sábado, abril 29, 2023

Rompecabezas de la vida creativa

 











La vida literaria es un inagotable motivo literario. Tanto es así que hay obras enteras dedicadas a seguir los pasos de escritores, casi casi como si lo que hacen quienes moldean palabras fuera siempre digno de consideraciones especiales. En esto hay, claro, un pequeño truco: la vida de los escritores es lo que tienen más a la mano los escritores, de ahí el antojo casi inevitable de contarla. Un ejemplo, acaso el mejor de todos los que me vienen a la cabeza cuando pienso en una obra literaria con tema literario, es “Enoch Soames”, cuento tenido por algunos como el mejor de la historia.

Pero no sólo la ficción apela a personajes dedicados a escribir. Las memorias, los diarios o las autobiografías de los escritores, digo por caso, escudriñan inevitablemente, y de manera frontal, el asunto, y lo mismo hace el ensayo cuando desde el yo crítico expone las características, circunstancias, esplendores y miserias de la vida literaria. Un clásico de esta naturaleza puede ser Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Emecé, México, 2009, 321 pp.), de Norman Mailer. Tengo frente a mí, recién leído, una obra congénere: La lectura y la sospecha (Cal y arena, México, 164 pp.), de Armando González Torres (Ciudad de México, 1964), quien en este libro subtitulado Ensayos sobre creatividad y vida intelectual traza medio centenar de aproximaciones al viscoso mundillo en el que se mueven los aporreadores de teclas, aunque hay páginas que se extienden a los practicantes de otras disciplinas (en uno de los últimos textos del conjunto hace énfasis, por ejemplo, en la plástica, ámbito de la creación en el que cualquier mamarracho esotéricamente justificado con sociología o filosofía puede ser exhibido en un museo y u o ser vendido a precios irrisorios por inflados).

Las piezas que componen este libro habitan tres grandes secciones. González Torres las delimita en su presentación: “El libro comienza con algunas reflexiones, especulaciones y dramatizaciones sobre la actividad creativa, su génesis y los hábitos que la estimulan u obstaculizan. El segundo capítulo contiene una parodia de diversas deformaciones y anomalías del acto creativo, como la esterilidad, la elección vocacional equivocada o la propensión al robo o al plagio. El tercer capítulo contiene algunas reflexiones sobre el entorno de mercado y los incentivos institucionales que rodean el arte y que influyen en su creación y reflexión”.

También poeta, Armando González Torres trabaja aquí en el registro del ensayo más ensayístico, aquel que despliega sus planteos con una equilibrada mezcla de información, tono literario, templado desacuerdo, tenue humor, rechazo al dogmatismo y originalidad de enfoque, todo al modo de Montaigne, digamos. No sé si a esta enumeración le falte algún otro rasgo, pero con los citados creo describir bien el timbre general de las piezas, la médula y el tono que el lector encontrará en La lectura y la sospecha. Es, por ello, un libro al alimón inteligente y ameno, espeso de agudas observaciones sobre, ya lo insinué, el circo de muchas pistas que es la vida de cualquier creador, particularmente del que escribe.

Como es un libro poliédrico, no es posible agotar en una reseña la totalidad de los asuntos en él encarados. Para avivar el interés del lector, cito sólo tres. En el texto titulado “De chiripa”, reflexiona sobre la suerte en el quehacer artístico, a veces socorrido por algún chispazo fortuito, pero siempre más vinculado con la solidez de la formación: “El gran arte no puede ser sólo improvisación y se requiere de un plan mínimo, de una hoja de navegación, aunque también debe disponerse de la apertura para recibir, asimilar e incluso propiciar el accidente dentro de la arquitectura previamente trazada”.

En “Creación e intoxicación” sobrevuela el mito de la experimentación con activadores líquidos, herbales o pulverulentos para aterrizar (literalmente, luego del “viaje”) en obras valiosas: “¿En verdad resulta creativa la intoxicación? (…) Acaso un creador requiera la visión de los infiernos o paraísos que proporciona la intoxicación, pero también requiere un pulso firme para materializarla. Por eso, quizá muchas obras largamente soñadas se quedan en nuestro pulso tembloroso e imaginación somnolienta de intoxicados”.

Un último ejemplo. El apunte titulado “Guardianes de la queja” señala que “En la mitología intelectual del siglo XX llegó a atribuírsele a los intelectuales el papel de guardianes de la queja. Se suponía que el intelectual podía formular y conducir la queja de una manera más apropiada que el ciudadano común. Por supuesto, esto era un simple mito, pues muchos intelectuales adoptaron la queja histérica y el fanatismo”.

Dejo estas tres pizcas para tratar de evidenciar algunos de los muchos recovecos por los que discurre Armando González Torres en La lectura y la sospecha. Es, sobre todo, un libro para escritores/creadores, pero no resulta exagerado anotar que cualquier lector podrá hallar en estas páginas atinados rasgos de una fauna compleja y peculiar, contradictoria y tan sublime como —en buena parte de los casos— ridícula.

miércoles, abril 26, 2023

Mesa de editores


 







El jueves 20 de abril pasado el IMCE de Torreón convocó a una mesa de editores laguneros a la que fuimos invitados Mariana Ramírez, Fernando de la Vara, Germán Cravioto y yo. La moderadora/organizadora fue Nadia Contreras, responsable del área de literatura en el ayuntamiento actual. Quienes asistimos no somos la totalidad de quienes trabajamos directa o lateralmente con lo editorial en La Laguna, pues hay colegas que, como Ruth Castro, se han relacionado aquí con la labor editorial, en este caso específico en la elaboración de libros y no de otro tipo de productos editoriales, como revistas o periódicos.

Por supuesto que una hora, lo que duró el “conversatorio”, es insuficiente para espigar todas las implicaciones que tiene una actividad tan delicada como la edición bibliográfica, pero algo logramos poner sobre la mesa (redonda) para saber en dónde estamos parados como cultores de este oficio. De entrada, creo que coincidimos en afirmar que en nuestra comunidad el trabajo editorial no tiene un perfil estrictamente empresarial, es decir, que no tenemos sellos que auspicien la publicación como apuesta comercial. Tenemos, eso sí, personas que pueden ayudar a los interesados en armar sus libros de acuerdo a los criterios exigidos para que este objeto cumpla con los requerimientos mínimos de calidad.

¿Y cuáles son esos requisitos? Primero, orientar al autor sobre lo que puede hacer de acuerdo a su propósito. Luego, si el autor desea seguir adelante, lograr que el documento se apegue lo más posible a la corrección gramatical, lo que en mucho depende del documento original creado en el mismo Word. Luego, diseñar las páginas con apego a las partes convencionales del libro, establecer su diseño en interiores y portada, y pensar en el tiraje pertinente. Al final, imprimirlo en el sistema que más convenga (por demanda u offset), lo que incluye la posibilidad hoy viable de distribuirlo sólo como producto digital.

Fue una mesa grata, y lo más importante es que permitió el diálogo sobre la confección actual de libros en La Laguna, un fenómeno que en este momento goza de su mayor auge en la historia de nuestra región.

sábado, abril 22, 2023

Libros asequibles












 

“Asequible” es un adjetivo muy útil. El diccionario académico le dedica una definición que no tiene pierde, por clara y sintética: “Que puede conseguirse o alcanzarse”. Nada más, con eso basta. La uso en el título de esta entrega porque creo que, contra lo que se piensa, el libro sigue siendo uno de los objetos más asequibles del mercado, tan fácil de conseguirse o alcanzarse que cualquiera puede hoy soñar con una biblioteca de crecimiento rápido. Aquí excluyo las copias y los PDF (se recomienda no pluralizar las siglas o iniciales, o sea, no decir PDFs u ONGs), ya que acusan otro tipo de distribución e incluso suponen otra actitud lectora.

Los libros-libros, por decirlo así, esos objetos ergonómicos, concretos, silenciosos e inmejorables como invento desde que alguien hace muchos siglos decidió cortar el papel en hojas y pegarlas de un lado para crear lo que hoy llamamos “lomo”, son también asequibles, y más allá de cualquier limitación económica, quien sea puede conseguirlos si además de un poco de dinero tiene algo de voluntad para buscarlos y después, si es posible, leerlos. Por supuesto que si el presupuesto es mínimo no podrán alcanzarse fácilmente los bombazos editoriales del momento o los libros de cierto lujo, digamos de 400 pesos o más, pero sí todos aquellos, que abundan, ubicados por debajo, y a veces muy por debajo, de la franja de los 100 pesos, incluidos los títulos de autores clásicos. Las librerías de viejo son un buen ejemplo de lo que señalo, ya que constituyen reductos en los que el bajo precio por lo regular no corresponde con la alta calidad de las obras exhibidas.

Por estas fechas cercanas al Día del Libro, además, no es infrecuente que las librerías se pongan de modo y descuenten notablemente sus existencias. En la capital del país hay incluso un proyecto anual con un nombre explícito: “Remate de libros”. Algo parecido, aunque en pequeño, de las dimensiones que admite el tamaño de nuestra región, organizó el Museo Arocena en 2022, y funcionó como imán de lectores. Este año ha reiterado la convocatoria cuyo nombre es “Libros con descuento”, y hoy sábado 22 reunirá a varias instancias públicas y privadas vinculadas al trabajo con el libro.

La idea, como indica el título de la actividad, es que los libros puestos a la vista del cliente potencial sean vendidos, todos, con un descuento más que significativo, tan grande como sea posible, de modo que el público entre, compre y salga de allí con volúmenes en la mano. Participarán la Ibero Torreón por medio de su Centro de Difusión Editorial, Educal-FCE, el Archivo Municipal de Torreón, la Librería El Astillero, El Instituto Municipal de Arte y Cultura de Torreón, La Tinta Cafebrería, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la institución convocante y anfitriona, el Museo Arocena.

Ya el año pasado, como digo, participamos en la primera edición de esta propuesta bibliográfica y tuvo una afluencia importante que este sábado, esperemos, mejore.

Como participante a nombre de la Ibero Torreón y al mismo tiempo comprador de libros, puedo asegurar que en 2022 me llevé varios títulos a precios que en otro momento es difícil conseguir. Por eso digo: si uno busca, asiste a estas oportunidades y rastrea oportunidades, se derrumba el pretexto de que el libro es caro. Los esperamos pues hoy sábado de las 12 a las 6 pm en el lobby del Museo Arocena. Por allí nos saludamos y compartimos recomendaciones de libros, sin duda, asequibles.


miércoles, abril 19, 2023

Leer español viejo


 






Una de las literaturas que más pasa inadvertida para el lector actual es la escrita en español antiguo. Ciertamente, muchos escritores del pasado encararon la hechura de sus obras con retorcimientos propios de la época, pero en general, con un poco de esfuerzo, podemos acceder a tal retórica sin menoscabo del sentido. El esfuerzo, si se da, rinde además frutos distintos y apreciables, pues gracias a la escritura antigua nos hacemos de referencias sobre la cultura del pasado que de otra manera no conoceríamos de manera tan directa. La dificultad es cuádruple, cierto, pero salvable con un pizca de voluntad: la ortografía, el léxico, la sintaxis y la cosmovisión de quien escribe.

Narro una experiencia al respecto. En vacaciones mi hija más chica leyó Breves amores eternos, libro de cuentos de Pedro Mairal. Me informó que entendió todos los relatos, salvo uno titulado “Amazonia”. Vi que la dificultad de esa pieza radicaba en el hecho de que fue escrita en clave paródica, con el estilo de las crónicas de Indias, es decir, de los textos que escribieron navegantes, conquistadores y misioneros durante la colonización del llamado Nuevo Mundo. Le expliqué, releímos en voz alta y creo que notó la diferencia: un poco de empeño nos ayuda a entrar en ese “tono” y entenderlo mejor. Luego le leí, explicado, este pasaje del Diario de Colón relativo al primer día de los europeos en el continente que décadas después sería denominado América:

“Ellos no traen armas ni las cognosçen, porque les amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorançia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas d'ellas tienen al cabo un diente de peçe, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de feridas en sus cuerpos, y les hize señas qué era aquello, y ellos me amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estavan açerca y les querían tomar y se defendían”.  ¿No se entiende? La ortografía, la sintaxis y el contexto cultural son claros, y en todo caso sólo hay que aclarar tres posibles dudas concernientes al plano del léxico: azagaya=flecha, peçe=pez y “feridas=heridas”. Fuera de esto, todo es completamente asequible y revelador.

sábado, abril 15, 2023

Libros en el hospital










Para don Higinio Esparza, in memoriam

La expresión “muchos libros” suele ser ambigua para cualquier bibliómano. ¿Qué significa?, ¿cuántos son “muchos libros” para alguien que los atesora con delectación?  La verdad, no lo sé, pero es un hecho que “muchos libros” quiere decir, en estos casos, innumerables libros, tantos como puedan ser de interés para quien los acumula. Según he visto —y sentido en casa propia— cuando ya se han saturado todos los espacios disponibles siempre habrá algún truco para entripar con más volúmenes la biblioteca personal. No necesariamente se trata de sumar estantería, sino, por ejemplo, de organizar filas dobles o meter libros en cajas que terminarán apiladas y refundidas en la oscuridad de un clóset. El problema de esta manía es, entonces, espacial, pero se ramifica en otras direcciones: los libros acumulan polvo, pueden ser albergue de bichos extraños y generan un ambiente aéreo acaso peligroso para las vías respiratorias.

Esto último sentí en días recientes al reacomodar mi biblioteca. Como tengo cierta obsesión por los libros antiguos —me refiero a ediciones de los cuarenta, cincuenta o sesenta ya algo amarillentas—, tienen un olor muy peculiar y supongo insoportable, e incluso dañino, para ciertos olfatos. A mí me molesta un poco, pero no llega a ser terrible porque cada tanto procuro sacudir y ventilar. Junto con esto, hace poco comencé con un proyecto aledaño a la acumulación de papel viejo: encuadernar.

Durante mucho tiempo le saqué la vuelta a esta posibilidad, pues además de que la imaginaba onerosa, sentía que intervenir los libros viejos con nuevas tapas era de alguna manera mancillarlos, alterar su aspecto original, adulterar su buqué nato y, por todo, degradar la calidad del libro. Hace poco, sin embargo, decidí por fin animarme a la encuadernación gracias a que un amigo escritor también se dedica a eso, a rejuvenecer libros con el milagroso tónico de la encuadernación profesional.

El resultado ha sido espléndido, y aunque no llevo más de treinta libros restaurados, es ya, para mí, un hecho: el hospital de libros resulta sumamente necesario, pues gracias a esta manita de gato los volúmenes adquieren una revitalización que incluso incentiva el deseo de leer. Mi política, además, ha sido pedir a Arturo Robles, mi encuadernador, que no deje un solo libro igual, es decir, con un aspecto uniforme, pues nada detesto más que las “obscenas ediciones de lujo”, como llamó Borges a esos libros parejos que sirven más como ornamento que como depósito de arte y saber. Al contrario, pedí que cada título fuera encuadernado ad libitum, de acuerdo al gusto espontáneo del especialista, no en una serie idéntica. Así, cada uno podrá conservar “su personalidad” y de alguna manera perseverar, como observó Spinoza, en su ser.

Los problemas del olor y el polvo no tienen más remedio que el aseo y la ventilación, mucho más en un clima como el lagunero, seco hasta la deshidratación. Así que, también un poco ad libitum, cada tanto me he obligado a abrir las ventanas, tomar el sacudidor y abatir en los posible las partículas de talco terrestre que son uno de los rasgos más salientes de la atmósfera regional.

No sé cuánto me vaya a durar el entusiasmo de la encuadernación, pero es un hecho que mandar un libro al hospital es más bien como llevarlo a un spa: sale rozagante a vivir, como me dijo mi encuadernador, “otros cien años”. Que así sea, para no heredar basura, sino libros en excelentes condiciones de salud.

miércoles, abril 12, 2023

Su reacción cuando le dije











El celular tiene, nadie lo ignora, un cuaderno de notas. Como no uso diario, en esas páginas digitales he aprendido a tomar apuntes y he logrado urdir borradores de textos más o menos breves. A veces se acumulan tantos que se “traspapelan” (es un decir) y quedan olvidados entre los más de 200 garabatos allí guardados. El fin de semana hice una purga y encontré una serie de microtextos que no supe cuándo escribí ni para qué iban a servir. Pronto recordé que fueron ejercicios realizados en una sala de espera y basaban su efecto dizque cómico en un meme que me gustó: el de un mono con cara de sorprendido al que abajo se le cuelga un mensaje complementario.

El meme, lo sabemos, es hoy todo un género icónico-literario, quizá el más innovador de nuestro tiempo porque cualquiera puede hacerlo y difundirlo gratis. Toda la realidad es su temática, y sobra decir que en su simplona burla puede llevar implícita una crítica. Imaginemos pues al chango sorprendido y abajo de la imagen estos pies que nunca usé:

Su reacción cuando le dije que en mi adolescencia usé unos zapatos Exorcista.

Su relación cuando le dije que yo le voy a Putin en la guerra.

Su reacción cuando le dije que suspenderemos el Spotify familiar porque tengo una colección de casetes que todavía sirven.

Su reacción cuando le dije que no se pensionará con la ley de 1973.

Su reacción cuando le dije que André Marín es el mejor comentarista deportivo de México.

Su reacción cuando le dije que los bancos inventaron el nauseabundo verbo “aperturar”.

Su reacción cuando le dije que ya no le permitiría leer ni un libro más de César Lozano.

Su reacción cuando le dije que al llegar al cielo ni Dios lo reconocerá si sigue usando tantos filtros.

Su reacción cuando le dije que los likes no sirven para nada.

Su reacción cuando le dije que la toga y el birrete de las graduaciones son una copia chafa de la cultura gringa.

El meme, claro, no es lo mismo sin imagen, y de hecho casi tiene una relación 50/50 con la parte escrita. Su superabundancia ya no nos permite apreciar, leer correctamente, la sintética armazón que supone. Hay muchos muy buenos, y otro de sus rasgos, quizá el más común, es que podemos encontrarlos donde sea.


sábado, abril 08, 2023

Dos soledades del boom












Muerto uno, vivo todavía el otro, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa siguen vendiendo libros casi como en sus mejores tiempos. Tienen pues al menos seis décadas como caciques en la mesa de novedades, cada uno con sus títulos o, como sucede en Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara, 2021, México, 151 pp.), a cuatro manos, con la firma de ambos en la desconcertante tapa. Y sí, es desconcertante porque desde mediados de los setenta ya no se les vio juntos, luego del legendario puñetazo que el peruano propinó al colombiano. Nunca se supo bien a bien el motivo de aquella desavenencia, misterio que, según sé, explora Los genios, novela del simpático Jaime Bayly recién expuesta al morbo literario.

Prologada por Luis Javier Vásquez, Dos soledades contiene un par de largas conversaciones entabladas entre García Márquez y Vargas Llosa. Se dieron en Lima, Perú, los días 5 y 7 de septiembre de 1967 en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería. Un año después apareció la primera edición de los diálogos cuyo principal animador fue el ensayista José Miguel Oviedo, y desde entonces casi nada se sabía sobre las dos charlas limeñas. Alfaguara, al rehidratarlas, permite que escuchemos con los ojos una charla peculiar por su contexto inmediato: unos meses antes de que dialogaran en Perú, García Márquez había publicado Cien años de soledad con el éxito que ya sabemos, y Vargas Llosa había recibido el premio Rómulo Gallegos por La casa verde. Aunque ya tenían un intenso contacto epistolar, fue en Venezuela donde se conocieron y los acercó aún más la admiración mutua.

Dos soledades suma varios textos apendiculares de otros escritores y periodistas. Hacen notar lo que el lector hallará por su propio pie: que los dos diálogos se desarrollaron más bien en formato de entrevista: frente al público que abarrotó el auditorio, Vargas Llosa hizo las preguntas y García Márquez respondió. Esto, me parece, es entendible en función de dos circunstancias: la primera, que el peruano era de algún modo el anfitrión, y, la segunda, que García Márquez ciertamente ya era conocido por la volcánica fama de su cuarta novela, pero poco se sabía realmente sobre él, sobre su vida y su personalidad, de ahí que su amigo escarbara con preguntas que le dieron al encuentro una tesitura de exploración biográfica.

Luis Javier Vásquez advierte en las páginas preliminares un dato muy relevante: que allí todavía no se habla de “realismo mágico” y que apenas, muy tímidamente, asoma su oreja la palabra “boom”. Esto da una idea del momento en el que dialogan los dos escritores, el momento bisagra (1967) marcado por la aparición de Cien años de soledad y el tsunami de popularidad que conllevó para la narrativa latinoamericana.

Las conversaciones reflejan varias de las inquietudes que comenzaban a ventilarse entre los lectores y los escritores de la época. La técnica, los temas, la recepción, el ingrediente sociopolítico, el (por llamarlo de algún modo) latinoamericanismo, el lenguaje, los colegas, la vida organizada o no en torno de la literatura, los viajes, la biografía, las influencias, la imaginación y el realismo, entre otros tópicos.

Se habla mucho, a veces con excesiva necedad, en contra de GGM y MVL, pero lo que hicieron está lejos de haber sido superado. Por todo, es pertinente la reedición de Dos soledades, pues gracias a ella somos testigos retroactivos de una coyuntura que sigue siendo, hasta la fecha, central para las letras de nuestro continente. 

miércoles, abril 05, 2023

Lectura, escritura y trabajo








No hay escritor, no puede haber escritor digno de ser tenido en cuenta que se dedique a escribir sin haber leído. La culpa, por ello, de que existan escritores está atornillada a la lectura.  No es, sin embargo, un fenómeno automático, es decir, que los lectores se conviertan indefectiblemente en escritores. El número de quienes luego de leer se sienten impelidos a escribir es por fortuna bajo. Lo cierto es que hay una relación visceral entre lectura y escritura, una relación tan estrecha, tan inmediata como la hay entre el buzo y el agua.

Otras actividades demandan también el socorro de la lectura. La docencia es, en teoría, una de las que más, aunque lamentablemente no haya en la realidad una vinculación entre magisterio y libro, de ahí que se dé el caso de profesores sin vocación de lectores, que es como decir futbolistas que no tocan el balón. A lo que deseo llegar es a algo muy simple, a esta pregunta que parece innecesaria pero al parecer no lo es: ¿leer es un trabajo? Vista desde fuera, parece que no, que se trata de una actividad hedónica, un pasatiempo, una manera entre tantas de distraerse.

Aunque siempre puede ser un mero entretenimiento, hay profesionales que abrazan la lectura como parte sustancial de su trabajo, acaso la más importante. Para el escritor, señalé al principio, lo es de manera fundamental, y se podría afirmar que la lectura constituye el hueso, el esqueleto de su creatividad. Sin tal soporte, lo que se escribe casi siempre delata ingenuidad, una especie de lejanía candorosa de todo canon, verdor técnico.

Cierto que una persona puede leer un libro y luego escribir un texto maravilloso. Por desgracia, esto ocurre, si ocurre, una vez entre un millón de aspirantes, y se deberá a un genio especial, por no decir insólito. Por eso a los jóvenes que publican su primer libro (de poesía, por ejemplo) les pregunto qué han leído al respecto, y no falta que la respuesta se parezca a sus poemas: delatora de un candor y una fragilidad que se deshacen a la menor exigencia crítica.

Leer, por todo, es el piso de la escritura. Amonedar obras atendibles no se puede alcanzar sin la lectura, a menos de que suceda un verdadero milagro, una especie de revelación mágica de aquellas que, ya sabemos, no se dan en maceta.

 

sábado, abril 01, 2023

Imagen + palabra = emblema












Para saber de qué trata Fiesta, duelo y ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente (BUAP, 2022, Puebla, 143 pp.), libro de Édgar Valencia (Ciudad Victoria, 1975) podemos empezar por destacar dos manifestaciones de la cultura asequibles en la actualidad: el exvoto y el meme. Aunque el propósito de sus contenidos sea muy distinto, los une un rasgo evidente: la conciliación de la imagen con la palabra, el feliz matrimonio entre el dibujo y la expresión escrita. La eficacia de este ayuntamiento parece obvia: una imagen acompañada de una glosa textual permite una mayor inteligencia del mensaje, cuaja de golpe la decodificación del espectador. De esta hermanación entre dos sistemas comunicativos habla el libro de Valencia, sólo que ubicados en un producto de la creatividad humana cuyo éxito atravesó dos siglos en Europa y algo más de tiempo en su extensión americana: el emblema y sus variantes, lo que el autor sintetiza en la frase “cultura simbólica”.

Doctor en Letras por la UNAM, editor y académico, Édgar Valencia tiene ya largo rato dedicado al conocimiento muy especializado, terreno de eruditos, de la emblemática. El valor de su exploración nos sirve hoy para tener presente que la cultura de la imagen, que suponemos sólo actual debido a la omnipresencia de los medios que la usan, nos viene de muy lejos. En efecto, el poder de los símbolos acuñados como dibujos sedujeron al hombre al grado de convertir su hechura y glosa en una disciplina que dio como resultado la confección de una ardua bibliografía que hoy es insumo de especialistas. Gracias a Fiesta, duelo y ascetismo los no iniciados ingresamos pues a una temática que no por lejana deja de tener influencia en el presente, la de la imagen como poderoso vehículo de difusión.

Antes de llegar a la presencia y los usos de la cultura simbólica en la Nueva España, Valencia nos aproxima un contexto sobre el origen y el auge de la emblemática en el Viejo Mundo. Para quienes hemos estado ajenos a este saber especializado, es sorprendente el grado de difusión que tuvo la emblemática a partir del siglo XVI. Humanistas, científicos o simples aficionados alimentaron libros en los que se condensa un saber a partir del orden tripartita inscriptio, pictura y subscriptio, es decir, lema, dibujo o figura alusiva al tema y, al final, epigrama o declaración, lo que, acumulado, crea un dispositivo icónico-lingüístico.  

Desfilan por las eruditas páginas de Fiesta, duelo y ascetismo —que en algo me recuerdan, dicho sea de paso, las de La memoria vegetal, libro relativamente congénere de Umberto Eco— personajes mediana o nada conocidos por el lector de a pie, como Francesco Colonna, Piero Valeriano, Diego de Saavedra Fajardo, Francisco Sánchez de las Brozas, Benito Arias Montano y, claro, el más emblemático de los emblemistas: Andrea Alciato.

Por supuesto, la referencia a tales personajes no tiene sólo como fin censar a quienes se dedicaron al oficio, sino explicar los variados propósitos que tuvo la acuñación de imágenes o símbolos en la vida de occidente. Además de ilustrar el ingenio verbal, de decorar la inteligencia articulada en palabras, la imagen tenía un fin mnemotécnico por su capacidad para condensar una idea compleja de modo simultáneo, no sucesivo como acontece en la ilación verbal. Así, el emblema y sus muchas variantes sirvió a la teología, a la historia, a la filosofía, al teatro, a la política, y en el caso americano y específicamente novohispano, como subraya el libro de Valencia, se extendió más allá del tiempo atribuido a su boom europeo y todavía en la iconografía de la Independencia se sienten ecos de la emblemática al uso, por ejemplo, en representaciones patrióticas, y no se diga poco antes, en la etapa virreinal, con una copiosa iconografía efímera tanto festiva como luctuosa de la cual sólo se conservan écfrasis o descripciones de letrados como Sigüenza y Góngora o Sor Juana.

En suma, el ensayo Fiesta, duelo y ascetismo subraya que una práctica nacida e impulsada en el Barroco, la emblemática, no fue cercenada de tajo por la Ilustración, y su empleo permeó la imaginación de quienes al lado de la palabra disponían, puede decirse que hasta hoy, de símbolos o imágenes confeccionados para resumir ideas. Valencia, en el arranque de su libro, menciona al meme casi como tataranieto deslactosado del emblema. En efecto, en la conjunción icónico-retórica del emblema están presentes los sistemas comunicativos de un género que de alguna manera amplió su procedimiento hasta nuestros días, esta actualidad en la que imagen y palabra parecen indisolubles como herramientas de la comunicación.

Nota. Texto leído en la presentación de Fiesta, duelo y ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente celebrada en el Museo Arocena de Torreón el 25 de marzo de 2023. Participamos Fernando Fabio Sánchez, el autor y yo.