sábado, octubre 29, 2022

Mitos y fauna en Jimulco

 











En la web con libros de descarga gratuita de la Secretaría de Cultura de Coahuila hay, entre otros, uno para niños que aquí comento grosso modo. Se trata de Mitos y realidades de algunos anfibios y reptiles de jimulco: etnocultura de su existencia. Según la información disponible en su página legal, “Este libro es producto del proyecto titulado: Del Mito a la verdad: Cultura etnobiológica de especies vulnerables favorecido por el Programa de apoyo a las culturas municipales y comunitarias (PACMYC) a través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Dirección General de Culturas Populares y la Unidad de Culturas Populares de Coahuila de la Secretaría de Cultura de Coahuila”.

Firmado por Sara Valenzuela Ceballos, Alejandra Cueto Mares, Gamaliel Castañeda y Miguel Borja Jiménez, su interés para nosotros, los laguneros, es doble: por un lado, describe la fauna de un espacio importante de La Laguna, la Reserva Ecológica Municipal Sierra y Cañón de Jimulco; por otro, nos ayuda a comprender, principalmente a los niños, que los mitos en torno a la peligrosidad de ciertos animales son sólo eso, mitos, y por lo tanto no debemos exterminar a las especies difamadas.

Se puede afirmar, por ello, que el género de este libro se ciñe al del “bestiario”, es decir, a un tipo de material escrito y gráfico que desde la antigüedad, principalmente el Medievo, propuso escudriñar a la fauna con una mirada más o menos fantasiosa o científica. En este caso, el colectivo autoral peinó la zona lagunera de Jimulco para recoger historias (tradición oral) relacionadas con su fauna, y el resultado es este interesante título.

Sobre la base de la entrevista a la población infantil del lugar, el colectivo autoral señala su objetivo: “Para nuestro propósito, el folclore de las comunidades de Jimulco, o la etnocultura que se ha mantenido sobre sus especies silvestres, es interesante porque de ella se desprenden algunos miedos que terminan por generar un impacto negativo en las especies vulnerables. Tratándose de una Reserva Ecológica, resulta más relevante aún tratar de rescatar parte de estos saberes populares, no con el afán de desacreditarlos, sino con el propósito de destacar su riqueza cultural y al mismo tiempo, desmitificar los aspectos más atemorizantes que puedan propiciar un cambio de conducta en la gente. Una conducta que nazca de un mejor entendimiento de las especies silvestres y por lo tanto de la importancia de su conservación. Con esto, se buscan dos propósitos, recuperar la etnocultura sobre algunos animales y promover su cuidado mediante el reconocimiento de su influencia en nuestra vida diaria y en la de nuestros antepasados”.

Armados con ese fin, el resultado es excelente. Un ejemplo. Al hablar de algunas lagartijas supuestamente peligrosas, señalan: “La descripción de la lagartija a la que se le conoce como salamanquesa, en algunas localidades corresponde a la lagartija de collar (…). Esta especie es de hábitos saxícolas, es decir, vive en las lomas que tienen muchas rocas. Es una especie cuyo aspecto es diferente a las típicas lagartijas, pues al ser una especie carnívora y depredadora de otras lagartijas, ha desarrollado una talla mayor, una cabeza grande y corpulenta y una cola muy larga que le sirve como estructura de equilibrio. Su aspecto es muy llamativo y aunque suele ser agresiva (si es capturada se defiende agresivamente mediante fuertes mordidas), no es capaz de perseguir a un humano, mucho menos es capaz de escupir y por lo tanto, imposible de lanzar veneno. Cabe señalar que no posee veneno, por lo que su reputación ha sido más bien atribuida a una serie de sucesos inimaginables y poco probables”.

Este libro contiene muchas ilustraciones y fotos pertinentes. Es, por todo, un excelente material de lectura en el aula y el hogar, y ya pensándolo más a fondo, no sólo para los niños. Y lo mejor: es de acceso libre y puede ser descargado en el sitio bibliográfico de la SEC.


miércoles, octubre 26, 2022

Dos libros de Gilberto Prado

 











Sé que en este momento tenemos disponibles en La Laguna dos libros de Gilberto Prado Galán. Los demás, los muchos demás, o se han agotado o nunca fueron distribuidos por acá. El más recientes, y el último editado en vida del autor, es Ella era el jardín, que acertadamente acaba de publicar el Instituto de Cultura y Educación de Torreón. El otro es Para leer El Aleph, publicado hace tres años por la UANL y la Ibero Torreón. Tuve la fortuna de editar este segundo, lo que me mantuvo en intensa comunicación con Gilberto durante varias semanas.

A ciertos libros cuya edición cae en mis manos les escribo la contratapa sin firmarla. Eso es muy común, parte de la chamba. En el caso del libro sobre el libro más famoso de Borges, Gilberto me pidió la firma, y así convidé a los potenciales lectores: “Borges es desde hace décadas, sin duda, el escritor latinoamericano más atractivo para la crítica, y a diferencia de otros creadores sepultados o casi sepultados por el olvido, su obra sigue convocando asedios cuya onda expansiva no acata bordes. Escritores, lingüistas, historiadores, científicos, matemáticos, antropólogos, profesionales y no profesionales de las más diversas disciplinas han encontrado en las hermosas y eruditas páginas del argentino un océano de significados y referencias cruzadas, precisamente un laberinto al que resulta muy difícil no ingresar. El imán borgeano es, pues, poderoso, y uno de los lectores mexicanos que con muy buena disposición ha cedido a la tentación de indagarlo es Gilberto Prado Galán (Torreón, Coahuila, 1960), quien hacia 1999, en el centenario del maestro, publicó El año de Borges, y ahora, en el aniversario setenta de la primera edición de El Aleph, propone El ancla y el mar. En ambos casos, nuestro ensayista ha explorado con agudeza los cuentos de Borges, esos microcosmos en los que parecen converger todas las realidades posibles. Imagino que, guiado por las observaciones y la espléndida prosa de Prado Galán, el lector de El ancla y el mar deseará volver a los relatos de Borges, del infinito Borges”.

En su breve prólogo, Gilberto apunta el origen y el propósito de su libro:

“En 1999 se publicó El año de Borges, libro de mi autoría que comprende doce ensayos acerca de sendos cuentos del autor de Historia de la eternidad.

Tras la muerte de mi eterna compañera Leticia emprendí la relectura de El Aleph, obra central de la narrativa universal y uno de los diez libros más importantes del siglo pasado. En El año de Borges comenté tres cuentos de El Aleph: El inmortal’, ‘La escritura del dios’ y el cuento epónimo. Sé que el propósito de este libro es abrir de otro modo la puerta a un mundo literario tan insólito como deslumbrante. Sólo pretendo, como Luis Cardoza y Aragón en su acercamiento a José Clemente Orozco, ‘prolongar la felicidad de lo leído’.

Algo más: en el umbral de El oro de los tigres (1972) despunta el poema “Lo perdido”, y en la zona más acendrada del texto, la segunda pregunta: ‘¿Dónde estará el perdido/antepasado persa o el noruego,/dónde el azar de no quedarme ciego,/dónde el ancla y el mar, dónde el olvido/de ser quien soy?’. El ancla y el mar es una expresión correlativa y sinónima de la moneda de hierro. ¿Por qué? Porque el ancla (hierro) es el destino, y el mar (por impredecible y veleidoso) es el azar. Las dos caras de la moneda de la existencia que es el intolerable Zahir que es asimismo un laberinto cuya salida es azarosa o gobernada por secretas o precisas leyes, como escribió el poeta en ‘In memoriam A.R.’. A esta peculiaridad disyuntiva o concomitante de la suerte y la causalidad a veces unimismadas obedece la elección del título del libro.

Ofrezco mi lectura de El Aleph de Jorge Luis Borges (Losada, 1949), libro que en 2019 habrá de cumplir setenta años de ser publicado por primera vez”.

Este libro está disponible en la Ibero Torreón y en El Astillero Librería. Para conseguir el otro, Ella era el jardín, hay que preguntar con la maestra Nadia Contreras en las oficinas del IMCE.

sábado, octubre 22, 2022

Gilberto Prado Galán, amigo

 









Francamente no sé cómo expresar mi consternación ante la muerte de Gilberto Prado Galán (Torreón, 20 de septiembre de 1960-Ciudad de México, 21 de octubre de 2022). Luego de recibir la mala nueva sentí entrar a un mundo irreal, como si migrar a una fantasmagoría me alejara de la noticia contundente, cierta, de que mi amigo ya no estaba con nosotros. Apenas si necesito decir que en este momento me cuesta articular unas líneas que en verdad puedan comunicar lo mucho que lamento esta partida.  

Gilberto fue, desde 1984, uno de mis amigos más cercanos. La primera imagen que retengo de él es extraña: lo veo delante de mí, listo para descender del camión (verde) Torreón-Gómez-Lerdo. Yo también bajaba en ese punto, cerca del Iscytac. Gilberto iba en su último año de la carrera de Psicología, yo en el primero de Comunicación. No nos saludábamos, nadie nos había presentado, pero yo lo veía porque siempre que coincidíamos en el “jet de la pradera” él leía y leía libros que yo sabía literarios, de Austral o de Porrúa. Para entonces yo intuía que la literatura era (quizá) mi vocación, así que ver a un tipo de la universidad con libros de literatura era forzosamente llamativo.

Luego se dio una venturosa casualidad. Por flancos distintos, varios alumnos le pedimos a Saúl Rosales que formáramos un taller literario. Saúl accedió a ser nuestro mánager y un sábado del 84 tuvimos la primera reunión del grupo literario que luego pasaría a llamarse Botella al Mar. Allí conocí a Gilberto, y apenas lo escuché hablar tuve la impresión de que estaba delante de un tipo que ya lo había leído todo, y eso que apenas sumaba 24 años.

La amistad de Gilberto tuvo una importancia capital, aunque indirecta, en mi formación. Como me he hecho en el autodidactismo, a la intemperie, oír a Gilberto, y sobre todo leerlo, era un acicate. ¿Cómo es posible que alguien que apenas me lleva cuatro años sepa infinitamente más que yo? Me hacía esta pregunta y en lugar de envidiar, en lugar de rumiar estériles mezquindades, leí con más empeño, me hice a la idea de aprender todo lo posible para estar a la altura de la conversación provocada por Gilberto, y de escribir con decoro, para también en eso no quedar tan a la zaga.

Cada vez que salía el tema, cada vez que alguien me preguntaba algo sobre la literatura lagunera o sobre mis amigos o mis conocidos escritores de aquí o de donde fuera, yo decía lo mismo, y lo mismo seguiré diciendo pues ya no tendré oportunidad de volver a la juventud para experimentar el asombro que me provocaba Gilberto Prado Galán. Él fue, repito lo que he dicho muchas veces, lo más cerca que he estado de la genialidad literaria. Su facilidad para escribir era, a un tiempo, brillante y torrencial, una destreza que se le daba con la naturalidad de la respiración. Siempre cultivó un timbre barroco, un timbre que le cuadraba muy bien porque tenía la mente llena de referencias literarias, filosóficas, teológicas, lingüísticas, política e históricas, lo que acompañaba de manera espléndida con un lujoso dominio de la lengua y del estilo. Ahora bien, cuando uno afirma que Gilberto era un pozo de saberes no debemos pensar en un sujeto adusto, en un nerd al uso, encerrado en su laberinto de ideas. No. Gracias a su muy hospitalaria memoria, Gilberto podía improvisar una conferencia de dos horas sobre Giordano Bruno e inmediatamente, en la cena de celebración, sin solución de continuidad, enumerar a los campeones de bateo, las marcas que batió Mark Spitz o la letra completa de un hit interpretado por Los Terrícolas. Nada, ningún conocimiento se le negaba, fuera de la alta cultura o de la cultura popular. Sé que sabía que sabía mucho, pero nunca fue vanidoso ni atropelló a nadie con sus capacidades. Al contrario, fue en todo momento un tipo sencillo, un buen amigo, un hijo noble, un hermano cariñoso, un excelente padre y esposo, un hombre que sabía darse y reír, reír mucho y de todo, siempre. Sospecho que no lo hemos leído bien, y que nos deja varios libros luminosos, dignos de perduración, y a mí la sensación de que alguna vez fui amigo de un genio.

En un ensayo breve sobre el Botella al Mar escribí sobre el grupo en general y sobre mis compañeros en particular. Sobre Gilberto observé esto: “Gilberto Prado Galán, lo he dicho y escrito desde que lo conozco, fue siempre el más adelantado, un genio vivaz y memorioso, un dechado de humor inteligente y una sensibilidad poderosamente dotada para el manejo de la palabra más profunda y bien escrita. Retengo con toda claridad la primera impresión que me provocó y las sucesivas impresiones que siguió y sigue provocándome: a los 24 años parecía haberlo leído todo y, más que eso, parecía que todo lo almacenaba incluso textualmente en el portento de disco duro con el que fue equipado. Citaba poemas completos de los autores más diversos, recordaba pasajes completos de filósofos, teólogos, psicólogos, lingüistas, escritores, y todo eso lo aderezaba con un registro pormenorizado de canciones populares, calambures y datos jocosos de la farándula y el deporte. Jamás le leí una cuartilla hueca o contrahecha, y alguna vez aseguré que el Botella al Mar estaba cabalmente justificado con la pura presencia de Gilberto. Creo, más de treinta años después, que no me equivoqué. El Gilberto geniecillo que conocí en 1984 es ahora un escritor maduro, respetado y atestado de justo reconocimiento”.

No creo haberme equivocado. La obra publicada de Gilberto queda como testimonio del gran artista que la creó.

miércoles, octubre 19, 2022

Mamá Tacha centenaria

 












Este viernes 21 de octubre a las 7 de la tarde en la Casa Mudéjar será presentado el libro Mamá Tacha. Cien años de pasión y fortaleza, de Laura Elena Parra López. Los presentadores seremos Alejandra Díaz Rosales, la autora y yo. Esta actividad es organizada por la coordinación de Literatura del Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón.

En su prólogo (espacio que me cedió Laura Parra), señalo que “Para que no se desgastaran o, peor todavía, para que no se perdieran definitivamente los recuerdos de Anastacia Monsiváis Navarro, su nieta ha escrito esta memoria de la memoria”. Su nieta es Laura Elena Parra, autora de este libro. Y añado: “No fue la de mamá Tacha una vida sosegada, breve y convencional, sino una aventura de largo aliento, 107 años de ajetreo en los que siempre demostró ser una mujer fuerte, sensible, solidaria, vertical. Desde que cobró consciencia de la excepcionalidad de esta abuela peculiar, Laura Elena fue llevando la bitácora secreta de los ayeres que edificaron una enorme alacena de recuerdos. El resultado es, ahora, Mamá Tacha. Cien años de pasión y fortaleza, título que cierra en un siglo la vida de mamá Tacha, aunque en realidad el centenario le quedó corto y lo desbordó por siete años”.

Laura Elena Parra es licenciada en Ciencias de la Educación. Maestra en Desarrollo Humano con especialidad en orientación y maestra en Gestión sociocultural. Trabajó en la Ibero Torreón por más de treinta años. Catedrática en varias universidades de la región desde 1984 a la fecha. Es coautora de los libros colectivos Del gis a la pantalla táctil (2017), Rostros de la agresión (2018) y Vendaval de cambios (2021).

María Alejandra Díaz Rosales es licenciada en Pedagogía; maestra en Tecnología Educativa; maestra en Innovaciones Educativas y pasante del doctorado en Educación. Cuenta con una trayectoria de 34 años en el ejercicio de la docencia, la formación docente y la gestión de programas académicos. Coautora del libro Habilidades del pensamiento para 4º. grado publicado por la editorial Santillana en 2003, así como del libro Aprendizaje situado. Transformar la realidad educando, en coautoría con el maestro Juan Luis Hernández Avendaño.

sábado, octubre 15, 2022

Enésima mirada al periférico


 







Hubo un tiempo en el que el periférico de la comarca lagunera sí le hacía honor a su etimología: “peri”, alrededor, y “phero”, llevar, conducir: lo que lleva o conduce en este caso por el exterior. Cuando fue planeado, en efecto, rodeaba o envolvía a Ciudad Lerdo, Gómez Palacio y Torreón, pero a medida que pasaron los años esta vía terminó siendo desbordada, puesta en crisis por el enorme flujo de vehículos que a diario la recorren. En el camino ha visto remozamientos, apertura de derivaciones, elevación de jorobas y demás, pero en realidad todo esto ha servido como mero paliativo ante el brutal ir y venir no sólo de vehículos con placas de la localidad, sino también foráneos, sobre todo de carga pesada.

Modestia al margen, creo que nadie ha escrito más que yo sobre el periférico. Durante muchos años, cada vez que me tocaba la mala suerte de recorrerlo por cualquier razón, en mi fuero íntimo latía la necesidad de publicar algo, lo que fuera, sobre ese paso de la muerte. Así lo hice, y hasta la fecha ya van seis o siete apuntes sobre el tema, al que ahora se suma éste. Conste que antes mi necesidad de transitar este pasaje era esporádica, pero desde hace varios meses, debido a un cambio de domicilio, se volvió parte de mi rutina. Hoy, cinco veces a la semana lo recorro de ida y vuelta, así que con demasiada frecuencia confirmo mis observaciones del pasado: pobres de los ciudadanos que a diario se juegan el pellejo en esa —como las denominan en el argot burocrático— “vialidad”.

El colapso del periférico se debe, claro, a que ya quedó chico ante el torrente de vehículos que día tras día lo invaden desde los cuatro puntos cardinales. Tiene, como sabemos, dos vías “rápidas”, una de ida y otra de vuelta, de norponiente a suroriente del mapa conurbado. Cada una cuenta con dos carriles, un vado y otros dos carriles laterales. Pero esto es un decir, por supuesto, ya que, como “El chorrito” de Cri-Cri, se hace grande y se hace chico en las diferentes zonas de su extensión. Dos carriles de ida y dos de vuelta equivalen a muy poco frente a tanto tráfico, de ahí que en sus horas pico el avance de vehículos se dé casi a paso de ser humano.

Pero no son, creo, el número de carriles ni la amplitud de cada uno los únicos problemas de esa ruta. En realidad, se trata de un problema complejo, un desafío para la movilidad urbana. En mi práctica de campo como resignado conductor, en mi experiencia in situ, he tratado de entender lo que allí sucede, y es demasiado. Uno de los problemas allí visibles y obvios es, por su diseño original, la falta de más carriles, pero también el alto flujo de unidades que ingresa a la autopista en varios puntos. En la joroba conocida como “El campesino” hay un tapón enorme, casi imposible de disolver en horas conflictivas. Al lado del supermercado Aurrerá, apenas un poco adelante del antiguo DVR, no hay forma civilizada de salir a la lateral o entrar al periférico, y todo tiene que hacerse allí a bayoneta calada, con agallas y habilidad.

El caos, como sabemos, produce choques, y los choques, que a diario ocurren, paralizan o ralentizan el flujo. A esto se suman las malas condiciones de muchos vehículos, que con frecuencia se descomponen a medio camino y obturan un carril, lo que colapsa todo principalmente en horas pico. En resumen, ese periférico no está para manitas de gato, sino para medidas de veras sustanciales. He pensado que quizá podrían añadirle un carril en ciertos puntos, pero no me atrevo a proponer nada. Es, como ya dije, un tramo complejísimo de la región y por ello amerita especialistas. Pero especialistas que busquen una solución profunda, no maquillaje, como siempre.

miércoles, octubre 12, 2022

Futbol abreviado

 








Hoy comienza la liguilla del futbol mexicano y, más allá de esta grata coyuntura para los adictos, veo que es una buena oportunidad para sancochar un comentario marinado en mi interior durante varios meses. Como sabemos, el fenómeno del futbol, entendido como práctica profesional, como entretenimiento televisivo y como industria multiplicadora de productos y servicios, se expandió de una manera inaudita en las décadas recientes, y es obvio que hoy comporta uno de los negocios más jugosos del planeta. Los contratos de los jugadores son el principal indicio de la plata que se mueve en todo el entramado.

Para explicar lo que el futbol era hace poco más de treinta o cuarenta años es necesario arrastrar hasta acá algunos recuerdos. En mi infancia y adolescencia vi año tras año, décadas enteras, los partidos de futbol en la televisión abierta. Los equipos se arreglaban, supongo, con una de las dos televisoras nacionales de señal libre y a cambio de fumarnos incontables anuncios comerciales veíamos los partidos sin ninguna restricción. Si uno era aficionado de Pumas o de Chivas, sintonizaba TV Azteca; si uno simpatizaba con el América o el Toluca, sin falta hallaba sus partidos en los canales de Televisa, y de allí no se movían durante años.

Con la llegada y el auge de las cadenas de cable y satelitales, y luego de internet, apareció la oportunidad de ver partidos de todo el mundo, esto a condición de pagar suscripciones específicas. Tan amplio es hoy este mercado que para algunos aficionados no fanatizados ya resultó casi imposible saber en dónde (en qué canal) jugará su equipo favorito, y suele ocurrir que sea en sistemas codificados que demandan suscripción.

Así la realidad, desde hace varios meses me resigné a ver futbol abreviado en sinopsis de YouTube, de suerte que un partido de 90 minutos me lo echo en 10, sin tiempos muertos, sólo con los goles y las acciones de peligro. Los 80 minutos restantes los he usado para leer, para escribir, pare ver más resúmenes. Si lo miro desde otro ángulo, se puede afirmar que el futbol actual ha socorrido mi formación literaria, pero no dejo de envidiar a quienes contratan, enajenación mediante, plataformas en las que devoran hasta los partidos de la primera división filipina.

sábado, octubre 08, 2022

Visita a don Umberto

 







Para los muchos lectores que subrayan lo que leen son algo incómodos los libros demasiado buenos, pues al recorrerlos sienten, me cuento en este caso, que no es posible avanzar a un ritmo más o menos sostenido de lectura. Con los muy buenos libros pasa pues que todo va pareciendo importante, digno de atención, de memorización, de pausa y subrayado. Los lectores obsesionados por dejar marcas en sus libros deben, entonces, hacer un esfuerzo doble o triple para no ceder a la tentación de subrayar, pues un libro demasiado subrayado equivale casi a dejarlo sin señalamientos, pues subrayar significa destacar para, en el futuro, volver sobre aquello que sobresalió, y si todo sobresale, da lo mismo subrayar o no.

Acometo esta enredada explicación por culpa de La memoria vegetal (Lumen, México, 2022, 263 pp.), de Umberto Eco. Al leerlo, sobre todo en sus primeros capítulos, he acusado la molestia de verme retenido por cada párrafo, casi por cada línea. Todo lo que afirma allí el erudito piamontés aclara, define, orienta. A las primeras páginas recorridas tomé por ello la decisión de renunciar, o casi, a los subrayados, esto con el —de antemano— vencido fin de releer de pe a pa cuando se preste nuevamente la ocasión.

Entre los párrafos que por su encanto sí quedaron anotados con mi vacilante lápiz está uno vinculado con la bibliofilia percibida desde fuera. Entre paréntesis, Eco se refiere en todo el libro a esto, a los libros de papel y a su tenencia, a la bibliofilia, de ahí que desde el título los considere “memoria vegetal”. Cierro paréntesis.

Decía de un párrafo que me movió a sonrisa. Lo cito en largo con algunas omisiones: “Naturalmente, el bibliófilo, también y sobre todo el que colecciona libros contemporáneos, está expuesto a la insidia del imbécil que entra a tu casa, ve todas esas estanterías, y exclama: ‘¡Cuántos libros! ¿Los has leído todos?’ (…) Ante este ultraje existen, según mi entendimiento, tres respuestas estándar. La primera corta al visitante e interrumpe toda relación, y es: ‘No he leído ninguno, si no ¿para qué los tendría aquí?’ Esta respuesta gratifica, sin embargo, al inoportuno cosquilleando su sensación de superioridad y no veo por qué hemos de hacerle ese favor. La segunda respuesta sume al inoportuno en un estado de inferioridad, y suena así: ‘¡Muchos más, señor, muchísimos más!’. La tercera es una variación de la segunda y la uso cuando quiero que el visitante caiga presa de un doloroso estupor: ‘No —le digo—, los que ya he leído los tengo en la universidad, estos son los que he de leer para la semana que viene’”.

Dado que —afirma Eco— su “biblioteca milanesa cuenta con treinta mil volúmenes”, ninguna de las tres respuestas es verdadera. Son boutades que propone Eco ante la evidente necedad de una pregunta frecuente y más o menos automática ante la superabundancia de libros almacenados en una casa, casi casi como si el exceso bibliográfico sólo fuera posible en una biblioteca pública y no en un espacio doméstico, casi casi como si no fuera legítimo que un solo ser humano atesore más libros que los que será capaz de leer, más allá de que no todos los libros se leen como novelas, pues muchos son de consulta o referencia.

Un voraz de libros quiere y a veces puede leer mucho, pero esto no es suficiente, como muy bien lo supo Eco. Para este tipo de obsesivo la cosecha trasciende el ahora: por cada libro que se obtiene y se lee, se desean dos o tres o cuatro o cinco o muchos más. En pocas palabras, para un bibliófilo el tope está en la muerte.

miércoles, octubre 05, 2022

Apodos del mal

 








Un tic de nuestro folclor sangriento está en los apodos de quienes se han dedicado con honda vocación al narcotráfico. Cuando estos personajes llegan al estrellato mediático no falta que parte de su encanto, por decirlo así, radique en el apodo que los peculiariza. Sé que la lista es inmensa e inabarcable, lo que de paso da una clara idea sobre la solidez de esta fuente inagotable de riqueza y violencia. Allí donde hay un narco, casi es seguro que exista un alias, un sobrenombre que se convierte casi casi en escudo de armas. Observo algunos, ocho nomás.

El Canicón, alias de Sigifredo Nájera Talamantes. Por aludir a la canica, juguete infantil, resulta oximorónico. El aumentativo lo hace casi insuperable.

El Cochiloco, de Juan Manuel Salcido Uzeta. Diríase sin temor a errar que es uno de los apodos emblemáticos en el santoral narco mexicano.

El Señor de los Cielos, sobrenombre de Amado Carrillo Fuentes. Pocos arraigaron más en el imaginario del país, esto quizá porque se impregna de un marcado tinte religioso.

El Güero Palma, de Héctor Luis Palma Salazar. De sonoridad seca, uno de los más célebres. “Güero”, sabemos, es la forma popular mexicana de llamar al rubio. He tratado de indagar su origen y quizá es una deformación de la palabra “huero”, vacío, en este caso de color. Pero no me animo a asegurarlo.

La Barbie, mote de Édgar Valdez Villarreal. De los sobrenombres mexicanos para hombre con forma femenina (el apodo), como La Güera Rodríguez Alcaine (líder charro), La Chiquita González (boxeador), La Chofis López (futbolista). La Barbie fue apodado así por su tez blanca y rasgos de gringo. De hecho nació en Laredo, Texas, aunque ejerció su carrera profesional del lado mexicano.

La Tuta, de Servando Gómez Martínez. Semejante al anterior. La Tuta es el único mexicano que ha compatibilizado sin conflicto los oficios de profesor, narco y youtuber.

The Winnie Pooh, de Óscar Eduardo Guerrero Silva. Acaso el más paradójicamente tierno de cuantos apodos narcos han sido y serán. Sólo podría ser superado por alguien a quien motejaran Hello Kitty.

Tony Tormenta, Antonio Ezequiel Cárdenas. Hermano de Osiel y dueño de un alias que envidiaría cualquier luchador del bando rudo.

sábado, octubre 01, 2022

Junto al box verdadero















He dicho ya que las cabras de la poesía siempre se me desbalagan hacia el monte de la narrativa. Es decir, que cuando prohijo versos no puedo crear imágenes a la manera de los poetas, sino textos que huyen rumbo a la crónica o el cuento. Comparto un ejemplo de hace diez años porque ya desde aquel tiempo (2012) me sentía muy defraudado por el box actual. Su título es “Junto al box verdadero”:


Así el boxeo: hace tiempo que vio pasar sus mejores días.
Tuit de Armando Alanís

¿Dónde quedaron aquellos uppercuts
aquellos jabs de ensueño lanzados con los Cleto Reyes
dónde, dónde están los ganchos de elegancia callejera?

En mi recuerdo sobreviven
como cuadros en la pared
como fotos amarillentas en un álbum
sábados de la infancia
frente a la tele familiar
mi padre al lado como tótem
cerveza en mano
y la voz en off de Toño Andere y Sonny Alarcón.

Los sábados eran eso por la noche
tener a papá cerca
disfrutarlo en silencio
pues toda la semana trabajaba para siete
y jamás podíamos verlo.

Los sábados, entonces
mi padre era mío y estaba en casa
no hablábamos
no nos mirábamos
pero estábamos cerca
veíamos el box
en una tele blanco y negro
desde la Arena Coliseo
el sudoroso embudo de Perú 77.

Sin vernos
mi padre y yo cruzábamos alguna frase
esta pelea se acaba pronto
el de calzoncillo negro no trae nada
qué bonitos ganchos tira el chaparro ése.
Los boxeadores no eran famosos
pero luego
cuando se alzaban con algún fajín
en lejanas tierras
frente a rudos japoneses
filipinos, gringos, panameños
en México ganaban respeto y mejores bolsas.

Aquellos ídolos
empezaban en la Coliseo
en la función sabatina de box
que mil sábados compartí con mi padre.
No sé, pero supongo que allí vi
los primeros pasos del mastín Pipino Cuevas
la primera imbatible agilidad de Salvador Sánchez
el estilo clasicista de Lupillo Pintor
la bazooka de Zárate
el tesón de Daniel Zaragoza (el Bull-dog de Tacubaya)
el encono de la Chiquita González
la vergüenza del Macetón Cabrera
el nacimiento del boxeo perfecto que tuvo Chávez
y sus ascensos a la cima.

También pude gozar
las últimas grandezas de Olivares, el amado Púas
el privilegio de Mantequilla Nápoles
el depurado hacer de Miguelito Canto
y tantos y tantos pugilistas más
de aquellas eras.

Luego nos cayó la maldición de Don King
el puto pago por evento
la sombra de Bob Arum
los grandes negocios
y un box que es menos box que trácala.

El recuerdo
la filmoteca personal que guardo en el alma
me lleva a una sala modesta
un sábado cualquiera por la noche
frente a la pantalla
con mi exhausto padre y su cerveza al lado
y yo cerca
ambos junto a ambos
ambos junto al box
junto al box verdadero.

Posdata: Acabo de recibir una carta desde Houston. Mi amigo Gerardo García Muñoz comenta lo que alguna vez platicamos en Torreón: que él también vivió muchas funciones sabatinas de box junto a su padre. Por el paralelismo, he pedido a Gerardo autorización para multiplicar aquí las palabras de su mail. Le agradezco el sí: “Me gustó tu poema sobre los recuerdos sabatinos boxísticos, una experiencia paralela a la mía; mi padre tuvo una sola afición deportiva, y aún tengo en la memoria cuando vio emocionado, por primera vez igual que yo, las peleas de la ‘Cabalgata Gillete’ presentadas por Enrique Yánez y narradas por algún comentarista de acento caribeño. Y digo que las vio por vez primera porque él creció en la época de las transmisiones radiofónicas, y escuchó las míticas peleas de Jack Dempsey contra Firpo, Joe Louis contra Max Schmelling. Y claro, compartí con él las gloriosas trayectorias de Alí, Frazier, Foreman, las inolvidables peleas del Alacrán Torres contra Chartchai Chanoi, un tailandés asesino, las glorias del Púas y del Mantequilla Nápoles. Para mi padre, el boxeo terminó el sábado 2 de agosto de 1980, cuando Pipino Cuevas se metió al barrio de la Cobra de Detroit. Y para mí, hace más de dos décadas que ese deporte ha dejado de importarme”.