En sus orígenes, los cuentos contenían lecciones de vida,
tenían un fin edificante. Esto quedó luego limitado al ámbito del relato para
niños, seres que, por su edad, obtienen provecho si entienden el sentido de lo
que se les cuenta con el fin de edificarlos. Hoy no sé si a los niños les puede
resultar entretenida una historia con moraleja, y tengo la impresión de que
sólo a los muy muy pequeños de edad llegaría siquiera a interesarles. Cuando
los niños descubren las pantallas, y esto ocurre hoy apenas abren los ojos, ya
no hay relatito pendejo que pueda dejar huella en su emoción como a nosotros
las fábulas de Iriarte.
Como digo, la literatura edificante ya quedó casi
extinta, aunque no está de más agarrarnos de ese “casi” para recordar que,
quizá sin que lo notemos con claridad, no es infrecuente encontrar relatos
moralizantes sobre todo en las redes sociales. Alguien, quien sea, encuentra
uno y decide convertirlo en post porque allí ha percibido el valor de una
lección de vida. Por ejemplo, éste de Álvaro Yunque que leí hace poco en un
espacio ajeno (“La obra maestra”):
“El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto
pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás
animales:
—¿Ven
aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y
los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien
qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos
admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era
el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era
un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno
creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela”.
La lección es obvia y algo vanidosa: igual que quien la escribió, quien ahora la difunde se coloca en el lugar del “cóndor”, un ave que se mueve en las alturas y por lo tanto es capaz de ver de cerca la realidad, no lo que cuenta el mono. A diferencia de los animales pedestres, el cóndor se codea con las nubes, no con la ordinariez de la vida sobre la tierra. Las parábolas de este tipo siempre son algo disfuncionales, sin embargo. El cóndor sabe lo que hay arriba, pero no es capaz de ver lo que ocurre a ras de suelo. Queda empatado con el mono, pues.