Llegué
a “Francisco Cervantes: la nobleza del canto”, antepenúltimo ensayo de La pequeña tradición. Apuntes sobre
literatura mexicana (UNAM, México, 2011), libro de mi admirado Armando
González Torres, y el nombre del escritor analizado detonó una inquietud en mi
interior. Conocí a Cervantes hace quizá más de treinta años. Fue acá, en La
Laguna, región a la que el poeta queretano vino no recuerdo a qué. Recuerdo,
eso sí, que le ofrecimos un ágape en la alberca lerdense y casi recién
inaugurada de Ana Lucía Matouck y Luis Piña. Tras leer las puntuales palabras
de González Torres lamenté no haber tenido el conocimiento ni la madurez para
saber quién nos visitaba, y aprovechar mejor aquel momento. Pero no: conocí y
tuve cerca una tarde al gran Francisco Cervantes sin saber que era el gran
Francisco Cervantes.
Esta
frustración retrospectiva me llevó a pensar en algo que quizá sea cierto: que antes
recibíamos más visitantes literarios en La Laguna. Tal vez porque había más
discrecionalidad en el uso de los presupuestos públicos, tal vez porque todo
era menos caro, tal vez porque el mundo digital no existía y por ello no se había
creado la idea de inmediatez que hoy vemos con naturalidad, el caso es que cada
poco tiempo venía algún escritor de la capital y todos acá teníamos la
oportunidad de escucharlo. No traigo esto a cuento para lamentar que ya no
vienen a evangelizarnos, sino por hacer notar que hoy este intercambio casi no
se da.
En
lo personal, no creo haber aprovechado a fondo aquellas visitas, pues era joven
y, como tal, no sin estupidez, autosuficiente, además de que las autoridades
que los convidaban solían monopolizarlos para cenas privadas luego de las
presentaciones públicas. Pese a esto, ahora veo la película del recuerdo con extrañeza,
como si no hubiera sido cierto que alguna vez, en alguno de nuestros espacios
culturales, no hubieran estado los escritores que a continuación menciono sin
atenerme a la cronología de unas visitas que sólo podría establecerse con el
socorro de la hemerografía. A todos los conocí aquí, en La Laguna, entre 1982
y, digamos, 2012.
Francisco
Cervantes, Edmundo Valadés, Fernando del Paso, Sabina Berman, Vicente Leñero,
Enrique Krauze, Ricardo Rocha, Elena Poniatowska, Óscar de la Borbolla, Eduardo
Lizalde, Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo, Vicente Quirarte, Paco Ignacio Taibo
I y II, Hernán Lara Zavala, Carlos Montemayor, Miguel Capistrán, Arturo Azuela, Rafael Ramírez Heredia, León Krauze,
Rius, José Luis Cuevas, Gonzalo Celorio, Felipe Garrido, Ricardo Garibay, Sergio Fernández, José
Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda,
Alejandro Aura, Carlos Monsiváis, Jaime Labastida, Enrique Serna, Luis Humberto
Crostwhite, Andrés Henestrosa, Saltiel Alatriste (todavía no caído en
desgracia), Juan Villoro, Guillermo Samperio, Raúl Renán, Armando Alanís, José
de Jesús Sampedro, Federico Campbell, Adolfo Castañón, Ignacio Padilla y Bernardo
Ruiz. De todos retengo, más o menos tenue, alguna anécdota o al menos qué
presentaron y dónde pudimos escucharlos. Entre los extranjeros que recuerdo
están Fernando Vallejo, Luis Alberto de Cuenca, Juan Gelman, Luisa Valenzuela, Noé
Jitrik, Mario Bunge y Eduardo Milán.
Aunque entrevisté a algunos (Vallejo, Gelman, Garibay…) y presenté a otros (Poniatowska, Jitrik, Campbell, Taibo II, Serna, Crostwhite, Azuela, Garrido, Monsiváis…), siento que aquello me pasó de noche, como si no hubiera sido lo que fue. Supongo que así es siempre la vida: no apreciamos el presente hasta que se convierte en inevitable y opaco ayer.