sábado, octubre 15, 2022

Enésima mirada al periférico


 







Hubo un tiempo en el que el periférico de la comarca lagunera sí le hacía honor a su etimología: “peri”, alrededor, y “phero”, llevar, conducir: lo que lleva o conduce en este caso por el exterior. Cuando fue planeado, en efecto, rodeaba o envolvía a Ciudad Lerdo, Gómez Palacio y Torreón, pero a medida que pasaron los años esta vía terminó siendo desbordada, puesta en crisis por el enorme flujo de vehículos que a diario la recorren. En el camino ha visto remozamientos, apertura de derivaciones, elevación de jorobas y demás, pero en realidad todo esto ha servido como mero paliativo ante el brutal ir y venir no sólo de vehículos con placas de la localidad, sino también foráneos, sobre todo de carga pesada.

Modestia al margen, creo que nadie ha escrito más que yo sobre el periférico. Durante muchos años, cada vez que me tocaba la mala suerte de recorrerlo por cualquier razón, en mi fuero íntimo latía la necesidad de publicar algo, lo que fuera, sobre ese paso de la muerte. Así lo hice, y hasta la fecha ya van seis o siete apuntes sobre el tema, al que ahora se suma éste. Conste que antes mi necesidad de transitar este pasaje era esporádica, pero desde hace varios meses, debido a un cambio de domicilio, se volvió parte de mi rutina. Hoy, cinco veces a la semana lo recorro de ida y vuelta, así que con demasiada frecuencia confirmo mis observaciones del pasado: pobres de los ciudadanos que a diario se juegan el pellejo en esa —como las denominan en el argot burocrático— “vialidad”.

El colapso del periférico se debe, claro, a que ya quedó chico ante el torrente de vehículos que día tras día lo invaden desde los cuatro puntos cardinales. Tiene, como sabemos, dos vías “rápidas”, una de ida y otra de vuelta, de norponiente a suroriente del mapa conurbado. Cada una cuenta con dos carriles, un vado y otros dos carriles laterales. Pero esto es un decir, por supuesto, ya que, como “El chorrito” de Cri-Cri, se hace grande y se hace chico en las diferentes zonas de su extensión. Dos carriles de ida y dos de vuelta equivalen a muy poco frente a tanto tráfico, de ahí que en sus horas pico el avance de vehículos se dé casi a paso de ser humano.

Pero no son, creo, el número de carriles ni la amplitud de cada uno los únicos problemas de esa ruta. En realidad, se trata de un problema complejo, un desafío para la movilidad urbana. En mi práctica de campo como resignado conductor, en mi experiencia in situ, he tratado de entender lo que allí sucede, y es demasiado. Uno de los problemas allí visibles y obvios es, por su diseño original, la falta de más carriles, pero también el alto flujo de unidades que ingresa a la autopista en varios puntos. En la joroba conocida como “El campesino” hay un tapón enorme, casi imposible de disolver en horas conflictivas. Al lado del supermercado Aurrerá, apenas un poco adelante del antiguo DVR, no hay forma civilizada de salir a la lateral o entrar al periférico, y todo tiene que hacerse allí a bayoneta calada, con agallas y habilidad.

El caos, como sabemos, produce choques, y los choques, que a diario ocurren, paralizan o ralentizan el flujo. A esto se suman las malas condiciones de muchos vehículos, que con frecuencia se descomponen a medio camino y obturan un carril, lo que colapsa todo principalmente en horas pico. En resumen, ese periférico no está para manitas de gato, sino para medidas de veras sustanciales. He pensado que quizá podrían añadirle un carril en ciertos puntos, pero no me atrevo a proponer nada. Es, como ya dije, un tramo complejísimo de la región y por ello amerita especialistas. Pero especialistas que busquen una solución profunda, no maquillaje, como siempre.