sábado, octubre 22, 2022

Gilberto Prado Galán, amigo

 









Francamente no sé cómo expresar mi consternación ante la muerte de Gilberto Prado Galán (Torreón, 20 de septiembre de 1960-Ciudad de México, 21 de octubre de 2022). Luego de recibir la mala nueva sentí entrar a un mundo irreal, como si migrar a una fantasmagoría me alejara de la noticia contundente, cierta, de que mi amigo ya no estaba con nosotros. Apenas si necesito decir que en este momento me cuesta articular unas líneas que en verdad puedan comunicar lo mucho que lamento esta partida.  

Gilberto fue, desde 1984, uno de mis amigos más cercanos. La primera imagen que retengo de él es extraña: lo veo delante de mí, listo para descender del camión (verde) Torreón-Gómez-Lerdo. Yo también bajaba en ese punto, cerca del Iscytac. Gilberto iba en su último año de la carrera de Psicología, yo en el primero de Comunicación. No nos saludábamos, nadie nos había presentado, pero yo lo veía porque siempre que coincidíamos en el “jet de la pradera” él leía y leía libros que yo sabía literarios, de Austral o de Porrúa. Para entonces yo intuía que la literatura era (quizá) mi vocación, así que ver a un tipo de la universidad con libros de literatura era forzosamente llamativo.

Luego se dio una venturosa casualidad. Por flancos distintos, varios alumnos le pedimos a Saúl Rosales que formáramos un taller literario. Saúl accedió a ser nuestro mánager y un sábado del 84 tuvimos la primera reunión del grupo literario que luego pasaría a llamarse Botella al Mar. Allí conocí a Gilberto, y apenas lo escuché hablar tuve la impresión de que estaba delante de un tipo que ya lo había leído todo, y eso que apenas sumaba 24 años.

La amistad de Gilberto tuvo una importancia capital, aunque indirecta, en mi formación. Como me he hecho en el autodidactismo, a la intemperie, oír a Gilberto, y sobre todo leerlo, era un acicate. ¿Cómo es posible que alguien que apenas me lleva cuatro años sepa infinitamente más que yo? Me hacía esta pregunta y en lugar de envidiar, en lugar de rumiar estériles mezquindades, leí con más empeño, me hice a la idea de aprender todo lo posible para estar a la altura de la conversación provocada por Gilberto, y de escribir con decoro, para también en eso no quedar tan a la zaga.

Cada vez que salía el tema, cada vez que alguien me preguntaba algo sobre la literatura lagunera o sobre mis amigos o mis conocidos escritores de aquí o de donde fuera, yo decía lo mismo, y lo mismo seguiré diciendo pues ya no tendré oportunidad de volver a la juventud para experimentar el asombro que me provocaba Gilberto Prado Galán. Él fue, repito lo que he dicho muchas veces, lo más cerca que he estado de la genialidad literaria. Su facilidad para escribir era, a un tiempo, brillante y torrencial, una destreza que se le daba con la naturalidad de la respiración. Siempre cultivó un timbre barroco, un timbre que le cuadraba muy bien porque tenía la mente llena de referencias literarias, filosóficas, teológicas, lingüísticas, política e históricas, lo que acompañaba de manera espléndida con un lujoso dominio de la lengua y del estilo. Ahora bien, cuando uno afirma que Gilberto era un pozo de saberes no debemos pensar en un sujeto adusto, en un nerd al uso, encerrado en su laberinto de ideas. No. Gracias a su muy hospitalaria memoria, Gilberto podía improvisar una conferencia de dos horas sobre Giordano Bruno e inmediatamente, en la cena de celebración, sin solución de continuidad, enumerar a los campeones de bateo, las marcas que batió Mark Spitz o la letra completa de un hit interpretado por Los Terrícolas. Nada, ningún conocimiento se le negaba, fuera de la alta cultura o de la cultura popular. Sé que sabía que sabía mucho, pero nunca fue vanidoso ni atropelló a nadie con sus capacidades. Al contrario, fue en todo momento un tipo sencillo, un buen amigo, un hijo noble, un hermano cariñoso, un excelente padre y esposo, un hombre que sabía darse y reír, reír mucho y de todo, siempre. Sospecho que no lo hemos leído bien, y que nos deja varios libros luminosos, dignos de perduración, y a mí la sensación de que alguna vez fui amigo de un genio.

En un ensayo breve sobre el Botella al Mar escribí sobre el grupo en general y sobre mis compañeros en particular. Sobre Gilberto observé esto: “Gilberto Prado Galán, lo he dicho y escrito desde que lo conozco, fue siempre el más adelantado, un genio vivaz y memorioso, un dechado de humor inteligente y una sensibilidad poderosamente dotada para el manejo de la palabra más profunda y bien escrita. Retengo con toda claridad la primera impresión que me provocó y las sucesivas impresiones que siguió y sigue provocándome: a los 24 años parecía haberlo leído todo y, más que eso, parecía que todo lo almacenaba incluso textualmente en el portento de disco duro con el que fue equipado. Citaba poemas completos de los autores más diversos, recordaba pasajes completos de filósofos, teólogos, psicólogos, lingüistas, escritores, y todo eso lo aderezaba con un registro pormenorizado de canciones populares, calambures y datos jocosos de la farándula y el deporte. Jamás le leí una cuartilla hueca o contrahecha, y alguna vez aseguré que el Botella al Mar estaba cabalmente justificado con la pura presencia de Gilberto. Creo, más de treinta años después, que no me equivoqué. El Gilberto geniecillo que conocí en 1984 es ahora un escritor maduro, respetado y atestado de justo reconocimiento”.

No creo haberme equivocado. La obra publicada de Gilberto queda como testimonio del gran artista que la creó.