sábado, julio 29, 2023

Cuentos de La Reportera Roja


 











Fernando Fabio Sánchez presentará hoy La Reportera Roja, su más reciente libro, en Francisco I. Madero, Coahuila. Comparto aquí parte de la reseña que leí en la presentación celebrada en Torreón el 12 de julio.

Gracias a que le llevo una década de edad he sido testigo afortunado de su crecimiento como escritor y académico, dos facetas que Fernando Fabio Sánchez ha compaginado con solvencia. Es un escritor todoterreno, dotado para la narrativa, la poesía y el ensayo, a lo que desde hace varios años ha sumado la labor de columnista en el diario Milenio Laguna.

Su foja de méritos exhibe logros pesados: es profesor de Estudios literarios y Cinematográficos en California Polytechnic State University, San Luis Obispo. Obtuvo un doctorado en Letras Latinoamericanas por la University of Colorado en Boulder. Se ha concentrado en el estudio de la modernidad y sus diferentes relaciones con la literatura, el nacionalismo, la violencia y la cultura visual en el México post-colonial. Ha publicado los libros de cuento Los arcanos de la sangreDe la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo)policiales y los de poesía Posesión de naves y Creación de fondo; y artículos y libros de crítica literaria. En el 2010 publicó el ensayo Artful Assassins: Murder as a Art in Modern Mexico (Vanderbilt University Press) y coeditó, junto con Gerardo García Muñoz, La luz y la guerra: el cine de la Revolución Mexicana (Conaculta).

La Reportera Roja, el libro que nos ocupará, contiene ocho cuentos en los que son más que visibles las pericias literarias de Fernando. Narrador afilado, hunde su mirada en los socavones de la realidad en la que vemos deambular personajes agobiados por el miedo, la desdicha, la incertidumbre y la violencia. Impresiona en los relatos de este autor la firme prosa que sirve para escudriñar las grietas del alma humana, una tendencia permanente a ver más allá de los personajes, a encajar la vista en la circunstancia que los ha moldeado, en el contexto que los formó o los deformó. Fernando es un buzo de la maldad humana, un buscador de las esencias del poder.

Francisco Pineda, de Ciudad Lerdo, moreno, talentoso pero gris, excelente estudiante en el pasado, es el protagonista de “El otro corazón”. Trabaja de forense en Jiménez, Chihuahua. El relato habilita la descripción del bombeo del corazón con lenguaje forense. En su estructura, el cuento pespuntea de las indagaciones policiacas a los discursos técnicos sobre el corazón. El asunto central es ir a ver en tráiler reportado como misterioso, abandonado. Otra vez, la ciencia en su propósito de explicar la barbarie. Francisco trabaja en el forense como de rebote, por los caprichos del laberinto laboral. Sabe que el tráiler tiene seres humanos. El tema de la violencia está allí, aludido en toda su crudeza.

En “La Reportera Roja” un narrador testigo cuenta la historia de la Reportera Roja. Cecilia, quien antes de ser periodista trabajó como socorrista en la Cruz también Roja. Cecilia ha sido reportera de guardia luego de pasar por otras fuentes de información. La historia se ubica en la etapa de mayor violencia en La Laguna, es decir, por el año 2010. El narrador testigo es un poco extraño: cuenta la historia con una especie de cercanía afectiva, parece inmerso en el mundo de Cecilia, la Reportera Roja. El final nos deja ver por qué el narrador está o parece estar cerca de la protagonista.

“Lamborghini negro” es un cuento sobre el poder, sobre el poder excesivo, el poder que jamás mira hacia la ley porque él es per se La Ley. Con el fondo sonoro de la Novena de Beethoven, un rasgo que nos remite al absolutismo ilustrado en este caso contemporáneo, un auto se desplaza a velocidad extrema por la ciudad. Lo conduce un patricio con genealogía de larga data que, alebrestado por el insumo de cocaína, no repara en gestos de prepotencia para indicar con su actitud suicida quién es él. Lo persigue la policía en una jornada peliculesca, algo surrealista, narrada con una prosa exacta y vertiginosa al mismo tiempo. La resolución es previsible si nos atenemos al estatus del conductor y al tipo de vehículo en el que va trepado.

El procurador de justicia Fernando del Rey es el personaje más destacado de “El silencio”, quien junto con sus guardaespaldas es acorralado por presuntos narcos en las oficinas de la institución judicial, lugar en teoría invulnerable ante los ataques de la delincuencia. Nadie llegará a ayudarlos, es una emboscada cuya trama se pierde en los entresijos del poder. En este relato, Fernando Fabio Sánchez se ha detenido con minucia en la semblanza de los guaruras, casi como para significar que cada uno es un ser humano completo, con vida y con afectos, joven. Las cartas ya están echadas, sin embargo, y Fernando del Rey y su gente se verán ante un desafío sin vuelta, irremediable en su aparatoso clímax.

Una enfermera, un grupo de militares y un narco participan en “As de corazones”. En la historia, Bernardo, el narco, pone en marcha un plan para escapar del hospital antes de recibir la alta que lo condenará a ser víctima de los militares. Usa para huir a Daniela, la enfermera, quien al parecer muerde todos los anzuelos y obra con la buena fe que dicta su corazón, claro, enamorado. El final queda abierto hacia una cacería humana.

Rodrigo de la Paz, chofer de camión repartidor de lácteos, aparece en “El tiempo corre”, un cuento sobre los pueblos diezmados por la violencia. “Una historia de familia” trabaja sobre los relatos fundacionales de la riqueza, muchos de ellos basados en el saqueo que con el tiempo, con el paso de las generaciones, termina adecentado hasta que queda muy atrás la turbia acumulación original del capital. “Jefe de jefes”, cuento que cierra el libro, explora los vaivenes en las alturas del supersticioso poder narco.

La Reportera Roja, tercer libro de cuentos de Fernando Fabio Sánchez, tiene como fondo recurrente la violencia que ha aumentado en los años recientes, pero que en realidad nunca ha estado ausente de nuestro país. Los personajes son sujetos moldeados por circunstancias tan complejas como difíciles, y el autor ha sabido sobrevolar tales circunstancias con historias que a su vez contienen historias, mecanos narrativos en los que despliega una sensibilidad muy fina para percibir de dónde, en México, ha soplado el viento de la desgracia siempre dependiente del poder político y económico nada encubierto en sus atavismos y en la protervia de su accionar.

Comarca Lagunera, a 12 de julio de 2013

Texto leído en el Archivo Municipal de Torreón el 12 de junio de 2023 en la presentación de La Reportera Roja, (Universidad Veracruzana, 2023, Xalapa, 97 pp.), de Fernando Fabio Sánchez. Los comentarios fueron desahogados por Gerardo García Muñoz, el autor y yo.

miércoles, julio 26, 2023

Heriberto, gurú y amigo

 










¿Cómo procesar esta nueva pérdida? ¿Dónde encontrar argumentos que expliquen los caprichos del destino? ¿Por qué los talentos como el suyo se nos adelantan tanto? Uno más de mis admirados amigos, Heriberto Alejandro Ramos Hernández, ha partido. Tenía apenas 57 años y la lucidez entera, con la plenitud que a sus cercanos nos llevaba a motejarlo “Gurú”. Una vez me dijo que el apodo no le cuadraba mucho, que le parecía excesivo. Le comenté que era una cordial forma de reconocer su brillante manera de razonar, su conversación siempre atinada, sus innumerables referencias bibliográficas, su tremenda aplicación de la lógica a la hora de sopesar cualquier idea.

De muchos amigos cercanos recuerdo el lugar exacto donde los conocí. El sitio en el que conocí a Heriberto es uno de ellos. Un mañana de 2004 o 2005, en el umbral de mi oficina en la Ibero Torreón, nos estrechamos las diestras y de inmediato pude ver uno de los rasgos más salientes de Heriberto: su cordialidad. Algo debíamos ver sobre un ensayo de su cosecha, pero lo que realmente nos detuvo en la conversación fueron los temas espontáneos de cualquier primer contacto. Supe que tenía un gran conocimiento de la economía y las finanzas, y que durante muchos años había trabajado en ese ramo dentro del sector privado. Lo que me sorprendió desde el principio fue que, pese a la lejanía de su especialidad con respecto de la mía, él tenía una formación múltiple, de lector omnívoro. Cierto: leía vorazmente libros de su ámbito profesional, pero tenía un profundo respeto de lector por las humanidades, sobre todo por la literatura.

Lo que más me asombró fue, pues, algo que de Heriberto podíamos esperar: él, ciertamente, vivía como profesional del mundo financiero, pero su vocación de lector lo había llevado incluso a conocer hasta a los escritores de la localidad. “Te conozco muy bien”, me dijo, y de golpe comenzó a mencionar algunos de mis libros. Luego supe que Heriberto era así: vivía en su mundo, era un hombre más bien tendiente a la soledad, pero la ventana de la lectura le había permitido enterarse de todo. Tenía una memoria espectacular, y él lo sabía, pues alguna vez me comentó que no olvidaba nada de lo que leía. Y me lo demostró varias veces al citar frases enteras de las fuentes bibliohemerográficas más diversas.

Poco a poco fuimos afinando la amistad. Él no forzaba los encuentros, era muy respetuoso del tiempo ajeno, pero en no pocas ocasiones, menos de las que uno desearía, nos vimos para conversar él y yo solos o junto a varios amigos comunes como Jesús Haro, Salvador Perales, Édgar Salinas y Gilberto Prado. Nuestros puntos de reunión eran algunas de las muchas cantinas de Torreón, sobre todo el salón Versalles, aunque un par de veces nos convidó al espléndido jardín de su casa donde hacía gala de una anfitrionía perfecta. Era un apasionado de la conversación, de las bromas, de la risa, pero en medio de todo siempre sabía deslizar comentarios cultos, referencias históricas, políticas, económicas, literarias. Era un erudito, un enamorado permanente del conocimiento.

Cierta noche de 2014 me invitó a cenar porque tenía la inquietud de pedirme un favor: había armado su primer libro y quería que yo lo ayudara a editarlo. Por supuesto le dije que sí, y comenzamos con ese trabajo que sirvió de pretexto para vernos más seguido. Avanzamos sin apuro, sin impaciencia, y en 2015 tuvimos listo El interés más sincero, un conjunto de artículos brillantes, divulgativo, sin tono grave o pomposo, sobre muchos recovecos de la vida intelectual, el mundo docente, la administración, le lectura y más temas. Heriberto quería el libro para regalarlo a sus parientes y amigos, y no lo presentó. Tuvieron que pasar como seis años para que, en 2021, me recordara esa posibilidad, y el 23 de septiembre de aquel año el talentoso Carlos Castañón y yo lo presentamos con mucha calidez en el Archivo Municipal de Torreón. La contratapa del libro, lo que Heriberto decidió destacar de su exuberante currículum, quedó así: "Heriberto Ramos Hernández (Torreón, Coahuila, 1967) es licenciado y maestro en Administración y en Finanzas, y tiene estudios de doctorado en Alta Dirección. Es profesor visitante en posgrados de Escuelas de Negocios en México y en el extranjero. Ha publicado columnas de opinión y artículos académicos en Expansión, Milenio Diario y en publicaciones del ITAM, IPADE e Ibero. Durante más de veinte años se ha ganado la vida en el ámbito de los negocios como empresario, banquero, asesor, consejero y profesor. Actualmente es director y miembro del consejo de administración de dos fondos de inversión, de una sociedad financiera y de varias compañías en los ramos agrícola, inmobiliario y biotecnológico. Como maestro ha trabajado, entre otras instituciones, para la Universidad Iberoamericana Torreón y la Universidad Autónoma de Coahuila. Le gusta leer mucho y de todo".

No hace tanto, como un año más o menos, me habló por teléfono para compartirme su deseo de publicar uno o dos libros más cuyos originales ya tenía terminados o casi terminados. Gustoso le dije que sí, que cuando estuvieran listos les poníamos manos a sus obras. Tiempo después ya no volvió a comentarme nada sobre el avance de aquellos materiales, pero supongo que sí quedaron organizados.

En los años recientes no nos vimos tanto como antes, pues yo cambié de domicilio, me alejé mucho del centro de la ciudad y comencé, por la edad a la que voy llegando, un proceso de aislamiento social que en teoría me permitirá organizar mejor mis cosas sobre todo literarias. Eso no significó incomunicación con Heriberto, pues con mucha frecuencia entablamos largas conversaciones escritas por Whatsapp. En ellas, agradezco que siempre me alentó a seguir, que siempre, como pocos, leyó y aplaudió mi trabajo de escritura. La última conversación que guardo ocurrió el domingo pasado, cinco días antes de su adiós.

A Claudia, su amada esposa, a Heriberto, su amado hijo, y a toda su familia y sus amigos, no puedo no compartirles estas palabras y un abrazo que apenas describe muy superficialmente al extraordinario ser humano que fue Heriberto, nuestro querido Gurú.

Descanse en paz.

Nota. En la foto, Heriberto (de pie, camisa negra), junto a Gilberto Prado Galán, Miguel Teja Aranzábal (también de pie), Héctor Matuk Núñez y yo. Patio del bar La Terminal, Torreón, abril de 2018.

sábado, julio 22, 2023

Memoria de visitantes

 











Llegué a “Francisco Cervantes: la nobleza del canto”, antepenúltimo ensayo de La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana (UNAM, México, 2011), libro de mi admirado Armando González Torres, y el nombre del escritor analizado detonó una inquietud en mi interior. Conocí a Cervantes hace quizá más de treinta años. Fue acá, en La Laguna, región a la que el poeta queretano vino no recuerdo a qué. Recuerdo, eso sí, que le ofrecimos un ágape en la alberca lerdense y casi recién inaugurada de Ana Lucía Matouck y Luis Piña. Tras leer las puntuales palabras de González Torres lamenté no haber tenido el conocimiento ni la madurez para saber quién nos visitaba, y aprovechar mejor aquel momento. Pero no: conocí y tuve cerca una tarde al gran Francisco Cervantes sin saber que era el gran Francisco Cervantes.

Esta frustración retrospectiva me llevó a pensar en algo que quizá sea cierto: que antes recibíamos más visitantes literarios en La Laguna. Tal vez porque había más discrecionalidad en el uso de los presupuestos públicos, tal vez porque todo era menos caro, tal vez porque el mundo digital no existía y por ello no se había creado la idea de inmediatez que hoy vemos con naturalidad, el caso es que cada poco tiempo venía algún escritor de la capital y todos acá teníamos la oportunidad de escucharlo. No traigo esto a cuento para lamentar que ya no vienen a evangelizarnos, sino por hacer notar que hoy este intercambio casi no se da.

En lo personal, no creo haber aprovechado a fondo aquellas visitas, pues era joven y, como tal, no sin estupidez, autosuficiente, además de que las autoridades que los convidaban solían monopolizarlos para cenas privadas luego de las presentaciones públicas. Pese a esto, ahora veo la película del recuerdo con extrañeza, como si no hubiera sido cierto que alguna vez, en alguno de nuestros espacios culturales, no hubieran estado los escritores que a continuación menciono sin atenerme a la cronología de unas visitas que sólo podría establecerse con el socorro de la hemerografía. A todos los conocí aquí, en La Laguna, entre 1982 y, digamos, 2012.

Francisco Cervantes, Edmundo Valadés, Fernando del Paso, Sabina Berman, Vicente Leñero, Enrique Krauze, Ricardo Rocha, Elena Poniatowska, Óscar de la Borbolla, Eduardo Lizalde, Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo, Vicente Quirarte, Paco Ignacio Taibo I y II, Hernán Lara Zavala, Carlos Montemayor, Miguel Capistrán, Arturo Azuela, Rafael Ramírez Heredia, León Krauze, Rius, José Luis Cuevas, Gonzalo Celorio, Felipe Garrido, Ricardo Garibay, Sergio Fernández, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda, Alejandro Aura, Carlos Monsiváis, Jaime Labastida, Enrique Serna, Luis Humberto Crostwhite, Andrés Henestrosa, Saltiel Alatriste (todavía no caído en desgracia), Juan Villoro, Guillermo Samperio, Raúl Renán, Armando Alanís, José de Jesús Sampedro, Federico Campbell, Adolfo Castañón, Ignacio Padilla y Bernardo Ruiz. De todos retengo, más o menos tenue, alguna anécdota o al menos qué presentaron y dónde pudimos escucharlos. Entre los extranjeros que recuerdo están Fernando Vallejo, Luis Alberto de Cuenca, Juan Gelman, Luisa Valenzuela, Noé Jitrik, Mario Bunge y Eduardo Milán.

Aunque entrevisté a algunos (Vallejo, Gelman, Garibay…) y presenté a otros (Poniatowska, Jitrik, Campbell, Taibo II, Serna, Crostwhite, Azuela, Garrido, Monsiváis…), siento que aquello me pasó de noche, como si no hubiera sido lo que fue. Supongo que así es siempre la vida: no apreciamos el presente hasta que se convierte en inevitable y opaco ayer.

viernes, julio 21, 2023

Minucias del lenguaje desde Saltillo












En el mar, o mejor dicho en el océano inagotable de los libros son siempre bienvenidos los que algunos autores dedican a la exploración de las palabras no tanto con mirada de expertos en filología o lingüística (aunque algunos lo sean), sino como meros enamorados de la expresión hablada o escrita. Puedo recordar una lista mínima de títulos en los que asoma esta preocupación. Para empezar, el que como eco da título a este apunte: Minucias del lenguaje, de José G. Moreno de Alba, quien fue presidente de la Academia Mexicana de la Lengua; Historia de las palabras, del argentino Daniel Balmaceda; La seducción de las palabras, La punta de la lengua y Palabras moribundas, los tres (y varios más de esta misma índole) del español Álex Grijelmo; Para saber lo que se dice I y II, de Arrigo Coen; 1001 puñaladas a la lengua de Cervantes, de Federico Arana; y obviamente varios con las “perlas” descubiertas por Raúl Prieto Río de la Loza, alias Nikito Nipongo. En Coahuila, particularmente en Torreón, puedo mencionar Jales sobre habla lagunera, de Saúl Rosales, e incluso algunos míos como Tolvanera de palabras y Voces de la calle. A ellos debemos sumar De lo filológico a lo filo ilógico. Incongruencias y curiosidades del lenguaje, de Abel H. García. Publicado en 2019 por la Secretaría de Cultura del gobierno coahuilense, este grato libro examina, como lo indica el subtítulo, palabras y expresiones que el autor a pescado aquí y allá, todas con diferente nivel de “curiosidad” e “incongruencia”.

Yo no soy un filólogo. Mal haría en presumir de serlo. Yo sólo soy un aficionado a la filología barata, la que se acerca más a los umbrales de lo neófito. Pero sí soy un agudo

observador y un crítico de todo lo que esté mal hecho y dicho”, advierte el autor, quien dividió su asedio en tres secciones: “Palabras van y palabras vienen”, “Los bemoles de las canciones” y “Cápsulas”.

En la primera sección examina numerosos verbos, su polisemia y cómo los usamos. También, algunos sustantivos demasiado genéricos, como “cosa”, del cual señala con  tino: “La palabra COSA la tenemos metida en el cuerpo hasta el tuétano. Para todo la usamos. Está inmersa y adherida a nuestro lenguaje cotidiano como una lapa. A todo lo que nos rodea le llamamos cosa. Pero no se trata solamente de algo material, visible, tocable, sino que a veces es más abstracta y se refiere a un deseo, a una situación”, y pone como ejemplo (de mal uso) una canción popular: “Por los años cuarenta, siendo yo niño, andaba de moda la canción Tres cosas, que a la letra dice: ‘Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor…’”, donde es claro que la única cosa enumerada es, y quizá ni eso, el dinero.

La segunda estancia del libro es tal vez la más atractiva, pues se adentra en un mundo lleno de atropellos a la gramática y sus orillas, el de la composición lírica popular. Con versos de ejemplo, muestra algunos achaques de la escritura de piezas famosas en el cancionero nacional, y da el nombre de sus muchas veces errabundos compositores. Al referirse a una canción archiconocida, observa: “Yo pienso, quién sabe si estaré en lo correcto, que el canto más antiguo del mundo son Las Mañanitas mexicanas, por aquello que dice:

Estas son las mañanitas

que cantaba el Rey David.

Si las cantaba el Rey David nos estamos remontando a 1050 años antes de la Era Cristiana”.

La sección última del libro es “Cápsulas”, donde enlista curiosidades del habla, como ésta: “De tanto pensar tengo el deseo de tomarme un “café negro”, pero no existe tal cosa, porque el color café, es café y el color negro, es negro. No ambas cosas. Se podría decir, un café oscuro o sin crema o sin leche”.

De lo filológico a lo filo ilógico. Incongruencias y curiosidades del lenguaje, de Abel H. García, es un libro ameno e interesante, y como no es frecuente que en nuestro entorno nos preocupemos mucho por estos temas, es sin duda agradecible.

miércoles, julio 19, 2023

Minigrafía aforística desde Saltillo


 











El diccionario académico consigna que aforismo es “Máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”. Dado que parece insuficiente, vamos a ver qué dice sobre “máxima” en la primera de sus cuatro acepciones: “Regla, principio o proposición generalmente admitida por quienes profesan una facultad o ciencia”. Sigo sin encontrar lo que busco, así que voy ahora a “sentencia”, que señala en la segunda acepción: “Dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad”. Dos ideas quedan claras, pues, en la definición de “sentencia”: una, la de la brevedad; dos, la del propósito moralista. Eso abrazan, también, por extensión, el aforismo y la máxima, aunque es pertinente aclarar desde ya que por “moralista” deberá entenderse “lo moral” en sentido lato, no restringido al uso coloquial equivalente a “conservador” o “mocho”, de suerte que un escritor moralista pueden ser lo mismo Marco Aurelio que el Marqués de Sade.

Máximas y aforismos (SEC, Saltillo, 2015, 73 pp.), de José Domingo Ortiz Montes, trabaja con la brevedad de lo sentencioso. La tradición en este molde es antigua y amplia, pero no tanto con cultores de nuestra lengua. Debe aclararse que no tiene un propósito narrativo, así que debemos separar este tipo de escritura de la microficción o del microrrelato. Más que personajes, lo que late en cada partícula es pues una idea montada en una cabeza de alfiler. Por eso alguien observó que el aforismo es el “ensayo en miniatura”, el pensamiento suministrado con cuentagotas. Esta hiperbrevedad es la razón por la que se pide, como al perfume, un máximo de concentración en cada pieza, y me refiero a concentración de la esencia, del estilo, de la idea, no a concentración mental, que de todos modos se requiere para alcanzar la otra concentración. En América Latina son famosas las Voces de Antonio Porchia, no precisamente aforismos en su contenido, sino miniparadojas, miniasombros del lenguaje, miniatolladeros para la razón que de cualquier manera merodean el aforismo o la sentencia: “Un poco de ingenuidad nunca se aparta de mí. Y es ella la que me protege”, dice uno que comparto como ejemplo.

Los de Ortiz Montes atraviesan por numerosas situaciones de la vida. El tiempo, la muerte, la creación, el sinsentido, la intermitente felicidad, el lenguaje, dios, la poesía son ideas que bullen en su mente y luego son emitidas en forma de flashazo. En una especie de epígrafe o prólogo igualmente brevísimo, dice: “Puede ser que estas máximas y aforismos sean el resultado de mi agonía”. No está mal: la agonía como generadora de ideas secuenciadas a la manera de un estroboscopio.

Traigo algunos ejemplos de cada estancia. De Poesía y escritura: “Escribir es generar en forma gradual una nueva manera de vivir en las palabras”. De Dios y la vida: “La vida es un largo viaje que vemos desde la memoria”. De lenguaje y pensamientos: “Las palabras están habitadas por siglos de depredación”. De Tiempo, silencio y universo: “El árbol está feliz en su condición de ser el universo con hojas”.

Por supuesto que Máximas y aforismos contiene muchas piezas más como las recién citadas. Este libro está disponible gratis en la siguiente página de la Secretaría de Cultura. Su edición es espléndida.

sábado, julio 15, 2023

Trazos de Marcela

 











Cada vez que voy al segundo piso del área de oficinas y talleres del Teatro Isauro Martínez no puedo no subir las escaleras y mirar hacia la izquierda. Es ya, en mí, un movimiento instintivo: llego al último peldaño y automáticamente siento la atracción de un dibujo al carboncillo sobre cartulina marrón. Lo veo dos, tres segundos, y continúo mi camino a la sala Elías Murra. Lo veo por lo regular un instante porque suelo ir de prisa, pero en muchas ocasiones, desde hace más de 25 años, me he detenido a verlo detalladamente, a disfrutar cada uno de sus trazos. El dibujo muestra a seis mujeres desnudas, de pie todas. Digo seis mujeres, pero puede ser una sola que se convierte en seis gracias al movimiento detenido en seis instantes por la mano de la artista. Sea como fuere, es para mí un hermoso dibujo, la belleza expresada del modo más económico y sutil. Su autora es Marcela López, quien lo fechó en 1994.

Digo “económico” y me refiero, claro, a economía de trazos, al dibujo de lo estrictamente necesario para insinuar el despliegue de la figura humana. Parece incluso un boceto y alguien dirá que lo es, pero a mí, si es un boceto, me colma e incluso me desborda, me parece más que suficiente para colocarlo entre mis obras laguneras favoritas. Si quieren verla está, les recuerdo, en el segundo piso del área de oficinas y talleres del TIM. Creo que van a comprobar lo que afirmo: que esa imagen es encantadora porque, además de la soltura de sus líneas, se coloca en el borde preciso de la insinuación: ni un trazo más, ni un trazo menos, un trabajo perfecto para quienes, como yo, preferimos el arte que no se ciñe servilmente al figurativismo ni se apoltrona en la decoración de interiores.

Ahora bien, si desean conocer más obra de Marcela López pueden aprovechar e ir en estos días a la casona de la Colón y Juárez. Allí, el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón montó desde el 25 de mayo de este año una exposición titulada “45 años en La Laguna”, toda de la maestra López. De casualidad me la topé al asistir a la conferencia de Gerardo García Muñoz organizada por Antonio Álvarez Mesta, y por supuesto aproveché para apreciar cada una de las piezas exhibidas.

Lo que vi me confirma lo que ya sabía: el dominio que Marcela López tiene de los materiales con los que dibuja, pinta y graba. Tengo en casa un cuadro y dos dibujos de su autoría, pero al admirar la muestra compilada en el IMCE fue inevitable la tentación de tener más obra de esta artista formada en la Academia de San Carlos y maestra de muchas generaciones de artistas laguneros.

Lamento no haber tomado nota, sólo unas fotos, de los que más me gustaron. Uno de ellos, el mejor de la serie a mi juicio, no le pide nada a Guayasamín. Es un cuadro en el que predominan los colores apagados, colores muertos entre el gris, el ocre, el blanco y algo de rojizo. El motivo es sencillo: una pareja conversa sentada en un sitio que parece malecón. La escena, por los colores, irradia tristeza, pero algo en la actitud de los personajes, en su cercanía, su abrazo y la posición de sus caras, nos comunica que, pese al clima aneblado, hay un gesto de solidaridad para afrontar, tal vez mediante el amor, la adversidad que los acosa. Un cuadro perfecto, una prueba contundente de que en la maestra Marcela López tenemos desde hace mucho a una de nuestras más valiosas artistas.

miércoles, julio 12, 2023

Noche de reportera roja

 











Por nota de Lilia Ovalle publicada en Milenio Laguna ya sabemos que hoy a las 7:30 en el Archivo Municipal Eduardo Guerra será presentado el libro La Reportera Roja. Este conjunto de cuentos es obra de Fernando Fabio Sánchez (Torreón, 1973) y fue publicado este año por la Universidad Veracruzana. Los comentarios serán desahogados por Gerardo García Muñoz, el autor y yo.

Me da gusto participar en esta actividad no sólo porque el libro es excelente, sino por la amistad que desde hace más de 25 años me une a Fernando. Gracias a que le llevo una década de edad he sido testigo afortunado de su crecimiento como escritor y académico, dos facetas que Fer ha compaginado con solvencia. Es un escritor todoterreno, dotado para la narrativa, la poesía y el ensayo, a lo que desde hace varios años ha sumado la labor de columnista en Milenio Laguna.

Su foja de méritos exhibe logros pesados: es profesor de Estudios literarios y Cinematográficos en California Polytechnic State University, San Luis Obispo, California. Obtuvo un doctorado en Letras Latinoamericanas por la University of Colorado en Boulder. Se ha concentrado en el estudio de la modernidad y sus diferentes relaciones con la literatura, el nacionalismo, la violencia y la cultura visual en el México post-colonial. Ha publicado los libros de cuento Los arcanos de la sangre, De la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo)policiales y los de poesía Posesión de naves y Creación de fondo; y artículos y libros de crítica literaria. En el 2010 publicó el ensayo Artful Assassins: Murder as a Art in Modern Mexico (Vanderbilt University Press) y coeditó, junto con Gerardo García Muñoz, La luz y la guerra: el cine de la Revolución Mexicana (Conaculta). Es también, como ya señalé, columnista.

La Reportera Roja, el libro que nos ocupará, contiene ocho cuentos en los que son más que visibles las pericias de Fernando. Narrador afilado, hunde su mirada en los socavones de la realidad en la que vemos deambular personajes agobiados por la desdicha o por la incertidumbre. Impresiona en los relatos de este autor la firme prosa que sirve para escudriñar las grietas del alma humana.

Los esperamos hoy a las 7:30 en el Eduardo Guerra.

sábado, julio 08, 2023

Oferta insólita



















Desde que leí “El idioma analítico de John Wilkins”, uno de los más famosos ensayos de Borges, advierto con mayor claridad la unión de elementos que parecen no tener nada en común. En otras palabras, tengo mayor conciencia de la enumeración caótica, es decir, de todo aquel listado que parece ir en contra de la lógica. La realidad, empeñada siempre en transgredir lo que suponemos ordenado, abunda en ejemplos de hermanamiento atípico.

En el ensayo citado, Borges dice lo siguiente (y tal es la parte más recordada e irónica de ese texto): “Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.

Como se puede apreciar, el efecto cómico de ese párrafo se da porque toda clasificación supone un camino, un determinado campo semántico, la sujeción a un contexto en el que de alguna manera ya sabemos qué hay o qué sigue. Hay preguntas en programas de concurso que trabajan ese recurso, como cuando dicen “Mencione algunos equipos de beisbol de Estados Unidos”; sólo la ignorancia o la locura determinarán que alguien responda “Fonacot” o “Los Rancheritos del Topo Chico”. Si decimos, por ejemplo, “cocina”, sabemos que allí cerca están “olla”, “refrigerador”, “vaso”, “cuchillo”, “licuadora”, “molcajete”. Lo desconcertante sería, pues, hallar allí un martillo o una locomotora, como hacían los surrealistas (“El encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”, Lautréamont) o como lo hizo la hipotética enciclopedia china en su clasificación zoológica.

A modo de paréntesis recuerdo una escena. Se dio en el programa Jeopardy versión mexicana. Como sabemos, es un concurso de cultura general en el que por ello las posibles preguntas son potencialmente infinitas por aleatorias (o random, como dicen hoy los jóvenes). Pese a esto, el conductor le preguntó a un participante: “¿Te preparaste para venir al concurso?” Es una tontería, claro, pues nadie se “prepara” o “estudia” para un examen de cultura general, ya que ésta se tiene o no se tiene, y es producto de la curiosidad permanente, no de la lógica de una guía de estudio a la manera escolar. Cierro paréntesis.

En la calle me he topado pues con ayuntamientos publicitarios raros. Uno de ellos, desconcertante, estaba al lado de una miscelánea en Torreón, es decir, de una tiendita de dulces y abarrotes que ofrecía esto: “Copias. Se venden cascos para moto”. El servicio de fotocopiado no es inusual. Lo que sí me pareció una ruptura, un quiebre de la lógica, es el ofrecimiento de cascos para motociclista. No sé qué opinen ustedes, pero a mi juicio es el único anuncio del mundo con tal ofrecimiento: copias fotostáticas y cascos para conductor de moto. De locura.


miércoles, julio 05, 2023

Ocho apodos que cantan









En alguno de nuestros desayunos gorderos salió a relucir el apodo de Gardel. Me refiero a la conversación entre Saúl y yo, un diálogo que suele avanzar por derroteros imprevisibles, la mayor de las veces sobre asuntos relacionados con la literatura, el periodismo y las pequeñas y grandes miserias de la vida cotidiana. Gardel, recordamos, fue denominado “El zorzal criollo”. Incitados por este sobrenombre, no dejamos de sonreír ante los que brotaron en la conversación. Traigo estos ocho alias de cantantes que la radiodifusión y la cinematografía se encargaron de encumbrar y que ya casi nadie recuerda.

El bigote que canta. Fue el sobrenombre del habanero Bienvenido Rosendo Granda Aguilera de quien celebro dos boleros: “Total” y, el mejor, “Angustia” cantado con la Matancera. Saúl tiene razón: con ese nombre no necesitaba la sinécdoque de su apodo.

El flaco de oro. Agustín Lara, cuyo nombre real fue Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, llevó este apodo áureo y otro igual de famoso e hiperbólico: “El músico-poeta” de quien aplaudo muchas, una de ellas “Escarcha”.

El samurái de la canción. Ciertamente, nunca de mis favoritos, pero su voz me agrada de rebote porque al oírlo recuerdo a mis viejos. Lo propongo con “Espérame en el cielo”. Llamarlo “samurái” fue un preciosismo que hubiera aplaudido hasta Rubén Darío.

El charro-cantor. Tampoco de mis favoritos, pero pocos mejores que él para sacar adelante “El arreo”, huapangazo que alguna vez cantó junto al cómico duranguense Armando Soto la Marina, Chicote.

El barítono de Argel. También mote epifánico, fue el de Emilio Tuero, santanderino muy poco recordado. La canción que lo llevó a la fama fue, claro, “Quinto patio” de Luis Arcaraz.

El ruiseñor de América. Del ecuatoriano Julio Jaramillo, quien durante un tiempo se adueñó del bolero en América Latina. Su canción emblema fue, creo, “Rondando tu esquina”, pero a mí me gusta más en el bestial tango “Confesión” que de todos modos nadie pudo hacer mejor, obvio, que Gardel. Pocos saben hoy que durante algún tiempo dos ecuatorianos hicieron mucho ruido en Latinoamérica: el mencionado Jaramillo y otro cantante de nombre (real) espectacular: Olimpo Cárdenas.

El rey del falsete. Oriundo de Chihuahua, Miguel Aceves Mejía interpretó como nadie los huapangos, género en el que el quiebre de voz conocido como “falsete” es un requisito de los considerados sine qua non. Nada mejor que recordarlo precisamente con “Rogaciano el huapanguero”, pieza en la que exhibe un falsete con embrague de primera a segunda.

El señor de las sombras. Javier Solís, un monstruo, acaso la mejor voz mexicana de la música campestre. “Sombras” (tango cantado por Argentino Ledezma y convertido para México en bolero-ranchero) fue su mascarón de proa. 

sábado, julio 01, 2023

Márgenes de la autoestima












De entrada y aunque suene raro como preámbulo, una digresión. Alguna vez pensé que las autodescripciones en los perfiles de las redes sociales podían convertirse en un género literario. Hayan sido escritas como hayan sido escritas, todas revelan más de lo que suponemos pueden revelar. Las austeras (“Médico”, “Locutor”, “Fotógrafo”, “Abogada”, “Bailarina”) dejan ver claramente que los usuarios son sobrios y no gustan de echar mucha crema a sus tacos; las curriculares (“Ingeniero civil. Egresó del IPN. Trabaja actualmente para Constructora Marco, S.A.”) descubren solemnidad, actitud seria ante la vida; las poéticas (“Espíritu insumiso, navegante del ser, fanático de la verdad y el aire fresco”) enseñan deseos de trascendencia; las chuscas/cínicas (“Terapeuta de top models”, “Borracho y asesino serial”) muestran mentalidades posmodernas.

Cuando usé Twitter, espacio que ya por suerte defenestré, urdí una descripción bufa envuelta en tono serio: “Escritor, periodista y editor, pero nació y radica en la Comarca Lagunera”. Recuerdo que mi amigo Heriberto Ramos Hernández celebró que el uso de la conjunción adversativa “pero” casi casi terminaba por neutralizar los méritos iniciales del enunciado. En otras palabras, uno puede decir que es Kalimán, “pero” si nació y radica en la Comarca Lagunera es como no haber conseguido nada en la vida. Pasaron los años y eliminé aquella autodescripción cuando una persona muy querida me pidió que la quitara, que no le gustaba esa actitud minusvalorativa. Traté, claro, de explicarle que no era una apreciación seria de mí mismo, que pese a todo tengo mi autoestima, o que en todo caso siempre he tenido la impresión de que mis “logros” (con sonrojo los llamo así) no me autorizaban a decir linduras de mi “carrera” y por ello mi fuero íntimo siempre ha sido el escenario de una pugna entre el orgullo por lo conseguido y la sensación de fracaso o, al menos, de escaso mérito.

Cierro la extraña digresión. No sé en otras disciplinas, pero en el arte creo que son infrecuentes las actitudes a lo Dalí, a lo Nabokov o a lo Cuevas, es decir, de una autopercepción expresada por medio de verbosidad grandilocuente (“Soy un genio”). Por lo general, el artista es un vanidoso, un soberbio marca diablo, un ególatra sin orillas, pero se cuida de mostrarlo porque en general, al margen de lo que nos prescriban los libros de autoayuda, es de mal gusto echarse flores y porque quizá, como digo arriba, en el fondo duda de su grandeza. Esto es una generalización, obviamente, pero en suma expone lo que noto más frecuente: un procesamiento de la mamonería que tiende más a sofocarla que a exaltarla. Véanse si no, en YouTube, las entrevistas de Joaquín Soler Serrano a escritores. A todos los elogia (con razón), pero todos aprietan el gesto para no parecer que creen en los piropos.

Este apunte nació al ver el documental Pavarotti (Ron Howard, 2019) disponible en la plataforma HBO. Luego de recorrer la bestial obra del quizá más grande cantante de la historia, el film consigna el momento en el que Pavarotti cae enfermo. Giuliana, una de sus tres hijas, declara que en el cuarto de hospital, ya muy disminuido de salud, el cantante le pidió reproducir una cinta de audio. Lo expone textualmente así: “Le espantaba mucho oír su voz, pero, cuando se enfermó, ya no podía cantar. Nos hizo escuchar, a Cristina y a mí, la grabación de un concierto suyo con John Wustman. Se estaba escuchando y dijo: ‘Yo era bueno’. ‘Sí, papá, ¿te asombras? Sí eras bueno, papá’. ‘Pero yo canto bien’. Él se asombró de verdad”.

Pavarotti había dudado de su don. Luego entonces, qué podemos opinar los mortales sobre nuestros talentos, si es que alguno tenemos.

Cantata por Raúl Ramos Zavala

 











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Ecos de Comala y el llano












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Diálogos contrarreloj












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