Alguna
vez escribí y publiqué un ensayo
más o menos amplio sobre “19 de diciembre de 1971” (Nada de otro
mundo, 1988), cuento de Roberto Fontanarrosa que me parece, y creo que me
seguirá pareciendo hasta el último aliento, el mejor con tema futbolístico. Su asunto
de fondo fue un partido real entre dos equipos que se odian sin ahorro de
tirria: Rosario Central y Newell’s Old Boys. Ambos juegan en la ciudad de Rosario,
y son, para entendernos mejor, rivales al modo de Tigres y Rayados. Desde hace
años, por ello, sus encuentros equivalen a guerras civiles de rosarinos contra
rosarinos.
Pues
bien, en la fecha que da título al cuento ambos equipos disputaron un partido en
cancha neutral, el Monumental, casa de River Plate. No era un partido de la
temporada regular, sino una semifinal, así que el estadio de Buenos Aires se
llenó de público rosarino parejamente dividido. El resultado final fue de 1 a 0
favorable a Central, y el gol que hizo la diferencia pasó a convertirse en una
leyenda llamada “La palomita de Poy”, esto por el tipo de jugada, un cabezazo
de palomita, y por el apellido del anotador, Aldo Pedro Poy.
Con
ese fondo real, histórico, el Negro Fontanarrosa creó una ficción memorable en
la que un grupo de hinchas de Central deciden hacer algo para no perder aquel choque,
el más importante de su equipo hasta aquel año, 1971. Y aquí ingresamos a la
fabulación: narrado en primera persona del plural, quien nos cuenta las
acciones observa que todos sus amigos pensaron en sus respectivas cábalas ganadoras
(rituales de los aficionados que se supone tienen un efecto benéfico si las
repiten antes, durante y/o después de los partidos; por ejemplo, usar una
determinada playera, ver el partido en tal televisor, hacer un rezo específico,
etcétera). Lamentablemente, nada de eso garantiza el triunfo de Central, y
ellos lo saben.
Alguno recuerda, sin embargo, que un sujeto, el viejo Casale, afirmaba que Central había ganado todos los partidos a los que él asistió, así que era como un amuleto de carne y hueso. Por desgracia tenía un mal cardiaco y por prescripción médica ya no podía exponerse a emociones futboleras, menos si se trataba de su equipo. Falta mucho para llegar al final: sólo adelanto que Casale es secuestrado y llevado a la fuerza al estadio. Lo demás ya podemos imaginarlo.