Como la novela, el cuento es un recipiente igualmente capaz de contener
el habla y los comportamientos sociales del presente. Tiene en este sentido la
posibilidad de convertirse en documento no sólo artístico, sino también antropológico
e histórico. En “El Nicolás” (La tumba,
1966), de José Agustín, podemos advertir el uso abundante de caló, por un lado,
y, por otro, de algunos guiños a las vivencias con las que se topaba la
juventud preparatoriana y universitaria de la capital mexicana. Observemos.
En cuanto al habla, “El Nicolás”, como la obra toda de José Agustín
acuñada en aquel momento, está salpicada por numerosos modismos. Varios de los
que son incorporados en este cuento siguen siendo asombrosamente entendibles y
hasta usados en la actualidad: “bravero”, “emboletado”, “gandalla”, “prángana”,
“guamazo”, “descontón”, “chamaquito”, “güey” (que ahora todos escriben, no sé
por qué, “wey”), “pinche”. Otros están en desuso, como “cuais” (cuate),
“manises” (plural de “mano”, apócope de “hermano”), “azuliza” (policías). En el
relato también son abundantes las locuciones verbales, adverbiales e incluso
sustantivales: “de la patada”, “armar la pelotera”, “dar la manita”, “andar
jorobando”, “un cien” (un billete de cien pesos), “muy sabrosos” (“íbamos
caminando muy sabrosos”, muy desenfadados). En este breve repertorio podemos
notar cuáles palabras o expresiones sobreviven y cuales han desaparecido.
Incluso es dable apreciar que algunos objetos son ya parte del pasado, como los
cigarros marca “Delicados”, que eran muy baratos y creo que ya desaparecieron; en el caló también eran llamados “Delincuentes” (“Mi
tío fuma Delincuentes”). Observar la presencia de todas estas palabras y
expresiones nos habla de que alguna vez coincidieron en el tiempo,
sincrónicamente, y también, con el paso de los años o en la diacronía, algunas
desaparecieron.
Otro detalle interesante de un cuento como “El Nicolás” está en sus
referencias a la realidad. Trataré de resaltar dos de las situaciones de
aquella época, los sesenta, distintas con respecto del presente, de ahí que sea
posible inferir que en el camino entre aquella realidad y la actual hubo un
cambio cultural. Hay una escena en la que el grupo de jóvenes que sube al bus
intimida con actitudes machistas a unas muchachas:
“–Me cae
gordo ir a Filosofía y Letras porque hay puras flacas. ¿Me oyeron? Puras
flacas, bien flacas las canijas besuconas.
Las chamacas se hacían las disimuladas viendo hacia la ventana, muy serias,
pero el Tarolas no las iba a soltar tan fácil”.
Esta escena me parece mucho más difícil de encontrar en esta época, pues
las jóvenes de hoy no reaccionarían como las del cuento; de hecho, los bravucones
de ahora la pensarían dos veces antes de proceder como los chicos del relato.
Otro asunto. Los jóvenes son azuzados por el Nicolás para golpear a unos
huelguistas: “orita tengo ganas de bronquear a esos rojos”. Menciona su simpatía por el
MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación), grupo de
ultraderecha, fascista a la mexicana, famoso por pelear sobre todo contra los comunistas. Pues bien, en
las discordias juveniles de la actualidad, e incluso en el mero discurso, han
desaparecido las identificaciones políticas de izquierda o derecha, y grupos
como MURO ya no existen porque son innecesarios en un mundo ya dócilmente
derechizado.
Les evito la búsqueda del cuento en internet; aquí lo dejo:
El Nicolás
José Agustín
Hubieras
visto a este cuate tan bravero (se llama Nicolás y es nosequé del equipo de futbol
americano), apenas se subió al camión, ya estaba diciéndole a un cuate:
–Óigame, infeliz, me cae de la patada que me usen de recargadera.
El pobre tipo éste peló unos ojísimos y rapidito se metió más adentro. Después,
el buen Nicolás se volvió, riendo, hacia nosotros.
–Tarugo, ni se me había recargado.
Palabra de honor que sentí re gacho: por nada del mundo me gustaría estar
frente al Nicolás y oír que me diga me cae de la patada que me usen de
recargadera. Qué cuate. Pero ya estaba emboletado con estos gandallas y ni modo
de echarme para atrás.
Por otra parte, el relajo me atraía. Con nosotros también andaba un gordito
bien vaciado, siempre trae un suéter dado al cuas y le dicen el Tarolas o el
Prángana o el Apestoso: todos los apodos le caen a todo dar.
La verdad es que ya estaba sintiendo un poco de miedo. Tú sabes que no soy un
charles atlas así y estos cuates bronquean a todo el mundo.
Me junté con ellos porque había ido al estadio buscando al maestro Rodríguez
Ceniceros, que según me pasaron el tip, andaba echando lente para evitar las
broncas. El caso es que al pobre maestro le rajaron la cabeza y ni supo cómo
(por ahí dijeron que quiso separar a unos y ni separó a nadie y nomás le
colocaron un soberano guamazo), la cosa es que ya se lo habían llevado para
echarle su alcoholito y todo eso. Ahí encontré a Rolando que venía con este
Nicolás y con el Tarolas. Me dijeron que jalara con ellos, y sin saber ni por
qué, jalé con ellos.
Había ido a buscar al maestro Rodríguez Ceniceros a ver si me daba una manita
para el examen (la verdad es que no me siento muy fuerte y quien quita y me
truena), además, me dijeron que el maestro me daría la manita, y si ya deveras
no daba una, con un cien se arreglaba todo. Pero ahora, imagínate, el maestro
Rodríguez Ceniceros quedó con la cabeza rajada y yo jalé con estos cuates.
Desde un principio me olí que se armaría la pelotera y tuve ganas de jalar al
Rolando para decirle que nos cortáramos, pero el muy menso iba lambisconeando
al Nicolás. Me repatea cuando se pone de barbero para quedar bien con alguien y
nomás anda jorobando la borrega. Y este Nicolás (lo hubieras visto) se sentía a
todo dar oyendo al otro tarugo dándole coba.
Al poco rato se desocupó un asiento y que se abalanza el Nicolás. Una señora,
con niño y toda la cosa, ya mérito se sentaba y puso una carota cuando el
Nicolás le dio mate con el asiento. El infeliz sacó un cigarro y todavía le
echó el humo al chamaquito. El pobre ha de haber sentido horrible porque el
Nicolás fuma Delicados. La seño, como quien no quiere la cosa, también se fue
haciendo para atrás. La verdad es que me dio lástima pues casi creí que el
Nicolás le soltaría un descontón (es capaz, el maldito), nada más sentí que el
corazoncito me pateaba como loco.
Luego, que se suben unas chamacas y el Tarolas empezó a molestarlas,
diciéndonos:
–Me cae gordo ir a Filosofía y Letras porque hay puras flacas. ¿Me oyeron?
Puras flacas, bien flacas las canijas besuconas.
Las chamacas se hacían las disimuladas viendo hacia la ventana, muy serias,
pero el Tarolas no las iba a soltar tan fácil.
–¿Qué pasó, mis reinas, vamos a un café existencialista?
El Nicolás agregó:
–Aquí mi cuais, aunque mugrosón, toca la guitarra eléctrica glimson.
–Siempre cargo mi guitarra, hoy lolvidé, ni modo, ¿no? Pero pa que me crean les
voy a cantar el tuis de filosofía.
El Nicolás reforzó la ofensiva:
–Van a oír lo que es bueno. Órale, tarugo, canta.
Entonces que grita el Tarolas:
–¡A petición de las flacas aquí presentes ahí les va el Filósofi tuis!
Y que deveras empieza a berrear tarugadas, palabrita que no creí que se
aventara. Las pobres chamacas se pusieron bien rojas, hicieron la parada y que
se bajan (apuesto a que todavía ni llegaban a su esquina).
Nicolás y el Tarolas iban risa y risa y cuando alguien los miraba feo, el
Nicolás, echándole humo, decía:
–Cómo traigo ganas de rajar hocicos.
Casi llegando al centro vimos a unos huelguistas que ponían una bandera
rojinegra, canelones y toda la cosa, y lueguito nos dijo el Nicolás:
–Órale, bájense.
Ya abajo le preguntamos qué le picaba.
–Nada, manises, hace unos meses me contrataron los de MURO para rajar madres en
una manifestación o algo así en CU y orita tengo ganas de bronquear a esos
rojos.
–¿Y por qué a ellos? –pregunté.
–Pos porque los rojos, sepa la bola, pero yo soy muy católico.
–Estás loco –dijimos.
–Ni tanto, ni tanto, si son tres nomás, a poco me creen tan güey. Bueno, qué,
¿se rajan?
El maldito Tarolas dijo mangos y el Rolando también, y pues no me quedó más
remedio que jalar parejo. Entonces, encabezados por el Nicolás, caminamos muy
sabrosos toda la cuadra hasta donde estaban los pinches huelguistas.
El Nicolás pasó frente a uno y echó un gargajote al suelo, pero el otro ni se
dio cuenta. Entonces, le dijo:
–Conque de huelga, ¿no?
El obrero se le quedó viendo y que lo tira a loco. Eso le dio un corajazo al
Nicolás, pues mascullando:
—Ora
verás, rojo jijo —le colocó un chingaputamadrazo horrible. Los otros dos
obreros se alebrestaron y tuvimos que entrar al quite. Hubieras visto al Tarolas:
con todo y lo panzón colocaba sus buenos mandarriazos.
Yo me anduve haciendo tarugo, como quien no quiere la cosa, dando patadas aquí
y allá hasta que, quién sabe cómo, me dieron un descontón horrible, y como buen
menso que soy, me desmayé.
Después, apenas y recuerdo que llegó la azuliza y que nos llevaron a la
delegación y que el Nicolás le habló a un diputado y que nos dejaron ir. Pero
lo que recuerdo muy bien es que a los huelguistas les armaron un lío del carajo
por alborotadores y que a mí el Nicolás me decía:
–Bien, manis, te portaste muy machito.