idea de lo que significan los entreveros de la carnalidad. Pero insisto, todo lo que bulle en su ser es opaco, neblinoso, atractivo y desconcertante al mismo tiempo.

Estamos pues ante una historia ubicada en los albores de la era internética, en los ochenta, de ahí que su banda sonora sea Abba, grupo favorito de Clarisa. Todavía en aquel momento los y las jóvenes dependían, para formarse en educación sexual, de sus padres o de la calle, y no como ocurre ahora tras la revolución digital, en la que los adolescentes aterrizan en la adultez ya formados o deformados por el consumo apabullante de pornografía de todos los calibres.

Clarisa, pues, maniatada por el azar, sueña con los encuentros eróticos, con los besos, sin saber bien a bien en qué consisten realmente aquellas prácticas ni cómo se manejan. Todo en el camino del descubrimiento es accidental, como cuando encara por primera vez a Andrés, el vecino, con quien tiene un roce tan candente como tosco y confuso.

Dos personajes femeninos en el entorno de Clarisa pueden ser los dos caminos que se le presentan en la vida: Rosana, la amiguita, puede simbolizar el desenfado ante el sexo, pues en más de un momento ella le demuestra su liberalidad, la manera absolutamente relajada con la que lo asume; y su madre, quien con el matrimonio estableció un pacto para alcanzar cierto ascenso social pero no terminó por conformarse con el destino de soledad y depresión al que la condenó el estatus de esposa, finalmente hecho trizas. Dicho esto de paso, tal vez sea atendible suponer cierta simetría entre Clarisa y su madre, pues ambas tienen adherida en la mente una obsesión de parecida índole.

Un rasgo a destacar en Días de ceniza (titulada así por la erupción del volcán Chichonal, de Chiapas, en marzo de 1982, lo que marca la época en la que se ubica el relato además de ser símbolo de otro tipo de erupciones, como la sexual en este caso) es la sinceridad y, como dije antes, la frescura de su prosa. Sin renunciar a una tesitura literaria pero verosímil en la primera persona de Clarisa, no incurre en la puritanería, en las elipsis pudibundas ante lo erótico, y llama por su nombre a lo que debe llamar por su nombre, así sea lingüísticamente vidrioso. Por ejemplo, en este pasaje de la página 53, en uno de los fugaces encuentros con Andrés, fragmento donde la palabra “labios” va más allá de lo que pensamos tras leerla: 

Esta vez la carcajada se fue transformando en gemidos alegres a medida que él pasaba la lengua alrededor de mis labios y la introducía en mi cavidad. Tocó algo que desconocía y me dejé llevar a este centro de placer intenso que no quería dejar de sentir, necesitaba esa lengua por siempre ahí abajo, lamiendo, chupando, rozando, acariciando todos mis recovecos y humedeciéndome una y mil veces más. 

Intensa y ágil novela de iniciación, bien escrita y mejor ambientada, Días de ceniza nos coloca frente al adolescente que fuimos y frente a un misterio que, creo, jamás se desvanece: cómo diablos atravesamos esa etapa, nuestros días de ceniza, sin morir en el intento.

Comarca Lagunera, 25, octubre, 2023

Nota. Texto leído en la presentación de Días de ceniza celebrada en Zoom el 25 de octubre de 2023. Participamos la autora, Juan Noé Fernández y yo. La actividad fue organizada por Nadia Contreras, coordinadora de literatura del IMCE Torreón. La novela puede ser adquirida aquí: Amazon.

miércoles, octubre 25, 2023

Segunda Semana en Querétaro









Para participar en la Segunda Semana de Novela Negra F.G. Haghenbeck, el fin de semana pasado estuve como relámpago en Querétaro, no más de 24 horas, sueño incluido. Llegué a las 9 de la mañana del sábado y desde ese momento todo fue rápido y curioso. Sin bañarme, en mis jugos porque la habitación todavía no estaba disponible, desayuné en el hotel Señorial, en el centro histórico, con mis amigos Ricardo Vigueras, Elpidia García y José Juan Aboytia, del Colectivo Zurdo Mendieta, juarense. Luego los cuatro salimos a caminar un poco por la ciudad, y a mediodía, ya con cuarto asignado, caí como árbol en la cama para dormitar un momento. Se hizo el mediodía y bajé a comer, y allí me encontré con Élmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra y mi paisano Vicente Alfonso, quienes luego nos desplazamos a una excelente librería ubicada a la vuelta del hotel. Regresé, me bañé y salí a todo correr hacia el centro cultural donde presentaría mi “Leyenda Morgan” (UANL, 2023, segunda edición). Ricardo Vigueras y Carlos René Padilla comentaron el libro, y luego participé en una mesa con Luis Arturo Salmerón y César Gándara; los tres conversamos sobre los folletos relacionados con lo policial/criminal de la colección "Vientos del Pueblo", del FCE. Después, ya como parte del público, escuché con atención las palabras de Carlos René Padilla, José Juan Aboytia y Eduardo Antonio Parra sobre el quinceañero Zurdo Mendieta, protagonista de varias novelas de Élmer Mendoza, allí presente. Siguió entonces la premiación al ganador del certamen de novela “Otra vuelta de tuerca”, que este año ya fue internacional y quedó en las manos de mi amigo saltillense Alejandro Pérez Cervantes por su novela “Yo, Judas”. Por último, ese mismo sábado se dio la entrega de la presea “Filiberto” a la mejor novela negra de México en 2022, que se agenció Vicente Alfonso, mi multipremiado paisano y amigo, con la novela “La sangre desconocida”. Al final nos reunimos en una casa para la cena final de la Semana Negra, lo que extendió mi vigilia hasta la una de la mañana ya del domingo. A las 6 salí al aeropuerto de Querétaro con destino a la Ciudad de México, y a las 12 de la Ciudad de México a Torreón, a donde llegué molido como a las 2 de la tarde. Fue un viaje tan pesado como satisfactorio, pues pude hablar de lo mío y saludar tanto a buenos camaradas escritores como a personas como Yuyú Fernández, que tanto colaboró para que estas jornadas de literatura negra salieran adelante. Ojalá que me reiteren la invitación el año que entra.

Novela de Tere Muñoz

 











Teresa Muñoz (Minatitlán, Ver., 1967) es autora del libro de cuentos El fin de la inocencia y ha participado como escritora en las antologías El tejido de la mujer araña, maternidades disidentes y Mexicanas al grito de ¡Ya basta! Autora de las columnas Las actrices también leen, publicada en la revista electrónica Bitácora de Vuelos y Los riesgos del ocio.

Esta semblanza es apenas una mirada breve al trabajo escrito de Tere Muñoz, pero por supuesto no la abarca en su totalidad; por ello, a tales renglones habría que sumar su trabajo como maestra, actriz, coordinadora de la Escuela de Escritores de La Laguna, promotora cultural y, claro, madre de familia. A la vera de las mencionadas actividades ella ha sabido, además, distribuir los frutos de su escritura, como en 2022 sucedió con la novela Días de ceniza.

Este segundo libro narrativo individual de Tere es todavía una novedad editorial que no dudo en celebrar por varias razones. Se trata de una bildungsroman, palabra alemana que, como sabemos, significa “novela de formación” o “novela de aprendizaje”, es decir, una historia en la que se nos cuenta el proceso mediante el cual un personaje ase su cosmovisión o edifica su condición humana. Por esta razón, los protagonistas de las bildungsromans son jóvenes, la mayoría de las veces adolescentes, como es el caso de Días de ceniza. De este tipo, un ejemplo famoso en México sería De perfil, de José Agustín, y, en otra lengua, El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

En Días de ceniza la protagonista es una adolescente. Vive en una zona petrolera del trópico mexicano, lugar al que migró con su familia —padre, madre y hermano— luego de vivir en el semidesértico norte. La joven atraviesa durante el relato la metamorfosis de su cuerpo y los primeros pálpitos del deseo sexual. Con una prosa tenuemente poética, fresca, nada afectada, nos adentramos en el mundo de sensaciones físicas y conflictos morales que son habituales a esa edad de descubrimientos y, la mayor parte de las veces, de miedos y frustraciones ante los reclamos de la piel.

Díaz de ceniza será presentada hoy (sólo en línea) en el Facebook del Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón. Participaremos Juan Noé Fernández, la autora y yo.

lunes, octubre 23, 2023

Andanza de la Ibero Torreón












Liga para descargar gratuitamente el PDF del libro Andanza de la Ibero Torreón. Cuarenta años de incidir en La Laguna. Pulse en la palabra libro. 

sábado, octubre 21, 2023

Un año sin Gilberto Prado Galán

 










Perdimos a Gilberto Prado Galán hace, hoy, exactamente un año. Lo recuerdo aquí con la presentación que publiqué en el libro dedicado a su memoria, libro cuya descarga gratuita puede ejecutarse aquí.

Casi años, 39 para ser exacto, orbité en el círculo amistoso de Gilberto Prado Galán (Torreón, Coahuila, 20 de septiembre de 1960-Ciudad de México, 21 de octubre de 2022). Hombre de querencia fácil, lo más opuesto a un misántropo que puedo imaginar, Gilberto tenía muchísimos amigos y aún más conocidos. Pese a esto, sé que ocupé en su vida de cuate y de colega escritor un sitio distinguido, tanto que a mi parecer, y perdón por la vanidad, fue y será él uno de mis cinco o seis mejores amigos. Su partida reciente, por ello, me golpeó como una turbulencia que no dejará de cimbrarme, casi como si con él se hubiera ido un pedazo fundamental de mi propia existencia. “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”, dijo Yupanqui que dijo un hombre de campo al que alguna vez oyó de pasada, y siento que en el caso de Gilberto eso era para mí, sin duda: uno mesmo en otro pellejo.

La noticia de su pérdida me llegó en un momento de tremenda agitación personal. Una semana después del 21 de octubre de 2022 emprendí un viaje en pareja largamente preparado. Luego, al regreso, me esperaban otros dos viajes más cortos y el cierre laboral del año en la universidad. Salvo dos entregas de mi columna periodística —los dos últimos textos que aparecen en este libro— escritas al calor de la tristeza, nada más pude hacer para sumarme a las numerosas muestras de cariño y respeto que lo despidieron. Durante todos los recorridos y en medio de las responsabilidades de trabajo, sin embargo, pensé obsesivamente en la necesidad de preparar algo, alguna ofrenda de palabras para mi amigo Gil, y pronto di con la posibilidad hoy materializada en este modesto homenaje de papel y tipografía.

Desde que comenzó nuestra amistad hice ver a Gilberto, tácitamente, que el vínculo que nos unía era el afecto, es verdad, pero que esto resultaba insuficiente si no se le sumaban gestos propios de la amistad literaria. Así, traté de evidenciar en toda ocasión que divulgar su obra escrita era un imperativo de mi trabajo. Si parte de mis dinámicas laborales radica, desde 1984, en la difusión de la literatura y de todo aquello que percibo artísticamente valioso o meritorio, no podía ser ajeno a la obligación de expresar, por escrito y por cualquier medio, que en Gilberto teníamos a uno de nuestros mejores escritores, quizá al mejor, al más dotado para el ejercicio literario.

Así, no fueron pocas las oportunidades que tuve para elogiar su talento en una clase, en una conferencia, en una simple conversación de sobremesa. Lamentablemente, verba volant, la palabra puesta en el aire se desvanece y de ella sólo queda, si acaso, una vibración perdida en el cosmos e imposible de recuperar. La escritura, al contrario, tiene la capacidad de permanecer y permitir su restablecimiento. Gracias a la supervivencia de lo que he escrito sobre Gilberto puedo ofrecer hoy estas páginas, racimo de 17 textos que cubre un arco de 25 años. Apenas debo señalar que, dadas las circunstancias que les dieron origen, estos párrafos son bocetos, puntos de partida para más y mejores acercamientos a la obra de nuestro llorado poeta y ensayista.

Son la mayoría, como se verá, comentarios escritos para presentar libros de mi amigo, quien con frecuencia me pedía ese favor, un favor que asumí siempre como lujo. El más antiguo data de 1998, pero sé que hay textos anteriores a esa fecha de los cuales no conservo nada, salvo el tenue recuerdo de su hechura. Al releer lo que aquí traigo —y guardaba en viejas carpetas digitales— sólo hice mínimos retoques, nada que alterara sustancialmente la apresurada opinión original. Así reunidas, ciertas afirmaciones pueden parecer reiterativas, pero es lógico que esto ocurra si pensamos que todas ellas conciernen al mismo escritor volcado casi el mismo género. Luego entonces, es necesario tener en consideración que en su momento fueron escritas sin presentir que alguna vez cohabitarían en un mismo recipiente, éste.

Para mi libro Solazos y resolanas (2015) solicité al propio Gilberto una semblanza. La traigo aquí con dos o tres ítems añadidos; es, grosso modo, el trabajo profesional y literario que acumuló hasta 2022:

Gilberto Prado Galán (Torreón, 20 de septiembre de 1960-Ciudad de México, 21 de octubre de 2022). Psicólogo egresado del Instituto Superior de Ciencia y Tecnología, A.C., de Gómez Palacio, Durango, y master of arts por la New Mexico State University, ha fungido como director de la estación cultural Radio Torreón, director del Departamento de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila, profesor de español en la New México State University. Ha publicado ensayos, artículos, poemas y reseñas en diversas revistas nacionales e internacionales. Obtuvo los premios internacionales Malcolm Lowry, Garcilaso Inca de la Vega Lya Kostakowsky (cuyo jurado estuvo integrado por Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Eduardo Galeano) y el premio nacional de crítica de arte Luis Cardoza y Aragón. Autor de más de 9000 palíndromos, fue invitado como miembro de honor al Club Internacional de Palindromistas, con sede en Barcelona. En México y España ha publicado más de veinte libros entre los que destacan Exhumación de la imagen, Las máscaras de la serpiente, Huellas de Salamandra, Esplendor del canto, Vindicación de Incurable, Luis Cardoza y Aragón: las ramas de su árbol, El misterio y su lámpara, Minas y teodolitos, El año de Borges, Fragmentos del asombro, Dialéctica del caos, El libro de las preguntas: la posteridad insomne de Pablo Neruda, El canto de la ceniza, Dolor de ser isla, Sobre héroes y hazañas, Efímero lloré mi fe, A la gorda, drógala, Los ojos de la Medusa, Libro del mapa humano, Para leer El Aleph y Ella era el jardín. Fue Coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. En México ha colaborado en Algarabía, Brecha, El Huevo, El Imparcial, El Puente, Acequias, El Siglo de Torreón, Excélsior, Historia de América, La Crónica Cultural, La Gaceta del FCE, Los empeños (UNAM), Nexos, Periódico de Poesía, Plural, Sábado y Milenio Laguna, entre otras muchas publicaciones periodísticas. Asimismo, ha publicado ensayos, artículos, poemas y reseñas en las revistas internacionales Ínsula, Poesía, Barcarola, La bolsa de pipas, Revista de libros, Serta, Nueva revista, Blanco y negro del diario español ABC, Cuadernos de la huerta de San Vicente, Umbral y Anales de la Universidad Complutense de Madrid. Fue becario del Fonca y miembro del SNCA. Fue esposo de Leticia Santos Campa, y padre de Sofía Leticia y Verónica Eloísa.

No quiero salir de esta presentación sin declarar que fue un privilegio ser amigo de Gilberto, un privilegio expandido en cuatro venturosas décadas. Su amistad, su obra y la densa exuberancia de sus saberes, compartidos sin freno con pasión y desenfado, son regalos que mi memoria guardará con trasparente, con indestructible cariño, admiración y gratitud.

Comarca Lagunera, 10, diciembre y 2022


miércoles, octubre 18, 2023

El escritor indeseable







 

En una de las conferencias de Ricardo Piglia sobre Borges, disponibles en YouTube para quien quiera verlas y escucharlas, el autor de Plata quemada hace una afirmación que es bueno tener en cuenta para establecer la categoría de un escritor. A la hora de aceptar influencias, un autor no elige quién desea “ser”, sino quién no desea “ser”. En otras palabras, amplía el argentino, no puede elegir quién quiere ser, porque si no sería fácil elegir ser Dante o Goethe; lo que sí puede hacer es esquivar a los escritores cuya influencia o ejemplo aborrece, esto sí puede elegirlo el escritor.

Digo lo anterior porque en estos días fue develado el premio Planeta de novela 2023 y el fallo provocó no pocas polémicas en el mundo literario de habla hispana, sobre todo, claro, del de España. ¿De veras ganó la autora que ganó?, es la pregunta que se hicieron muchos. La duda nace de un hecho evidente: la triunfadora, Sonsoles Ónega, es una periodista de televisión del grupo al que pertenece también la editorial Planeta, además de ser familiar de un antiguo mandamás en la misma empresa convocante del certamen. Su narrativa anterior se inscribe en el tipo de literatura de consumo fácil, masivo, así que es al menos sospechoso que su novela haya derrotado a todas las que fueron presentadas al concurso. No pocos críticos señalaron que se trata de un premio otorgado a la medida, es decir, en el que se cuadró el triunfo de la ganadora desde que el certamen fue convocado.

Lo cierto es que, si tomamos en cuenta que se trata de un concurso dotado de un monto económico muy alto (un millón de euros) y la publicación de más de 200 mil ejemplares en la primera tirada, no deja de sorprender que su ganadora no esté en el canon de escritores que uno puede imaginar serios, inalcanzables. Por supuesto que la novela ganadora puede ser una obra maestra, dado el tamaño del reconocimiento que acaba de recibir, pero es casi imposible que esto sea así si fue escrita por quien no ha producido libros anteriores de alto calibre. En la literatura no se dan estos milagros, lo que torna atendibles las dudas que la ganadora ha generado.

Un escritor puede elegir lo que no desea ser, y estoy seguro de que un buen escritor ni siquiera se presentaría a un concurso convocado por la empresa donde trabaja. Eso sería permitir un quemón, cerrarse las puertas del respeto, pasar a la evasiva posteridad como un simple escritor comercial.

sábado, octubre 14, 2023

Fabián Vique: la microficción como centro

 











Al margen de las grandes vidrieras, sin el ruido promocional que generalmente se concentra en la novela y en abundante “no ficción”, el microrrelato ha podido abrirse brecha entre escritores, editores y lectores. Este avance fue lento durante décadas en América Latina, pero en los años recientes aceleró su marcha debido sobre todo a las nuevas tecnologías de la información: si todo es ahora rápido, a cierta literatura le convino el envase pequeño para moverse con total facilidad en un estado de Facebook o en un tweet. Así pues, de Darío, Lugones y Torri pasamos con lentitud a Borges, Arreola, Cortázar, Monterroso, Denevi, y de ahí, ya más aceleradamente, al numeroso contingente de microficcionistas que hoy exhibe nombres como los de René Avilés Fabila, Luisa Valenzuela, Raúl Brasca, Juan Armando Epple, Eugenio Mandrini, Felipe Garrido, David Lagmanovich, Ana María Shua, Guillermo Samperio, Pía Barros, Rogelio Ramos Signes, Diego Muñoz Valenzuela y muchos otros que no omito por olvido, sino para evitar una lista más o menos cansadora.

Los microficcionistas son, pues, muchísimos, y de alguna manera se conocen entre casi todos porque han sabido organizar espacios para la divulgación, edición y distribución de sus obras, como los encuentros nacionales e internacionales que suelen convocar a editores/cultores de este género y no sólo permiten la lectura y la discusión teórica, sino el intercambio de títulos publicados en todas las modalidades, desde los marcadamente artesanales hasta los profesionales, como es el caso de los libros del sello Micrópolis, del Perú; Ficticia, de México, y Macedonia, de la Argentina.

Macedonia, a propósito, es un emprendimiento individual. Lo encabeza Fabián Vique (Buenos Aires, 1966), quien además de la edición y la docencia ha practicado, a mi parecer con harta fortuna, la escritura de microficción. Si bien su labor como editor es ya digna de reconocimiento —pues es quien más ha publicado títulos de este género en la Argentina, todo desde Morón, partido del conurbano bonaerense—, Vique es un creador espléndido, y es en su obra creativa en la que deseo poner énfasis durante los renglones venideros. Tiene cinco títulos de narrativa corta, aunque las piezas de uno de ellos, La tierra de los desorientados (2007), no encajan en el ámbito de lo microficcional. Aquel primer libro muestra, sin embargo, los rasgos característicos de su trabajo escrito: el humor indeclinable y la búsqueda y el hallazgo de lo absurdo, lo paradójico, lo ridículo. Hay algo en sus ficciones amplias y brevísimas que no veo con frecuencia en sus homólogos: una suerte de desenfado o antisolemnidad que lo lleva a tratar todos sus temas como si nada importara, como si todo fuera susceptible de ser abordado sin manifestar apegos o apasionamientos. Eso le ha permitido escribir de todo, hasta de lo más insignificante, sin que uno sienta que es insustancial. Algo similar siento, por cierto, cuando leo al mexicano Marcial Fernández, par de Vique en dos ámbitos: el editorial y el creativo.

La tierra de los desorientados no es microficción pero, insisto, ya muestra el perfil de la producción ulterior de Vique. El tono humorístico está marcado desde los títulos y el “resumen”. Un cuento, por ejemplo, es “La chica que repartía flores en el leprosario”, que antes de entrar en materia tiene este epítome: “Un médico nos cuenta su historia de amor en el leprosario de General Rodríguez”; o en el cuento “Mercados alternativos”, resumido como “Un texto de gran ayuda para el inversor audaz”. La imaginación de Vique parece permanentemente irónica, zumbona, como decían los antiguos, y jamás se queda enredada en el alambre de púas del chiste fácil, sino que se expande como alegoría sutilmente crítica a comportamientos ridículos o, como ya señalé, absurdos.

En 2009 publicó Variaciones sobre el sueño de Chaung Tzu, su primer libro de microficciones. Además de la serie con las “variaciones” sobre el famoso micro chino, Vique ensarta brevedades que, creo, muestran la malicia algo macedónica (por Macedonio Fernández) que aplica recurrentemente en su escritura. En “El otro Guiness”, narra con guiño cientificista: “Cuando se sabe cerca del final, la lombriz incandescente de Paranacito emprende el camino hacia el centro de la Tierra. El fin le llega mucho antes porque la ruta es larga y además el suelo se va poniendo cada vez más duro. Pero sería canallesco medir sólo el resultado y no considerar la intención”. Más allá de la falsa moraleja, ¿no sería aplicable el caso de esta lombriz al de muchos poetas o futbolistas?

Veamos otro caso del mismo libro. Aquí advierto un delicado cuestionamiento al facilismo de los libros de autoayuda:

 

Para salir del pozo lo mejor es una buena escalera, lo suficientemente alta y resistente para llegar a la superficie sin tener que andar haciendo maniobras complicadas.

En su defecto, un ascensor o una cuerda bien larga y fuerte, con una roldana bien agarrada a alguna parte, y en lo posible un gorila afuera, con la fuerza y la paciencia necesarias para tirar para arriba sin hacer demasiadas preguntas.

Una vez en la superficie, actuar con naturalidad, como si tal cosa, silbando bajito.

 

O éste en el que juega con la intertextualidad en una de las variaciones que dan título al libro: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar no sabía si era una mariposa, o si era un dinosaurio que todavía estaba allí”.

Un año después, en 2010, Vique publicó su segundo lote de brevedades en La vida misma y otras minificciones. El autor persiste en la voz socarrona, y lo hace desde el prólogo. Señala que dividió el contenido en tres secciones, y aclara: “Lo importante es que la mayor parte de las piezas del primer grupo pueden pasar al segundo o al tercero, las del segundo al tercero o al primero, etcétera”. Este libro es el mejor de Vique, aunque debo decir que no conozco Peces, título casi recién aparecido en Buenos Aires.

Hacia 2012, PD Editores, de Monterrey, publicó una antología titulada Los suicidas se divierten. Reúne lo mejor de la producción de Vique. Entre sus textos está mi relato favorito, “El escupidor de Rafael Castillo”, que me sirve para cerrar el apunte y recomendar el trabajo de este escritor y editor argentino:

 

Todas las noches, a la una en punto, el escupidor de Rafael Castillo sale a escupir a la gente. El recorrido abarca las dos veredas de Carlos Casares, desde Don Bosco hasta las vías.

Quienes lo conocemos evitamos la zona en la media hora que dura la vuelta. Pero siempre encuentra inocentes que deambulan a merced de su boca certera.

Alberto apunta a los ojos y lanza un líquido casi blanco, no muy espeso pero de interesante volumen.

Los escupidos se asombran del buen semblante, de la discreción y hasta de la elegancia del escupidor. Nunca reaccionan. Se limpian la cara y siguen su camino. Se dice que en las mejores noches Alberto ha proporcionado más de una docena de escupitajos.

Durante el día, sin embargo, el escupidor es un hombre común y corriente. Suele decir que no le gusta el barrio y que tiene ganas de mudarse con su familia a un lugar más tranquilo.

Nota. Apunte publicado originalmente en Literal. Latin American Voices, EUA, en noviembre de 2016.

miércoles, octubre 11, 2023

Otra vez el caos

 







Oigo o leo la frase cada año: “Me encantan los días lluviosos”, y más allá de los gustos personales siempre pienso lo mismo, aunque no lo digo: “A mí no, yo más bien los odio”. Sé que es una necedad gustar o no de la lluvia, pues llegará o no llegará con o sin nuestro consentimiento, pero en buena lógica no entiendo que pueda agradarnos un clima que así sea indispensable siempre causa innumerables calamidades durante —y tras— su paso por nuestro horizontal paisaje. Los días recientes lo comprueban. Según el indicador climático del celular, todavía hoy miércoles tendremos algunos nublados, pero parece que lo peor, el agua persistente, ya pasó.

Digo que detesto estos días porque es inevitable ver manchas de humedad en el techo, cuando no flagrantes goteras. Por más que me he afanado con el impermeabilizante, no sé cómo resurgen los problemas, y ya una vez viví la experiencia traumática de atestiguar que se me mojaban varios libros (entre ellos uno que me dedicó Vargas Llosa) tras el paso furioso de una tromba.

Pero más allá de las penurias caseras que en general cada ciudadano padece en diferente grado y perjuicio, es de admirar lo recurrente de nuestros encharcamientos públicos. Por más que ciertos puntos siempre (siempre) queden anegados y colapsen la movilidad sobre todo automotriz, la autoridad jamás toma, perdón por el lugar común, “cartas en el asunto”. Hoy puedo decir, por ejemplo, que en el lado norte de la joroba llamada del Campesino (casi al lado de la feria) se inundará en 2030, y en vez de buscar un arreglo ya sabemos que será un punto donde la circulación colapsará y seguirá colapsando.

Charcos, baches, choques, rutas cerradas, todo esto y más hemos visto en estos días. Volverá a pasar. Es nuestro castigo por vivir en una ciudad mal diseñada para cualquier día, sobre todo para los lluviosos en los que nuestra urbe muestra totalmente el cobre de su pésima planeación y su precaria infraestructura. Y no quiero decir con esto que sólo las lluvias exhiben nuestras pobrezas; casi cualquier día, reitero, es lo mismo: la comarca ha quedado rebasada por el parque vehicular y nuestras calles, avenidas, bulevares, calzadas y libramientos son todos los días una evidencia del mal diseño infligido a la región.

sábado, octubre 07, 2023

Sebreli en el futbol

 











El nombre Juan José Sebreli (Buenos Aires, 1930) quizá diga muy poco o nada en México, país endogámico como todos en América Latina. Lo lamento, pues se trata de uno de los intelectuales más lúcidos y polémicos de nuestro continente, autor de una obra que sin duda debería ser observada más allá de la Argentina. Sebreli es esencialmente filósofo, pero creo que podemos ampliar los recipientes de su pensamiento hasta la sociología, la antropología, la política y el arte. Identificado en su juventud con el grupo de la revista Contorno (1953-1959) encabezada por los hermanos Ismael y David Viñas, Sebreli no ha cesado de publicar en periódicos, revistas y libros desde la década de los cincuenta hasta la fecha. Hacia la mitad del XX formó un tridente de enfants terribles junto a sus amigos Óscar Masotta y Carlos Correas.

En Torreón tengo tres de los casi treinta libros de su autoría. Uno de ellos, al que le dedicaré estos párrafos, es extraordinario, y si agregara que es brillante sería poco elogiarlo. Se trata de La era del fútbol (Debolsillo, 2005, 349 pp.), tal vez la más pormenorizada y fría golpiza propinada alguna vez al deporte que muchos, muchísimos, más amamos, el futbol (en el título del libro dice “fútbol”, con prosodia argentina; yo me referiré a él como “futbol”, pues así lo pronunciamos en México). Quizá no debo decir “al futbol”, al futbol en sí, sino a lo que gradualmente, desde el siglo XIX a la actualidad, se ha hecho con él: convertirlo en una mezcla de vidrioso y multimillonario negocio, en un espectáculo útil para la manipulación de masas y, por ende, en arma servicial a la política de peor talante.

Adhiero a todo o casi todo lo que describe Sebreli en su sondeo a las viscosas profundidades del futbol. Es difícil no estar sustancialmente de acuerdo con lo que afirma, es verdad, pero después de leerlo no me he convertido al ateísmo futbolístico. La era del fútbol me ha servido, sí, para pensar mejor en esta actividad que es pasión de multitudes, pero no me la ha quitado de encima, pues es, como la poesía para el Quijote, una “enfermedad incurable y pegadiza”.

Tal vez la clave recóndita de su poder aunque se diga con lasitud que en este juego interviene la inteligencia, acaso una inteligencia de lo motriz y lo espacial, y el placer que genera en quienes lo practicaron y lo practican, e incluso en quienes no, se basa en la irracionalidad de su ejecución, en el uso del cuerpo para desarrollar una danza que, como dijo el poeta Antonio del Toro, al final terminó siendo la emancipación del pie frente a la dictadura de la mano, el concurso y el dominio de una parte del organismo humano, el pie, que antes del futbol sólo había servido básicamente para apoyarnos en el suelo y desplazarnos. En otras palabras, es en la irracionalidad de su práctica, en el instinto del pie, la zona más lejana del cerebro, de donde brota su poder, el raro goce de saber que todo el pie —todo: talón, empeine, punta, planta…— tiene capacidad para “manipular” (“manipular” viene de “mano”) la pelota como si fuera un trabajo artesanal. Desde el nombre de esta práctica (foot) hay un homenaje al pie, de suerte que es la única actividad humana que lo tiene como centro.

Al margen de mi digresión seudoesencialista y de seguro errabunda, asombra la hondura y el rigor con el que Sebreli encaró el análisis del futbol como fenómeno de nuestro tiempo. Su libro se divide en trece amplios capítulos, todos apoyados en una profusa máquina de referencias documentales. Todas las secciones del libro son lapidarias, todas desmontan el engranaje del futbol como devoción popular, como mafia económica, como abuso del infantilismo, como madriguera de vándalos, como herramienta política, como teatro de la brutalidad, como espectáculo vacuo.

Bajo la exposición podemos pensar que fluyen, entre otras, estas dos preguntas: ¿por qué el futbol se convirtió en el juego más importante del planeta y por qué muchos intelectuales "irracionalistas", en lugar de encararlo como summum de la frivolidad y los negocios turbios, lo han justificado y empinado incluso al estatus de arte? Sebreli las responde y más allá de persuadirnos o no, nos calza nuevos ojos para observar con menos candidez lo que ya hemos naturalizado como intrínsecamente bueno, sano y heroico.

miércoles, octubre 04, 2023

Ante la eventualidad









Esto apunta el Diccionario de la Real Academia Española sobre la palabra evento:

1. m. acaecimiento. 2. m. Eventualidad, hecho imprevisto, o que puede acaecer.

3. m. Suceso importante y programado, de índole social, académica, artística deportiva. U. m. en Am.

Es decir, admite que evento es “Usado más en América” (U. m. en Am.) como “Suceso importante y programado, de índole social, académica, artística o deportiva”. Es prudente señalar que, contra lo que permite el DRAE, debemos evitar ese uso por la imprecisión en la que incurrimos, dado que, en su origen y hasta no hace mucho, evento sólo fue un “hecho imprevisto, o que puede acaecer”, y no algo programado. De hecho, su etimología es ex-ventus, “algo que viene de fuera”, o sea, que irrumpe por sorpresa. Además, y esto es más grave, debemos evitarlo sobre todo debido al empobrecimiento de nuestra expresión, dado que evento ya equivale a toda actividad programada y no a una actividad específica: exposición, muestra, carrera, presentación, mesa redonda, conferencia, etcétera. Veamos algunos casos; notemos que en vez de evento podemos escribir lo que específicamente es cada actividad (cambiemos la palabra evento por la que aparece entre paréntesis):

“Imágenes de la fe” es el evento que ayer fue inaugurado en la escuela (la exposición).

Los participantes en el evento fueron tres doctores y un moderador (la mesa redonda).

Fue un evento muy competido (una carrera).

En el evento destacó el escritor Martín Pérez (la presentación).

El evento fue patrocinado por la empresa (la conferencia).

En un texto determinado, la palabra evento puede ser usada moderadamente, eso sí, luego de haber empleado las palabras exposición, mesa redonda, carrera, presentación, conferencia, congreso, encuentro, foro, etcétera, según sea el caso.

Los siguientes son ejemplos de uso preciso de la palabra evento:

La tormenta de anoche fue uno de los eventos más desastrosos en este año.

En el evento colisionaron dos vehículos de pasajeros.

Esos accidentes fueron una desafortunada serie de eventos.